Carta un joven cristiano
Mi amado:
Deseamos considerar todavía un poco las bendiciones que emanan del hecho que tú permaneces fiel al Señor. ¡Las consecuencias son incalculables! El gozo inmenso que te proporciona la certeza del perdón de tus pecados es natural y legítimo. Pero, mira, no reside fuerza alguna en esa alegría. El gozo en el Señor, y Él mismo, es nuestra fortaleza.
Muchos jóvenes cristianos suponen que, al tener su corazón rebosante de sentimientos felices, de hecho están purificados de la vieja naturaleza pecaminosa. Pero es una ilusión que puede resultar fatal. Por eso, el apóstol dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos” (1 Juan 1:8).
Repara que aquí el apóstol no habla de los pecados, sino del pecado. Se refiere, como a menudo lo expone el apóstol Pablo, a nuestra naturaleza caída y pecaminosa, ilustrada por la palabra “carne” o el “pecado en la carne” (Romanos 8:9 y 3). Cuando se trata de nuestros pecados, es decir, de nuestras faltas o caídas, sabemos que son borrados por la sangre de Jesucristo al entregarnos a él mediante la conversión. Por esta causa el mismo apóstol Juan escribe a los creyentes: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre” (1 Juan 2:12). Y Dios dice de los creyentes, de manera clara y segura: “Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos 10:17).
Por consiguiente, no tienes ya ningún pecado sobre ti, pero el pecado, o sea la vieja naturaleza, habita todavía en ti. Y, además, la raíz del mal que originó tus pecados, y de cuyo perdón te regocijas por la gracia de Dios, está no solamente en ti, sino que morará en ti mientras estés en el cuerpo de muerte. Por tanto, debes velar, de otro modo corres el riesgo de engañarte, como lo expresa el apóstol (véase 1 Juan 1:8). La vieja raíz no puede producir buenos frutos; solamente la nueva naturaleza produce frutos para Dios.
Esta nueva naturaleza, la vida divina y eterna, permanece ahora en ti por la fe en el Señor Jesucristo. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). El Señor lo dice. Y el apóstol Pedro escribe a los creyentes: “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23); y en Santiago 1:18 leemos: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad”.
¡Cuida y nutre la nueva naturaleza! Esto es indispensable. Cristo, quien es tu vida (Colosenses 3:4), es asimismo el alimento de esta vida nueva. Interésate mucho en Él, considérale, y de este modo te nutrirás de Él. Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35). Si permaneces en relación práctica con el Señor, si él es tu alimento, las raíces del mal en ti (la vieja naturaleza) no se manifestarán y no tendrán ningún poder sobre ti. Si ellas obran, te darás cuenta en seguida, juzgarás los brotes, a fin de que no engendren ramas y produzcan malos frutos que entristecerían al Espíritu Santo, y por los cuales se deshonra tan malamente a Dios.
Aunque la vieja naturaleza está todavía en ti, no debes estar pendiente de ella, sino de Cristo, el manantial de esta vida nueva. Según la medida en que lo realices, tu paz y tu gozo serán más hondos, mejor fundados y el mismo Cristo vendrá a ser cada vez más el objeto y el blanco de tu vida.
Quisiera todavía notificarte otra verdad importante, la cual será para ti de gran consuelo: la raíz del mal en ti ha sido juzgada y quitada delante de Dios por la muerte expiatoria de Jesucristo. Está juzgada y, para el creyente, enteramente puesta a un lado. No solamente el Señor Jesús murió por nuestras faltas, sino por nosotros, los caídos hijos de Adán. El apóstol dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él”; y más adelante: “morimos con Cristo” (Romanos 6:6, 8; véase también Colosenses 3:3). No debes aprenderlo por experiencia, pues es un hecho positivo que tienes que asir con fe viva y demostrarlo por la potencia del Espíritu Santo. Por eso está escrito: “Vosotros consideraos muertos al pecado (es decir, creedlo, porque lo estáis), pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11).
La cruz puso fin delante de Dios al “viejo hombre”; la muerte era el único remedio para él, puesto que es incorregible. Sobre este hecho se apoya el creyente; aun cuando sabe que la vieja naturaleza mora todavía en él, conoce además que fue juzgada delante de Dios y que, como “viejo hombre” está muerto y sepultado (cuya imagen es el bautismo). Y desde que el “viejo hombre” fue puesto a un lado, no tenemos ningún derecho a obedecerle bajo ninguna forma, ni exterior ni interiormente, pero podemos y debemos conservarlo en la muerte por el Espíritu Santo; ése es el lugar que Dios le asignó. Debemos y podemos andar “en vida nueva” (Romanos 6:4).
Todas estas cosas no se aprenden en un instante. Pero el deseo de mi corazón, mi amado, es que desde el comienzo de tu carrera cristiana andes fielmente con el Señor y que, asiéndote de su mano, avances en la vida día tras día. Entonces aprenderás y experimentarás con él lo que todo verdadero cristiano debe aprender y experimentar.
¡Qué humillante y doloroso sería si tuvieras que aprender, mediante tropiezos y caídas, que en tu corazón —aun después de la conversión— hay raíces del mal y que es capaz de cualquier mala acción! ¡Cuán triste y terrible sería si tuvieras que aprender a conocer el mundo —a Satanás, sus astucias, su potencia y su perfidia— por tu infidelidad y aplastantes derrotas! Mas, si caminas con Dios, harás, en su comunión bendita y en la senda de la fe y la fidelidad, todas las experiencias inherentes a la vida nueva. Ellas te aportarán, necesariamente, ejercicios profundos del corazón y de la conciencia; pero no te llevarán al borde del abismo de la desesperación al que más de un cristiano verdadero tuvo que arribar, y, sobre todo, no realizarás tus experiencias a expensas de la gloria y de tu preciosa paz.
¡Oh, que jamás proporciones ocasión para que Dios y sus intereses sean blasfemados (por tu medio)! ¡Que jamás el mundo, al ver tu infidelidad, pueda burlarse y decir: «¡Mire, allí están los cristianos! ¡Es así cómo proceden!»¡Que el Señor sea glorificado por tu medio y que ésta sea tu oración diaria y tu deseo más ferviente!
Permanece mucho a solas con Dios, y sea tu temor que nada ni nadie venga a interponerse entre Dios y tu alma. No olvides nunca que ahora debes llenar tus deberes, sean cuales fueren, como hijo de Dios y cual un testigo fiel. ¡Que el Señor esté contigo! Será una alegría para mí ayudarte en las próximas cartas.