El libro de Ester /1

Ester 1 – Ester 2

Unas lecciones para nosotros

Introducción

El libro de Ester se sitúa históricamente entre los capítulos 6 y 7 del libro de Esdras, cuando finaliza la restauración del templo, después del primer retorno de los judíos a Jerusalén. La acción tiene lugar en Susa, durante el reinado de Jerjes; éste es conocido como el hijo de Darío, el persa.

A este rey se le llamaba Asuero, así como todos los reyes de Egipto llevaban el título de Faraón. El libro de Daniel hace alusión a ese poderoso monarca y a sus grandes riquezas (11:2). Notemos que en el libro de Ester abundan las fechas. El relato se sitúa entre el tercero y el duodécimo año del reinado de Asuero (1:3; 3:7).

No se menciona el nombre de Dios (Jehová) en el libro de Ester, pero su mano obra constantemente, de forma misteriosa, en favor de los suyos (compárese con Daniel 4:35; Salmo 121:3-4). También, al considerar este libro, hablaremos libremente de Dios, buscando poner de relieve sus poderosas pero secretas intervenciones.

Los judíos estaban esparcidos entre los pueblos a causa de su desobediencia. Habían perdido toda posición reconocida por Dios, pero Su amor y su fidelidad con respecto a ellos permanecían inmutables (Ester 3:8; 2 Crónicas 36:16). Es un hecho muy conmovedor.

Capítulo 1

El primer capítulo describe la fastuosidad de la que este rey amaba rodearse. El orgullo de Asuero era a la medida de su imperio. ¿No reinaba sobre 127 provincias, desde la India hasta Etiopía? (Salmo 73:6-8). Sin alcanzar un lujo de tal amplitud, en nuestra época no faltan fiestas o exposiciones grandiosas, por las que una nación o una persona buscan deslumbrar o eclipsar a su entorno. El hombre siempre procura enaltecerse.

Pero se presenta una seria pregunta, que nadie puede eludir: “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26).

Al banquete que Asuero ofreció a todos sus príncipes y a todos sus siervos durante 180 días, sucedió otro banquete de siete días, ofrecido a todo el pueblo que vivía en Susa (v. 5). Este tipo de festividades era frecuente en el mundo (Éxodo 32:6).

Como Daniel (Daniel 1:8; 5:1-5), un hijo de Dios fiel no se asociará a estas cosas. Había “mucho vino real, de acuerdo con la generosidad del rey” (v. 7). Éste era servido en vasos de oro. El rico drapeado, con los colores reales (compárese con 8:15) y los reclinatorios de oro y plata también son descritos con detalle (v. 4-8).

“La bebida era según esta ley: Que nadie fuese obligado a beber; porque así lo había mandado el rey a todos los mayordomos de su casa, que se hiciese según la voluntad de cada uno” (v. 8; Jeremías 18:12). El hombre natural rechaza todas las obligaciones; el deseo del corazón natural es hacer únicamente lo que le place (Oseas 5:11).

La reina Vasti, también, hizo por su lado un banquete para todas las mujeres de la casa real.

Pero la embriaguez engendra los excesos (Proverbios 20:1; 23:29-31). “Estando el corazón del rey alegre del vino” (v. 10), quiso que los grandes dignatarios de entre sus eunucos trajeran a la reina Vasti “para mostrar a los pueblos y a los príncipes su belleza” (v. 11). Pero ella rehusó absolutamente seguirlos y ser mostrada públicamente como un juguete del cual el rey estaba particularmente orgulloso.

Ante esta inesperada resistencia, Asuero se enojó mucho (v. 12). No era en él una señal de autoridad, sino más bien de debilidad (Proverbios 14:17; 16:32). Además, la abierta desobediencia de Vasti ponía en evidencia los límites de su despotismo.

El cristiano sabe por experiencia qué difícil es controlar sus reacciones cuando los temas de contrariedad se acumulan. Sólo el Señor puede y quiere ayudar a los suyos a no ceder a la ira, ese fruto tan evidente de la carne, siempre dispuesto a manifestarse (Gálatas 5:20).

Así humillado, Asuero se dirigió a “los sabios que conocían los tiempos” (v. 13). Éstos afirmaron que la actitud de Vasti no dejaría de ser conocida en todas las provincias y que todos los maridos serían despreciados a los ojos de sus mujeres. Hacía falta que el rey mantuviera firmemente su autoridad (v. 16-17). Según ese consejo, Asuero decidió entonces quitar la dignidad real a Vasti y darla a otra que fuere mejor que ella (v. 19).

Hay aquí, bajo una forma escondida, una alusión profética. Los “tiempos de los gentiles” (Lucas 21:24) deben llegar a su fin con el arrebatamiento de la Iglesia. El pueblo judío será llamado a ocupar de nuevo el primer lugar, como aquí esta joven judía de la tribu de Benjamín.

Dios está detrás de la escena, cumpliendo sus designios. Aquí se sirvió de este monarca pagano, débil y vanidoso (Proverbios 21:1).

Capítulo 2

Ester estaba entre las jóvenes vírgenes escogidas para que una de entre ellas llegara a ser reina. Era de hermosa figura y de buen parecer, y “ganaba... el favor de todos los que la veían” (v. 15). Fue conducida a su vez al rey Asuero y enseguida “el rey amó a Ester (es la única mención del amor en este libro)… y halló ella gracia y benevolencia delante de él” (v. 17). Le puso sobre la cabeza la corona del reino. Esta joven reservada, modesta y respetuosa de la autoridad, llegó a ser la reina. En adelante, se encontró en el lugar necesario para desempeñar el extraordinario papel para el cual Dios iba a llamarla.

No crean, queridas jovencitas de familias cristianas, que al imitar las maneras de comportarse de las jóvenes de este mundo, llevar sus vestidos y adoptar sus actitudes mundanas (Isaías 3:16-24) van a asegurar su felicidad. ¡Muy al contrario! ¿A quién desean agradar ante todo? ¿Al Señor? ¡En esto radica toda la cuestión!

Peligros mayores acechan a aquellos cuyo aspecto físico es particularmente atractivo. Por eso José, que “era... de hermoso semblante y bella presencia” atrajo rápidamente la atención de una mujer hacia una conducta inmoral. Pero, apoyándose en Dios, fue hecho capaz de resistirle (Génesis 39:6-12).

Sara, Rebeca, Betsabé y Tamar (hija de David) eran de gran belleza. Se encontraron en situaciones peligrosas.

Aquellos que piensan tener cierto atractivo o una bella apariencia, deben estar más particularmente en guardia. Lo que cada uno debe desear, es poseer belleza espiritual, la cual es “de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:3-4; Proverbios 31:30).

La belleza de Ester y, sobre todo, su modestia, eran reales. No buscaba embellecerse con los adornos que las otras candidatas reclamaban antes de ser presentadas al rey. Y, no obstante, conquistó de inmediato el afecto de Asuero.

En este mismo capítulo resalta varias veces Mardoqueo. La genealogía de este hombre está cuidadosamente establecida. Era “hijo de Jair, hijo de Simei, hijo de Cis, del linaje de Benjamín”. Había sido transportado de Jerusalén con los cautivos, y en Susa pertenecía a este pueblo despreciado y humillado, cuya miseria contrastaba tanto con la fastuosidad de la corte imperial.

Estos cautivos no habían sabido aprovechar la ocasión de retornar al país de sus padres, aunque Dios les había abierto el camino despertando el espíritu de Ciro, rey de Persia (Esdras 1:3). Quizá habían temido los peligros de ese largo viaje y las grandes destrucciones de las cuales Jerusalén había sido objeto. La fe, la energía y el afecto por la casa de Dios sin duda habían faltado.

¿Los abandonará Dios en esta miserable condición? No, fiel a sus promesas, él continuaba velando por ellos, pero de forma escondida (Salmo 13:1-2; Isaías 49:16). Vemos el lugar que siempre ocupaba este pueblo en sus pensamientos.

Mardoqueo había adoptado y educado con abnegación a Ester, una joven pariente huérfana. Su nombre hebreo, Hadasa, significa mirto, pero se la llamaba Ester, es decir, estrella (v. 7). Mardoqueo le había encomendado sabiamente que no hiciese conocer su pueblo ni su parentela (v. 10 y 20). Ahora bien, Ester siempre se mostraba obediente y hacía todo lo que él le decía (v. 20).

Todos podían ver a Mardoqueo pasearse cada día delante del patio de la casa de las mujeres. Estaba preocupado por el bienestar de Ester y deseaba saber cómo la trataban (v. 10-11). La conducta de Mardoqueo, tal como nos la presenta este libro, era siempre espiritual. La manera como cuidaba de Ester y la dirigía es notable.

Cuando las vírgenes eran reunidas la segunda vez, Mardoqueo estaba sentado a la puerta del rey (v. 19). Fue ahí donde oyó que dos eunucos de la guardia de la puerta, Bigtán y Teres, conspiraban contra el rey y querían matarlo.

Ester se lo dijo a Asuero en nombre de Mardoqueo. Éste buscaba la paz de la ciudad a la cual había sido transportado (Jeremías 29:7). El rey hizo una investigación y el hecho se reveló con exactitud. Los dos eunucos fueron colgados y todo fue escrito en el libro de las crónicas del rey (v. 21-23).

El coronamiento de Ester fue un evento público y, además, la ocasión de uno de esos grandes banquetes, tan frecuentes en el reino. El favor que Mardoqueo había hecho al rey era, al contrario, más bien de orden privado. Pero pronto Dios iba a servirse de ambos hechos para cumplir sus designios y salvar a su pueblo de la destrucción. Dios no sólo interviene en lo que estimamos como acontecimientos importantes de la vida. “Todas ellas (las cosas) te sirven” (Salmo 119:91), por pequeñas que fueren a nuestra débil apreciación.

Mardoqueo no había recibido una pronta recompensa por haber salvado la vida del rey. Pero Dios iba a permitir que el rey se acordara de ello en el tiempo oportuno (6:3). Simplemente hagamos de corazón las buenas obras que Él pone hoy ante nosotros y dejemos en sus manos el desenlace.