Para comprender bien que es un “hombre de Dios”, debemos estudiar las epístolas de Pablo a Timoteo, en las cuales encontramos dos veces esta expresión (1 Timoteo 6:11; 2 Timoteo 3:17). El único otro texto en el Nuevo Testamento donde encontramos la misma expresión, pero en plural, es en 2 Pedro 1:21, para designar a los hombres que escribieron el Antiguo Testamento. Nos limitaremos aquí a algunas características de un “hombre de Dios”, tal como son presentadas en el primer texto citado. Pablo escribe a Timoteo:
“Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.”
(1 Timoteo 6:11)
Un pedido muy personal
La manera en que Pablo se dirige a Timoteo: “Oh hombre de Dios”, corresponde a un pedido urgente y personal: urgente, a causa de la necesidad del momento; y personal, a causa de la responsabilidad individual hacia esa necesidad. La palabra griega empleada para “hombre” en este texto es sin distinción de género. La calificación de hombre de Dios se aplica tanto a hombres como a mujeres apegados al Señor Jesús, y que aman la gran verdad concerniente a la casa de Dios (3:15). Esta verdad es presentada y desarrollada de una manera muy práctica en esta epístola.
Cristo nuestro Ejemplo
Nuestro Señor Jesucristo fue el auténtico hombre de Dios sobre la tierra, como lo es ahora en el cielo. A pesar de las debilidades de los que lo rodeaban, nuestro Señor hizo siempre lo que le agradaba a Dios. Había venido para hacer la voluntad de Dios (Hebreos 10:9) y acabó la obra que el Padre le había dado que hiciese (Juan 17:4). A pesar de la oposición, la incomprensión, el desprecio, el rechazo, la burla y las blasfemias, perseveró en su fiel testimonio, afirmando los derechos de Dios en la tierra.
Un tiempo de testimonio y de sufrimientos
Pablo pone delante de Timoteo al Señor Jesús, al Hombre ungido de Dios, que dio testimonio de la buena profesión delante del mundo (1 Timoteo 6:13). En sus palabras, en sus hechos y en su andar, como testigo perfecto y varón de dolores, exaltó los derechos de Dios, esperando el día en que esos derechos serán establecidos y manifestados en el mundo venidero. Luego de ser glorificado en el cielo envió el Espíritu Santo a los creyentes para que éstos sean un testimonio para Dios durante el tiempo del rechazo y de la ausencia de su Señor (Juan 7:39). Cristo debe ser reconocido en los cristianos, y juntos deben ser un testimonio colectivo de Cristo, el Hombre ungido de Dios (1 Corintios 1:6), con el cual Dios mismo se identifica (2:1). Aún en tiempos de ruina, y sobre todo en tales tiempos, cada cristiano debe ser un hombre de Dios (véase Filipenses 2:21; 3:18; 2 Timoteo 1:15; 4:3-5; Apocalipsis 2:3).
Dios se regocija de tener sus testigos en este mundo dirigido por Satanás, en el cual todos sus derechos son prácticamente rechazados, aunque este sistema ya esté bajo Su juicio. Por el poder del Espíritu Santo podemos también ser testigos junto con aquellos que de corazón limpio invocan al Señor.
Tal testimonio puede traer consigo sufrimientos y persecución, como lo fue para el Señor Jesús y sus testigos, tales como Esteban (Hechos 7), Pablo (2 Timoteo 4), Juan (Apocalipsis 1), Timoteo, y para todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús (2 Timoteo 3:12). Es el precio que un “hombre de Dios” es llamado a pagar.
Diez características morales y espirituales sacadas de 1 Timoteo 6:11-14
- “Huye de estas cosas” (v. 11). El apóstol llama la atención sobre el problema del dinero (v. 7-10, 17-19). Para poder ser un hombre de Dios se debe imperativamente huir del “amor al dinero” y de todo lo que esto implica. ¡Qué difícil prueba de fe en una sociedad en la cual el amor al dinero tiene tanta importancia! El cristiano debe huirtambién de la idolatría y de la fornicación (1 Corintios 10:14; 6:18), de las pasiones juveniles, tanto como del orgullo, la arrogancia y la falta de juicio propio (véase 2 Timoteo 2:22). Muchos creyentes, mezclados con cosas de las que deberían huir, no pueden resistir a la tentación.
- Por el lado positivo, el hombre de Dios es atraído hacia un Cristo glorificado en el cielo, para poder seguirlo fielmente en este mundo en su camino de sufrimientos (Filipenses 2:5-13), y ser revestido de las características necesarias para ser buen testigo y soldado: “Pelea la buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12).
- La justicia práctica será uno de los resultados de este caminar, como lo leemos en el versículo 11: “Sigue la justicia…”. Un hombre de Dios honra los derechos de Dios y respeta lo que proviene del Dios Creador y Salvador. Esta justicia práctica está basada en la posición que Dios nos ha dado en Cristo (Romanos 5:1; 8:1; Filipenses 3:8).
- La piedad, que viene después de la justicia, se caracteriza por un caminar en el temor del Señor, delante de Dios, buscando y haciendo realidad su presencia en cada detalle de la vida. Tal actitud introduce a Dios en cada aspecto de la vida y del testimonio de un hombre de Dios. Al mismo tiempo hace que se parezca al Hombre que fue ungido por Dios. La piedad es entonces el reflejo moral de la revelación divina al hombre de Dios (1 Timoteo 3:16).
- La fe es un resultado de la piedad. Es una fe práctica. El hombre de Dios ve las cosas como Dios las ve, como lo muestra Hebreos 11, el gran capítulo de la fe. El creyente es edificado por Dios; deposita en Dios su confianza y encuentra en él todos sus recursos.
- El amor viene enseguida en esta lista, como en 1 Corintios 13: “La fe, la esperanza y el amor”. El hombre de Dios ha recibido una nueva naturaleza y puede responder prácticamente a esa naturaleza y al amor de Dios que ha sido derramado en su corazón (Romanos 5:5). Esta plenitud le da la capacidad de manifestar siempre y en todo lugar ese amor divino, como testimonio a Dios, hacia los creyentes, los incrédulos, o en la vida de familia.
- La característica siguiente es la paciencia. Es la capacidad de “estar firmes” cuando las circunstancias son difíciles o adversas. ¡Cuántas veces tratamos de hacer valer lo que creemos ser nuestros derechos! ¿Pero qué de los derechos de Dios? ¿No son más importantes? Serán mantenidos prácticamente por una actitud de paciencia.
- El Señor Jesús es nuestro modelo perfecto en cuanto a la “mansedumbre”. Podemos aprender de Él, que vino para reinar y hacer valer los derechos de Dios, pero que fue rechazado en su camino de obediencia.
- “Pelea la buena batalla de la fe” (v. 12). Ser un testigo de Dios y para Dios implica una constante lucha, no contra el pecado, o contra “sangre y carne” (Efesios 6:12), sino contra las asechanzas del diablo. Y tal vez tengamos también que luchar por la doctrina. Acordémonos que la vida práctica del creyente no puede estar separada de la sana doctrina.
- Finalmente, esta lista de caracteres se termina con la expresión “Echa mano de la vida eterna”(v. 12). Timoteo había recibido la vida eterna en el momento en que creyó. Juan 5:24 afirma que todos los creyentes la tienen. Pero el deseo de Pablo para Timoteo, y para el “hombre de Dios”, es que goce verdaderamente de las cosas que Dios nos preparó en Cristo Jesús, quién es la vida eterna desde antes de la fundación del mundo. Un “hombre de Dios” vive para cosas que pertenecen a otro mundo, a la nueva creación, de la cual Cristo es la Cabeza y el Centro. Su interés está puesto en estas cosas, encuentra en ellas un provecho personal y puede dar un testimonio fiel delante del mundo.
Otro texto
El segundo texto en el cual encontramos la expresión “hombre de Dios” se encuentra en 2 Timoteo 3:10-17. En los versículos 1-9, Pablo describe los postreros días, días sombríos, en los cuales resplandece su propio ejemplo, lo que puede alentar a Timoteo para seguir el mismo sendero. Considerando esta segunda porción de la Escritura, encontramos varios paralelos con lo que acabamos de considerar anteriormente, pero también una progresión del mal. Otra vez podríamos hacer resaltar diez puntos importantes, aunque preferimos dejar esta labor a nuestro lector.
Estos versículos puedan ser también de aliento para los padres, para que inculquen a sus hijos la Palabra de Dios desde su más tierna edad. La inspiración, la precisión, la autoridad y la divinidad de las Sagradas Escrituras dadas por Dios son de importancia vital en un tiempo de ruina. La Palabra tendrá su efecto, fortaleciendo nuestra convicción personal y nuestro testimonio a la verdad, corrigiendo y enderezando nuestras sendas, y manteniéndonos en una vida de santidad y de justicia práctica.