Epafrodito
“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación.”
(Romanos 15:2)
Cuando el apóstol Pablo estaba en Roma como prisionero del Señor, soportando privaciones, Epafrodito vino a él trayéndole un don de la iglesia de Filipos (Filipenses 2:24-30). Este abnegado hermano fue efectivamente el mensajero de esta iglesia, pero era mucho más que un simple instrumento de la generosidad de los hermanos. No servía con pesar o por necesidad, sino que estaba lleno del amor de Cristo. Es cierto que hizo este servicio para Pablo con el deseo de servir al apóstol y a los hermanos por amor al Señor. Procuraba agradar al prójimo, en vista del bien, y Cristo estaba continuamente delante de él como el divino Modelo, quien no “se agradó a sí mismo” (Romanos 15:3). El “sentir” que había en él era el “sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5).
Epafrodito era un siervo celoso y consagrado de la iglesia de Filipos. Emprendió el largo viaje desde Macedonia hasta Roma según el deseo de los hermanos para el bien de Pablo. Suplió lo que faltaba en el servicio de ellos por el apóstol (2:30) y fue ministrador de las necesidades de Pablo (v. 25). Este acto de amor y de abnegación de parte de los filipenses es llamado por el apóstol “olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (4:18).
En el ardor de su celo, Epafrodito se agotó seguramente cumpliendo ese servicio. Cayó enfermo en Roma, a punto de morir. Esta circunstancia nos hace conocer la delicadeza de sus sentimientos; durante su enfermedad estuvo muy angustiado al saber que los filipenses estaban afligidos por él; le pesaba ser causa de tristeza para los hermanos. ¡Qué afectuosa preocupación y qué ausencia total de egoísmo en este hombre lleno de bondad! (2:26-27).
Pablo reconoce esa abnegación excepcional, y la menciona en la epístola a los Filipenses como un ejemplo perdurable, y como modelo a imitar para los creyentes de todos los tiempos. El apóstol habla de su compañero con palabras notables: “Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero de milicia, vuestro mensajero, y ministrador de mis necesidades” (2:25). Era una ayuda para el apóstol, luchaba con él, pero Pablo lo llama ante todo “mi hermano”. No era una apelación como la que se aplica generalmente a todos nuestros hermanos “en Cristo”, sino que era precioso para el corazón del apóstol, «un hermano en verdad». Pablo habla con profundo afecto de él, como también de Tito, al que igualmente llamó “mi hermano” (2 Corintios 2:13). Pablo consideraba a Epafrodito digno de ese nombre, porque amaba a Pablo y a los hermanos, “no... de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).
El pasaje de Filipenses 2:25 ilustra la actividad individual de los miembros del cuerpo, que a veces es desconocida, pero que contribuye también al bienestar del cuerpo entero. Allí vemos una cooperación práctica para proveer a las necesidades temporarias de un miembro del cuerpo, y una ilustración del versículo 16 de Efesios 4: “la actividad propia de cada miembro”. Por “las coyunturas que se ayudan mutuamente”, Filipos está puesto en relación con Roma; el amor fraternal de los filipenses “edifica” a Roma, y recíprocamente el amor de Pablo “edifica” a Epafrodito, a la iglesia en Filipos y a la Iglesia en todo lugar y de todos los tiempos. Procuraron “agradar a su prójimo en lo que es bueno, para edificación” (Romanos 15:2).
Esforcémonos en comprender bien el valor espiritual que el apóstol atribuye a esta acción de amor de Epafrodito, como también a la obra de todos los que trabajan para agradar a su prójimo en vista del bien. Al hablar del retorno a Macedonia de su mensajero aún convaleciente, Pablo dice: “Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo, y tened en estima a los que son como él” (Filipenses 2:29). Debemos estimarlos en gran manera; el primero entre los hermanos, es aquel que sirve; recordemos que el Señor mismo nos dio el ejemplo.
Pero ¿dónde está el Epafrodito de hoy? ¿Dónde están los sucesores de Priscila y Aquila de los cuales Pablo dijo: “que expusieron su vida por mí”? (Romanos 16:4). Aunque en nuestros corazones la fe sea débil, y la esperanza esté velada, el amor ciertamente permanece. En todas partes hay hermanos afligidos que necesitan un servicio de nuestro amor. ¿Acaso no está al alcance de todos nosotros una caridad práctica? Si la cultivamos, como en los primeros tiempos de la Iglesia, veremos aún hermanos que exponen sus vidas por sus hermanos. “No nos cansemos, pues, de hacer bien... y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:9-10), buscando siempre sus ventajas, y sin ahorrar jamás nosotros ningún esfuerzo.