“Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas;
a otros, pastores y maestros.”
(Efesios 4:11)
Las dos partes de la epístola a los Efesios
La primera parte de la carta nos presenta las bendiciones que Dios había destinado a sus hijos desde “antes de la fundación del mundo”, y que ahora son nuestra parte “en Cristo”. Está lo que Dios nos dio y lo que él hizo por nosotros. Nos “dio vida juntamente con Cristo... y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:5-6).
Así como los Israelitas no podían gozar de las bendiciones de la tierra prometida sin haber primero entrado en el país de Canaán, así también para nosotros es necesario que seamos trasladados a los lugares celestiales para gozar allí de las riquezas divinas. Para esto no necesitamos, como los israelitas, haber terminado la travesía del desierto; como creyentes estamos simultáneamente sentados en los lugares celestiales y en marcha a través de este mundo árido, dirigiéndonos hacia nuestra patria celestial. Lo que obligatoriamente para Israel eran dos etapas sucesivas, para nosotros representa dos aspectos actuales de nuestra vida cristiana.
En todo lo que Dios nos dio, queda claro que no colaboramos en nada ni podemos agregar algún crecimiento. Todo lo que sale de las manos de Dios es perfecto. Sin embargo, cuando se trata de lo que hacemos con esos tesoros, de nuestra apreciación por los mismos y del efecto que produce en nosotros, el crecimiento toma el primer plano. Por ello, después de la descripción de “las inescrutables riquezas de Cristo” en la primera parte (Efesios 3:8), el pensamiento central de la segunda sección es el crecimiento. Encontramos en ella muchas enseñanzas y exhortaciones para nuestra vida cristiana práctica, para que “andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” (Efesios 4:1).
Pastores y maestros
En relación con este crecimiento, en el capítulo 4, el Espíritu de Dios habla de los dones que el Señor dio a su Iglesia “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (v. 11-16). Entre ellos están los pastores y maestros.
Los servicios del pastor y del maestro están estrechamente ligados. Podemos verlos juntos en una sola persona como en el apóstol Pablo, por ejemplo. Sin embargo, uno de esos dones puede estar más acentuado que el otro en un siervo de Dios. “Yo planté, Apolos regó” (1 Corintios 3:6) “y eso según lo que a cada uno concedió el Señor” (v. 5).
El pastor se esfuerza en recordar a los auditores lo que el maestro sembró en el corazón, para que la semilla lleve fruto en la vida práctica. “Porque con el corazón se cree” (Romanos 10:10). La Palabra es sembrada en el corazón (Lucas 8:12). El maestro no se dirige solamente a la inteligencia (aunque la Palabra debe comprenderse) pero su meta es establecer la Palabra en el corazón. Tal vez no pensamos lo suficiente en esto: ¡el corazón debe ser alcanzado por la doctrina! Luego se trata de los pies para andar y de las manos para actuar. Y es aquí donde interviene el servicio del pastor.
Consideremos algunas diferencias entre estos dos servicios. Una de ellas es que el maestro que da la misma enseñanza a todos sus auditores, debe exponer la verdad como viene de Dios, tal como nos es dada por su Palabra. Sin duda tendrá un ejercicio particular delante del Señor para elegir los temas y expresiones según las necesidades de sus auditores, si tiene el conocimiento de ellas. Pero se dirige a todos, y lo que dice tiene una autoridad absoluta al venir de la Palabra de Dios. Al contrario, el pastor interviene en situaciones en las cuales es llamado a hablar de manera muy diferente según a quien se dirige.
Tomemos un ejemplo: Alguien volvió a caer en el pecado en el cual había caído anteriormente. Si esta persona se caracteriza por cierta superficialidad, es necesario hablar severamente a su conciencia; recordarle, tal vez, el pasaje: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). Pero si esta persona pide ayuda estando al borde de la desesperación, el pasaje citado arriba podría agobiarla y “consumirla de demasiada tristeza” (2 Corintios 2:7).
Otro ejemplo: Un creyente todavía poco instruido en las Escrituras, persiste en opiniones y costumbres que no son muy justas. Mientras no haya en ellas nada que sea expresamente condenado por la Palabra de Dios, es bueno saber si esta persona es capaz de tener el discernimiento necesario. Si no lo tiene, el querer imponerle un comportamiento que nos parece mejor —hasta demostrarlo con la Biblia— podría serle un motivo de gran daño y correr el peligro de que esa persona abandone el camino de la verdad.
Las necesidades individuales de las almas hacen que el ministerio pastoral sea generalmente un servicio que implica un diálogo personal.
Otra diferencia entre el servicio del pastor y el del maestro consiste en que el pastor puede gozarse cuando el resultado de su trabajo fue alcanzado en parte. Esta situación es menos frecuente para el maestro porque enseña la verdad, la cual forma un todo. No quiere decir que el pastor se satisface de un trabajo incompleto, pero se puede alegrar. El servicio pastoral es un trabajo de pequeños pasos, ¡a veces muy pequeños!
Como nos lo enseña la imagen del pastor y de la oveja, el pastor va allí donde, espiritualmente, la oveja se encuentra; y se esfuerza en llevarla paso a paso a la meta deseada. Su servicio no es enseñar específicamente sino socorrer, fortalecer y hacer volver.
El modelo del pastor
Todo el Antiguo Testamento nos muestra los cuidados pastorales ejercidos por Dios mismo hacia su pueblo Israel. Encontramos un cuadro admirable de estos cuidados en Ezequiel 34:11-16: Dios busca sus ovejas y se ocupa de ellas, las protege. La iniciativa viene de él y no de las ovejas. Se preocupa por ellas, provee para su bienestar. En buenos pastos las apacienta. Esto forma parte, hoy también, del servicio pastoral: traer la Palabra de Dios a una persona en particular, según las necesidades que le son propias, hablarle al corazón. El servicio pastoral es verdaderamente más que guardar o vigilar. La oveja perdida debe ser buscada, la perniquebrada debe ser vendada y la débil debe ser fortalecida. ¡Qué magnífico campo de actividad! Pero es necesaria mucha abnegación personal, amor y paciencia, como también un corazón lleno de devoción al Señor.
El objetivo común de pastores y maestros, como el de los demás dones, es “que todos lleguemos... a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). Para esto es necesario que ningún don sea ejercido a expensas de otro. Un equilibrio según Dios es el origen de una gran bendición, y es una condición para que crezcamos sin impedimentos en Él.
“Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros... siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:1-3).