El cordero de Dios (53:7-9)
Aquí tenemos la respuesta de Dios a la confesión del remanente. Dios es el único que vio, en las terribles horas de sufrimientos, los perfectos sentimientos e intenciones de su Hijo, que había venido a esta tierra para morir como el Cordero de Dios.
Frente a un tema como este, hemos de distinguir entre los sufrimientos de parte de los hombres y de parte de Dios, entre la condenación inicua de los tribunales humanos y el justo juicio de Dios contra el pecado. En esta escena, vemos por una parte la corrupción y la maldad de los hombres en toda su extensión, y por otra parte la perfección del Señor Jesús y la manera con la que Dios lo consideró y lo trató.
¡Qué contraste entre el camino del Cordero de Dios y el de las ovejas descarriadas descritas en el versículo 6! Se inclinó en silencio bajo todos los malos tratos que le infligieron hombres impíos y crueles en su cuerpo y en su alma (Mateo 26:63; 27:12,14; Lucas 23:8-9; Juan 19:9; véase 1 Pedro 2:23). No respondía nada porque estaba decidido a entregarse a sí mismo en una perfecta obediencia, para la gloria de Dios (véase Salmo 38:13-15). Él, que era “el León de la tribu de Judá”, “no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (v. 7; véase Apocalipsis 5:5). Y si abrió su boca una vez u otra durante su interrogatorio, solo fue para la gloria de Dios, jamás para expresar una queja.
La comparación con un cordero se refiere aquí a la actitud del Señor en presencia de los hombres que lo hicieron sufrir. No obstante, esta palabra orienta nuestros pensamientos en varios textos bíblicos: la respuesta de Abraham a su hijo Isaac: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto” (Génesis 22:8), el cordero de la Pascua sacrificado en Egipto (Éxodo 12:3), la exclamación de Juan Bautista: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), y la visión profética revelada al apóstol Juan de “un Cordero como inmolado”, “en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos”. Y pronto, en la gloria eterna del cielo, multitudes de rescatados dirán: “El Cordero que fue inmolado es digno…” (Apocalipsis 5:6, 12).
El versículo 8 contiene algunas dificultades que han conducido a traducciones y explicaciones muy diversas. Por esta razón, consideraremos el versículo frase por frase.
“Por medio de la opresión y del juicio fue quitado” (V.M.). La opresión y el juicio de los cuales fue quitado se refieren al ignominioso e inicuo procedimiento por el cual nuestro Señor fue condenado. Dios puso fin a ese juicio indigno y humillante, y quitó a su Cristo. Pilato se extrañó de que el crucificado hubiese muerto tan pronto (Marcos 15:44). Este pensamiento también se funda en el texto griego de «Septuaginta», tal como lo leía el eunuco etíope en su carro: “En su humillación no se le hizo justicia” (Hechos 8:33). Estas palabras no se pueden referir a las tres horas de tinieblas bajo el juicio de Dios, porque en ese momento nada fue “quitado”. La copa amarga de los sufrimientos tenía que ser completamente bebida. En ese momento, nada le fue evitado al Salvador. E incluso cuando gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, no recibió ninguna respuesta (Salmo 22:1-2).
“Y su generación, ¿quién la contará?”. El sustantivo hebraico «dor», que se traduce generalmente por “generación” aparece por primera vez —lo que con frecuencia es significativo para la comprensión espiritual de una palabra— en Génesis 6:9. Ahí está traducido por “en sus generaciones”. De la misma manera, “su generación” designa aquí a los judíos incrédulos que vivían en la época del Señor y que descargaron sobre él toda su ira. Eran “los suyos”; vino en primer lugar hacia ellos, pero lo rehusaron, lo rechazaron y le dieron muerte (véase Juan 1:11; Lucas 17:25; Hechos 2:40). El Señor Jesús dijo a sus discípulos, en relación con la tribulación por venir: “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mateo 24:34). Frente a una maldad como esta, el profeta exclama, atónito: “Y su generación, ¿quién la contará?” La expresión no designa pues a los que creen en Cristo. Los que son el fruto del trabajo de su alma, los encontramos en los versículos 10 a 12.
“Porque fue cortado de la tierra de los vivientes”. La relación particular de Dios con esta “generación” mediante el Mesías es interrumpida desde el rechazo de este. Cristo murió, pero fue resucitado y elevado al cielo. Es lo que parece ser evocado aquí, porque “la tierra de los vivientes” es la misma tierra (véase 38:11). El Señor Jesús mismo anunció que iba a ser cortado: “Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mateo 23:39; véase Daniel 9:26).
“Por la rebelión de mi pueblo fue herido”. Al final del versículo, es evidente que es Dios quien habla; habla de los judíos como siendo su pueblo. Una vez más, indica la verdadera razón del terrible castigo que su Siervo tuvo que soportar en la cruz (véase v. 5-6). No era su culpabilidad, no era el desagrado de Dios en su persona, era “la rebelión de mi pueblo”. También es lo que confesará por la fe el remanente, cuando vuelva a Dios y al Mesías.
El versículo 9 indica la intención de los que condenaron a muerte al Señor Jesús. El sepulcro que le era destinado estaba efectivamente “con los impíos”. Pero Dios no permitió que su Siervo soportara este ultraje suplementario. José, “un hombre rico de Arimatea” como expresamente lo menciona la Palabra de Dios, le dio una sepultura digna poniéndolo en un sepulcro “en el cual aún no se había puesto a nadie” (Mateo 27:57; Lucas 23:53).
Es así que Dios lo honró, porque “nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca”. En todos sus sufrimientos no abrió su boca, y cuando tuvo que abrirla, solo salió el bien.
El consejo de Dios (53:10-12)
Estos últimos versículos fijan una mirada hacia el pasado y otra hacia el futuro. Primero el remanente creyente muestra su entendimiento del consejo de Dios. “Jehová quiso quebrantarlo”. Satanás, que según la sentencia de Dios iba a “quebrar el calcañar” a la simiente de la mujer, no tenía el poder de hacer morir al Señor Jesús. Los hombres tampoco tenían este poder, aunque haya sido “entregado a la voluntad de ellos” por Pilato, y tengan que soportar la plena responsabilidad de su muerte (véase Génesis 3:15; Lucas 23:25; Hechos 2:36; 3:15; 4:10; 5:30). No, sino que “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” Jesús conoció el juicio sobre el pecado y la muerte (Hechos 2:23).
Guardémonos bien de interpretar la primera frase del versículo 10 como si Dios hubiera querido quebrantar a su Hijo amado. “Quebrantarlo” de ninguna manera era el propósito de Dios, sino el medio por el que alcanzó su glorioso objetivo. Su placer consistía en cumplir su designio de amor en su Hijo amado, en el mismo momento en que el odio y la maldad de los hombres, por los cuales tenía lugar esta obra, alcanzaban su más alto grado. Así “le sujetó a padecimiento”, tanto de parte de su indigna criatura como por su juicio sobre el pecado.
El holocausto tenía que ser “dividido en sus piezas” y el incienso tenía que ser “molido” para que el buen olor del sacrificio y de la persona de Cristo, de los cuales hablan estas figuras, pudiera subir hacia Dios (Levítico 1:6; Éxodo 30:36). Es lo que comprenderá el remanente creyente cuando aparezca Cristo. En cuanto a nosotros, admiramos desde ahora el consejo de la gracia, que sobrepasa toda comprensión humana, por el cual Dios fue glorificado como jamás, ¡ni antes ni después!
Esta inmensa obra fue hecha una vez por todas. Cristo no solo entregó su cuerpo, en el cual llevó todos nuestros pecados sobre el madero, sino que también entregó “su vida” en expiación por el pecado: Dio su sangre y su vida (v. 12; véase Levítico 5:6; 17:11; 1 Pedro 2:24).
Cuatro resultados de este perfecto sacrificio de Cristo son mencionados en los versículos 10 y 11:
“Verá linaje”: En la Biblia, “linaje” significa a menudo posteridad. Aquí el término debe ser comprendido en un sentido espiritual: se trata de todos los que han aceptado por fe el sacrificio de Jesucristo por el pecado, en primer lugar, por los que pertenecen al pueblo de Israel (véase Salmo 22:30).
“Vivirá por largos días”: Dios no permitió que su santo viera corrupción (Salmo 16:10). Lo resucitó de entre los muertos y le dio una “largura de días eternamente y para siempre” (Salmo 21:4; véase Salmo 102:23-27). Como resucitado, el Señor Jesús puede decir ahora: “Estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:18).
“La voluntad de Jehová será en su mano prosperada”: El Padre puso todas las cosas entre sus manos (Mateo 11:27; Juan 13:3), porque solo él hizo plenamente la voluntad de Dios (Isaías 46:10). En el contexto de la profecía de Isaías, esto concierne en primer lugar el Milenio.
“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”: La aflicción del alma de Cristo se ha terminado para siempre, porque ¡la gran obra de la redención ha sido cumplida! La negación, la traición y la huida de sus discípulos, las burlas, la injusticia y el odio de sus enemigos, y sobre todo los indecibles sufrimientos del abandono de Dios durante las horas de tinieblas, todo eso pasó para siempre. Toda esa penosa aflicción no ha sido vana, y Él, que la cumplió, ve ahora fruto del que puede estar plenamente satisfecho. Ya en el capítulo 49, vemos las palabras de Dios a su fiel Siervo: “Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (v. 6). Según las profecías del Antiguo Testamento, el fruto de la aflicción de su alma es constituido por los futuros rescatados del pueblo de Israel y de las naciones. Sin embargo, el alcance de la obra de la cruz se extiende mucho más allá. Ya ahora, todos los que creen que Jesucristo es su Salvador y su Señor forman parte de este fruto.
En la continuación del versículo 11 de Isaías 53 Dios habla de nuevo de su Siervo y de lo que cumplió. Hallamos dos cosas: el servicio de Jesús durante su vida en la tierra, y su obra en la cruz.
Siendo “justo”, manifestó a lo largo de todo su camino terrenal su perfección como Hombre; y como “siervo” de Dios, cumplió el buen propósito de Dios. Por su perfecto conocimiento de la voluntad de Dios (11:2), enseñó a su pueblo, durante su vida, el camino de la justicia práctica (véase Mateo 5:17-20). Con palabras muy semejantes, Daniel habla de los “entendidos… que enseñan la justicia a la multitud” (12:3; 11:33-39). Lo que los “entendidos”, en el tiempo del Anticristo, serán para la multitud (es decir en primer lugar para los judíos incrédulos), el Señor Jesús ya lo fue durante toda su vida. Aquí, se trata ciertamente de esto, y no de la justificación de los pecadores, porque la obra de la redención solo es mencionada en la segunda parte de la frase. Es verdad que los hombres son justificados por el conocimiento de la persona y de la obra del Señor Jesús y por la fe en él, pero no es lo que se dice aquí.
Por eso, el final del versículo 11 no es introducido por “porque” sino por “y”: “y llevará las iniquidades de ellos”. Como lo muestra el pasaje del profeta Daniel citado más arriba, hay varios que “enseñan la justicia”. Al contrario, solo uno podía hacer propiciación y, como sustituto, llevar “en su cuerpo sobre el madero” los pecados de aquellos que creen en él (1 Pedro 2:24). No solo llevó sus iniquidades, sino también el terrible —pero justo— castigo de Dios por faltas que no eran suyas.
No obstante, el Siervo de Dios no solamente llevó las iniquidades de “muchos”, sino que adquirió por el don de sí mismo una “parte” legítima que Dios le dará un día: “yo le daré parte con los grandes” (v. 12). No perdamos de vista que nos encontramos en el terreno del Antiguo Testamento. Todas las profecías se relacionan con Israel y las naciones; no van más allá del Milenio. Otrora, nada había sido revelado del misterio del consejo eterno de Dios respecto a la glorificación de Cristo y de su Iglesia (Romanos 16:25-26; Efesios 3:1-13). Es cierto que podemos hacer una aplicación de estas profecías al tiempo actual del Evangelio de la gracia, pero no debemos olvidar que se refieren de hecho al tiempo de la aparición de Cristo y del Milenio.
“Con los fuertes repartirá despojos”. Los que precedentemente fueron llamados “muchos” son aquí los “fuertes”, y los despojos son toda la creación. Cristo no reinará solo, sino que con él estarán todos los creyentes que participarán de la primera resurrección (Apocalipsis 20:4-6; véase 1 Samuel 30:26-31). Los creyentes del Antiguo Testamento están también incluidos. En Daniel 7:18, son llamados “los santos del Altísimo”, son los que recibirán el reino con el Mesías, el Hijo del Hombre.
Al final del versículo 12, encontramos cuatro motivos para este triunfo del Siervo de Dios:
- “por cuanto derramó su vida hasta la muerte” (Juan 10:17; 19:30),
- “y fue contado con los pecadores” (Lucas 22:37),
- “habiendo él llevado el pecado de muchos” (Hebreos 9:28),
- “y orado por los transgresores” (Lucas 23:34).
El hecho de que encontremos estas particularidades —incluso cumplidas hasta la letra— en el relato que da el Nuevo Testamento de los sufrimientos y de la muerte del Señor Jesús, confirma la perfecta unidad de las Escrituras. Nuestro Señor, él mismo, dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39; véase Lucas 24:27; Hechos 8:35). Todo este pasaje de Isaías es la imagen más notable de los sufrimientos del Mesías en todo el Antiguo Testamento. Aunque estén descritas aquí en la perspectiva del futuro remanente judío creyente, todos los que hoy creen en Él pueden aplicárselas personalmente, leerlas y volverlas a leer con un renovado provecho, y adorar al Cordero de Dios.