Dios visita a una familia que tiene cierto conocimiento de Dios
Una piadosa influencia
Como es sabido, hubo un día en el cual Dios visitó a Abram. La familia de Sem se había corrompido en gran manera y, en los días de Taré, se hallaban sirviendo a dioses falsos (Josué 24:2). Pero el poder del Espíritu y el llamamiento del Dios de la gloria (Hechos 7:2) se revelaron al oído y al corazón de Abram, hijo de Taré, y lo separaron de aquella corrupción.
También es sabido que este llamamiento ejerció una piadosa influencia en la familia. Taré el padre, Sarai la esposa y Lot el sobrino, acompañaron a Abram y dejaron Mesopotamia (Génesis 11:31).
Una familia indiferente
Sin embargo, Nacor, otro de los hijos de Taré, fue indiferente a esta influencia y, cuando Taré, Abram, Sarai y Lot salieron de la tierra de sus padres (Génesis 11:31), él se quedó en su hogar, donde estaba cómodamente instalado junto con su esposa.
Debemos observar bien esto, ya que casos similares a éste podemos presenciar todos los días. Alguien de la familia viene a ser el primer objeto del poder divino y, luego, la religión de la familia o el conocimiento del Señor Jesús en el hogar se extiende en sí, pero algunos permanecen indiferentes a ello.
Por supuesto, sabemos que cada alma despertada debe ser el objeto particular de las secretas y efectivas atracciones y enseñanzas del Padre (Juan 6:44-45). Pero hablo de los antecedentes o del carácter manifestado de este caso. Y, como lo vemos en la historia de esta familia, Nacor permanece impasible en este día de la visitación. Él y su esposa no acompañaron a los que salieron para dirigirse a Canaán, sino que se quedaron en la tierra de Mesopotamia y progresaron allí, en Harán (Génesis 24:10; 27:43): tuvieron hijos e incrementaron sus bienes y propiedades. Eligieron un camino cómodo y respetable en este mundo, pero no crecieron en el conocimiento del Dios de Nacor (31:53), ni rindieron ningún testimonio, ni siquiera el menor y más vago testimonio, del nombre de Dios en sus vidas.
El carácter de la familia de Nacor se formó de esta manera. No estaban envueltos en densas tinieblas, como el pueblo de Canaán, descendientes de Cam, entre los cuales Abram había ido a vivir, sino que poseían cierta medida de luz proveniente de su cercanía con Taré y Abram, y como descendientes de Sem, pero todo aquello se vio tristemente atenuado por sus apreciados principios del mundo del cual habían rehusado separarse. Y el carácter y la posición de la familia se formaron de este modo.
Este es un asunto serio, y el principio de todo esto ocurre diariamente entre nosotros, y es de constante aplicación a nuestras conciencias.
Por un tiempo, esta familia se pierde de vista por completo, pues, naturalmente, el Espíritu no se centra en ellos como objeto directo de atención; pero, su relación con Abram hace que sean mencionados nuevamente y, efectivamente, en el transcurso del tiempo, las noticias acerca de ellos llegan a Abram hasta el lugar distante de su peregrinación (Génesis 22:20).
Betuel era hijo de Nacor; fue uno de sus muchos hijos (v. 21–24), y uno de los más mencionados. Había progresado en el mundo y, al parecer, era un hombre de poco ánimo o de poco carácter en sí mismo (24:50); tuvo un hijo llamado Labán, el cual muy evidentemente, sabía cómo manejar sus asuntos tremendamente bien, y entendía cómo hacer progresos para sí mismo y para todo lo que le pertenecía, sacando mucho provecho en la vida.
Aparentemente, como decimos, tenía conocimiento del valor del dinero, porque al poner su vista en el oro, pudo abrir su boca para dar una muy cordial y hasta religiosa bienvenida a un extranjero (24:30-31). Aquí, no obstante, nos situamos en un período de la historia de esta familia que debe ser necesariamente considerado.
Una nueva fuerza del Espíritu está a punto de visitar esta familia. Como ya he señalado, esta familia no está sumida en la densa oscuridad de los cananeos, ni en la simple condición idólatra de la casa de Taré en Ur de los caldeos (véase Josué 24:2); lo podemos suponer, cuando notamos que el Dios de la gloria llamó a Abram. Ellos habían sido introducidos en una cierta medida de luz (Génesis 24:31, 50), y gozaban de cierta reputación, en lo que respecta a su profesión religiosa, debido, al parecer, al proceder y a las palabras de Abram como parte de su testimonio práctico (22:20; 24:4). Aun así, y a pesar de ser una familia con ciertos privilegios espirituales que, en cierto sentido, se hallaba separada del estado de oscuridad de los hombres del mundo, es un asunto serio advertir la naturaleza de esa visitación que el Espíritu les hace, pues veremos que se trata de un poder o visitación de separación.
Un llamamiento de separación de parte de Dios
Así como el llamamiento del Dios de gloria había antes alterado el estado de cosas en la casa de Taré, así también ahora la misión de Eliezer perturbó el estado de cosas en la casa de Betuel: Abram había sido entonces separado de su hogar y de su parentela, y así también ahora es Rebeca quien tiene que serlo; todo esto dejando tras de sí una seria impresión: esta familia necesitaba ser visitada por la misma fuerza del Espíritu, tanto como una simple familia mundana o idólatra.
Esta es una notable reflexión. Se trata de un poder de separación de parte de Dios que perturba y que separa, el cual ahora opera en esta familia, y no simplemente de un poder consolador o edificante. Esto, creo, tiene un significado. El ministerio de Eliezer, el siervo de Dios, así como de Abram, llegó al hogar de Betuel para sacar a Rebeca de allí, y para conducirla a ese viaje al cual, dos generaciones antes, el llamamiento del Dios de gloria había llevado a Abram. Efectivamente, considero que hay en esto una enseñanza que ha de ser muy particularmente tenida en cuenta. Esta familia honrada, que invoca el nombre de Dios, debía ser despertada, y producirse un nuevo acto de separación en medio de ella.
Pero aún hay una lección más en la historia.
La fuerza de los primeros hábitos y de la educación
Practicar los mismos principios
Rebeca, como sabemos, acude a este llamamiento. Sin embargo, su carácter ya había sido formado, como lo es con todos nosotros, más o menos, antes de nuestra conversión. Llega el momento del avivamiento. El llamamiento a la separación y el poder del Señor son contestados (24:55). Sin embargo, se nos muestra un cierto carácter, una cierta forma y aspecto del pensamiento, que puede encontrarse entre los “cretenses... mentirosos” (Tito 1:12), o entre los familiares de Labán y Betuel, o semejantes. El carácter y la mentalidad son derivados de la propia naturaleza, de la educación, o de los hábitos de la familia, los cuales vamos a mantener en nosotros, aun después de haber nacido del Espíritu, y los llevamos en nosotros a través del desierto de Mesopotamia y hasta la casa de Abram.
Esto también es algo serio. Es ciertamente serio, como hemos observado antes, que una familia que profesa conocer a Dios, sea guiada a la separación, y no solamente a la edificación por medio de la acción viva del Espíritu; y es algo serio, como ahora hemos expuesto, que, con la separación súbita del mundo y la conversión por el poder del Espíritu, la naturaleza o la fuerza de los primeros hábitos y la educación, o las costumbres de familia, persistan todavía. Y estas serias lecciones de la historia de Rebeca son para nosotros.
Sólo me propongo hablar brevemente de lo que fue su camino en las etapas posteriores.
Es una situación muy frecuente entre nosotros, y muy conocida porque pone de manifiesto lamentablemente lo que podríamos llamar el carácter de la familia. Labán, hermano de Rebeca, con quien había crecido y que era evidentemente el activo líder en la casa de su padre, era un sutil y astuto hombre mundano. Y la única gran acción en la que Rebeca fue llamada a tomar parte, da lugar a que ella ponga en práctica los mismos principios. Cuando ella procura la bendición para su hijo Jacob, se puede ver el carácter de este Labán: la levadura, trabajando con fuerza.
Entonces, el carácter familiar se manifiesta tristemente. La disposición de la naturaleza para actuar y tomar su camino se revela de manera activa. Ella tenía una mente poco acostumbrada a descansar en la suficiencia de Dios, y demasiado habituada a calcular e inclinar sus convicciones acorde con sus propias ideas e iniciativas.
Estar alerta contra la peculiar tendencia y el hábito de nuestra propia mente
Lo que tenemos que hacer entonces, no es sino estar alerta contra la peculiar tendencia y hábitos de nuestra propia mente, reprender la naturaleza duramente, para que podamos ser moralmente sanos en la fe (Tito 1:13); no excusarla, porque es la naturaleza, sino más bien desconfiar tanto más de ella, y mortificarla por amor a Aquel que nos ha dado una nueva naturaleza.
Estas lecciones las aprendemos de la historia de esta distinguida mujer. El Espíritu no sigue mucho más allá de esto su camino. ¿Fue este el motivo por el cual Él fue contristado y la deja desapercibida? En cualquier caso, ella cosecha sólo la decepción propia de la semilla que había sembrado. Nada bueno viene de sus esquemas y artificios, sino todo lo contrario: pierde a su hijo favorito, Jacob, a quien nunca vería después del largo exilio al que sus propios planes y argucias terminaron por enviarlo.
Pero hay aún otro detalle que mencionar: Jacob tiene su mente formada con la misma y más temprana influencia. Fue toda su vida tardo de corazón, un hombre calculador. Su plan para obtener la primogenitura y luego la bendición; la confianza en sus propias maquinaciones, y no en la promesa del Señor; cuando se encontró con su hermano Esaú, y permaneció mucho tiempo en Siquem, estableciéndose allí en vez de proseguir la vida de peregrino a través de la tierra como sus padres: todo esto revela la naturaleza y la actividad del viejo carácter familiar.
¡Cuánta necesidad tenemos de distinguir a tiempo la vieja semilla sembrada en el corazón, y de tener cuidado también con la semilla que tarde o temprano ayudamos a sembrar en los corazones de los demás!