El libro de Daniel contiene, además de profecías notables, muchas instrucciones prácticas para nuestra vida cristiana. Daniel, un joven israelita de la familia real, había sido llevado cautivo a Babilonia. A pesar de las influencias paganas de las que estaba rodeado, permaneció fiel a su Dios. Un rasgo característico de su vida es la oración. Recordemos simplemente el episodio del capítulo 2, donde, con sus compañeros, se encuentra en una situación de peligro extremo, y el del capítulo 6, donde lo vemos perseverando en la oración a pesar de la prohibición formal del rey.
El capítulo 9 nos cuenta en detalle una oración particularmente instructiva. Los primeros versículos indican lo que la suscitó. En el libro del profeta Jeremías, Daniel leyó un pasaje que se refería de manera muy específica al tiempo en que él se encontraba. Esto lo impulsa a buscar a su Dios a través de la oración. Los versículos 4-19 nos relatan sus palabras: es una confesión a Dios de la culpa y de las faltas del pueblo.
Daniel, como Esdras y Nehemías en su tiempo, se identifica con el pecado de Israel (v. 4-6). Acepta y reconoce como justa la acción de Dios en su gobierno para con su pueblo. Sabe que Dios debe actuar conforme a lo que merece este pueblo (v. 7-15). Pero también apela a la compasión y la gracia divinas, confiando en que Dios actuará en su misericordia (v. 16-19).
Desde el versículo 20, hallamos la respuesta de Dios a esta oración. Esta comunicación divina contiene, entre otras cosas, una profecía importante acerca de las 70 semanas de años por venir (v. 25-27).
Aunque valga la pena mirar en detalle el contenido de esta oración y la respuesta que Dios le da, no es nuestro propósito aquí. La oración de Daniel es también un maravilloso ejemplo donde descubrimos características instructivas para nuestra vida de oración. Nos detendremos en seis de ellas.
1) Una buena actitud
En el versículo 3 del capítulo 9, Daniel vuelve su rostro a Dios, para “buscarlo en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza”. Tal es la actitud externa de Daniel, en la cual también podemos reconocer su actitud interna:
- Vuelve su rostro a Dios para hablar con Él.
- Le suplica. Su oración tiene un carácter urgente.
- Ora en ayuno, es decir, se concentra en la oración y deja el resto de lado por un momento.
- Se cubre con cilicio, o se sienta en cilicio (véase Isaías 58:5; Jeremías 6:26...). Se acerca a Dios con tristeza y confusión debido a la condición de su pueblo.
- Se sienta en cenizas, reconociendo su propia poquedad.
Esta actitud de corazón es un ejemplo para nosotros. Por supuesto, todas las oraciones no tienen este carácter. Pero, ¿no tenemos muchas razones para acercarnos a nuestro Dios de esta manera?
2) El temor de Dios
Daniel no solo reconoce su poquedad, sino también la grandeza de Dios. Se dirige a Él como “Señor, Dios grande, digno de ser temido” (v. 4). Ora con profundo respeto, consciente de la justicia y de la santidad de Dios.
Hoy, conocemos a Dios como nuestro Padre, lo que no era el caso de Daniel. Podemos tener plena confianza en Dios ya que somos sus hijos. Pero esta relación que tenemos con Él no quita el hecho de que es un Dios santo y justo.
La epístola a los Hebreos nos recuerda el versículo de Deuteronomio 4:24, “Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:29). No debemos tener miedo o aterrorizarnos ante Dios, pero el temor siempre es apropiado. No lo olvidemos cuando nos acerquemos a Él.
3) La confianza en Dios
Daniel no podía conocer a Dios como a un Padre que ama a sus hijos, pero sabía algo de su gracia. Así, no se dirige a Él solamente como al Dios grande y digno de ser temido, sino como al que guarda el pacto y la misericordia con los que le aman y guardan sus mandamientos (v. 4). Confía en su misericordia y en su gracia.
En la primera epístola de Pedro capítulo 1, se nos dice: “Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (v. 17). Encontramos aquí las dos cosas: la confianza y el temor.
Cuando nos dirigimos a Dios en oración, podemos decirle todo lo que tenemos en el corazón. “Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; Derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio” (Salmo 62:8). En todas las cosas, presentémosle nuestras necesidades en oración y ruego, con acción de gracias (Filipenses 4:6). Al abrirle nuestro corazón, mostramos nuestra confianza en Él.
4) La gloria y el honor de Dios
La oración de Daniel nos muestra que da el primer lugar a la gloria de Dios. Por supuesto, ora por su pueblo. Pero no piensa en primer lugar en su bienestar, sino en el nombre de su Dios. Lo menciona cuatro veces en su oración (v. 6, 15, 18 y 19). Reconoce todo el mal que el pueblo de Dios ha hecho y se humilla profundamente.
¡Cuán a menudo nuestras oraciones son egoístas! Solo pensamos en nosotros y en nuestros intereses, y olvidamos la gloria de Dios. En particular, cuando tenemos que reconocer las fallas, muchas veces permanecemos en lo que nos concierne y olvidamos lo que hemos hecho contra Dios. La gloria de Dios también debería reflejarse en nuestras oraciones.
5) Oraciones precisas
Daniel es claro y preciso en su oración. Formula peticiones concretas e inequívocas. No se contenta con términos vagos y generales. Lo hallamos especialmente en los versículos 16 y 17, donde presenta una lista de peticiones específicas a su Dios.
Incluso cuando estamos personalmente ante nuestro Dios, como Daniel aquí, deberíamos orar de manera precisa. Por supuesto, Dios conoce nuestros pensamientos, y tenemos el Espíritu Santo para ayudarnos a orar. Pero no quita nada el hecho de que debemos decir claramente lo que tenemos en nuestro corazón.
En nuestras oraciones en público —por ejemplo, en la familia o en la reunión de oración—también es indispensable. A veces escuchamos oraciones al final de las cuales no sabemos realmente cuál fue el objeto. Aprendamos de Daniel y de muchos otros hombres de Dios que trajeron sus necesidades a Dios con palabras simples y claras.
6) La insistencia
Finalmente, observamos que Daniel es muy insistente en su oración. Parece no dar pausa a su oración, sino que dirige sus peticiones a Dios con palabras urgentes. Los versículos 16 a 19 lo muestran particularmente. Menciona razones claras y convincentes para motivar sus peticiones.
Somos exhortados a perseverar en la oración y velar en ella con acción de gracias (Colosenses 4:2). Romanos 12:12 nos da la exhortación breve e incisiva: “constantes en la oración”. El ejemplo supremo es el que nos ha dado nuestro mismo Señor. Pasó toda una noche orando a Dios (Lucas 6:12). Al comienzo de los Hechos, vemos a los discípulos perseverando unánimes en oración (Hechos 1:14).
Todo esto nos enseña. Presentemos nuestras peticiones a Dios con perseverancia, sin desanimarnos. ¡Cuán fácilmente nos cansamos cuando Dios no nos responde de inmediato! David oró fervientemente y hizo experiencias maravillosas: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor” (Salmo 40:1).
Al final del capítulo, vemos que la oración de Daniel ha sido respondida. En el versículo 21, leemos: “aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel... vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde”. Y le dijo: “Al principio de tus ruegos, fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado” (v. 23). Dios nunca deja la oración de sus hijos sin respuesta. No nos responde necesariamente conforme a lo que imaginábamos. No sería siempre bueno para nosotros. Pero una cosa es cierta: Dios escucha el clamor de sus hijos y responderá en tiempo apropiado y de acuerdo con su sabiduría.