El rebaño de Dios

Juan 10:1-16

Cristo y el redil judío

El rebaño de Dios siempre ha sido objeto de su interés, de su tierno amor y fiel cuidado. En el tiempo del Antiguo Testamento, Israel era este rebaño y Dios le mostró su gran poder y su larga paciencia. Aunque Israel aún debe sufrir las consecuencias del rechazo y la crucifixión de su Mesías, este pueblo será restaurado en un tiempo futuro. Y las promesas que le fueron hechas en el pasado se cumplirán.

En el primer versículo de Juan 10, se habla de un “redil”. El sistema religioso judío, como lo instituyó Moisés según las instrucciones de Dios, era como un redil. Los judíos fueron encerrados allí mientras esperaban la venida del Mesías; estaban sujetos al yugo de la ley, separados de todas las demás naciones.

Cuando Cristo, el Mesías, apareció como el pastor de Israel, entró en este redil “por la puerta”. La puerta aquí representa el camino legítimo por el cual el Mesías vino a su pueblo terrenal. Su entrada en el mundo estuvo totalmente de acuerdo con todo lo que el Antiguo Testamento anunció. Juan el Bautista fue el siervo que le preparó el camino (1:23).

Las ovejas fuera del redil

¿Qué hizo el pastor en el redil judío? ¿Vino a transformarlo o mejorarlo? No, “a sus ovejas llama por nombre, y las saca” (v. 3). El judaísmo ya no es la esfera en la cual pueden permanecer las verdaderas ovejas judías (los verdaderos creyentes de este pueblo). Esto es lo que resaltan los capítulos precedentes: en el capítulo 8, los líderes religiosos rechazan la palabra del Señor, y en el capítulo 9 no quieren reconocer su obra: la curación del ciego. Desde ese momento, el pastor “a sus ovejas llama por nombre, y las saca… va delante de ellas” (v. 3-4).

Pero ¿no podían las ovejas estar equivocadas y seguir a un extraño que quisiera seducirlas? No. Tienen una forma de reconocer a quién pertenecen: es Su voz. Conocen bien la voz de su pastor y eso les basta. No es necesario que conozcan la voz de extraños. Debemos ser “sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Romanos 16:19).

Cristo, la puerta de las ovejas

En los versículos 7 y 9, el Señor se llama a sí mismo “la puerta”. Es de dos maneras. En los versículos 3 y 4, los creyentes judíos son sacados del sistema del judaísmo por Él. Y en el versículo 9, Cristo es la puerta por la cual uno debe entrar para ser salvo. Quien entra por él tiene acceso a una esfera totalmente nueva, la del cristianismo. De Cristo —de esa puerta— se dice en Efesios 2:18: “Por medio de él los unos y los otros (los creyentes de los judíos y de las naciones) tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre”. El que viene al Señor Jesús con una fe personal encuentra en él no solo la salvación, sino también la verdadera libertad cristiana; es lo que sugieren las palabras: “Entrará, y saldrá”. La ley de Moisés no podía dar eso (Gálatas 5:1-13). Y cuando salimos a Cristo, también hallamos “pastos”. El verdadero pastor lleva a sus propias ovejas a abundante alimento espiritual. En contraste con esto, el redil judío es solo una prisión, que protege a las ovejas de las bestias salvajes, pero donde no encuentran pastos ni libertad.

Ladrones y salteadores — Los asalariados

En los versículos 8-12 tenemos el contraste entre el ladrón y el buen pastor. Los ladrones y los salteadores son personas que solo se tienen en cuenta a sí mismos y que solo traen destrucción y muerte. Por el contrario, el buen pastor trae vida. El Señor Jesús vino del cielo, el que es “la vida eterna”, “para que vivamos por él” (1 Juan 5:20; 4:9). Pero no olvidemos que tuvo que dar su vida, que tuvo que conocer la muerte, para poder darnos vida. “El buen pastor su vida da por las ovejas” (v. 11).

Los asalariados sí son responsables del rebaño, pero se les paga por este trabajo (v. 12-13). Cuando el peligro se vuelve amenazante, se preocupan por su propia seguridad y dejan el rebaño. Por otro lado, el buen pastor va delante de su rebaño para protegerlo y prefiere dejar su vida en lugar de perder una de sus ovejas.

El buen pastor, las otras ovejas, un rebaño

El buen pastor conoce a sus ovejas y ellas lo conocen, y eso, dice el Señor Jesús, “así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre” (v. 14-15). Conociendo al buen pastor, también llegamos a conocer al Padre.

Después de mencionar una vez más su muerte en el versículo 15, el Señor se refiere a ovejas que no son del redil judío (v. 16). Su muerte en la cruz también abrió la puerta de la salvación a “todas las naciones” (Lucas 24:46-47). Todos los creyentes, ya sean judíos o de entre las naciones, se reunirán para ser “un rebaño”. De hecho, son las mismas personas que aquellos que constituyen “la iglesia del Señor” (Efesios 2:13-17; Hechos 20:28).

Los apóstoles como pastores

Después de ascender al cielo para ocupar el lugar de honor a la diestra de Dios, el Señor Jesús confirió “dones” a su Iglesia (Efesios 4:8). Y entre estos dones, los apóstolesdesempeñaron un papel fundamental. De Su parte, sirvieron a los creyentes como pastores, en un espíritu de amor y dedicación. Trabajaron con gran solicitud en el interés del rebaño de Dios. El apóstol Pedro escribe sobre este tema: “Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente. Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación; sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas” (2 Pedro 1:12-15). Con todo su corazón cumplió la misión que le había encomendado su amado Maestro: “Apacienta mis corderos... Pastorea mis ovejas... Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17).

Los ancianos como pastores de las iglesias locales

Habiendo llegado al final de sus carreras, los apóstoles pusieron la vigilancia del rebaño de Dios en los corazones de los ancianos de las iglesias locales. “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hechos 20:28-31). Por estas palabras particularmente serias y solemnes, el apóstol Pablo advirtió a los ancianos de Éfeso poco antes de ser llevado a Jerusalén para convertirse en un prisionero.

Por su parte, el apóstol Pedro escribió: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:1-4).

El servicio de los ancianos y los dones actuales

Vivimos hoy en un tiempo en el que ya no hay apóstoles. Y no tenemos más ancianos designados. De hecho, vemos en las Escrituras que los ancianos siempre fueron designados por un apóstol o por alguien que recibió el mandato de un apóstol (Timoteo o Tito). Sin embargo, incluso hoy día, hay hermanos fieles que presentan los caracteres de un anciano u obispo (un supervisor), y a quienes el Señor ha puesto en el corazón cuidar del rebaño de Dios. Aunque oficialmente no tienen el cargo de ancianos, realizan este servicio tan necesario, movidos por el amor al Señor y a los suyos, y guiados por el Espíritu Santo. Debemos estar agradecidos al Señor por darnos tales servidores, y otorgarles la consideración debida a su servicio. Apoyémoslos en su actividad, sobre todo a través de nuestras intercesiones.

Sin embargo, para cuidar del rebaño de Dios, el Señor no solo usa a aquellos que sirven como ancianos. En Efesios 4 vemos que después de subir al cielo, el Señor concedió muchos dones a la Iglesia, “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (v. 12). Entre estos dones, encontramos a los “pastores y maestros”. Si bien el servicio de los ancianos se limitaba a la iglesia local, que sigue siendo válida hoy para el servicio de los hermanos que tienen el carácter de ancianos, el ejercicio de un don se extiende a toda la Iglesia. El campo de actividad de un hermano que tiene un don de pastor o maestro no se limita a la iglesia local. Puede y debe ejercer su don donde quiera que el Señor le guíe.

El Príncipe de los pastores

En su carácter de pastor, el Señor Jesús se nos presenta de tres maneras:

  • como el buen pastor que da su vida por las ovejas (Juan 10:11),
  • como el gran pastor que conduce a su rebaño con seguridad hasta el final (Hebreos 13:20),
  • como el Príncipe de los pastores que recompensará la fidelidad en el servicio que se cumplió (1 Pedro 5:4).