Un creyente ¿puede perder su salvación?

Satanás jamás deja descansar al creyente. Sin cesar está en actividad (Job 1:7; 2:2), acusando a los hermanos día y noche ante Dios (Apocalipsis 12:10), procurando hacerlos tropezar o bien intentando turbarlos. Desde el principio, sus medios para efectuar esta obra de destrucción son los mismos: todavía hoy, con el fin de hacer vacilar la fe, siembra la duda en los corazones y siempre es el “¿Conque Dios os ha dicho...?” de Génesis 3:1.

El hecho de que algunas almas sean turbadas sobre un tema tan claro y tan frecuentemente expuesto como el de la justificación por la fe es la prueba cabal de que el enemigo sigue repitiendo sus ataques. Como lo hizo en el momento de tentar al Señor Jesús en el desierto (Mateo 4:6; Lucas 4:10), se sirve de la Palabra, recordando, por ejemplo, Santiago 2:24: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”. Y Satanás añade: «Tú ves cómo tu conducta deja mucho que desear. ¿Dónde están las obras que has hecho? Tú tienes fe, pero eso no es suficiente, puesto que la Palabra dice que no se es justificado por la fe solamente».

Se presentan también otros pasajes cuyo sentido es falseado y que, por ello, mantienen la duda en esa alma angustiada. Así Romanos 11:22: “Tú también serás cortado”, o Filipenses 2:12: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”. También es utilizado Hebreos 6:4-6 para hacer creer que el redimido por Cristo puede muy bien perder su salvación y para quitar toda esperanza de restauración a aquellos que han caído en falta. En efecto, ese pasaje dice: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”. La persona turbada es así mantenida en una continua inquietud a propósito de su salvación, teniendo siempre temor de que no efectúa bastantes obras para obtenerla o para no perderla.

Haremos dos observaciones: Es peligroso aislar un texto de su contexto y, por otra parte, la Revelación constituye un todo. Acerca de la Palabra dice ella misma: “Los juicios de Jehová son verdad, y a una justos” (Salmo 19:9, V.M.). Esta expresión “y a una” (o todos juntos) nos muestra bien que el sentido de un pasaje debe ser buscado de acuerdo con las verdades conocidas del Libro Santo. Estos dos principios deben guiarnos siempre al examinar una porción de las Escrituras.

Justificados ante Dios por la fe

A propósito de la justificación, he aquí lo que el apóstol Pablo escribe a los romanos: “Al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5), mientras que la enseñanza del apóstol Santiago es ésta: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2:24). Aislados de su contexto, estos dos pasajes parecen contradictorios y esta aparente contradicción es motivo de confusión para muchos.

Hace falta comprender que en esas dos porciones de la Palabra se tratan dos temas muy diferentes. En la epístola a los Romanos se trata de la justificación ante Dios y en la epístola de Santiago de la justificación ante los hombres. Dios lee en mi corazón; Él puede discernir la realidad de mi fe sin que para eso sean necesarias las obras. En cambio, los que me rodean sólo me pueden juzgar a través de mi vida práctica: “Yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18).

Un mismo ejemplo —el de Abraham— se escogió en los dos pasajes citados, lo que es notable. Romanos 4 alude a la escena de Génesis 15: “Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas... Así será tu descendencia”. Eso es lo que Dios dijo. Es suficiente creer para ser justificado: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (v. 5 y 6). Es el versículo recordado en Romanos 4:3 y 22, citado igualmente en Santiago 2:23, pero precedido entonces por estas palabras: “Y se cumplió la Escritura que dice...”. ¿Cuándo fue cumplida esta escritura? Cuando Abraham ofreció a su hijo Isaac sobre el altar (v. 21). La escena de Génesis 15, durante la cual fue pronunciada la expresión cumplida en Génesis 22, es bastante anterior. Isaac no había nacido entonces. La fe, pues, precede a las obras, las que son solamente la consecuencia y el testimonio de aquélla ante el mundo. En Génesis 22 había testigos (“dos siervos suyos”) aunque no hayan ido hasta el lugar del sacrificio.

¿Cuál es el resultado en cada una de esas circunstancias? Génesis 15: Abraham creyó a Dios. Eso le es “contado por justicia”, es justificado ante Dios por su fe. No es cuestión de obras: “Al que no obra, sino cree...” (Romanos 4:5). Génesis 22: sus obras manifiestan su fe. Aquí no se dice que eso le fue contado por justicia; son dos mensajes diferentes los que le son dirigidos: “El ángel de Jehová le dio voces desde el cielo...” (v. 11). “Y llamó el ángel de Jehová a Abraham segunda vez desde el cielo...” (v. 15). ¿Cuáles son esos dos mensajes? El primero: “Ya conozco que temes a Dios...” (v. 12). El segundo: “Por cuanto has hecho esto... de cierto te bendeciré...” (v. 16-18).

Resulta muy claro, pues, que somos justificados ante Dios por la fe. Las obras que somos exhortados a cumplir nada añaden a una salvación perfecta, la cual está fundada sobre el principio de la fe solamente. Ellas manifiestan esta fe a los ojos de los que nos rodean y muestran que vivimos con el temor de Dios (Génesis 22:12); ellas no nos procuran la salvación, sino la bendición en el camino (v. 16-18). Ved todavía, aparte de esos pasajes, Efesios 2:8-10; Tito 3:5-8; Gálatas 2:16.

Añadamos lo que nos dice en otra parte la epístola a los Romanos a propósito de la justificación. Es Dios quien justifica (8:30, 33), Dios y no el hombre. ¿Por qué lo hace? Porque es un Dios de gracia: “siendo justificados gratuitamente por su gracia” (3:24). Pero ¿cómo puede justificar a culpables, un Dios justo y santo? En virtud de la obra ejecutada en la cruz: la sangre de Cristo fue vertida y somos “justificados en su sangre” (5:9). Basta creer eso —“Justificados, pues, por la fe” (5:1)— para tener paz con Dios.

Juntos con Cristo para siempre

El verdadero alcance de Romanos 11 se pierde de vista cuando lo aplicamos a la salvación del alma. Otros pasajes de la Palabra (por ejemplo, la epístola a los Efesios) nos enseñan que los redimidos por Cristo son vivificados y resucitados juntamente con Él, que están sentados en los lugares celestiales con Él, que la Iglesia es un solo cuerpo con Él. ¿Cómo, pues, podría ser rechazado lo que es uno con Cristo en el cielo? En Romanos 11 se trata de la tierra y no del cielo. La imagen escogida por el apóstol —un árbol— lo muestra bien. Este olivo no representa a la Iglesia, sino a la nación judía, y el otro olivo, el salvaje, a las naciones. Escribe el apóstol: “Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles” (v. 13). El Evangelio fue anunciado a las naciones, pero si ellas no perseveran en la bondad de Dios, serán cortadas (v. 22), de la misma manera que lo han sido las ramas del buen olivo, es decir, Israel. ¿Podría haber en el cuerpo de Cristo miembros a los que se les arrancara de él para hacer lugar a otros? ¿Hay en ese cuerpo alguna diferencia entre judíos y gentiles? ¿El apóstol Pedro no dice a los judíos, hablando de los creyentes de entre las naciones: “Ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos” (Hechos 15:9), y el apóstol Pablo no escribe a los efesios: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno... para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo” (2:14-16)?

No hay, pues, ninguna duda de que en el capítulo 11 de la epístola a los Romanos no se trata del cuerpo de Cristo, sino de los judíos y de las naciones, responsables del testimonio de Dios en la tierra. Servirse de esta porción de las Escrituras para afirmar que el creyente que no anda fielmente puede perder su salvación estaría en contradicción con todo el resto de la enseñanza de la Palabra a ese respecto.

La salvación del alma está definitivamente lograda

La explicación de Filipenses 2:12 también ha sido dada frecuentemente. El apóstol no tiene en vista la justificación cuando escribe: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”. En la epístola que envía a los filipenses presenta la salvación como la meta a alcanzar: la liberación al final de la carrera. Como poseemos la salvación sobre el principio de la fe —¿no fue precisamente en Filipos donde él respondió a la pregunta del carcelero: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”? (Hechos 16:30-32)— somos exhortados a obrar en vista de esta liberación final. Es un trabajo incesante, un combate contra aquel que querría hacernos caer en el camino. Sin duda, si tuviésemos que librar ese combate con nuestras propias fuerzas y nuestros recursos únicamente, ¿quién de nosotros podría pretender alcanzar la meta? Pero “Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Así, podemos esperar con entera confianza “la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23-24). La salvación de nuestras almas está lograda; es la salvación de nuestros cuerpos la que esperamos.

Una fe viva y no una simple profesión

El primer versículo de la epístola a los Hebreos muestra claramente que ella fue enviada a creyentes judíos. Dios había hablado a los padres por los profetas; cuando “ha hablado por (o en) el Hijo”, su pueblo lo rechazó y crucificó. Sin embargo, lo hicieron por ignorancia (Hechos 3:17). Entonces les es anunciado el Evangelio y les es predicado el arrepentimiento. Pero si, después de escuchar, después de entrar en la profesión cristiana, rechazan a Cristo y vuelven al judaísmo, Dios no tiene otro medio de salvación que ofrecerles. Eso es lo que el apóstol Pedro dirá después de pronunciar las palabras que acabamos de citar (Hechos 4:12). El considerado pasaje de Hebreos 6:4-5 se aplica, pues, a judíos que han tenido por algún tiempo la profesión cristiana, pero no la vida de Dios. La “buena palabra de Dios” que escucharon, que gustaron, les iluminó; es el mismo caso que el de muchos profesantes (los que pretender ser creyentes y no los son) en la actualidad. Han llegado a ser “partícipes del Espíritu Santo”. Observemos bien que aquí no es empleada la expresión de Efesios 1:13: “Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo”. No se trata del sello del Espíritu Santo, el cual Dios pone sobre sus hijos como una marca de propiedad; es cuestión de personas que se encuentran en la cristiandad, casa de Dios en la tierra, “morada de Dios en el Espíritu” (2:22), pero que jamás han formado parte del único “cuerpo” (1:23; 4:4).

Nada en estos versículos, pues, permite decir que un hijo de Dios pueda perder su salvación y que es imposible que sea conducido nuevamente al arrepentimiento si ha caído. Un creyente que cae no pierde su salvación, sino que pierde el gozo de su comunión con el Señor. Son dos cosas muy diferentes (Levítico 21:21-23).

Conclusión

Sin duda, estamos en tiempos de relajamiento. En muchos sentidos, es útil considerar con atención nuestra responsabilidad. “Es ya hora de levantarnos del sueño” (Romanos 13:11-14), y esta exhortación se dirige también a nosotros: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras” (Apocalipsis 2:5). Tenemos necesidad de considerar seriamente nuestra marcha individual y colectiva, respondiendo a la invitación que nos ha sido hecha. “Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Jehová” (Lamentaciones de Jeremías 3:40). Quizás podríamos dudar de que realmente fuese salvo —sólo Dios lee en nuestros corazones— aquel que dijere: «¡Soy salvo, qué me importa andar fielmente o no!». Aquel que cree se convierte en uno que ama, porque el amor de Dios es derramado en su corazón, y este amor es manifestado guardando Su Palabra (Juan 14:21-23). De esa manera tenemos que mostrar nuestra fe por obras.

Pero si nuestra salvación dependiese de nuestra marcha, ¿quién osaría pretender ser salvo? Querer despertar la conciencia de los santos adormecidos señalándoles que su salvación puede ser cuestionada porque su marcha no es lo que debería ser, tendría como único resultado turbarles en lugar de despertarles. Nuestra vida está unida a la de nuestro muy amado Salvador: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14:19). De sus ovejas, a las cuales ha dado la vida eterna, Él puede decir: “No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (10:28-29). Esta salvación, que descansa sobre la obra perfecta de Cristo cumplida en la cruz y que hemos recibido por la fe, no puede sernos quitada. Esta certeza es nuestra felicidad y nuestra paz.

Que ningún hijo de Dios dude de su salvación. Ésta descansa sobre lo que Cristo hizo y no sobre lo que nosotros hacemos. Pero que cada uno de ellos manifieste su fe por medio de sus obras, para escuchar esta promesa: “Ya conozco que temes a Dios... de cierto te bendeciré” (Génesis 22:12, 17). Podrá gozar entonces de una comunión feliz con el Padre y con el Hijo: “Vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23). También sentirá toda la felicidad que resulta de la obediencia: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor... Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (15:10-11).