La parábola de los tres amigos

Lucas 11:5-8

Introducción

Dios tiene diferentes maneras de responder a nuestras oraciones. A veces nos deja orar durante mucho tiempo. Lo hace para poner a prueba nuestra fe y perseverancia. En otras ocasiones, responde a nuestra oración de inmediato. Cuando Daniel se humilla ante Dios, en el capítulo 9 de su libro, la respuesta llega mientras “aún estaba hablando en oración” (v. 21). Pero en otra ocasión, vemos a Daniel estar afligido por espacio de “tres semanas” antes de recibir una respuesta (10:2). Al posponer la respuesta, Dios quiere llevarnos a tener una plena comunión de pensamientos con él. Porque la perseverancia en la oración afianza la comunión con Dios y la toma de conciencia de nuestra dependencia en él.

Hay casos en los que debemos pedir con perseverancia y sin cesar, mientras que en otros debemos dejar de orar. El apóstol Pablo tuvo que darse cuenta de eso por sí mismo. Tres veces le había rogado al Señor que le quitara su “aguijón en la carne”. Pero el Señor le hizo entender que no era su voluntad; le dijo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Del mismo modo, ante la súplica de Moisés para permitirle entrar a la tierra prometida, Dios respondió: “Basta, no me hables más de este asunto” (Deuteronomio 3:26).

Estos contrastes en la forma en que Dios contesta nuestras oraciones pueden resultarnos difíciles de comprender. Sin embargo, siempre necesitamos fe, tanto si Dios nos responde al momento como si nos hace esperar mucho tiempo. Sin el ejercicio de la fe, las oraciones que han sido respondidas de inmediato podrían llevarnos a la independencia. Si Dios siempre nos respondiera así, no sería para nuestro bien. Por otro lado, si la fe es necesaria para perseverar en la oración, también lo es cuando hay que dejar de orar por tal o cual cosa, y esperar que Dios actúe de acuerdo con sus caminos. La mansa sumisión a la voluntad de Dios, aunque no esté en su mente concedernos lo que le hemos pedido, solo puede llevarse a cabo confiando plenamente en su bondad y sabiduría.

Así pues, la verdad suele tener varios aspectos. Tanto si se trata de la oración como de cualquier otro tema, debemos tener cuidado en no dar más importancia a un aspecto de la verdad que a otros pasándolos por alto. ¡Que Dios nos dé un sano equilibrio!

Dos parábolas nos enseñan el valor de la oración constante y perseverante: la de los tres amigos en Lucas 11 y la de la viuda y el juez injusto en Lucas 18. Nos detendremos más particularmente en la primera. En ella vemos a un hombre pidiendo a un amigo en favor de otro amigo que ha venido a él de viaje.

Al comienzo del capítulo 11, Lucas nos presenta al Señor en oración, en la actitud del Hombre que depende perfectamente de su Dios. Alentados por el ejemplo de su Maestro, los discípulos parecen discernir la importancia de la oración, y uno de ellos le pregunta: “Señor, enséñanos a orar”. El Señor responde a esta petición enseñándoles el llamado «Padre Nuestro», una oración maravillosa perfectamente adaptada a su situación. Los discípulos todavía no estaban en la posición cristiana, el Señor aún no había pasado por la muerte y la resurrección. Como judíos de esa época, no habrían podido entender las exigencias específicamente cristianas. Esta oración, que el Señor enseña, tuvo su aplicación literal al remanente judío de esa época, y la tendrá nuevamente en el remanente judío en el futuro. Sin embargo, contiene principios morales que son válidos en todos los tiempos. 

Para concluir sus enseñanzas, el Señor añade la parábola de los tres amigos, cuyos rasgos son particularmente significativos. Aquí encontramos paralelismos y contrastes entre la manera de actuar de Dios y la del hombre.

El amigo que pide

La parábola nos presenta primero a un amigo que hace una petición. No pide a su favor, sino que intercede por otro, exponiendo la situación. Podemos animarnos a hacer ambos tipos de oraciones, por nosotros mismos y por nuestro prójimo. Ambas cosas son justas y necesarias. Veamos más allá de nuestras propias circunstancias y no descuidemos la oración por los demás. Las epístolas nos exhortan: “Orando… con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí” (Efesios 6:18). “Exhorto, ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia” (1 Timoteo 2:1-2).

Lo que nos sorprende particularmente en la parábola es la brevedad de la petición. El que pide no hace un largo discurso a su amigo, sino que se expresa de manera clara y precisa: “Amigo, préstame tres panes”. Él le pide exactamente lo que necesita. ¡Qué enseñanza para nosotros! Especialmente cuando oramos en público, debemos esforzarnos por expresarnos de manera precisa y concreta, y evitar perdernos en abundantes y vagas consideraciones. Darle un discurso a Dios cuando estamos de rodillas es lo contrario de lo que el Señor nos enseña aquí. Las oraciones de carácter general no siempre pueden evitarse; pero intentemos mostrar un interés más profundo por la persona o situación mencionada cuando oremos por un tema en concreto.

El carácter apremiante de la petición se hace patente en la parábola cuando el que pide llega a la puerta de su amigo a horas inoportunas. Él mismo es demasiado pobre, o circunstancialmente no puede alimentar a su amigo que ha venido de viaje. Confiando en que su otro amigo pueda ayudarle, llama a su puerta a medianoche. No se deja intimidar ni por su rechazo ni por su negativa y, aunque la puerta ya está cerrada, sigue llamando hasta conseguir lo que quiere.

Dios se complace en las oraciones constantes e insistentes de sus hijos. Encontramos este pensamiento en los profetas: “Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua...” (Isaías 62:6-7). Abraham mostró constancia cuando intercedió ante el Señor en favor de la ciudad de Sodoma, y disminuyó gradualmente el número de personas justas que estaban allí (Génesis 18:22-33). Tal insistencia en la oración honra al Dios Todopoderoso.

La humilde confesión de nuestra propia debilidad es una condición importante para agradar a Dios cuando oramos. El que vino a pedir tres panes era consciente de su miseria, de su incapacidad para ayudar a su amigo hambriento; y por eso se dirige a su otro amigo más rico que él. Nosotros tampoco podemos confiar en nuestros propios recursos para alimentar a las personas hambrientas que nos rodean, ya sean las necesidades de los pecadores perdidos o de los hijos de Dios. Sin embargo, conocemos a Aquel que es rico —rico también en misericordia— nuestro Dios y Padre. ¡Vayamos a él cuando necesitemos pan para nosotros y para los demás!

El amigo que recibe la petición

En la aplicación de la parábola, existen claras semejanzas entre el que pide y la actitud que debemos adoptar. Caso contrario, si observamos la actitud del amigo rico a quien va dirigida la petición. ¡Qué contrastes entre su actitud y la forma de actuar de Dios! ¿Podría ser que acudiéramos a Él en mal momento? ¿Sería posible que nos dijera: “No me molestes; la puerta ya está cerrada”? — ¿O que alegara una excusa u otra para enviarnos de vuelta? ¡De ninguna manera! “He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel” (Salmo 121:4) Él desea dar y da aún más de lo que le pedimos. Siempre es accesible y nunca debemos temer perturbar Su descanso. Está escrito en los Proverbios: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (17:17); esta palabra se aplica particularmente a nuestro Señor.

La forma en que se concede la petición en la parábola es también muy contraria a la manera de actuar de Dios. El amigo, a quien va dirigida la petición, no solo ve perturbado su descanso, sino que también alimenta sentimientos egoístas y desagradables hacia su prójimo. Por eso, primero se niega a abrir la puerta. Luego, para evitar ser molestado por su insistencia, se levanta y le da todo lo que necesita. No se lo da porque sea su amigo, sino por su importunidad. Pero Dios nunca da por tales motivos y tampoco de esta manera. Nuestro Padre está lleno de amor y bondad. Él ama bendecirnos, y bendice sobreabundantemente a quienes, con toda confianza, acuden a él con sus necesidades.

Si la perseverancia ya produce resultados cuando uno se dirige a un hombre que solo ve importunidad en ella, ¡cuánto más responderá Dios a las llamadas perseverantes de sus hijos que confían en Él!

Siguiendo la parábola, el Señor agrega: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (v. 9-10). Es alentador dar a nuestras oraciones ese carácter apremiante que Dios ama responder.

Las dos parábolas de Lucas 11 y 18 nos muestran el inmenso contraste que existe entre el hombre y Dios. El juez injusto se ve forzado a acceder a la petición de la viuda oprimida, pero lo hace para que no le fastidie más con su incesante lamento. El hombre egoísta se ve obligado a levantarse a medianoche para satisfacer las necesidades de su amigo, pero lo hace solo por su importunidad. Por el contrario, Dios se complace en derramar su bendición sobre aquellos que le piden y oran con rigor, perseverancia y fe.

La viuda acudió al juez para explicarle su propia causa. El amigo, sin embargo, intervino en favor de su amigo hambriento. Así, el Señor nos enseña que podemos orar por nosotros y por los demás hasta que seamos escuchados. Una de estas parábolas ilustra la exhortación: “Pedid, y se os dará”; y la otra: “Llamad, y se os abrirá”.