No desmayar

Lucas 18:1 – 2 Corintios 4:1 y 16-17 – Efesios 3:13 – Gálatas 6:9

En el Nuevo Testamento, varios pasajes nos exhortan a no desmayar. Uno puede desmayarse, es decir, desanimarse, relajarse, dejar de hacer las cosas con entusiasmo, en diversas actividades que un día se han cumplido con celo.

Dios nos llama a seguir nuestro camino con la energía de la fe. Sin embargo, puede suceder que ­seamos como Elías debajo del enebro (1 Reyes 19:4). El futuro parece sombrío. No tenemos valor. Las fuerzas están disminuyendo. Desmayamos y abandonamos.

Tal estado puede ser transitorio, causado por circunstancias externas. Pero también puede establecerse y volverse durable. Más de un cristiano comenzó bien, luego la energía espiritual disminuyó y comenzó un estado de cansancio. Si este es nuestro caso, ¡que Dios nos despierte y reviva nuestro valor!

Deseamos considerar los pasajes del Nuevo Testamento que nos instan a no desmayar o cansarnos, en los que la misma palabra griega característica aparece en el texto original.

1)   No desmayar en la oración

También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar (Lucas 18:1).

El Señor Jesús ha enfatizado repetidamente la importancia de la oración. Aquí lo hace mediante una parábola, para animar a sus discípulos a orar siempre, sin desmayar. “Siempre” no significa que no debemos hacer otra cosa que orar. Evidentemente, no sería posible. Esto significa que tenemos que vivir continuamente en una actitud de dependencia de Dios y que debemos acudir a nuestro Dios con cualquier problema que podamos encontrar. La parábola que aquí presenta el Señor, la de la mujer que continuamente molestaba a un juez injusto, muestra claramente su intención: exhorta a perseverar en la oración y no desmayar si la respuesta divina no llega de inmediato.

Encontramos enseñanzas similares en otros pasajes del Nuevo Testamento. Como hombre perfectamente dependiente, el Señor Jesús pasó la noche orando a Dios (Lucas 6:12). Los discípulos “perseveraban unánimes en oración” (Hechos 1:14; véase 6:4). Se insta a los creyentes en Roma a ser constantes en la oración (Romanos 12:12), y Pablo escribe a los de Colosas: “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Colosenses 4:2).

A través de la oración tenemos la oportunidad de hablar con nuestro Dios en el cielo. Lo hacemos personalmente, en familia y como iglesia. Existe un gran peligro de relajarse, de desmayar, en uno u otro de estos entornos, o incluso en todos. Quizás hemos abandonado gradualmente el buen hábito de comenzar y terminar nuestros días con la oración. O asistir a las reuniones de oración de la iglesia local se ha convertido en un deber doloroso para nosotros, y es posible que ni siquiera vayamos. También es posible que, cuando se trata de un tema específico por el que hemos orado mucho, nos fatiguemos porque nada cambia.

De cualquier manera, recibamos el estímulo del Señor para no desmayar en la oración y comenzar de nuevo. “La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16).

2)   No desmayar en el servicio

Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos” (2 Corintios 4:1).

El apóstol Pablo había recibido del Señor un ministerio muy específico y único. Era un ministro del Evangelio y un ministro de la Iglesia (véase Colosenses 1:23, 25). En 2 Corintios 3, se presenta a sí mismo como ministro competente de un nuevo pacto (v. 6). Él llama a este ministerio, el del Espíritu y el de justificación (v. 8-9). El primer versículo del capítulo 4, citado anteriormente, se refiere a esto y muestra un aspecto particular de su ministerio. Habiéndolo recibido por la misericordia de Dios, Pablo no quería relajarse ni desmayar, y de hecho no lo hizo.

Ninguno de nosotros querrá compararse con Pablo. Y sin embargo, sin duda deseamos servir a Dios por el Espíritu y estar a su disposición donde quiera utilizarnos. Cada uno de nosotros ha recibido un don (1 Pedro 4:10; Efesios 4:7). Y al don está ligada la responsabilidad de cumplir fielmente el servicio encomendado y no desmayar.

Sucede, ¡ay! que un creyente abandone completamente su servicio al Señor. Tenemos un ejemplo en la persona de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos. Había ido con Pablo y Bernabé para ayudarlos en su misión (Hechos 13:5). Pero muy pronto se apartó de ellos y volvió a Jerusalén. Sin conocer las razones precisas de su abandono, podemos decir que este siervo desmayó.

También es posible que un servicio dependa de nosotros y que ya no queramos prestarlo. Puede que estemos buscando algo más sencillo o que nos dé más tiempo libre. Recordemos la exhortación dada a Arquipo: “Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor” (Colosenses 4:17). También se animó a Timoteo a perseverar en el servicio recibido: “Cumple tu ministerio” (2 Timoteo 4:5).

3)   No desmayar en circunstancias difíciles

Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria (2 Corintios 4:16-17).

Pablo estaba en circunstancias muy difíciles, como escribe en los versículos anteriores: tribulación, situaciones sin salida, persecución. En el versículo 10 dice: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús”.

El cuerpo humano se caracteriza por la debilidad. Se le llama “el cuerpo de la humillación nuestra” (Filipenses 3:21). En el creyente, declina de la misma manera que en el incrédulo. Es “vaso de barro” (2 Corintios 4:7) que, durante la vida del cristiano, pasa por diversas y difíciles circunstancias.

Si solo tuviéramos esto frente a nuestros ojos, fácilmente podríamos desanimarnos y desmayar. Muchos creyentes experimentan que su ser exterior está declinando visiblemente. Aunque hoy sabemos poco sobre la persecución y la tribulación, todos experimentamos que el camino cristiano conduce a la gloria a través del sufrimiento. Más de un creyente ha consumido sus fuerzas en el servicio al Señor. Muchos de nosotros estamos familiarizados con la enfermedad y todos los días experimentamos que el hombre exterior se va desgastando. Pero sea como sea, no tenemos qué desmayar.

Pablo hace contrastar el hombre interior y el hombre exterior. El alma del creyente se renueva de día en día por la comunión con el Señor glorificado. Además, el apóstol nos asegura que la tribulación, comparada con la gloria venidera, es leve y momentánea. Eso nos anima a no desmayar, incluso en las dificultades.

¿Hacia donde estamos mirando? Si se dirigen nuestros ojos a las circunstancias, fácilmente nos desanimamos; si se dirigen al Señor en el cielo, no desmayamos.

4)   No desmayar a causa de las aflicciones ajenas

Por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria” (Efesios 3:13).

También se puede desmayar debido a las circunstancias difíciles de otras personas. Pablo estaba prisionero en Roma. Desde esta prisión, escribió a los efesios: “Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles…” (3:1). No fue encarcelado por culpa, sino porque había llevado el Evangelio a las naciones no judías. Podría ser que los efesios, que eran en su mayor parte de estas naciones, desmayaran debido a las difíciles circunstancias de Pablo y se relajen en la energía de su fe. El apóstol advierte de este peligro.

Aunque nuestra situación es diferente de la que encontramos aquí, podemos aprender de ella. Pablo era un instrumento extraordinario en la mano del Señor y su ministerio activo había cesado. Algo similar también puede suceder hoy. Hay hermanos y hermanas que ocupan un lugar especial en el pueblo de Dios y que tienen un carácter ejemplar. Este puede ser un caso a nivel local o más amplio. Cuando estas personas cesan súbitamente el ministerio activo, ya sea por enfermedad, muerte u otras circunstancias, existe el peligro de que otros desmayen y se desanimen.

Pero tenemos recursos en “nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Efesios 3:11-12). Se trata que nosotros, como en 2 Corintios 4, no miremos a las circunstancias ni a las personas, sino al Señor Jesús. Esto es lo que evita que desmayemos.

5)   No cansarse de hacer bien

No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos (Gálatas 6:9).

El apóstol Pablo tomó en serio a los gálatas. Al final de la epístola, les muestra el vínculo obligatorio entre la siembra y la cosecha, y hace una aplicación espiritual de ello. “El que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (v. 8).

La cosecha siempre sigue a la siembra, pero se retrasa más o menos en el tiempo. Podemos sembrar el bien, pero no vemos resultados. Esto podría hacer que desmayemos y nos cansemos. Pero Pablo nos recuerda que la cosecha llega “a su tiempo”, en el tiempo fijado por Dios. Cuándo llegará ese momento, no lo sabemos. La cosecha vendrá a más tardar cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo. Algún día Dios recompensará todo lo que se ha hecho para el bien. Esto debe animarnos.

Encontramos una exhortación similar en otra parte.

“Y vosotros, hermanos, no os canséis de hacer bien” (2 Tesalonicenses 3:13).

Aquí Pablo acaba de poner en guardia relativamente a aquellos que no quieren trabajar y se entremeten en lo ajeno. En contraste con tales comportamientos, Pablo insta a los creyentes a no cansarse de hacer bien. Entonces, no basta evitar lo que no debemos hacer. También tenemos que saber qué hacer. Y esto se llama aquí “bien”.

Debemos entender la exhortación a “hacer bien” en un sentido muy general. No se trata especialmente de limosnas u obras de caridad, sino de hacer lo que estamos convencidos ante Dios de que debe hacerse.

En Santiago 4:17, se dice: “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”. Es una declaración que va muy lejos en significado y nos hace pensar.

Hacer bien es por nuestra parte, la respuesta a lo que Dios ha hecho por nosotros. Ningún hombre puede hacer bien para conseguir un lugar en el cielo. Pero aquellos a quienes el Señor les abrió el cielo con su obra en la cruz, ahora no deben cansarse de hacer bien. Hay abundantes oportunidades para realizar esto todos los días. Así que no nos cansemos.