El Espíritu Santo

Efesios 5:18

Sed llenos del Espíritu

Hoy en día se habla mucho de ser llenos del Espíritu Santo, y con ello se pretende relacionar muchas cosas. Para juzgar acerca de si lo que se dice es exacto, tenemos una infalible piedra de toque: la Palabra de Dios. Las Escrituras califican a los judíos de Berea como más nobles que los de Tesalónica, porque no sólo recibieron la palabra de Pablo con toda solicitud, sino que también diariamente examinaban las Escrituras para ver si las cosas eran como él decía (Hechos 17:11). Y en Gálatas 1:8 escribe Pablo: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema”.

Por eso, cuán necesario resulta, en los tiempos en que vivimos —cuando han salido por el mundo muchos falsos profetas (1 Juan 4:1) que apartarán de la verdad el oído y harán volver a las fábulas (2 Timoteo 4:3-4)— que todo lo que se nos presenta lo verifiquemos con sumo cuidado por medio de la Palabra de Dios. “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11:13-15).

Primeramente deseo subrayar algunos puntos. La Biblia es la Palabra de Dios. Santos hombres de Dios la escribieron, inspirados por el Espíritu Santo. De modo que en realidad el Espíritu Santo es el Autor de toda la Biblia. Y ello significa que la Palabra es perfecta. En ella se encuentra todo lo que debemos saber; pero, es importante leerla con precisión y cuidado, comparando los pasajes entre sí, a fin de no equivocarse por una interpretación errónea (véase 2 Pedro 1:20-21).

De ello se desprende que cada palabra de las Escrituras tiene su significado, el que las mismas Escrituras aclaran. A nosotros nos ocurre, al hablar o al escribir, que ocasionalmente empleemos una palabra impropia. La Palabra de Dios, en cambio, nunca lo hace. Si ella emplea otra palabra, ésta tiene otro significado. Para quien alguna vez lo haya meditado, esto resulta evidente. No obstante, a menudo no lo tenemos muy en cuenta y, en consecuencia, llegamos a concebir una idea totalmente falsa acerca de los pensamientos de Dios.

Examinemos primeramente la expresión “llenos del Espíritu”. Ella aparece tres veces en los evangelios, seis veces en los Hechos de los Apóstoles y una vez en las epístolas. Además, en Éxodo 31:3 y 35:31 vemos que Bezaleel fue lleno del Espíritu de Dios “en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para proyectar diseños”. En Éxodo 28:3, todos aquellos a quienes Dios llenó de espíritu de sabiduría tienen que hacer las santas vestiduras para Aarón. Y de Josué se dice que “fue lleno del espíritu de sabiduría” (Deuteronomio 34:9).

En Lucas 1:15-16 se dice de Juan el Bautista que aun desde el vientre de su madre había de ser “lleno del Espíritu Santo”, “y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos”. En los versículos 41 y 67, Elisabet y Zacarías son llenos del Espíritu Santo para dar testimonio.

En Hechos 2:4, cuando es derramado el Espíritu Santo, todos los discípulos fueron llenos de Él y dieron un testimonio tan poderoso que en aquel día se añadieron como tres mil almas.

En Hechos 4:8, Pedro, lleno del Espíritu Santo, da testimonio ante el concilio (tribunal de los judíos) con audacia. Y leemos en el v. 31: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios”.

En Hechos 9:11-17 dice el Señor a Ananías que vaya en busca de Saulo, quien estaba destinado a ser un instrumento eminente. Ananías va y le dice: “el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo”. En el capítulo 13:9 vemos cómo Pablo, lleno del Espíritu Santo, quebranta la resistencia de Elimas, el mago. Y en el v. 52, después que los judíos hubieron suscitado enemistad y persecución contra los mensajeros del Evangelio, leemos: “Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo”.

Efesios 5:3-21 nos muestra cómo deben andar los hijos de luz entre los hijos de desobediencia. Y a ese respecto agrega el v. 18: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. Éstos son todos los pasajes de las Escrituras en los que se habla de ser llenos del Espíritu Santo. Al leer estos versículos nos damos cuenta de lo siguiente:

  1. Ser “lleno del Espíritu Santo” no es lo mismo que ser morada del Espíritu Santo. El Espíritu Santo sólo mora en el creyente a partir del día de Pentecostés (Hechos 2), tal como Juan 14:16-18 y 26 y otros pasajes lo dicen expresamente. Asimismo, según Efesios 1:13-14 y 2 Corintios 1:22, el Espíritu Santo tan sólo hace su morada en alguien después de que éste haya creído el Evangelio, mientras que Juan el Bautista sería lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, según Lucas 1:15. Y en Hechos 4:31, “todos fueron llenos del Espíritu Santo” aunque en Hechos 2 lo habían recibido y en esa ocasión habían sido llenos del Espíritu Santo, como igualmente se dice de Pedro, en Hechos 4:8, que él era lleno del Espíritu Santo. Y después de que los efesios, según Efesios 1:13 (compárese con 2 Corintios 1:22), hubieron recibido el Espíritu Santo, se dice en Efesios 5:18 que debían ser llenos del Espíritu. Esto les es presentado como su responsabilidad: debían ser llenos del Espíritu.
  2. Todos estos pasajes muestran que “ser lleno del Espíritu Santo” no es un estado permanente, sino más bien temporal, aun cuando Juan el Bautista parece haber sido una excepción, a causa de su posición única y especial.
  3. Además, se desprende de las nombradas citas que ser lleno del Espíritu Santo es algo dado para la obra del Señor y para dar testimonio de Él.
  4. Por último, resulta que las Escrituras no relacionan el hecho de ser lleno del Espíritu Santo con la realización de señales y milagros o con el don de hablar en lenguas extrañas. Ninguno de los pasajes del Antiguo o del Nuevo Testamento en los cuales se habla de ser lleno del Espíritu Santo nombran señales o milagros, exceptuando Hechos 2:4, donde se habla de “otras lenguas”, y de Hechos 13:9, donde Elimas es vuelto ciego. Los tres capítulos de los Hechos en los cuales se menciona la facultad de hablar en lenguas (Hechos 2:4, 8, 11; 10:46 y 19:6) muestran más bien que hablar en lenguas se relaciona con el don del Espíritu Santo (a los judíos de Jerusalén, a los gentiles y a los discípulos de Juan el Bautista fuera de Palestina), y no, por lo tanto, con el hecho de ser lleno del Espíritu Santo (véase también 1 Corintios 12 y 14). De los pasajes de los evangelios, como asimismo de los diecisiete pasajes de los Hechos en los cuales se habla de señales, resulta también claramente que las Escrituras no relacionan las señales con el hecho de ser lleno del Espíritu Santo, aun cuando en un caso en el cual alguien (Pablo) hace un milagro, se dice que él es lleno del Espíritu Santo (Hechos 13:9).
    Cabe hacer notar que los creyentes de quienes se habla en Hechos 4:23-31 oraban, diciendo: “Concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios...”. Dios les da el denuedo solicitado, pero no las señales, etc. Les llena del Espíritu Santo y enseguida ellos hablan con denuedo la Palabra.
  5. En ningún sitio se dice que alguien fue lleno del Espíritu Santo después que le fueron impuestas las manos. Hechos 9:17 parece ser la excepción, pues allí Ananías impone a Pablo y le dice que él ha sido enviado por el Señor para que Pablo sea lleno del Espíritu Santo; pero las Escrituras no dicen que en ese preciso momento fue lleno ni que, en todo caso, ello tuviera lugar por medio de la imposición de las manos. En todos los otros pasajes ello no puede haber sido producto de la imposición de las manos.
    Aparte del hecho de “ser lleno” encontramos cuatro veces en las Escrituras la expresión “lleno del Espíritu Santo”. Esto se dice del Señor Jesús (Lucas 4:1), de Esteban (Hechos 6:5 y 7:55) y de Bernabé (11:24). Si leemos estos pasajes, vemos que no se trata de poder para el servicio, sino más bien del estado práctico. El creyente se encuentra aquí permanentemente en un estado en el cual el Espíritu Santo dirige toda su vida y puede hacerlo sin trabas. Tanto en Esteban como en Bernabé esto corre parejo con el hecho de ser “lleno de fe”, pero en ninguna parte la expresión se relaciona con el hecho de hablar en lenguas o de hacer señales y milagros.
    También hablan las Escrituras de la unción y del sello del Espíritu Santo. La unción sólo la encontramos en 2 Corintios 1:21 y en 1 Juan 2:20, 27. De estos dos últimos versículos resulta claro que se trata de ser llevado a la cercanía de Dios y de poder así distinguir lo que no es de Dios (compárese con Apocalipsis 3:18).
    El sello sólo es mencionado en 2 Corintios 1:22, Efesios 1:13 y 4:30, y en los tres pasajes está en relación con la seguridad de recibir la herencia en el porvenir. Dios ya ha colocado sobre nosotros su sello y así nos ha dado la seguridad de que le pertenecemos (compárese con Apocalipsis 7:3). Tanto la unción como el sello se relacionan con todos los creyentes y en 2 Corintios 1:21-22 se ven como una sola cosa con la morada del Espíritu Santo.

Pedir el Espíritu Santo

Numerosos pasajes, y especialmente Romanos 8:11, 1 Corintios 6:19, 2 Corintios 1:21-22 y Efesios 1:13, indican que hoy el Espíritu Santo mora en todo creyente. Consideremos esto más de cerca, porque a menudo se señala a Lucas 11:13 como prueba de que también hoy conviene pedir el Espíritu Santo.

La pregunta es ésta: ¿Ello es válido para nosotros hoy en día? En Lucas 11 el Señor aún no había cumplido su obra maravillosa en la cruz ni había subido al cielo. Pero la muerte del Señor, su resurrección y su ascensión lo cambiaron todo, incluso la posición de los creyentes.

En Juan 7:39 leemos: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Aquí, pues, se dice expresamente que en aquel entonces los creyentes aún no habían recibido el Espíritu Santo. Eso tan sólo había de producirse después de la glorificación del Señor, esto es, después de su ascensión. En Juan 14:16-18, 25-26 y 16:5-7 esto se confirma muy claramente. El Señor mismo dice en este último pasaje: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”.

En los Hechos encontramos el cumplimiento de esta promesa del Señor. En el capítulo 1:5, el Señor resucitado dice a los discípulos: “...mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días”, tal como Juan el Bautista lo había anunciado. Diez días después de la ascensión del Señor tuvo lugar el don del Espíritu Santo (Hechos 2). Pedro dice a los judíos cuyos corazones habían sido conmovidos por la Palabra: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (v. 38). Eso concuerda exactamente con lo que el apóstol Pablo escribe a los efesios, a saber, que habían sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa después de haber recibido el Evangelio por la fe (Efesios 1:13). También a los creyentes de Roma, de Corinto y de Tesalónica les escribió diciéndoles que habían recibido el Espíritu Santo, el cual ahora moraba en ellos (Romanos 8:11; 1 Corintios 6:19; 2 Corintios 1:22; 1 Tesalonicenses 4:8). Romanos 8:9 incluso dice que alguien en quien no mora el Espíritu de Dios, no es cristiano.

Después de que el Señor Jesús hubo vuelto al cielo y hubo sido glorificado, y el Espíritu Santo hubo descendido a esta tierra para constituir la Iglesia por medio del bautismo con el Espíritu Santo (1 Corintios 12:13) y para morar en ella (1 Corintios 3:16; Efesios 2:22), cualquiera que acepta el Evangelio por la fe recibe el Espíritu Santo, el cual en adelante mora y permanece en él. Esta morada del Espíritu Santo en el creyente no debe ser relacionada, pues, con el hecho de orar para pedir el Espíritu Santo, sino con la fe en el Evangelio (Efesios 1:13). Orar para pedir el Espíritu Santo puede haber tenido razón de ser antes de la glorificación del Señor y antes del descenso del Espíritu Santo a esta tierra; hoy, sin embargo, tan sólo puede ser una señal de incredulidad respecto de aquello que Dios nos asegura en su Palabra.

El bautismo con el Espíritu Santo

Algo muy parecido ocurre respecto al bautismo con el Espíritu Santo. Los seis pasajes de la Palabra de Dios en los cuales se habla de ello son Mateo 3:11, Marcos 1:8, Lucas 3:16, Hechos 1:5, 11:16 y 1 Corintios 12:13. En los tres primeros, Juan el Bautista anuncia que el Señor bautizará “con” (o: “en”) Espíritu Santo. En Hechos 1:5 el mismo Señor dice que esto sucederá “dentro de no muchos días”. Eso lo recuerda Pedro en Hechos 11:16, cuando le reprocharon haber admitido en la Iglesia a Cornelio y a otros creyentes no judíos. Por último, en 1 Corintios 12:13 se nos indica el significado de este bautismo: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres”.

La meta de la muerte del Señor Jesús no sólo era únicamente salvar a los pecadores, sino “congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:52). Cuando hubo cumplido la obra redentora y puesto así el fundamento para reunir en uno a todos los creyentes, el Espíritu Santo descendió a la tierra para asegurar la realización de ello. El Espíritu Santo es el vínculo mediante el cual todo creyente está unido al Señor glorificado en el cielo y a cada creyente en la tierra. Eso se nos presenta en el bautismo con el Espíritu Santo que tuvo lugar el día de Pentecostés (Hechos 2).

De modo que este bautismo fue un acontecimiento que tuvo lugar por única vez y para todos los que entonces creían en el Señor Jesús y en su obra. Nunca podrá repetirse, puesto que el cuerpo de Cristo quedó entonces constituido y subsistirá eternamente; nunca podrá ser destruido. Todo pecador que se convierte y cree en el Evangelio, recibe el Espíritu Santo, el cual desde entonces mora en él; simultáneamente es agregado como miembro al cuerpo de Cristo, el cual se formó el día de Pentecostés por medio del bautismo con el Espíritu Santo. Por eso también vemos que este bautismo nunca se relaciona en las Escrituras con un creyente individual, sino siempre con los creyentes como conjunto.