La carta de Cristo conocida y leída por todos los hombres

2 Corintios 3:3

El apóstol Pablo fue un evangelista diligente, pero también un fiel pastor. Velaba con solicitud sobre los creyentes en Corinto donde había pasado por lo menos dieciocho meses (Hechos 18:11). Les dijo: “siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros” (2 Corintios 3:3). ¡Eran la carta del apóstol porque eran la de Cristo! Sin embargo, Pablo conocía las debilidades de esta iglesia en Corinto. Esta era, como muchas otras, el objeto de su solicitud; teniendo él una gran preocupación por todas ellas (2 Corintios 11:28).

La primera epístola a los corintios

Los destinatarios

Notemos que esta epístola está dirigida a los “santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1:2). Se afirma así la universalidad de la enseñanza contenida en la carta. Según su fiel costumbre —solamente en la epístola a los Gálatas hace una excepción— Pablo comenzó dando gracias a Dios por los corintios, poniendo en evidencia que las riquezas espirituales que habían recibido venían de la maravillosa gracia de Dios en Cristo Jesús (v. 4-5).

En esa época la gran ciudad de Corinto era rica, pero también muy disoluta. El apóstol había predicado allí a “Cristo crucificado” y Dios se agradó en escoger para sí “lo necio del mundo” y “lo débil del mundo” y “lo vil del mundo y lo menospreciado”, “lo que no es, para deshacer lo que es” (v. 23, 27-28). Por este llamamiento de Dios, los corintios convertidos estaban ahora “en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (v. 30-31). Habían sido enriquecidos en Cristo “en toda palabra y en toda ciencia” (v. 5). De tal manera que no les faltaba “ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo” (v. 7-8). Confiando en que Dios los fortalecería hasta el fin, Pablo les dijo: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (v. 9).

Los desórdenes, el orgullo

Sin embargo, después de la partida del apóstol, diferentes desórdenes aparecieron en esta iglesia, comenzando por las disensiones. Se seguía al hombre, apropiándose de Pablo, de Apolos, de Cefas y hasta de Cristo, considerándolo simplemente como un doctor. Pablo exclamó: “¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros?” (v. 13).

La raíz de todas estas discordias era el orgullo (Proverbios 13:10). Los creyentes en Corinto habían olvidado —y nosotros corremos el mismo peligro— que habían recibido todo por pura gracia. Siendo “aún carnales” (3:1-3), ¡todos buscaban hacer valer sus dones espirituales y sus conocimientos! Para permanecer humildes, pequeños a nuestros ojos, debemos dejarnos sondear siempre por esta pregunta: “¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido?” (4:7). “Estando envanecidos” (4:18; 5:2), algunos se habían atribuido un lugar importante en la iglesia. ¡Habían llegado a desafiar la autoridad del apóstol Pablo y, como consecuencia, la enseñanza que había traído de parte de Dios!

El pecado moral, la levadura

Un pecado moral grave manchaba la iglesia. ¡Pero en vez de “lamentarse” (5:2), los hermanos en Corinto continuaban envaneciéndose! Pablo, preocupado por la gloria de Dios, lleno de amor por ellos, no había dudado en denunciar este mal que vino a ser público (v. 1). La santidad de Cristo exige que los creyentes, no solo se abstengan del mal en sus propias vidas, sino que se separen también de las personas que viven en el pecado y que, sin embargo, confiesan el nombre del Señor (v. 9-11). “Un poco de levadura leuda toda la masa”; así que el culpable de fornicación debía ser excluido (v. 13) para que la iglesia sea “una nueva masa, sin levadura”, tal como fue hecha en Cristo (v. 6-7).

La segunda epístola a los corintios

La restauración de los corintios

Gracias a Dios, hubo un trabajo de conciencia tanto en la iglesia como en el pecador. El apóstol entonces exhortó a los corintios a que no les falte la gracia. Después de la manifestación de una falta, estaban en peligro de manifestar severidad sin amor. Satanás busca siempre hacernos caer de un extremo al otro.

La obediencia de los corintios había regocijado y animado al apóstol. Pero era necesario hacer mucho progreso todavía.

Pablo seguía a Cristo de cerca

Le provocaba mucha pena a Pablo ver que algunos en Corinto le atribuían motivos interesados y engañosos (12:16-18) a pesar de su conducta irreprochable (Hechos 20:33-34). Andaba sobre las huellas de Cristo y derramaba su “grato olor” (2 Corintios 2:15).

La carta de Cristo: los corintios

Es realmente notable que el apóstol Pablo trate a los cristianos en Corinto como siendo “carta de Cristo expedida por nosotros” (3:3). Sin embargo estuvo obligado a decir al mismo tiempo a aquellos a los cuales llamaba “amados” y “muy amados” (7:1; 12:19): “...me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes; que cuando vuelva, me humille Dios entre vosotros, y quizá tenga que llorar” (12:20-21).

La iglesia es pues esta carta que trae al mundo el mensaje de Cristo. Según el pensamiento de Dios, Cristo debe ser formado en nosotros por la presencia del Espíritu Santo (Juan 16:14). «Una amabilidad natural no significa que Cristo está gravado en el corazón. Ser cristiano supone que un trabajo positivo, real, de Dios se operó» (J.N. Darby). El creyente encuentra en Cristo el objeto exclusivo de su corazón, y desea vivir para él (Filipenses 1:21). Los pensamientos, las palabras, la manera de actuar de Cristo, deben venir a ser nuestros.

Una carta ilegible

Como consecuencia de faltas repetidas, no juzgadas, la “carta de Cristo” viene a ser cada vez menos legible. Tiene manchas y suciedades. ¿Cómo podrían reconocer los que ven nuestra conducta que hemos “estado con Jesús”? (Hechos 4:13).

Tristemente, y por nuestra culpa, el Espíritu Santo es a menudo “contristado” y obstaculizado en su acción (Efesios 4:30). Debe trabajar en nuestra conciencia y en nuestro corazón para hacernos sentir nuestra infidelidad. La convicción de pecado es producida y nos lleva a confesar y abandonar todo lo que sea necesario. Solo de esta manera la comunión con el Señor puede ser restablecida.

La legibilidad depende de la conducta

El cristiano también puede ser comparado a una piedra grabada cuidadosamente, cuyos caracteres se borran parcialmente poco a poco a causa de la intemperie. Nuestra conducta personal y nuestra vida de iglesia están ligadas íntimamente y pueden obligarnos a guardar silencio, a pesar de que hoy sea un “día de buena nueva” (2 Reyes 7:9).

Hablar del Señor útilmente requiere una preparación personal en lo que respecta a juzgarse a sí mismo. Es una inmensa gracia “andar en la verdad” y el apóstol Juan se había regocijado mucho al ver que los hijos de la “señora elegida” andaban en la verdad (2 Juan 1, 4) y comprobar que “Gayo” también tenía tal marcha (3 Juan 3).

 

Algunas exhortaciones actuales

No nos cansemos, ¡imitemos al apóstol Pablo que seguía muy de cerca a su Maestro! (Filipenses 3:17). Había renunciado enteramente a las cosas vergonzosas que se hacen en secreto, no andaba con engaño y no falsificaba la Palabra de Dios, sino “por la manifestación de la verdad”, es decir por su conducta, se encomendaba “a toda conciencia humana delante de Dios” (2 Corintios 4:2).

Dejémonos instruir por la Palabra de Dios para saber cómo conducirnos en la casa de Dios (¡no es la nuestra!); ella es “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15). Si, por amor por Cristo, deseamos dar un testimonio fiel y útil, debemos velar para que nuestra conducta personal sea pura.

El “Dios de paz” quiere “santificarnos por completo”, dirige esta exhortación a todos sus hijos: “todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23). Las suciedades del espíritu y del alma escapan a veces a los que nos rodean, pero “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).

Actos que testifican el estado del corazón

Nuestras acciones son un testigo, a veces mudo, de nuestro estado interior. José, en casa de Potifar (Génesis 39:2-12), o cuando estaba en prisión injustamente (v. 20-23), actuaba siempre con rectitud. “Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba”.

Daniel, habitado por el temor de Dios, “propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey” (Daniel 1:8). Dios le puso en gracia con el jefe de los eunucos y con los reyes a los que fue llamado a servir posteriormente.

La reina de Saba se quedó asombrada por la gran sabiduría de Salomón, pero también al ver “el estado y los vestidos de los que le servían, sus maestresalas” (1 Reyes 10:4-5).

Palabras que impactan

Siervos de Cristo ¿producimos un efecto similar sobre aquellos que nos rodean? Si nuestros actos son para la gloria de Dios, entonces nuestras palabras, bajo la dirección del Espíritu Santo, podrán tener un gran impacto sobre las almas que tienen necesidad de ser salvadas o edificadas.

Una de las piezas de “toda la armadura de Dios”, de la que es necesario revestirse para resistir con eficacia al Adversario, retiene nuestra atención: nuestros pies tienen que estar calzados “con el apresto del evangelio de la paz” (Efesios 6:15). Un hijo de Dios, cuya gentileza no es conocida de todos los hombres (Filipenses 4:5), que se muestra agresivo y reivindicativo, pierde el privilegio de ser un testigo del Señor. Ya no puede hablar de la gracia de Dios en la dependencia del Espíritu.

Vigilancia necesaria en la iglesia local

En una iglesia local es necesario velar en primer lugar por el orden interior, mantener la separación. Si es necesario, purificarse del mal que puede existir allí. La iglesia jamás debe perder de vista que es la “carta de Cristo”. En ella el mundo debe poder leer a Cristo. Entonces Dios traerá personas a ese lugar. «Reunirse alrededor de Cristo es siempre un gran privilegio para los cristianos. Hay que desearlo, pero no hay que sobrepasar su fuerza real. Sino estamos en peligro de alejar a las personas, cuando constatan la falta de bendición» (J.N. Darby).

Solo Dios puede socorrernos y permitirnos poder mostrar a Cristo colectivamente en la humildad que conviene en un tiempo de ruina.