Aquí queremos considerar tres tipos de dificultades o peligros a los cuales los creyentes tienen que enfrentarse constantemente, y entre los cuales es útil saber distinguir:
- Los ataques contra el Señor Jesús, su obra y la verdad bíblica;
- la conformidad con el mundo, que crece constantemente;
- los cambios sociales y culturales.
Ataques contra el Señor Jesús, su obra y la verdad bíblica
A menudo vemos que la gloriosa persona de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es atacada. Su divinidad eterna o su verdadera humanidad son puestas en duda, aun por personas que se presentan como cristianos. Su obra en la cruz y su resurrección son negadas o puestas en duda. Se deforman ciertas partes de la verdad bíblica, por ejemplo, lo que concierne a la justificación o a la Iglesia de Dios. Hay quienes se permiten interpretar la revelación de Dios a su manera y según sus concepciones personales.
¿Cómo reaccionamos frente a tales ataques? Dios nos pide que tomemos una posición clara. Si alguien, que se dice cristiano, viene a nosotros y trae una doctrina distinta de la “doctrina de Cristo”, no debemos recibirle en nuestra casa, ni siquiera saludarle (2 Juan 7-11). Cuando se enseñan errores en cuanto a la persona y a la obra de nuestro Señor, tenemos que resistir clara y firmemente y, si es necesario, aun en público (véase Gálatas 2:11-18). Tito es exhortado a desechar al “hombre que causa divisiones” —al líder— “después de una y otra amonestación” (Tito 3:10-11). Asimismo, tenemos que apartarnos de “los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina” (Romanos 16:17).
Si se trata de la persona de nuestro Señor y de su obra, o de la verdad fundamental de la Palabra de Dios, nuestra actitud debe ser enérgica y sin compromiso. Actuemos con humildad, con ternura y con un amor verdadero (véase Efesios 4:15). Es la única manera de intervenir con autoridad moral. Tengamos el deseo de adquirir un buen entendimiento espiritual y de no dejar que esté oscurecido por toda clase de consideraciones humanas. Coloquémonos con determinación del lado de Aquel que dio su vida por nosotros.
La conformidad con el mundo
Aparte de los ataques contra la verdad, podemos ver que el mundo no cesa de ejercer su influencia en la vida de los creyentes. No es nada nuevo. Ya al principio del cristianismo, el apóstol Pablo tuvo que exhortar a los cristianos: “No os conforméis a este siglo” (Romanos 12:2). Sin embargo, el temor de Dios y la piedad son cada día más raros en la sociedad cristianizada que nos rodea.
¿Cómo reaccionamos cuando constatamos la influencia del mundo sobre los cristianos, en los pensamientos, las palabras, el comportamiento, el estilo de vida sin freno o la ropa provocadora? Podríamos estar inclinados a reaccionar con severidad y, tal vez, en un espíritu legal, a querer proclamar prohibiciones para refrenar la decadencia. Sin embargo, esto no es lo que el Espíritu Santo nos enseña en el Nuevo Testamento. Citemos unos ejemplos de las Escrituras que se refieren a la buena manera de actuar frente a tales problemas.
- Ser ejemplo: “Sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12). Aquel que anda en un camino estrecho con su Señor y en sus pisadas, mantendrá un corazón ancho para con los demás. De tal manera podrá ser un ejemplo para ellos.
- Predicar a Cristo y la gracia: ¿Qué hizo Pablo cuando vio que los colosenses habían perdido la buena orientación para su vida de creyentes? No predicó de una manera legal, sino que les presentó la verdad de Cristo. ¿Qué hizo cuando quiso preservar a los romanos de un andar conforme a este mundo? Colocó ante sus corazones los numerosos y diversos aspectos de la vida cristiana (Romanos 12). A veces nos podría parecer útil predicar límites cuando vemos que las cosas van a la deriva. Pero al poner barreras, tarde o temprano provocaremos resistencia. Vemos esta rebelión interior en el pueblo de Israel bajo la ley. En cambio, la gracia fortalece el corazón. Conduce al creyente cerca del Señor Jesús y lo lleva a un juicio sobre sí mismo conforme a la Palabra. La gracia no introduce a nadie en un camino carnal, sino que se dirige a nuestro corazón y a nuestra conciencia.
¿En qué medida conocemos la verdadera gracia de Dios? ¿Somos conscientes de que se ejerce constantemente hacia nosotros? Pedro termina su segunda epístola alentándonos a “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (3:18). Esta gracia y este conocimiento nos guardan aún hoy en día.
Cambios sociales y culturales
Nos enfrentamos no solo a los ataques contra la persona del Señor y contra la verdad de la Palabra de Dios, no solo a la decadencia espiritual que resulta de la conformidad con el mundo, sino también a los cambios sociales y culturales. A menudo no es fácil hacer la diferencia entre los elementos malos del mundo —que siempre se reducen a “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16)— y los cambios sencillos que resultan de la evolución del mundo, de su ciencia y de su técnica.
En otro tiempo, era normal que en una empresa un obrero asumiera una gran diversidad de trabajos. Luego, la división del trabajo entre varios obreros especializados se impuso progresivamente. En otro tiempo, era insólito que las jóvenes siguieran una formación o estudios en vista de un empleo fuera de la casa familiar. Hoy en día es una cosa normal. La manera de hablar y de cantar evoluciona, así como los hábitos de vida, el estilo de la ropa, los medios de comunicación, etc. Uno se puede aferrar a los tiempos pasados, pero no volverán. El apóstol Pablo hizo sus viajes a pie o en barco de velas, y escribió sus epístolas sobre pergamino. Nuestros hermanos del siglo 19 viajaron en barco de vapor, en diligencia y en tren. Recurrieron a los correos y al telégrafo. Hoy en día, viajamos en tren, en coche o en avión, y ya casi no mandamos cartas por correo, sino más bien correos electrónicos. Muchas veces, se trata de una evolución de la cual los cristianos no pueden distanciarse, ni tienen ninguna razón de hacerlo.
En cambio, si principios que son contrarios a la enseñanza de la Palabra están en juego, como por ejemplo la igualdad de los sexos o la libertad de pensamiento, el camino del creyente fiel al Señor está muy claro.
Para hacer llegar el mensaje del Evangelio a personas incrédulas, tal vez no sea indicado hoy en día limitarse a medios tales como tratados o libros impresos. A menudo solo podremos alcanzar a los jóvenes por medio de internet. Si deseamos hacernos comprender actualmente, no es oportuno utilizar una manera de expresarse anticuada como se acostumbraba hace uno o dos siglos. Un problema más delicado es tal vez el canto cristiano. Si bien es preciso rechazar enérgicamente las producciones que son anti escriturarias por sus palabras, su tipo o su ritmo, hay que tomar en cuenta que los jóvenes sienten las cosas de manera distinta de nosotros, que somos adultos.
Ante todos estos cambios es esencial examinar en qué medida podemos aceptarlos o aun adoptarlos y al mismo tiempo permanecer en armonía con la Palabra de Dios. Si es realmente el caso, si vivimos cerca de nuestro Señor y ponemos nuestros ojos en él, podremos utilizarlos para bien. Hemos de ser particularmente prudentes cuando se trata de cosas —internet por ejemplo— ligadas con grandes peligros, u otras que estaban ligadas con movimientos contrarios a la Palabra cuando fueron introducidas —como por ejemplo el movimiento de emancipación de la mujer y de su igualdad con el hombre.
Separarse del mundo y del mal para seguir a nuestro Señor Jesús está ligado primeramente a una santidad interior, que luego se manifiesta en lo exterior. No somos exhortados a sufrir por causa de la separación, sino a sufrir “por causa de la justicia” y “por causa del Señor” (Mateo 5:10-12).
No es siempre fácil distinguir entre “conformarse al mundo” (véase Romanos 12:2) por una parte, y “disfrutar de este mundo”, pero “como si no lo disfrutasen” (véase 1 Corintios 7:31), por otra parte. Ciertos cambios técnicos parecen inevitables, pero se puede aprovechar de ellos si es posible hacerlo como discípulos de Cristo (o viviendo cerca del Señor). En los casos concretos, busquemos para nosotros cuál es la voluntad del Señor y no nos apresuremos a pronunciar un juicio sobre el comportamiento de nuestros hermanos y hermanas.
Para concluir, recordamos el hito que coloca el apóstol Pablo: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8).