Guardar su lugar

Usted conoce al Hijo de Dios como su Salvador y su gran deseo es glorificarlo en su vida. Me gustaría susurrarle un secreto que puede ayudarle a lograrlo. Es un principio muy simple, cuyo desprecio es la causa de todo el pecado y de todas las miserias que hay en la tierra. Este principio es: Guardar el lugar en el cual Dios nos ha puesto.

Si Adán y Eva hubieran guardado su lugar como criaturas, obedeciendo a su Creador, no habrían tomado del fruto prohibido, y el pecado no hubiese entrado en el mundo.

En nuestras vidas individuales, buscar ser lo que no somos, tener lo que Dios no nos ha dado, o realizar un servicio al cual no estamos llamados, es fuente de mucho dolor, para nosotros y para los demás. Dios hace avanzar a los que guardan el lugar en el cual los puso. David, como joven pastor, apacentaba cuidadosamente su rebaño y libró ovejas del león y del oso. Cuando llegó el momento, Dios lo eligió para herir al paladín Goliat. Luego incluso se convirtió en el rey de Israel. Primero fue fiel donde estaba, fuera de la vista de todos. Más tarde, Dios le confió un muy gran honor.

Nuestra tendencia natural es creernos más de lo que somos, como un niño que disfruta ponerse de pie sobre una pared o usar los zapatos de su padre, que son demasiado grandes para él.

La única forma de crecer, espiritualmente hablando, es ser fiel en lo muy poco. Un alumno se dedica a las tareas actuales para obtener posteriormente un diploma. Al decir esto, no quiero sugerir que para una meta de ser grandes en el futuro debemos ser fieles en el presente. ¡De lo contrario! Nuestro objetivo debería ser simplemente glorificar a Dios ahora. Pero el futuro no es nuestro. Podemos actuar sólo en el presente.

En una de sus parábolas, el Señor habla de un siervo que recibió un talento (una cierta cantidad de dinero), cavó en la tierra y lo escondió (Mateo 25:14-30). Podría haber pensado: ¿Qué puedo hacer con esta suma? Si hubiera recibido dos talentos, o cinco, como mis compañeros de servicio, podría hacer algo con él. No actuemos como este siervo. Seamos fieles en las pequeñas tareas que el Señor nos encomienda.

La primera parábola de la Biblia, la de Jotam, hijo de Gedeón (Jueces 9:8-15), nos enseña esta importante lección: Los árboles deseaban elegir rey sobre sí. Primero proponen al olivo que ocupe este lugar: “Reina sobre nosotros”, dicen. Él responde: “¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?” Luego viene el turno de la higuera. Responde de manera similar: “¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ser grande sobre los árboles?” A su vez, la vid responde: “¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?”

En los tres casos, los árboles estaban conscientes del lugar y la función muy útil que Dios les había dado. Y los tres preguntan: “¿He de dejar...?” Aquí hay un principio importante. Si dejamos el lugar que Dios nos ha dado, renunciamos a todo poder para glorificar a Dios y ser útiles a los hombres. El resultado no es sino tristeza y dolor.

Finalmente, los árboles le piden a la zarza (o: espino) que reine sobre ellos. Se apresura a aceptar e invita a los árboles a que vengan a ella, a abrigarse bajo su sombra; y si no, dice, “salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano” (v. 15). Un zarzal, a pesar de sus espinas, puede dar frutos agradables y útiles. Pero la zarza tiene un lenguaje orgulloso y absurdo. Ella es la imagen de quien, para obtener un lugar de honor, no teme dejar el lugar que ocupa. Por otro lado, el olivo, la higuera y la vid glorifican a Dios permaneciendo donde los ha colocado, y sus frutos son útiles. Cuando guardamos nuestro lugar, Dios es glorificado por nuestro fruto, y los hombres sacan beneficio de eso.

Permítanme hacer de esta parábola una aplicación muy sencilla. Aquí hay un hermano muy dotado por el Señor que predica el Evangelio con poder a grandes audiencias; se le han dado “cinco talentos”. A usted le gustaría estar en su lugar. Pero sólo tiene un pequeño don: “un talento”. ¿Qué puede hacer? Puede invitar a colegas y vecinos a escuchar la predicación de la Palabra, puede contarles lo que ha recibido personalmente e incluso visitarlos para leer la Biblia con ellos. Todo esto puede resultar muy provechoso para ellos y para usted también. Al perseverar en tal actividad, está glorificando a Dios y haciendo un trabajo útil para el Evangelio. Sus hermanos y hermanas agradecerán su forma de actuar. Si, por el contrario, quiere predicar en público, cuando el Señor no le ha formado todavía para ello, aflige a sus hermanos y hermanas en la fe, y el resultado no es para la gloria de Dios. Al tratar de hacer lo que Dios no le ha pedido que haga, pierde su utilidad y sólo produce tristeza. A veces escuchamos la reflexión: ¡Qué útil sería este hermano si supiera guardar su lugar!

Cuando Israel estaba en el desierto, Coré se levantó y se rebeló contra aquellos a quienes Dios había puesto a la cabeza del pueblo. Además, condujo a otros a la rebelión. Dijeron a Moisés y a Aarón: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Números 16:3). Es muy triste que podamos usar los privilegios que Dios nos ha dado para alimentar nuestro orgullo. Todos estos hombres recibieron un severo juicio. Se abrió la tierra que estaba debajo de ellos y los tragó. En vez de ser útiles en su lugar, al cumplir la tarea más modesta que se les había encomendado, trajeron muerte y tristeza a todo el campamento.

Guardemos nuestro lugar cuando nos reunimos como iglesia. Dios “ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (1 Corintios 12:18). ¡Discernamos el lugar y el servicio que Dios nos ha confiado, y ocupémoslo sin desear nada más!

El apóstol Pedro manda a los creyentes a buscar un crecimiento espiritual sano: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18). Y para crecer, debemos perseverar hoy y todos los días, con humildad, en la fidelidad al Señor. “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel”, dijo el Señor (Lucas 16:10). Y Él sabe sacar las consecuencias de eso.