La Iglesia, cuerpo de Cristo

El bautismo del Espíritu Santo

¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en la formación de la Iglesia de Dios, el cuerpo de Cristo? Un pasaje de la primera epístola a los Corintios nos da una respuesta completa: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13). El bautismo del Espíritu es mal interpretado por muchos. Algunos lo imaginan como una especie de segunda bendición reservada para unos pocos privilegiados, que viene un tiempo después de la conversión; otros suponen que es una efusión especial y repetible del Espíritu Santo que viene sobre los creyentes individual y colectivamente, como resultado de la oración ferviente.

La Escritura habla de otra manera. El bautismo del Espíritu (siendo el Señor el que lo realiza, Juan 1:33) tuvo lugar en vista a la constitución del cuerpo de Cristo. El Señor resucitado dijo a los suyos: “Vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:5); lo que sucedió el día de Pentecostés. A través de este bautismo, los creyentes son unidos a Cristo, la Cabeza viviente en el cielo, y unos a otros.

 

La unión de los creyentes con Cristo

Tal cosa no podía suceder hasta que Cristo fuera glorificado. Hubo hombres piadosos antes, por supuesto; la fe personal existió desde los días de Abel, e incluso de Adán. Pero no podía existir esta unión con Cristo hasta que se cumpliera la obra de la redención y el Señor fuera elevado al cielo. Entonces se reveló y se cumplió el propósito de Dios que fue concebido antes de la fundación del mundo, pero que estaba escondido en su corazón hasta el tiempo apropiado. Este propósito era que hubiese una compañía de personas en la gloria celestial con el “segundo hombre” (1 Corintios 15:47), compartiendo con Él todos los resultados de su obra gloriosa, y estrechamente asociados a Él.

Estas personas son reunidas mientras los propósitos de Dios con respecto a la tierra están en espera. Cuando el Mesías se presentó a Israel, fue rechazado. Este repudio pospuso el establecimiento del reino y las bendiciones asociadas con Él para toda la tierra. Todo pronto se realizará, y lo que los profetas han anunciado se cumplirá. Pero por ahora, Cristo está sentado a la diestra de Dios, y el Espíritu Santo está sobre la tierra, reuniendo a los que son miembros de Cristo y sus coherederos. Cuando su número esté completo, el Señor descenderá del cielo y los traerá a su presencia. ¡Qué maravilloso formar parte de este propósito divino!

Antes era un gran privilegio ser judío, poseer la Palabra de Dios y tener acceso a su santuario en la tierra. Pero las bendiciones características de la era de la gracia van mucho más allá de aquellos antiguos privilegios. En esta nueva compañía de personas, todas las distinciones terrenales entre judíos y no judíos desaparecen. Se destruye la “pared intermedia de separación” que separaba a Israel de todas las demás naciones (Efesios 2:14). Todos los creyentes, independientemente de su origen, tienen “entrada por un mismo Espíritu al Padre” (v. 18). Todo lo que pertenece al Cristo resucitado les pertenece también a ellos, ya que están unidos a él como miembros de su cuerpo.

 

Consecuencias prácticas a nivel personal

Para entender verdaderamente nuestra posición ante Dios, debemos aprender a conocer la de Cristo. Así es cómo podemos tomar posesión de nuestra parte celestial, que es tan maravillosa. La posición de Cristo debe ser bien comprendida, porque eso es lo que cada miembro comparte, por la infinita gracia de Dios. Una plenitud de bendiciones es nuestra en Él: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3). Y porque estamos en Cristo, todo el amor del Padre descansa en nosotros.

El conocimiento personal de estas cosas, cuando se halla en lo profundo de nuestro corazón, nos separa del mundo y nos da un carácter celestial. Si sabemos que nuestra parte es enteramente celestial, y que somos en realidad uno con el Hombre exaltado en el cielo, esto produce en nosotros el deseo de saber lo que está allá arriba y de familiarizarnos con lo que nos es revelado. Es imposible para un creyente apropiarse por la fe de su unión con Cristo en la gloria y al mismo tiempo amar a un mundo inicuo y hostil a su Salvador. Una comprensión puramente intelectual de estas cosas es inútil e infructuosa. Tomar por fe tal lugar de bendiciones y privilegios conlleva responsabilidades correspondientes para nuestro andar en la tierra.

 

La unidad práctica en la vida de la Iglesia

En esto insiste el apóstol en 1 Corintios 12. La epístola a los Efesios nos presenta el lado celestial de la verdad de la unidad del cuerpo, mientras que la primera a los Corintios nos muestra sus consecuencias prácticas en la tierra. Todos los miembros han recibido algo de la Cabeza para la edificación y bendición del cuerpo, y ninguno tiene que quejarse del lugar y deberes que se le asignan (véase 1 Corintios 12:14-26). Uno no tiene que estar celoso del otro, y los que están más dotados no tienen que despreciar a los que lo están menos. Todos tenemos necesidad, y “los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (v. 25). Los miembros más débiles, lejos de ser inútiles en el cuerpo, deben ser objeto de especial cuidado y cariño de sus hermanos. Hay una comunidad de intereses entre los miembros de Cristo.

 

El alejamiento a lo largo de los siglos

Estos principios divinos concernientes a la Iglesia fueron entendidos y practicados por fe entre los primeros creyentes. La descripción que nos da el Espíritu de Dios en los primeros capítulos de los Hechos es de gran belleza. Desafortunadamente, los cristianos se han alejado gradualmente de ellos. El apóstol Pablo, a quien Dios había usado como administrador de la verdad de Cristo y de la Iglesia, vio con tristeza el comienzo de este periodo de decadencia a medida que se acercaba su partida. Y después de que murió, la decadencia fue rápida. La verdad se perdió por completo.

La mayoría de las doctrinas sobre la salvación individual fueron redescubiertas durante la reforma del siglo 16, pero pocas de ellas sobre la Iglesia de Dios. No fue sino hasta el siglo 19 que Dios sacó estas cosas a la luz nuevamente. El Espíritu de Dios reveló estas verdades nuevamente, antes del regreso del Señor. Él deseaba llevar a los creyentes a su verdadera relación con Cristo, para que pudieran tener un andar apropiado, tanto individual como colectivo, y practicar los principios revelados al inicio.

 

Nuestra responsabilidad hoy

Algunos afirman que es prácticamente imposible actuar según tales principios, después de todo lo que se ha introducido en lo que lleva el apellido de Iglesia. Nos hemos aplicado a la edificación de cuerpos formados según principios humanos, que nada tienen en común con el cuerpo de Cristo. La Palabra de Dios se considera anticuada.

¿Qué podemos hacer? La Iglesia de Dios está compuesta de individuos y cada creyente tiene su propia responsabilidad ante el Señor. Es bastante claro que es imposible reformar toda la cristiandad. Pero cada uno debe buscar el camino del Señor por sí mismo. Sin embargo, lo que Dios ha instituido permanece. El Espíritu Santo todavía está en la tierra, y también el cuerpo de Cristo. “Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación” (Efesios 4:4). Si algunos tienen en el corazón realizar estas verdades por la fe en la Palabra de Dios, y de vivir prácticamente lo que Él ha instituido, pueden contar con la presencia del Señor “en medio de ellos” (Mateo 18:20), y con el poder del Espíritu de Dios que da todo lo necesario para la vida colectiva. ¿Qué más podría desear nuestro corazón?