Paz y liberación

Romanos 5 – Romanos 7

Para comenzar, leamos dos pasajes que nos ofrecen una visión general de nuestro tema:

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).

¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (7:24-25).

La paz con Dios y la liberación del pecado y de la carne que está en nosotros, son dos grandes bendiciones que nos trae el Evangelio de Dios. Están estrechamente ligadas, pero son distintas. Es importante entender la diferencia que hay entre ellas, así como la manera en que cada una llega a ser nuestra. Por supuesto, la cruz de Cristo es su fundamento.

Lo primero que notamos es que las malas consecuencias del pecado existen en dos direcciones: fuera de nosotros y dentro de nosotros.

Fuera de nosotros, el pecado rompió el feliz vínculo que unía al hombre, criatura inteligente, con su Creador. Desde el principio, Satanás logró usarlo para cortar la línea de comunicación que había entre el hombre y Dios. Y, desde entonces, la humanidad se encuentra en la posición de la pequeña ciudad de la que habla Salomón en Eclesiastés 9:14: asediada por un gran rey que levanta contra ella grandes baluartes.

Así pues, el pecado trajo distancia, alejamiento y enemistad contra Dios de parte del hombre. Todas sus relaciones con Dios se hallan en la más absoluta confusión.

Dentro de nosotros, el naufragio no es menos completo. Las fuentes de la vida fueron envenenadas; el resorte de la voluntad y de los afectos del hombre se quebró. El caos reina en el espíritu y en el corazón del pecador. En vez de estar feliz y ser libre, en vez de vivir en inteligente sumisión a Dios y en la luz de su favor, el hombre es esclavo. No es dueño de sí mismo, pues el pecado es su dueño. Su espíritu no dirige su cuerpo ni sus pensamientos, sino que está a merced de sus pasiones y codicias.

Romanos 1 a 3nos presenta un cuadro de este triste estado en el cual el pecado ha sumido al hombre en lo que respecta a sus relaciones con Dios. Luego viene el remedio divino mediante la muerte y resurrección de Cristo. El resultado, para la fe, es la paz con Dios.

El capítulo 7 de Romanos describe el estado de anarquía y confusión interior en el que se halla el hombre. ¡En qué maraña de deseos contradictorios, de sentimientos y de luchas, nos hundió el pecado! Pero podemos salir de ello, en virtud de la obra de la cruz y gracias al poder del Espíritu (Romanos 8:1-4). El resultado es la liberación “de este cuerpo de muerte”.

La paz es “con Dios”. Resulta del hecho de que todas nuestras relaciones con Él están establecidas sobre un terreno de justicia por la obra de Cristo.

La liberación es “de este cuerpo de muerte”, o sea de este cuerpo marcado por la muerte a causa del pecado en la carne.

Hay pues una clara distinción entre estas dos grandes bendiciones. Pero se declara que ambas son “por Jesucristo Señor nuestro”. Su cruz es la base de las dos. Por una parte, es la respuesta completa a toda nuestra culpabilidad, de manera que los que creen son justificados por Dios mismo (3:25-26). Y, por otra parte, es la condenación absoluta de lo que éramos en nuestro ser interior como hijos de Adán (6:6; 8:3). Entonces, la liberación nos puede ser otorgada en el poder de Cristo resucitado.

Aunque la base de estas dos bendiciones sea la misma, no obstante hay una diferencia en la manera en que las recibimos.

La paz, que siempre es precedida por la ansiedad producida en el alma que toma conciencia de su peligrosa posición frente a Dios, resulta de la fe, tal como claramente está escrito (5:1). Muchos de nosotros recordamos el momento en que, desde las profundidades de la ansiedad, nuestros ojos fueron abiertos para contemplar por la fe a Jesucristo crucificado, ahora resucitado. Entonces, toda cuestión fue resuelta, todo obstáculo removido, todas las nubes entre nosotros y Dios disipadas; podíamos cantar con sinceridad:

Seguridad me dio Jesús
Cuando Él su mano me tendió;
Estando en sombra a plena luz,
En su bondad, me levantó.

En una palabra, el resultado fue “la paz”.

La liberación, aunque no pueda ser separada de la fe, está ligada a la experiencia. Todos chapoteamos por más o menos tiempo en el cenagal de Romanos 7para alcanzar por fin la roca que se alza ante nosotros al final del capítulo.

Aprendemos lecciones útiles, pero penosas. Ahí está la de la ausencia del bien en la carne (v. 18); y la de la ausencia de poder en los mejores deseos, aun cuando son el fruto de la nueva naturaleza en nosotros, llamada aquí la “ley de mi mente” o “el hombre interior” (v. 22-23). Entonces, cansados del pecado y de nosotros mismos, buscamos una liberación que no viene de nosotros mismos y la hallamos en el Señor Jesucristo.

Esta liberación se halla

  • en el conocimiento del significado de la cruz de Cristo como condena del pecado en la carne, y
  • en el poder del Espíritu de Dios, quien hace que Cristo, para el alma, sea una realidad viva. Bajo su benéfica influencia, el orden empieza a aparecer en el lugar del caos, y la victoria sobre el pecado se hace realidad.

Algunas preguntas respecto de este tema

Pregunta 1: ¿Es posible que alguien tenga sus pecados perdonados y no tener la paz?

¿De qué depende el perdón? De la simple fe en Cristo. “Todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados” (Hechos 10:43).

¿De qué depende la paz? De la fe en la Buena Nueva de Dios que pone ante nuestros ojos a un Salvador “entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25).

La pregunta de arriba se resuelve entonces así: ¿Es posible creer sencillamente en Cristo y confiar plenamente en él como un pobre pecador, sin creer con la misma sencillez en el mensaje del Evangelio, que pone ante nosotros no solamente a Cristo, sino también su obra y sus resultados?

Lamentablemente, la respuesta es: sí. Muchas personas prestan más atención a sus sentimientos que a las declaraciones de Dios. Por eso no tienen la paz aunque confíen plenamente en Cristo. Tal estado de ánimo no es lo que Dios quiere, ni lo que las Escrituras nos enseñan. Es el resultado de una enseñanza defectuosa o de la incredulidad.

 

Pregunta 2: ¿Se reciben siempre la paz y la liberación al mismo tiempo? ¿O pueden obtenerse en momentos distintos?

No hay regla para esto en las Escrituras, aunque estas dos cosas estén tratadas de manera muy distinta en la epístola a los Romanos. El tema de la paz con Dios se trata completamente en Romanos 1 a 5, antes de que se trate el tema de la liberación en los capítulos 6 a 8.

En la vida de los cristianos, la cuestión de los pecados y la manera de estar en regla con Dios a menudo llena todos los pensamientos hasta que se halle la paz. Luego, el Espíritu de Dios plantea la cuestión del pecado, de la carne y de la victoria sobre ellos.

Sin embargo, muchos cristianos pueden dar testimonio de que, para ellos, ambos asuntos fueron simultáneamente motivo de ejercicio y preocupación, y de que la luz apareció para ambas cosas al mismo tiempo. En lo que se refiere al autor de este artículo, personalmente, nunca tuvo la certeza de la paz hasta que la luz irrumpió y empezó a iluminar sobre el asunto de la liberación.

 

Pregunta 3: ¿Es posible que una persona esté continuamente dominada por el pecado, como lo vemos en Romanos 7, y que, no obstante eso, tenga la paz con Dios?

No exactamente. Al leer este capítulo, nos llama la atención lo que el autor no menciona. Desde los versículos 7 al 24, no hace la menor alusión a la obra redentora de Cristo, ni hay una sola palabra respecto del Espíritu de Dios. Estos ejercicios difíciles son los de una persona que, aunque es nacida de nuevo y tiene por ende una nueva naturaleza, está bajo la ley en cuanto a su conciencia, no conoce realmente la redención. Entonces es “carnal”, “vendida al pecado”, y absolutamente nada está bien.

El creyente que tiene la paz con Dios puede tener una experiencia del mismo tipo, pero modificada, ya que conoce la redención y posee el Espíritu. Aunque no esté “vendido al pecado”, puede estar sufriendo constantemente tristeza por fracasos que lo llenan de vergüenza, a pesar de no estar en plena oscuridad, tal como lo describe este capítulo.

 

Pregunta 4: Si alguien que está realmente convertido pasa por semejante experiencia, ¿no muestra esto que hay algo realmente mal en esa persona?

Sí, seguramente hay algo mal, pero en relación consigo misma, no en relación con su fe cristiana. Lo lamentable es que haya tantos que parecen no haber pasado por esta experiencia. Algo anda mal en cuanto a ellos, pero parece que no lo sienten.

El hecho es que pasar por Romanos 7 —como se dice a veces— es una muestra de crecimiento espiritual y no al revés. Es la prueba de que la conciencia es sensible y de que hay un verdadero deseo de andar en un camino de santidad. Las lecciones aprendidas durante esta experiencia son penosas, pero saludables.

De la misma manera que nadie recibe la paz del alma sin haber conocido previamente la angustia, ningún creyente llega a la liberación del pecado y del «yo» —lo que lleva a un cristianismo firme— sin haber pasado por una experiencia tal como la que se describe en Romanos 7.

 

Pregunta 5: ¿Cuál es el secreto para obtener esta liberación?

Sencillamente, es preciso quitar la mirada de uno mismo, y fijarla en Cristo. Nótense las numerosas repeticiones de “yo” y “mí” en los versículos 7 a 24, y luego el cambio brusco en el último versículo. Cansado y sin esperanza, el que habla aparta sus ojos de sí mismo y busca socorro fuera de sí mismo. No es: ¿Cómo voy a librarme?, sino: “¿Quién me librará?”.

 

Pregunta 6: ¿Recibimos la liberación en un momento preciso —como en el caso de la paz—, y la tenemos para siempre?

No. La paz es el resultado de recibir el testimonio de Dios en cuanto a la obra perfecta de Cristo. A menudo llega como un rayo. En cambio, la liberación no solo depende de la obra de Cristo por nosotros, sino también de la obra del Espíritu en nosotros. No es algo que se realice en un instante y para siempre. Es un trabajo gradual, que no solo debe ser mantenido, sino profundizado.

Es cierto que hay un determinado momento en el cual el alma clama: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará?”. Hay un momento en el que empezamos a entender lo que significa “estar en Cristo Jesús” (8:1) y entonces empezamos a gozar de la dulzura de la libertad en la cual están colocados los que son dirigidos por “el Espíritu de vida en Cristo Jesús” (v. 2). Es el momento en que la liberación empieza, pero debe ser mantenida y crecer durante todo el tiempo en que estamos en este mundo.

 

Pregunta 7: Ciertos creyentes pasaron años de luchas inútiles contra el poder del pecado en ellos. ¿Qué les recomendaría que hicieran?

Abandonar la lucha, y ¡mirar al gran Libertador! Entréguese a los cálidos rayos de su amor y de su gloria. ¡Allí está la liberación!