Algunos siervos /3

Marcos

Marcos

Marcos es mencionado por primera vez en Hechos 12:12. Al parecer, en casa de su madre María había reuniones de creyentes. Muchos de ellos estaban allí reunidos con el fin de orar por el apóstol Pedro que se hallaba prisionero, y el hecho de que este último se dirigió allí en primer lugar al ser puesto en libertad, parece probarlo. Marcos, cuyo verdadero nombre era Juan, no sólo se encontraba bajo la bendita influencia de una madre creyente, sino que también fue, desde temprana edad, puesto en contacto con la Palabra de Dios que oía en las reuniones de creyentes y durante las visitas de los hermanos. También podríamos suponer que, como Pablo fue útil a Timoteo, el apóstol Pedro haya podido ser útil a este joven, aunque no tenemos certeza de que se trate del mismo Marcos del que Pedro habla en su primera epístola capítulo 5:13. Por el hecho de que su nombre es mencionado explícitamente en Hechos 12:12, muestra sin duda que no sólo pertenecía al Señor sino que también lo había demostrado. Qué gozo fue para su madre, cuando pudo ver claramente la obra del Espíritu de Dios en su hijo. Tal vez en su interior tuvo el deseo de que su hijo se consagrase enteramente al servicio del Señor, como antiguamente la piadosa Ana había dado a su hijo Samuel al Señor para su servicio.

Poco después se menciona que Bernabé y Pablo, en su primer viaje misionero, “tenían también a Juan de ayudante” (13:5). No sabemos cómo ocurrió esto, pero Juan consideró como un privilegio poder servir en sus viajes a estos siervos estimados del Señor. No tenemos razón para suponer que su intención no haya sido sincera. A veces sucede que la intención es buena, pero no se calcula el costo y pensamos tener bastante fuerza para ejecutar la labor que nos propusimos. Mientras la llevamos adelante, surgen dificultades y pruebas por todos lados, que no esperábamos. La fuerza que creíamos tener, se desvanece; no podemos hacer frente a las pruebas, y la consecuencia es lamentable. Es lo que pasó con Juan, cuyo sobrenombre era Marcos.

Lleno de ánimo, salió con los apóstoles. Pero cuando se intensificaron las privaciones y los ejercicios, hizo como el hombre que puso la mano en el arado y luego miró atrás (véase Lucas 9:61-62). Él también miró atrás y se volvió a su región, decepcionando a los apóstoles, y seguramente también a su madre y a todos los creyentes que lo conocían. Se privó a sí mismo del privilegio de ser un colaborador en la viña del Señor. ¿Quién puede medir el valor de semejante pérdida? ¡Qué advertencia constituye su ejemplo para todos aquellos que, de una u otra manera, desean ser utilizados por el Señor! La Escritura nos presenta varios ejemplos similares, en los cuales el enemigo logró dañar a un siervo del Señor de manera de volverlo impropio para la obra de Dios. En esto, más que en toda otra cosa, hay que observar la palabra del apóstol: “Considerándote a ti mismo” (Gálatas 6:1).

En la historia de Bernabé, vemos también que cuando Pablo lo solicitaba para visitar juntos a los hermanos en las diferentes ciudades, éste quiso tomar de nuevo a Marcos con ellos. Pero Pablo, teniendo más discernimiento que Bernabé, sin duda se daba cuenta de que Marcos no había aprendido aún lo que debía, lo que determinó que se opusiese a llevarlo, aun si con ello tuviese que perder a Bernabé como compañero.

¡Qué gracia constituye el hecho de que el Señor no cesa de ocuparse de cada uno de los suyos, a pesar de todas sus infidelidades! El mismo amor que restauró a Pedro, no dejó librado a Marcos a sí mismo. ¡Bendito sea su Nombre!

Las raras menciones ulteriores de Marcos en la Palabra nos muestran que el Señor logró Su objetivo y que Marcos aprendió en Su escuela. Volvió a ser un instrumento útil en Sus manos, y el apóstol lo nombra en la epístola a Filemón como uno de sus “colaboradores” (v. 24) y, en la epístola a los Colosenses, lo recomienda afectuosamente y hace notar que es el sobrino de Bernabé (Colosenses 4:10). En 2 Timoteo 4:11 pide a este último que traiga a Marcos consigo, “porque me es útil para el ministerio”. Todas las nubes desaparecieron, y Marcos ya no cumplía su servicio con sus propias fuerzas, sino con las del Señor. Seguramente que, en ese momento, debía tener sentimientos de agradecimiento por la firme actitud que, en aquella ocasión, había asumido el fiel apóstol, aunque tal vez precedentemente no lo comprendió. Desde entonces, no retrocedió ante Roma con su cruel emperador Nerón. La gracia trajo y formó al siervo que, en otro tiempo, fue temeroso e inconstante, de manera que pudiera cumplir un servicio de gran valor para con el fiel siervo del Señor en Roma y para con el Señor mismo.

Y no sólo esto. A Marcos, completamente restaurado, le fue confiada la gran tarea de mostrarnos al verdadero y perfecto Siervo, como lo hizo bajo la dirección del Espíritu Santo en el evangelio que lleva su nombre. ¡Qué maravilloso efecto, sí, qué triunfo de la gracia! Por eso no debemos dejarnos detener, desanimar ni derribar en presencia de nuestras faltas y fracasos, sino dejémonos formar por el Señor según sus pensamientos en la sincera confesión y examinando todo lo que no es justo en nosotros mismos. En su escuela, aprendemos a confiarnos a Él y a andar con su fuerza, velando. Entonces podrá utilizarnos para su gloria y para la bendición de los demás, hasta que Él venga.