El cordero pascual /2

Éxodo 12

¿Cómo comer la Pascua?

Sin embargo, queda otro aspecto que considerar. El cordero pascual, cuya sangre había sido puesta sobre las moradas de los israelitas, debía comerse en condiciones especiales, con aquello que lo acompañaba y en una actitud prescrita. Cada uno de esos puntos tiene su interés e instrucción. “Aquella noche comerán la carne asada al fuego”. No debía comerse “cruda, ni cocida en agua, sino asada al fuego; su cabeza con sus pies y sus entrañas” (Éxodo 12:8-9). El fuego es una figura de la santidad de Dios aplicada al juicio; de manera que el cordero de que se alimentaban los israelitas hablaba en figura de Otro que, pasando por el fuego del juicio, lo atravesaría en lugar de ellos. El hecho de que fuera “asado al fuego”, nos habla de Cristo “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24) y fue hecho pecado por nosotros, cuando fue expuesto a la acción completa, inexorable y penetrante del fuego, imagen del juicio de Dios contra el pecado. Si Dios podía salvar a los israelitas, era sólo porque otro llevó sobre Él la deuda que justamente ellos debían. ¡Qué gran amor manifestó Dios, entregando a su Hijo a semejante muerte! El Espíritu de Dios podía decir con mucha razón: “No escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Romanos 8:32); lo envió para recibir el juicio que el pecador merecía.

Con qué agradecimiento debían nutrirse los hijos de Israel de ese cordero asado al fuego. Si sus ojos hubieran estado abiertos, sin duda habrían dicho: «La sangre de esta víctima nos pone a salvo del terrible juicio que cae sobre los egipcios; la carne que comemos ha pasado por el fuego al cual hubiéramos tenido que ser expuestos». Este pensamiento por ellos expresado habría hecho subir en sus corazones el reconocimiento y la alabanza hacia Aquel que, en su gracia, proveyó de tal medio de salvación y de seguridad.

Dos cosas debían comerse con el cordero: panes sin levadura y hierbas amargas. La levadura es una figura del mal, y los panes sin levadura nos hablan, por una parte, de la ausencia del mal y, por otra, de pureza y santidad. El apóstol Pablo menciona los “panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5:8). Esto lo veremos más detalladamente cuando tratemos la fiesta de los panes sin levadura en relación con la pascua (Éxodo 12:14-20). Por el momento, basta hacer resaltar el carácter. Las “hierbas amargas” representan el resultado producido por el hecho de entrar en los sufrimientos de Cristo por nosotros, es decir, el arrepentimiento y el juicio de uno mismo en la presencia de Dios. Los panes sin levadura y las hierbas amargas nos describen el único estado de alma por el cual podemos verdaderamente nutrirnos del cordero asado al fuego. Es maravilloso considerar cómo Aquel que llevó el justo juicio de Dios contra el pecado de los israelitas viene a ser el alimento de su pueblo.

Notemos también que ninguna cosa debía quedar hasta la mañana. Lo que quedare debía ser quemado en el fuego (v. 10). Más tarde, esa misma enseñanza fue dada para la mayor parte de los sacrificios que debían ser comidos (véase Levítico 7:15). Era sin duda una advertencia contra el peligro de comerlo como si se tratara de un alimento común. Sólo podía ser comido en asociación con el juicio del cual era figura. La “carne” de Cristo (en figura) no puede ser comida sino en relación con su muerte. De igual manera en cuanto a la noche de la pascua: en la mañana, cuando el juicio ya había pasado, los israelitas habrían podido olvidar el valor del cordero asado al fuego; pero el mandamiento de quemar aquello que sobraba, les recordaría su carácter, preservándolos de utilizarlo como si fuera un alimento común. Sólo en la mesa pascual podían nutrirse de una manera apropiada del cordero pascual.

Listos para partir

Su actitud debía estar en armonía con la posición en la cual habían sido introducidos. “Lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová” (Éxodo 12:11). Todo ello nos habla del carácter que debían manifestar como consecuencia de su redención; pues iban a salir de Egipto para siempre a fin de atravesar el desierto como peregrinos y dirigirse hacia la tierra prometida. “Ceñidos vuestros lomos”: Estaban preparados para el servicio, apartados del país que los retuvo cautivos durante tantos años, a fin de que nada los detuviese o los retuviese cuando la señal de salida para el viaje fuese dada. “Vuestro calzado en vuestros pies”: Estaban preparados, calzados para la marcha. “Vuestro bordón en vuestra mano”: Esto es la muestra de su carácter de peregrinos, pues dejaban aquello que habían sido sus casas para venir a ser extranjeros en el desierto. Por fin, debían comer la pascua apresuradamente, porque no sabían el momento en que sería dado el mandamiento, y por eso debían estar preparados.

Velar y estar preparados: es la verdadera imagen de la actitud del creyente en este mundo! ¡Ojalá que todos nosotros podamos responder mejor a esto!

Muchas veces somos exhortados a tener ceñidos nuestros lomos. Tener calzados nuestros pies del Evangelio de la paz (Efesios 6:15), es indispensable para estar vestidos de toda la armadura de Dios. Guardar el verdadero carácter de peregrinos, con la conciencia de que el reposo para nosotros no se encuentra allí, es una de las primeras lecciones de nuestra vida cristiana. Esperar a Cristo se une a la esperanza de su regreso. La cuestión es saber si esos rasgos hoy en día caracterizan al creyente como debieran. Lo que nos falta es una realización más profunda del carácter de la escena que atravesamos: una escena juzgada, porque Dios la juzgó en la muerte de Cristo. Él dice: “Ahora es el juicio de este mundo” (Juan 12:31). Si estuviéramos completamente convencidos de esto en nuestra alma, no procuraríamos permanecer en este mundo, sino que, como verdaderos peregrinos, con nuestros lomos ceñidos y nuestras lámparas encendidas, seríamos semejantes a hombres que aguardan a su Señor (Lucas 12:35-36).

La fiesta de los panes sin levadura

La fiesta de los panes sin levadura es mencionada en relación con la pascua (Éxodo 12:14-20). No fue celebrada en el país de Egipto, pues la noche misma en que Dios hirió a los primogénitos, los hijos de Israel comenzaron su viaje. Sin embargo, la unión es conservada para recalcar el verdadero significado típico de esta fiesta. Ocurre lo mismo en 1 Corintios 5:7-8: “Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad”. La levadura, como ya se ha dicho, es una figura del mal, que se extiende y que comunica sus propiedades en la masa en la cual opera. “Un poco de levadura leuda toda la masa” (1 Corintios 5:6). Comer panes sin levadura significa, pues, la separación del mal, la santidad práctica. Notemos también que la fiesta debía durar siete días, es decir un período de tiempo completo. En consecuencia, esta santidad incumbe a todos aquellos que están al amparo de la sangre del Cordero pascual, durante todo el período de su vida en la tierra. Esto es lo que expresa la fiesta de los panes sin levadura unida con la pascua.

Una vez salvos por la gracia de Dios, en virtud de la aspersión de la sangre de Cristo, nuestros perversos corazones podrían decir: “Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde” (Romanos 6:1). «No», responde el Espíritu de Dios; «desde el momento en que están bajo la influencia de la muerte de Cristo, tienen la responsabilidad de separarse del mal». Así, Dios busca en nosotros, en nuestra marcha y en nuestro comportamiento, una respuesta a lo que Él es y a lo que hizo por nosotros. Para poner esto en evidencia, había ordenado a los israelitas que guardasen esa fiesta “por costumbre perpetua”. Primero, es cierto, para recordarles que ese mismo día Dios hizo salir sus ejércitos del país de Egipto, y luego, para enseñarles la obligación de tener una marcha de acuerdo con su nueva posición. Y ¿no es de gran necesidad traer a la memoria esa obligación a la mente de los creyentes del tiempo actual? Lo importante para poner en todas las conciencias hoy en día es la responsabilidad de guardar esa fiesta de los panes sin levadura. La relajación en la marcha, las malas compañías y la mundanalidad minan por todas partes el testimonio de los hijos de Dios. “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:16-17). ¡Que esta oración del Señor halle una respuesta más evidente en una separación y una consagración crecientes de parte de los suyos!

En los versículos 21-28 de Éxodo 12, vemos cómo Moisés reúne a todos los ancianos de Israel, para darles las ordenanzas que acabamos de considerar. Al oír este mensaje, “el pueblo se inclinó y adoró. Y los hijos de Israel fueron e hicieron puntualmente así” (v. 27-28). Un interesante detalle es añadido. Está previsto que los hijos sean instruidos en cuanto al significado de la pascua (v. 26-27). Así el relato de la gracia y del poder de Dios en redención, cuando hirió a los egipcios, debía ser transmitido de generación en generación.

De esta manera, Dios, en su gracia, una vez que separó a su pueblo y aseguró el hecho de ponerles al amparo del juicio por la aspersión de la sangre, heriría a Egipto tal como lo había declarado.

Versículos 29-36: El golpe amenazador desde hacía tanto tiempo, pero aplazado con mucha paciencia y misericordia, por fin se cumplió, y de una manera inexorable, en todo el país; pues “Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales”. Todos los corazones fueron trastornados por ese terrible golpe que cubrió de luto a todos los hogares del país; “y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto”. El endurecido corazón de Faraón fue alcanzado, y se inclinó entonces ante el manifiesto juicio de Dios. “Se levantó aquella noche Faraón, él y todos sus siervos, y todos los egipcios… e hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo” que se marchasen. Ahora, él no les imponía ninguna condición, sino que les concedió todo lo que habían pedido, rogando hasta una bendición de parte de ellos. Los egipcios fueron más lejos que Faraón: “apremiaban al pueblo, dándose prisa a echarlos de la tierra; porque decían: “Todos somos muertos”. De manera que dieron a los israelitas todo lo que éstos deseaban; y, según la palabra de Dios, los hijos de Israel “despojaron a los egipcios”.

Una gran multitud de toda clase de gente

Versículos 37-42: Así, Dios redimió a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y los hijos de Israel partieron para la primera etapa de su viaje, de Ramesés a Sucot, cerca de seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. Desgraciadamente, no estaban solos. Subieron acompañados de una “gran multitud de toda clase de gentes”. En todos los tiempos, esto fue una plaga para los hijos de Dios, una fuente de debilidad, de errores y, a veces, hasta de abierta apostasía. El apóstol Pablo advierte a los creyentes de su época contra ese especial peligro (1 Corintios 10); el apóstol Pedro (2 Pedro 2:1-3), y Judas en su epístola (v. 4), también lo hacen.

Hoy en día, la Iglesia padece ese mismo mal. En cierto aspecto, ella incluye también a esa “gran multitud de toda clase de gentes”. Por eso, son importantes las palabras del apóstol a Timoteo: “El fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2:19-21).

Los israelitas salieron apresuradamente, porque fueron echados fuera de Egipto y no pudieron detenerse ni hacer provisiones. Tenían que confiar por completo en Dios quien los había separado de los egipcios y puesto bajo la protección de la sangre del cordero. Entonces, iba a conducirlos y a alimentarlos en el camino. No debían llevar levadura consigo.

Dios esperaba ese momento desde hacía siglos (véase Génesis 15:13-14); y ese mismo día, que había determinado por anticipado, su pueblo salió de Egipto. Los israelitas aún no habían atravesado el mar Rojo; pero con la seguridad de que “todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto” (Éxodo 12:41), el Espíritu de Dios anticipó su entera y perfecta liberación. La sangre que los protegía era la base de su completa redención. No constituye ninguna sorpresa el hecho de que fuese añadido que la noche de su éxodo debía ser una “noche de guardar para Jehová” como estatuto perpetuo. Notemos bien, tenía que ser guardada para Jehová, a fin de recordar continuamente en la mente de todos la fuente de esa gracia y de ese poder liberador que los hizo salir de Egipto.

Lo mismo ocurre hoy en día, aunque de una manera diferente. “El Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan” y dio gracias, estableciendo para los suyos el precioso memorial de su muerte; para que todas las veces que comamos el pan y bebamos la copa anunciemos la muerte del Señor hasta que él venga (1 Corintios 11:23-26). Es su deseo que nos acordemos de Él a lo largo de nuestro peregrinaje, y que nos acordemos de Él en esa terrible noche cuando fue entregado, cuando, al ser nuestra Pascua, fue sacrificado por nosotros.

¿Quién podía comer la pascua?

El capítulo 12 termina con “la ordenanza de la pascua” que subraya principalmente dos instrucciones. La primera se refiere a las personas que podían participar: “Ningún extraño comerá de ella. Mas todo siervo humano comprado por dinero comerá de ella, después que lo hubieres circuncidado. El extranjero y el jornalero no comerán de ella”. Pero “toda la congregación de Israel lo hará. Mas si algún extranjero morare contigo, y quisiere celebrar la pascua para Jehová, séale circuncidado todo varón, y entonces la celebrará, y será como uno de vuestra nación; pero ningún incircunciso comerá de ella”. (v. 43-45, 47-48).

Entonces, había tres clases de personas que podían celebrar la pascua: 1) los israelitas, 2) sus siervos comprados por dinero, y 3) el extranjero que morare con ellos. No obstante, para cada una de ellas la condición era la misma: la circuncisión. Nadie podía sentarse a la mesa de la pascua, a menos que hubiese sido circuncidado. Sólo de esta manera podían ser introducidos en conformidad con la alianza que Dios había hecho con Abraham (véase Génesis 17:9-14), y sobre la base en que actuaba en este momento, haciéndolos salir de Egipto y tomándolos para sí como pueblo.

La circuncisión es una figura de la muerte para la carne. Su significado se refiere directamente a la muerte de Cristo. El apóstol Pablo escribe a los Colosenses: “Cristo... en él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Colosenses 2:11-12).

Entonces, a menos que todas esas distintas clases no hayan sido llevadas sobre el terreno de la alianza, no podían disfrutar el privilegio de esa bendita fiesta entre todas, una fiesta que sacaba todo su significado de la sangre derramada del cordero pascual. Es sumamente interesante notar la especial disposición prevista para dos de esas clases. Los israelitas, como tales, tenían derecho a la pascua si estaban circuncidados. No obstante, al lado de ellos se encontraban otras dos clases. Un jornalero no podía celebrar la fiesta, pero un siervo comprado por dinero sí podía si estaba circuncidado. Es necesario recordar que esta fiesta tenía esencialmente un carácter familiar: un siervo comprado por dinero era, por decirlo así, incorporado a la familia, venía a ser parte integrante de la casa y, por eso, podía participar de la fiesta, mientras que un jornalero carecía de tal posición y, por consecuencia, quedaba excluido. “Mas si algún extranjero morare contigo”; aquí podemos ver una promesa de gracia para los gentiles, cuando “la pared intermedia de separación” sería derribada (Efesios 2:14), y el Evangelio proclamado al mundo entero.

En fin, hay una disposición en cuanto al cordero. La pascua “se comerá en una casa; y no llevarás de aquella carne fuera de ella, ni quebraréis hueso suyo” (Éxodo 12:46). El significado de la figura, ya como la unidad de la familia, o de Israel si consideramos a todo el pueblo, se habría perdido si esa orden hubiera sido menospreciada. La sangre estaba sobre la casa, y el cordero pascual no era sino para aquellos que se encontraban al abrigo de la sangre. Por eso, su carne no debía ser llevada fuera de la casa. La sangre de la aspersión era indispensable para que uno pudiera nutrirse del cordero asado al fuego. Y ningún hueso debía ser quebrado, porque era una imagen de Cristo. Por eso, el apóstol Juan dijo: “Estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo” (Juan 19:36). Resulta claro, pues, que, en el cordero pascual, el Espíritu tenía a Cristo a la vista. Cuando leemos este relato, es precioso para nosotros tener comunión con Sus propios pensamientos, y no discernir nada sino a Cristo. ¡Quiera el Señor abrir nuestros ojos cada día más, de tal manera que sólo Él llene nuestra alma mientras leemos su Palabra!