Hechos aceptos en el Amado

Efesios 1:3-6

Vida práctica y posición cristiana

Con razón nos preocupamos mucho por nuestro caminar cristiano en la tierra. Dios desea que vivamos siempre en comunión con él, y que nuestro cristianismo se vea en todas las circunstancias de nuestra vida. Como estamos expuestos a fallar, desgraciadamente lo hacemos y a menudo somos parcialmente conscientes de ello.

Sin embargo, para el creyente hay algo que no cambia, y se sitúa fuera de la vida cristiana práctica: es nuestra posición como hijos delante de nuestro Dios y Padre. Aquí no se trata de la manera en que desarrollamos nuestra vida de fe y de la forma en que nos comportamos, aunque estas cosas tienen su importancia.

La Palabra de Dios a menudo describe esta posición con las palabras “en Cristo” (Romanos 6:11, 8:1; 1 Corintios 1:2, 30). Nuestra posición en Cristo es inmutable y siempre perfecta, precisamente porque ella no depende de nuestro estado práctico. En la epístola a los Efesios, Pablo escribe al respecto: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (1:3-6).

 

Una mirada atrás

Si está escrito que somos aceptos (o “agradables”, versión francesa J.N.D.) en el Amado, es porque antes no lo éramos. La Palabra de Dios pronuncia un juicio inequívoco sobre nuestro estado antes de poseer la salvación. Estábamos “muertos en nuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1). “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros” (Tito 3:3). Éramos “tinieblas” (Efesios 5:8), esclavizados a “la potestad de las tinieblas” (Colosenses 1:13). El contraste es muy grande; no podía ser mayor.

¿Cómo es posible que aquellos que estaban muertos en sus delitos y pecados ahora puedan ser aceptos para Dios? Es porque estamos “en el Amado”. Esto aleja nuestros pensamientos de nosotros mismos y los fija sobre Cristo.

 

El puro afecto de Dios

El puro afecto de Dios que descansa en Cristo descansa también en nosotros que somos hijos de Dios. Estamos, por decirlo así, envueltos de Cristo, del perfume de su persona como la fragancia del holocausto que en Levítico 1 subía hacia Dios en “olor grato”. “Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2).

Somos agradables en el Amado. El favor de Dios descansa en nosotros, de manera que le somos agradables ahora. Dios, no solo nos perdonó nuestros pecados, también puso fin a nuestra situación de enemigos. Ya sería mucho como expresión de su inmensa gracia hacia nosotros. Pero hizo aún más. Nos hizo aceptos para sus ojos santos. Serle agradables es muchísimo más que no ser más sus enemigos y pecadores.

 

En el Amado

¿Cómo es posible que ahora seamos aceptos a Dios y objetos de su complacencia? Es porque él nos ve en el Amado. Estamos enteramente “en Cristo”, de manera que, cuando Dios nos ve, él ve a Cristo. Nuestra perfecta aceptación por Dios descansa en lo que tiene más valor para su corazón, su Hijo amado.

Notemos las palabras empleadas. El apóstol no dice que hemos sido hechos aceptos o agradables en Cristo, o en el Hijo, que evidentemente también es verdad. Pero dice: “en el Amado”, en Aquel que es amado del Padre, en “su amado Hijo” (Colosenses 1:13). Este amor divino del Padre por su Hijo es el fundamento y la medida de nuestra aceptación por Dios.

¿Quién puede comprender la inmensidad de la diferencia entre lo que éramos y lo que somos ahora?

¡Antes, muertos en nuestros delitos y pecados, y ahora hechos agradables en el Amado!

El Padre ama al Hijo desde la eternidad. Jesús dice en su oración de Juan 17: “Me has amado desde antes de la fundación del mundo” (v. 24). Era el único que podía hablar así, porque, como pecadores, no teníamos el más mínimo derecho al amor de Dios. Y, sin embargo, en su gracia, él nos amó y dio a su Hijo “en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).

Esto lleva nuestro pensamiento hacia la cruz del Calvario. Es allí donde Cristo sufrió el juicio de Dios contra el pecado y contra nuestros pecados, y lo glorificó perfectamente. Gracias a ello, podemos presentarnos ante Dios hechos aceptos. Por sus sufrimientos y su muerte por nosotros en la cruz el abismo infranqueable entre Dios y el pecador pudo ser abolido. ¡Antes muertos, hijos de ira, y ahora hechos agradables! Todo resulta de la grandeza y gloria de la obra del Señor Jesús en la cruz. Esta grandeza y gloria son el fundamento de todas las bendiciones que nos fueron dadas por gracia.

¡Que la meditación de estas cosas maravillosas llene nuestros corazones de adoración!