“Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos;
así que vosotros (los saduceos) mucho erráis”
(Marcos 12:27).
La ignorancia de los saduceos se pone de manifiesto cuando se acercan al Señor para preguntarle. Eran los materialistas de la época y representan la incredulidad natural del hombre que confía en su propio juicio. Así, estos hombres perversos, burlándose, buscan oponerse a la verdad. Plantean un caso imaginario que, según ellos, demuestra lo absurdo de la resurrección: preguntan quién será el cónyuge, en el cielo, de una persona que se ha casado varias veces en la tierra. Si la Palabra de Dios hubiera hablado del matrimonio después de la resurrección, el caso imaginado por estos saduceos podría haber presentado una dificultad. Pero este no es así. Un creyente dijo con razón: «La fuerza de la incredulidad radica en que ve dificultades en casos imaginarios que nunca sucederán, y razona a partir de las cosas de los hombres para aplicarlas a las cosas de Dios».
No hay ningún versículo en la Biblia que diga que las relaciones terrenales continuarán en el cielo. No seremos resucitados como esposos y esposas, padres e hijos. En ese aspecto, seremos como ángeles. No seremos ángeles, como algunas personas imaginan erróneamente, pero seremos como ellos, libres de todas las relaciones terrenales. El creyente se regocijará en las relaciones celestiales, mucho más allá de las relaciones temporales del estado presente.
Con respecto a la resurrección, el Señor muestra a los saduceos su ignorancia de las Escrituras. Habían citado a Moisés en un intento de demostrar que la enseñanza del Señor se oponía a las ordenanzas de la ley. Así que el Señor también cita a Moisés para mostrar la ignorancia de sus palabras: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (v. 26). Cuando Dios pronunció estas palabras, estos patriarcas habían muerto hacía tiempo. Sin embargo, Dios dice que sigue siendo su Dios. “Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos”. Aunque sus cuerpos físicos estén muertos, siguen vivos en lo que respecta a sus espíritus, y resucitarán con cuerpos nuevos. Así, el Señor puede decir a los incrédulos de entonces y de ahora: “Así que vosotros mucho erráis”.