Desde el principio

Génesis 1:1 – Juan 1:1-3 – 1 Juan 1:1-3

Tres grandes principios

La Palabra de Dios menciona numerosos principios. Tres de ellos son particularmente importantes y han de ser bien distinguidos.

  1. El libro de Génesis se abre con la declaración: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (1:1). Y luego nos da un cuadro de la creación del universo. Es el principio de la existencia de las cosas materiales que nos rodean.
  2. Al principio del evangelio de Juan hallamos: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (1:1-3). Este pasaje dirige nuestras miradas hacia lo que “era” antes de la creación del universo. El que creó todo está llamado aquí “el Verbo”, la persona divina que al mismo tiempo “era Dios” y “era con Dios”, y que, en el tiempo apropiado “fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (v. 14). Es el Hijo de Dios, por quien Dios hizo el universo y por quien más tarde habló (véase Hebreos 1:1-2). Así, el principio de Juan 1:1 no es el principio de alguna cosa. Es lo que había en la eternidad, antes de cualquiera creación.
  3. Al principio de su primera epístola, Juan nos habla de otro principio: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida… lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos” (1 Juan 1:1-3). Como en el principio del evangelio, el escritor lleva nuestros pensamientos hacia la persona de Jesucristo, llamado aquí “el Verbo de vida”, que “estaba con el Padre” y que vino aquí abajo para dárnoslo a conocer. Pero el principio del cual habla es muy distinto de los dos precedentes. Es el momento en el cual Aquel que es la Palabra de Dios “fue manifestado”, o sea el momento en el cual Jesucristo se presentó a Israel, llegando a éste como el Mesías que Dios le había prometido. Juan y los otros apóstoles son sus testigos, porque lo oyeron, vieron, contemplaron y palparon.

La mirada hacia el principio de la creación

Las Escrituras nos muestran que a menudo el hombre ha alterado y deformado lo que Dios había instituido al principio. Cuando esto sucede, es esencial que volvamos a lo que era al principio.

Tenemos un ejemplo de esto en el matrimonio, la unión de un hombre y de una mujer, un lazo que no admite ni disolución, ni pluralidad. La manera como Dios forma a Eva a partir de una costilla de Adán conduce a la conclusión: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Sin embargo, muy pronto, un descendiente de Adán tomó dos mujeres (4:19), y muchos otros siguieron este ejemplo. La ley de Moisés consideraba la posibilidad del divorcio
—al menos bajo ciertas condiciones (Deuteronomio 24:1)— pero el pensamiento de Dios nunca ha cambiado. Dice por la boca del profeta Malaquías: “Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio” (2:16).

En la época en la cual el Señor estaba en la tierra, es probable que esto fuera un tema de controversia entre los judíos. Un día, los fariseos vinieron a él para tentarle y le preguntaron: “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?” (Mateo 19:3). El Señor los remite a lo que era “al principio”, o sea a la creación. Y cuando impugnan su respuesta, Jesús agrega: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así” (v. 8; véase Marcos 10:6).

La mirada hacia lo que era desde el principio

En sus epístolas, el apóstol Juan lleva constantemente a quienes se dirige a “lo que era desde el principio”, lo que aquí significa al principio del cristianismo. La necesidad de tal exhortación resulta del hecho que muy temprano en la historia de la Iglesia aparecieron engañadores —o falsos profetas, anticristos— (1 Juan 2:18; 4:1; 2 Juan 7). Instrumentos de Satanás para destruir la fe cristiana, pretendían traer nuevas revelaciones que supuestamente completaban lo que ya era conocido.

Lo que hoy en día pasa en la cristiandad no es muy distinto. El mundo considera que la teología es una ciencia que ha de desarrollarse, aportar nuevos elementos, progresar. Sin embargo, la verdad cristiana no tiene nada en común con la teología.

La verdad divina completa fue revelada por la venida de Jesucristo. Su obra y las consecuencias que de ella resultan son, “desde el principio”, el fundamento de la fe de los redimidos. Desde el momento que las Escrituras fueron completadas por el ministerio de los apóstoles inspirados (véase Colosenses 1:25), toda nueva revelación se ha de excluir como viniendo del diablo, y toda supuesta mejoría concebida por el espíritu humano se ha de rechazar enérgicamente.

El apóstol Juan habla de Aquel “que es desde el principio”. El conocimiento de Su persona es una riqueza tan grande y tan infinita que esta riqueza caracteriza a los “padres”, los que son los más adelantados en la fe cristiana (1 Juan 2:13-14). Hay un “mandamiento” que los creyentes han tenido “desde el principio”, un “mensaje” que han oído “desde el principio” (2:7; 3:11).

En esta primera carta, Juan subraya el hacer justicia (2:29; 3:7, 10) y el amor para con los hermanos. Este último punto es lo que constituye la esencia del “mensaje” que hemos oído desde el principio: “Que nos amemos unos a otros” (3:11). Igualmente en la 2a epístola de Juan, el “mandamiento” que hemos tenido desde el principio es “que nos amemos unos a otros” (v. 5). Esto orienta nuestros pensamientos hacia lo que el Señor dijo a sus discípulos en sus últimas pláticas antes de su muerte: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35).

Retengamos pues la apremiante exhortación que Juan nos da: “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre” (1 Juan 2:24).

Las etapas de la revelación cristiana

Las exhortaciones de las Escrituras a volver a lo que era desde el principio y a quedarnos apegados a esto con fuerza no significa que toda la verdad cristiana haya sido revelada en el momento cuando el Señor Jesús empezó su ministerio en Israel. Por ejemplo, el Sermón del monte, en Mateo 5 a 7, no incluye la totalidad de lo que Cristo nos dio al venir al mundo. No es la predicación del Evangelio de la gracia tal como fue anunciado después de la elevación de Cristo al cielo y la llegada del Espíritu Santo a la tierra.

Es importante para nosotros distinguir algunas etapas de la revelación cristiana, el conjunto de la cual constituye “lo que era desde el principio”.

El Antiguo Testamento había anunciado la venida del Mesías, hijo de David, que debía establecer su reino glorioso y liberar a Israel. Esta es la perspectiva en la cual Jesús se presentó a este pueblo. El tema de su predicación, como el de la que confió a sus discípulos al principio, es: “El reino… se ha acercado” (Mateo 4:17; 10:7; Marcos 1:15; Lucas 10:9, 11). La misión de los que él enviaba estaba estrictamente confinada a Israel (Mateo 10:5-6).

El Señor sabía que iba a ser rechazado, pero no se presentó como rechazado. Se presentó para ser recibido, lo que dio un carácter particular a su mensaje en ese momento.

Luego, cuanto más pasaba el tiempo, más se hizo manifiesto que su pueblo no quería saber nada de él. Y el Señor “comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido (Mateo 11:20). Un poco más tarde, “comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (16:21). Llegó el tiempo en el cual el Señor tuvo que decir a sus discípulos, hablando de los jefes religiosos de los judíos: “Dejadlos; son ciegos guías de ciegos” (15:14).

Poco tiempo antes de su muerte, el Señor declaró a sus discípulos que no les había dicho todo lo que tenía que decirles. Al anunciarles los sufrimientos que iban a encontrar en el mundo a causa de él, les dice: “Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros” (Juan 16:4). Aquí, el principio es el de su ministerio. Y les anuncia: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad… Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (v. 12-14). Y de veras fue lo que pasó: el mensaje de Cristo fue completado por el canal de los apóstoles inspirados.

Los que habían sido testigos de las palabras y de los hechos de Jesús desde el principio de su ministerio tuvieron una misión particular. El Señor les dijo: “Vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 15:27). Y al principio de su evangelio, Lucas se refiere a “los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra” (Lucas 1:2).

Falta de progresión y vueltas para atrás

El apóstol Juan nos apremia a que nos apeguemos a “lo que era desde el principio”. Entonces ¿cómo es que la epístola a los Hebreos nos exhorta a dejar “ya los rudimentos de la doctrina de Cristo” (Hebreos 6:1)?

Es un pasaje difícil, y lo hemos de considerar en su contexto. Al fin del capítulo precedente, el autor tiene que hacerles este reproche: “Os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido” (5:11-12). En cuanto a su desarrollo espiritual, estos creyentes eran aún niños y les exhorta a ir “adelante a la perfección” (6:1).

Por otra parte, a estos judíos convertidos les costaba desprenderse de las prescripciones de la ley a las cuales estaban sometidos antes de haber conocido al Señor Jesús. El propósito de toda la epístola es desprenderles de las cosas antiguas que no eran más que “la sombra de los bienes venideros”, bienes que efectivamente vinieron por Jesucristo (10:1).

Necesitaban ser impulsados de dos maneras: por un lado para crecer en el conocimiento de la verdad, y por otro lado para abandonar lo que solo tenía valor en la dispensación precedente. Se les dice entonces: “Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos (abluciones; 9:10), de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno” (6:1-2).

Estos diferentes elementos, dados aquí como ejemplos, se refieren a las prescripciones judaicas que tenían su valor antes de la venida de Cristo (abluciones, imposición de manos sobre los sacrificios), o a los principios válidos en todos los tiempos (arrepentimiento, fe en Dios). Así, la expresión “los rudimentos de la doctrina de Cristo” designa lo que precedió la plena revelación de la verdad por Jesucristo. Esto orienta nuestros pensamientos, sea en el judaísmo, sea en lo que el Señor enseñó en las primeras horas de su ministerio. De todos modos, los creyentes han de ir más lejos y asir por la fe el Evangelio completo, tal como está expuesto en el Nuevo Testamento entero.

Así, si hemos de volver a lo que era desde el principio, debe ser a ese Evangelio completo, basado en la revelación de Jesucristo venido en carne, en su obra perfecta, y en todas las consecuencias de esta obra, conforme al conjunto de la revelación hecha por el Espíritu Santo en el Nuevo Testamento.