“Instruye al niño en su camino,
y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”
(Proverbios 22:6)
Todo lo que concierne a la educación cristiana se resume en dos frases cortas:
- Contar con Dios para sus hijos;
- Criarlos para Dios.
El primer precepto sin el segundo es anarquía; el segundo sin el primero es legalismo. Los dos juntos, esto es el cristianismo sólido, simple y práctico. Es el privilegio de todos los padres cristianos de contar con Dios con toda confianza para sus hijos. Sin embargo, en el gobierno de Dios hay un vínculo inseparable entre este privilegio y la responsabilidad en cuanto a la educación de los hijos. Es una ilusión para los padres decir que cuentan con Dios para la salvación de sus hijos y guardarlos en la rectitud moral en sus futuras carreras en este mundo, mientras descuidan sus deberes de criarlos para Dios.
Insistimos solemnemente en esto con todos los padres cristianos, especialmente los padres jóvenes. Hay un gran peligro de no querer asumir nuestro deber hacia nuestros hijos, descargando nuestra responsabilidad sobre otros o descuidándola por completo. No queremos aceptar las preocupaciones que esto implica, y nos alejamos de las inquietudes constantes que esta educación trae consigo. Pero veremos que las inquietudes, las preocupaciones, las penas y la amargura del corazón resultantes del descuido de nuestros deberes de padres serán mil veces peores que todo lo que implica el cumplimiento de esta noble tarea.
Para cada cristiano que ama a Dios en verdad, hay una profunda alegría al caminar en el sendero del deber. Por cada paso dado en este camino, podemos contar con los recursos infinitos que tenemos en Dios cuando guardamos sus mandamientos. Basta acostumbrarnos, día tras día, hora tras hora, a ir a los tesoros inagotables de nuestro Padre; recibiremos todo lo que es necesario para nosotros en gracia, sabiduría y poder moral a fin de ser aptos para ejercer las funciones sagradas relacionadas con nuestras responsabilidades de padres cristianos.