La oración cristiana

La plena revelación de Dios en su Hijo, tal como la encontramos en el Nuevo Testamento, ubica a los creyentes en una posición completamente diferente a la del tiempo del Antiguo Testamento. De ello se deduce necesariamente que nuestras peticiones a Dios son distintas de las que hacían los creyentes de antaño. Sus oraciones nos enseñan y contienen muchas cosas que nos ejemplifican. No obstante tenemos que expresar peticiones que estén de acuerdo con la plena revelación cristiana.

En los Salmos hay muchas invitaciones a la venganza (por ejemplo: Salmos 58:6, 10; 94:1-7). Tales invitaciones se encuentran incluso en los salmos que, por otro lado, describen proféticamente los sufrimientos de Cristo (por ejemplo: Salmo 69:22-28). Pero es bastante obvio que es muy diferente de lo que el Señor enseñó a sus discípulos: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). Los discípulos no siempre entendieron esto. Al no haber sido recibido Jesús en un pueblo de samaritanos, Jacobo y Juan le preguntaron: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” (Lucas 9:54), y Jesús tuvo que reprenderlos severamente.

La venida de Jesús a la tierra produjo un cambio en la oración, como lo saben la mayoría de los cristianos. Pero debemos ser conscientes de otro cambio que resulta del rechazo del Cristo. La situación de los discípulos cuando Jesús se presentó a la nación judía para ser recibido como Mesías no es la misma que la de los discípulos de un Cristo que fue rechazado y crucificado, el cual no está en la tierra; ahora él está glorificado en el cielo y envió al Espíritu Santo para unir a los suyos. Esto tiene importantes consecuencias para la oración.

El evangelio de Juan nos habla de las últimas conversaciones del Señor con sus discípulos justo antes de su muerte (cap. 13-16). Allí encontramos sus enseñanzas en relación con la nueva situación que resultaría de su partida. Lo que dice sobre la oración nos lleva mucho más allá de lo que encontramos sobre este tema en los tres primeros evangelios, en los cuales lo que se nos presenta estaba de acuerdo con la posición de los discípulos cuando Él estaba en la tierra.

Sin duda, muchas de las enseñanzas dadas en Mateo, Marcos y Lucas siguen siendo relevantes hoy. Por ejemplo: no hablar mucho, no usar “vanas repeticiones” (Mateo 6:7), “orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1), cuando nos acercamos a Dios en oración, perdonar, “si tenemos algo contra alguno” (Marcos 11:25), “velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41), etc. Pero en estos tres primeros evangelios hay puntos de oración específicos de una época en la cual el reinado de Jesús en la tierra fue lo primero que se vio. Por ejemplo: “Venga tu reino” y “hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).

El horizonte de los creyentes en ese momento no se extendía más allá de la tierra y las circunstancias de los creyentes que vivían en ella. Sus temas de oración eran sobre todo necesidades terrenales: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11). El Señor presenta otras cosas en sus últimas comunicaciones a los discípulos, y las encontramos abundantemente expuestas en las epístolas del Nuevo Testamento.

En Juan 16, Jesús enseña a sus discípulos una nueva forma de orar: pedir “al Padre en su nombre”. Les dijo: “hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (v. 24). Pedirle a Dios en el nombre de Jesús es pedirle algo de parte de él, expresar una petición que Jesús podría hacer. Implica plena comunión de pensamiento con el Señor, discernimiento de lo que es para la gloria de Dios. A tales peticiones, se asegura una respuesta positiva: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará” (v. 23).

A través del Nuevo Testamento, los creyentes son instruidos en todos los propósitos gloriosos de Dios. El Evangelio que se predica hoy no es solo “el evangelio de la gracia”, aunque indudablemente lo sea (Hechos 20:24), sino “el evangelio de la gloria de Cristo” (2 Corintios 4:4), “el glorioso evangelio del Dios bendito” (1 Timoteo 1:11). Los creyentes tienen esta gloria en sus corazones y ella los lleva a la oración.

Las oraciones que encontramos en las epístolas son particularmente instructivas para nosotros. Pablo insta a los creyentes en Roma a ayudarle “orando por él a Dios” (Romanos 15:30); esta es una forma de colaborar en su servicio. Ora por los efesios, para que Dios les dé “espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de su entendimiento…” (Efesios 1:17-18). Pide que los colosenses “sean llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andén como es digno del Señor, agradándole en todo” (Colosenses 1:9-10). Les habla de Epafras, “el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere” (4:12). Ora por los filipenses, pidiendo a Dios “que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento” (Filipenses 1:9). Teniendo muy en cuenta la propagación del Evangelio, anima a los tesalonicenses: “Hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo fue entre vosotros” (2 Tesalonicenses 3:1).

¡Que Dios nos enseñe a ir más allá de las necesidades terrenales que sentimos y le exponemos, y a pedirle, sobre todo, lo que sea para su gloria y para el bien espiritual de los suyos!