Algunos siervos /2

Bernabé

Bernabé

La Palabra no nos habla mucho de Bernabé, pero lo poco que nos dice de él contiene ricas y útiles enseñanzas. Lo encontramos por primera vez en Hechos 4:36-37, al principio de la Iglesia. Allí aprendemos que Bernabé (que significa «Hijo de consolación») es sólo un sobrenombre dado por los apóstoles, y que su verdadero nombre es José. Nada se nos dice respecto de su conversión. Tal vez se encontraba entre los que habían subido a Jerusalén el día de Pentecostés, y cuyo corazón fue tocado por las palabras de Pedro: “Se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (2:37). El pasaje arriba citado (4:36-37) ya lo hace ver como un hombre que había tomado fielmente, y para su bendición, su lugar entre los discípulos y, por su conducta, contribuyó a regocijarlos, de manera que los apóstoles pudieron ponerle el hermoso sobrenombre de “Hijo de consolación”.

Más tarde, Bernabé es mencionado como “varón bueno” (11:24). Podemos deducir de esto que consolaba y animaba a menudo a aquellos que estaban tristes. ¡Cuán instructivo es esto para todos los tiempos! No todos tenemos un don particular, pero cada uno de nosotros bien puede esforzarse en ser útil para la consolación de los demás. Para esto no se necesita poseer un gran conocimiento, sino el amor de un corazón que late para el Señor y para sus amados. Aquel que vive en una estrecha comunión con el Señor, experimenta Sus consolaciones y puede a su vez consolar a los que pasan por aflicciones de la misma manera con que él mismo fue consolado (2 Corintios 1:4). Seguramente que muchos lectores pudieron apreciar, en estos tiempos de muchas pruebas y tribulaciones, las consolaciones de hermanos y hermanas que tienen el deseo de ir a alentar a los que sufren. ¡Cuánto nos regocija verlos llegar y los recordamos con gratitud! ¡Que el Señor quiera multiplicar el número de esos siervos entre nosotros!

Bernabé era levita. No sabemos si cumplía su servicio antes de su conversión, ni cómo lo hacía, sino que, después de su conversión, se condujo como un verdadero levita (siervo). A fin de ponerse a disposición del Señor enteramente sin ser retenido por nada, vendió su campo y puso el precio a los pies de los apóstoles. Tal vez era la herencia de sus padres como antiguamente para Nabot (1 Reyes 21:3-4). Cuando somos puestos en relación con un Cristo glorificado, aprendemos a estimar todas las cosas de manera distinta y a ponerlas en su verdadero lugar. Cuando dejamos que la luz divina nos alumbre, entonces estimamos las cosas terrenales en su valor real. Muchos creyentes de ese tiempo actuaron como Bernabé; vendieron sus posesiones a favor de aquellos que pasaban necesidad. El gozo que sentían en las cosas de arriba los despegaba de lo que es de la tierra, de manera que “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía” (Hechos 4:32). Aunque esto no duró, tal disposición de ánimo fue y es siempre agradable al Señor; es digna de ser imitada.

La segunda vez que se habla de Bernabé es en Hechos 9:26-27. Vemos allí cómo viene a ser un hijo de consolación para Saulo de Tarso. Éste, convertido en el camino a Damasco, llega a Jerusalén después de una estancia de tres años en Arabia (Gálatas 1:15-18) y procura juntarse con los apóstoles. Pero ellos no tenían confianza en él; no creían que fuese discípulo. Podemos pensar que para un hombre como Saulo, era humillante. Pero el Señor tenía sus ojos sobre él y envió a Bernabé para ocuparse de él en amor y para llevarlo a los apóstoles. Por su intermedio, Saulo fue introducido en medio de los discípulos. Seguramente que Pablo recordaba a menudo con gratitud hacia el Señor el servicio de amor de Bernabé.

En Hechos 11:22, Bernabé es enviado por la iglesia a conocer más de cerca la obra comenzada recientemente y que se había extendido hasta Antioquía, “porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe” (v. 24). Para los recién convertidos, fue de bendición y de gran ayuda. Regocijado grandemente por la obra de la gracia de Dios, exhortaba “a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor” (v. 23). Su experiencia le indicaba que éste es el único medio de ser preservado de los ataques del enemigo. Y lo que era necesario en esa época, ciertamente que lo es hoy también.

El desarrollo continuo de la obra provocaba en ese fiel siervo, a quien Dios podía dar una gracia siempre mayor, el sentimiento de que él no era suficiente para ese trabajo. Entonces se acordó de Saulo de Tarso, lo buscó y lo trajo a Antioquía. Bernabé, “lleno del Espíritu Santo”, tenía una opinión modesta de sí mismo. Lo único que deseaba era la gloria del Señor y el bien de las almas. ¿No deberíamos también nosotros, no sólo no contristar al Espíritu Santo que habita en nosotros, sino también desear ser llenos del Espíritu? Gustaríamos hoy también de las benditas consecuencias.

Al final del capítulo 11, Bernabé y Saulo tienen la misión de llevar a los hermanos de Judea el don de la reciente iglesia de Antioquía. La fidelidad y abnegación de estos dos hombres hizo que ganaran confianza en Antioquía, y ellos mismos seguramente consideraban como un privilegio la misión de llevar ese don a los ancianos de Jerusalén.

En el capítulo 13, cuando se enumeran los profetas y los maestros, Bernabé se encuentra al principio de la lista. Ciertamente no buscó él este lugar, sino que le fue asignado por el Espíritu Santo y los creyentes.

Siempre será así. Dios recompensará la fidelidad confiando él mismo siempre más al que es fiel, y despertando en los demás la confianza hacia él. Debemos estar agradecidos al Señor por el servicio de hombres abnegados y desinteresados, pero a su vez tener cuidado de que no tomen en nuestro corazón el lugar del Señor.

En ese mismo capítulo, se narra la manera en que el Espíritu Santo designa claramente los siervos del Señor y pide a los creyentes que los ponga aparte “para la obra a que los ha llamado” (v. 2). Es una nueva etapa muy instructiva en la historia de Bernabé. ¡Qué diferentemente se actúa en nuestros días! Según su propio juicio y buen parecer, los hombres atribuyen obreros al servicio del Señor. Muy rara vez se puede decir: “Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron” (v. 4). ¡Los pensamientos y las acciones humanas toman el lugar de la dirección y de la acción del Espíritu de Dios! ¡Que los creyentes mediten tales pasajes y actúen más fielmente según los principios que allí se encuentran!

Cuando el Espíritu Santo designa a sus siervos (v. 2), pone de nuevo el nombre de Bernabé en primer lugar, aunque Saulo haya sido llamado y preparado para un servicio muy especial (compárese con 9:15). Sólo más tarde vemos a Pablo estar en primer plano conforme a su llamamiento de “apóstol... de los gentiles” (1 Timoteo 2:7).

La historia que se nos da hasta aquí de Bernabé, despierta en nuestros corazones el deseo de verlo honrado por el Señor hasta el fin de su carrera. Desgraciadamente, no es así. El enemigo no duerme; y aun al siervo más fiel, le es necesario velar y ser sobrio en todo tiempo.

Bernabé seguía un camino de bendición con Pablo. Muchas almas fueron ganadas para el Señor, y creyentes recibieron instrucción y ánimo por medio de él. El Señor manifestó maravillosamente su favor al testimonio de sus dos siervos, y con profunda aflicción llegamos al último pasaje del capítulo 15 de los Hechos, que nos relata un incidente muy triste sobre la conducta de Bernabé. Después de una discusión referente a la circuncisión, que se produjo cuando los apóstoles volvieron a la iglesia que estaba en Antioquía, los hermanos dispusieron “que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y los ancianos, para tratar esta cuestión” (v. 2). En esta ocasión, una vez más oímos hablar de la acción común y bendita de Pablo y Bernabé, esos “hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (v. 26); pero el final del capítulo nos habla de un “desacuerdo” (v. 39) entre los dos siervos consagrados al Señor. Y a partir de ese momento, sus caminos se separan. La Palabra no nos habla más de Bernabé, este hombre de bien, lleno del Espíritu Santo; no obstante, Pablo menciona aún brevemente su nombre varias veces (1 Corintios 9:6; Gálatas 2:1, 9, 13; Colosenses 4:10).

¿Cuál era el motivo de este desacuerdo? Bernabé quería que llevasen con ellos a su sobrino Juan, llamado Marcos, lo que a Pablo no le parecía bien, porque Marcos se había retirado del servicio (Hechos 13:13), y aparentemente hasta ese momento no había reconocido ni juzgado su manera de actuar. Aunque el hecho de retirarse no constituía en sí un pecado, Pablo estimó que era suficientemente grave para rehusar que Marcos los acompañara una vez más. Este hecho tiene su importancia para aquellos que desean dedicarse al servicio.

Es penoso ver la manera en que los vínculos familiares ejercieron una influencia nefasta sobre Bernabé. Esta vez, no se pudo decir de él como antaño de Leví: “Quien dijo de su padre y de su madre: Nunca los he visto; y no reconoció a sus hermanos, ni a sus hijos conoció” (Deuteronomio 33:9).

Atraído por su país, Bernabé se fue a Chipre. Todo indica que ya no estaba en la misma condición espiritual en la que lo habíamos visto antes. ¡Tal es el hombre! Después de haber comenzado por el Espíritu, está en peligro de acabar por la carne. Aprendamos aún esto de la historia de Bernabé: no nos dejemos influenciar por los lazos de familia; sería para nuestro propio perjuicio y para el de los demás. Lo que nos conviene es mantenernos fiel y decididamente al lado del Señor. Entonces, Él estará con nosotros y podremos ser útiles a nuestra familia en las dificultades que se presenten y al mismo tiempo facilitar la tarea a nuestros hermanos a menudo difícil.

¡Que el Señor nos conceda la gracia de perseverar en su servicio para que haya un resultado completo, y para que en su venida no seamos avergonzados!