Diferentes copas

El significado figurado de la palabra copa

La copa, el recipiente del que se bebe o se da de beber, a menudo representa, en el lenguaje poético de los salmos y de los profetas, lo que se ofrece a alguien, lo que contendrá, lo que será su porción, su suerte, su compartir.

Así en el Salmo 11 leemos: “Sobre los malos hará llover calamidades; fuego, azufre y viento abrasador será la porción del cáliz (o de la copa) de ellos” (v. 6). Lo que significa: el juicio de Dios será la porción (o destino) de los impíos. 

En otros salmos, por el contrario, encontramos una copa que trae plena satisfacción al alma: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado” (Salmo 16:5-6). El significado general es: el Eterno es mío, lo poseo como mi tesoro. En el Salmo 23, leemos: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando” (v. 5). Es decir: estoy satisfecho. 

La mayoría de los pasajes que usan el sentido figurado de la palabra copa hablan del juicio de Dios sobre los impíos (Salmo 75:8; Isaías 51:17, 22; Jeremías 25:15). Otros describen la bendición que es la porción de los que temen a Dios (Salmo 116:13).

Los juicios finales del Apocalipsis se presentan como las copas de la ira de Dios derramándose de manera aterradora sobre la tierra: “Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos” (15:7). “Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios” (16:1).

La copa que tuvo que beber el Señor Jesús

A una petición inapropiada de Santiago y Juan, el Señor respondió: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso (o de la copa) que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” (Marcos 10:38). Aludía a los sufrimientos que le esperaban.

El Señor habló de la misma copa en el huerto de Getsemaní. Se postró sobre su rostro y oró, diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Y esto sucedió tres veces. Jesús estaba angustiado. Tenía frente a él, muy cerca, el juicio que iba a sufrir por parte de Dios. Llevaría sobre sí el pecado de todos aquellos a quienes había venido a salvar, y expresó su angustia ante la ira del Dios santo, que pronto sufriría en la cruz. La copa de la que hablaba no estaba llena de nuestros pecados, como a veces oímos decir. Era la copa de la ira de Dios contra el pecado que Jesús bebería en nuestro lugar durante las tres horas de tinieblas.

Todavía hay otra alusión a esta copa. Pocos momentos después de la escena de Getsemaní, Jesús fue apresado por sus adversarios. En su celo por proteger a su Maestro, Pedro desenvainó su espada e hirió al esclavo del sumo sacerdote. Pero Jesús le dijo a Pedro: “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11).

La copa de la Cena

Antes de ir al huerto de Getsemaní, Jesús pasó unas horas con sus discípulos en un aposento alto. Comió la pascua con ellos, les lavó los pies, les habló acerca de las circunstancias en las que se encontrarían después de su partida, les anunció la venida del Espíritu Santo que estaría siempre con ellos, y oró por ellos (Juan 13 a 17).

Fue durante este momento de intimidad que instituyó la Cena del Señor. Allí encontramos una copa en el sentido concreto de la palabra. “Tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre” (Mateo 26:27-28). El pan y la copa de la Cena representan el cuerpo y la sangre del Señor. La sangre separada del cuerpo evoca la muerte.

El Señor invitó a sus discípulos a comer de ese pan y a beber de esa copa. Su participación en estos símbolos expresa el vínculo maravilloso que ahora existe entre él y sus redimidos. Son miembros de su cuerpo. Ellos viven de su vida.

Al recordar estas cosas a los corintios, el apóstol Pablo dijo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1 Corintios 10:16-17). La copa se llama aquí: “la copa de bendición”. Simboliza la bendición infinita con la que disfrutan los redimidos de Cristo. La expresión nos acerca al sentido figurado considerado al principio.

Recordamos estas grandes cosas todos los domingos cuando nos reunimos para partir el pan. ¡Que estén cada vez más vivas en nosotros, para que nuestra alabanza salga realmente de nuestros corazones, bajo la guía del Espíritu Santo! Tenemos ante nosotros la copa de los sufrimientos de Cristo, una copa en sentido figurado y la copa de la Cena, una copa física de la cual participamos para anunciar “la muerte del Señor” (1 Corintios 11:26). Examinemos nuestras palabras, en las acciones de gracias, para no mezclar, identificar o confundir estas dos copas completamente distintas.