El Salmo 22 /1

Salmos 22

La importancia de este salmo es inmensa, porque describe proféticamente la obra sobre la cual descansan nuestra salvación y felicidad eternas: una obra más grande que la que fue llevada a cabo por la misma Persona cuando los mundos fueron sacados de la nada. Cuando éstos ya no existan más, esta obra todavía seguirá siendo el tema de alabanza de los rescatados por toda la eternidad. Recordemos que debemos considerar estas cosas con el más profundo respeto.

Aprovechemos lo que el Espíritu Santo quiere enseñarnos en estas páginas de las Escrituras. Es lo infinito, como lo son todas las cosas que se refieren a nuestro Dios. Consideraremos algunas riquezas que contiene este salmo. Al meditarlo, conoceremos mejor el amor del cual somos objeto, a la vez que la cruz del Calvario nos muestra su medida. También conoceremos mejor la miseria en la cual estábamos sumidos por el pecado y de la cual hemos sido librados en virtud de la obra de Cristo. Tendremos horror del mal, el cual hizo caer sobre la santa Víctima los sufrimientos descritos en este salmo. Por fin, más alabanzas subirán ante Dios, en las cuales Él se agrada y es glorificado.

Es importante no separar los salmos unos de otros. Echaremos un vistazo a los salmos que preceden al salmo 22, y también a los que le siguen; así veremos más fácilmente su ilación. El lector atento encontrará maravillas en esta parte de las Escrituras.

El salmo 15 comienza con la solemne pregunta: “Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo?” Después de haber considerado la maldad del hombre tal como nos es descrita en los salmos que preceden, surge una pregunta: «¿No habrá nadie, pues, que disfrute de las bendiciones que hay en la santa morada de Dios? ¿A dónde iremos a buscar una persona que cumpla las condiciones requeridas en este salmo 15 y sin las cuales es imposible entrar en el santuario del Dios Santo?» Los salmos que siguen son como una respuesta a esta pregunta, y nos dan a conocer a Cristo, el que, en virtud de sus propias perfecciones, pudo decir: “Abridme las puertas de la justicia; entraré por ellas” (Salmo 118:19). Los salmos 16 a 24 nos hablan de la excelencia de Aquel que, con derecho, puede morar en la santa montaña de Jehová.

El salmo 16 nos presenta al Señor en su perfecta humanidad, andando en la senda de la fe. “Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado”. Sin embargo, en el salmo 22, Dios, en quien él confió plenamente, lo abandonó. ¿Por qué? Por ese mismo gran hecho comienza el salmo. Es un misterio en presencia del cual adoraremos por la eternidad.

En el salmo 17, el Señor anda en el camino de la justicia: “Oye, oh Jehová, una causa justa”. ¿Qué persona puede reivindicar la justicia sino sólo Aquel que pudo decir: “De tu presencia proceda mi vindicación; vean tus ojos la rectitud. Tú has probado mi corazón, me has visitado de noche; me has puesto a prueba, y nada inicuo hallaste; he resuelto que mi boca no haga transgresión”? Y el Dios santo que conocía la perfecta justicia del Señor, lo ha “puesto en el polvo de la muerte” (22:15). La muerte es la paga del pecado (Romanos 6:23), y el único Justo tuvo que sufrir la muerte; ¿por qué? He aquí de nuevo un misterio que vale la pena sondear.

El salmo 18 es de gran importancia, puesto que Dios lo repite dos veces en su Palabra (véase 2 Samuel 22). Podría resumirse en una sola palabra: “salvación”, que encontramos varias veces. Celebra a un Cristo que sufrió y que fue el centro de la redención de su pueblo. Libró a su pueblo de Egipto, de las aguas del mar Rojo, del poder de Faraón y de su ejército.

Es Cristo, quien pronto liberará a Israel de sus enemigos y lo introducirá en la bendición final que le fue prometida por los profetas. Pero en el salmo 22, Aquel que tantas veces redimió a los suyos, no ha sido liberado. No hubo nadie que lo socorriera cuando clamó en su agonía.

El salmo 19 comienza con estas palabras: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Volvamos por el momento al salmo 22 que es el tema de nuestra meditación: “Horadaron mis manos” (v. 16). ¡Es lo que hicieron los hombres de estas mismas manos! ¿Cómo actuarán esos culpables cuando miren a quien traspasaron (Zacarías 12:10)? ¿Hacia dónde va el mundo en que vivimos? Seríamos más conscientes de ello si realizáramos más el hecho de que somos extranjeros en este mundo. En este salmo 19, Aquel del cual “los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” es también el que nos otorgó su Palabra, tema tratado después del versículo 7. Ahora bien, las Escrituras dan testimonio de sus sufrimientos, los que se describen de manera solemne en el salmo 22. Pero, ¿quién ha creído el testimonio de Dios? El que creó los mundos y dio las Escrituras es también el que soportó los sufrimientos de los cuales testificó este salmo hace ya más de mil años. A medida que avanzamos en la lectura de estas cosas, se multiplican los temas de adoración. Comprobamos una vez más que los salmos se unen unos a otros, como se unen los eslabones de una cadena de oro.

El salmo 20 nos habla de los sufrimientos de Cristo, “en el día de conflicto”. Lo vemos en medio de un pueblo sin piedad, pero rodeado de un remanente fiel (los doce, por ejemplo). Ellos lo miran cuando se ofrece en holocausto: Juan y las mujeres se encuentran alrededor de la cruz. Sin embargo, en el salmo 22 lo vemos abandonado por todos y, durante las horas de suprema angustia, no hay quien lo socorra. Todos huyeron dejándolo solo. Clamó a su Dios, y Dios lo abandonó poniéndolo en el polvo de la muerte.

Si bien el salmo 20 nos habla de los sufrimientos de Cristo, el salmo 21, al contrario, describe a Cristo glorificado. Está más allá de la muerte; su gloria es grande en su salvación. El que lo abandonó, lo ha revestido de honra y majestad. Viene con fuerza y poder para ejercer juicio contra sus enemigos y su diestra alcanzará a todos los que le aborrecían. Vuelve, no en gracia —como lo vemos en el salmo 20—, sino para ejecutar juicio. En el salmo 22, es él quien soportó el juicio que nosotros merecíamos. El que será el juez mañana, es el Salvador hoy.

En el salmo 22, Cristo está sobre el monte Calvario: es el pasado. En el salmo 23, es el Pastor que cuida el rebaño en el valle de sombra de muerte: es el presente. Por fin, el salmo 24 nos lo presenta en su gloria real sobre la montaña de Sion: es el futuro. Ayer murió por nosotros; hoy, cuida de nosotros; y mañana, aparecerá en gloria ante los ojos de todo el universo. Hemos mencionado solamente algunos lazos que unen esos salmos con el salmo del que queremos ocuparnos con más detalle. Existen muchas otras riquezas en otros salmos. Penetremos con diligencia en estas maravillas y descubriremos muchas más. “La mano de los diligentes enriquece” (Proverbios 10:4) y pone a nuestra disposición los abundantes tesoros escondidos.

Para entender los pensamientos de Dios concernientes al salmo 22, es necesario conocer un poco los caracteres de las cuatro grandes clases de sacrificios que fueron ofrecidos en el antiguo pacto: el holocausto, la ofrenda vegetal, el sacrificio de paz y el sacrificio por el pecado, íntimamente unido al sacrificio por la culpa (Levítico 1 a 7). Estas cuatro clases de sacrificios han tenido su pleno cumplimiento en la Persona de Cristo que fue el Cordero de Dios. Cada uno de los evangelios nos presenta uno de los aspectos de ese sacrificio.

En Juan tenemos el sacrificio del holocausto. Es la parte de Dios, y representa una perfección de la cual nos es imposible comprender su infinito valor. Él es el único que la puede sondear. Cristo se ofreció a Dios sin mancha. Él dio su vida; nadie podía quitársela. Este evangelio no nos habla de sus sufrimientos en la cruz, y aunque dijo: “Tengo sed” (19:28), no fue para expresar queja alguna, sino simplemente a fin de que se cumpliese la Escritura.

En Lucas tenemos al abandonado de Dios. Es en el jardín de Getsemaní donde encontramos la profundidad de los sufrimientos de Cristo, antes que en la cruz. Este evangelio nos lo presenta en su perfecta humanidad con la figura de la ofrenda vegetal. Para Él, morir fue como un acto de obediencia, tal como todo lo que caracterizó su vida de hombre perfecto.

Marcos presenta al perfecto servidor que ama a su señor, a su esposa y a sus hijos (véase Éxodo 21:5). Todos tuvieron parte en su sacrificio; es un aspecto del sacrificio de paz. En tal ofrenda, Dios tiene su parte, y también los suyos. En figura, una porción era quemada sobre el altar: era la parte de Dios; la otra era comida por los adoradores: es la parte de los creyentes.

Por fin, el evangelio de Mateo nos hace ver de una manera particular el horror de los sufrimientos de Cristo en la cruz, los cuales provenían no solamente de parte de los hombres, sino también de parte de Dios, el Dios santo en presencia del pecado. Allí se encontró abandonado por Dios. Éste es el aspecto del sacrificio por el pecado, y es precisamente el aspecto del sacrificio de Cristo que hallamos en el salmo 22. Este evangelio nos describe el relato histórico de lo que ocurrió cuando la santa Víctima llevó nuestros pecados. Este salmo también nos da a conocer proféticamente lo que ocurrió en su alma santa, cuando soportó el castigo a causa de los pecados. Hay un lazo entre este salmo y el capítulo 27 de Mateo. Comprender bien esto nos ayudará a penetrar más en el salmo 22.

A través de los padecimientos que fueron su porción, cuando fue consumido por el fuego del juicio de Dios, Cristo era perfectamente consciente de todo lo que le rodeaba y del horror del juicio que tuvo que sufrir. El Señor rehusó beber el vinagre mezclado con hiel que se le ofreció (Mateo 27:34), el que habría traí­do, en cierta medida, alivio a sus innumerables dolores en tal momento. Esto lo habría entorpecido y lo habría vuelto un poco insensible a lo que estaba pasando.