“Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados,
y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados,
en él es justificado todo aquel que cree.”
(Hechos 13:38-39)
Muchas personas tienen una religión con la cual buscan la seguridad del perdón mediante el cumplimiento de ritos; pero ese perdón, en general, solo tiene el nombre. Oímos también que solo tenemos el perdón si nos arrepentimos suficientemente, o si creemos en alguna doctrina especial, o aun si no pecamos; algunos hasta suponen que ese perdón puede ser quitado. Pero el perdón que Dios da no es de esa clase; su perdón se aplica a todos los pecados —pasados, presentes y futuros—, de aquel que creyó en el Señor Jesús. Algunos queridos hijos de Dios no están plenamente convencidos del hecho de que los pecados que cometerán en el futuro ya están perdonados. ¡Nosotros que creemos en Cristo somos un pueblo perdonado! Cada creyente está total y eternamente perdonado de tal manera que no podrá jamás estar en una posición en la que podría ser acusado de un pecado que ponga en duda su salvación. Como consecuencia de la fe, Dios “os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados” (Colosenses 2:13).
Esta certeza del perdón no significa que somos libres para “perseverar en el pecado” (Romanos 6:1). Es imposible que los que son nacidos de nuevo —es decir, aquellos que fueron hechos hijos de Dios—, quieran sumergirse en el pecado para permanecer allí. La gracia de Dios nos impulsa a odiar el pecado; nos instruirá “enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12). Algunos argumentarán que si el perdón es completo, resultará que seremos tentados a pecar libremente. Pero, muy al contrario, esta verdad nos hace libres de la esclavitud del pecado.