Culpa y contaminación
En las Escrituras, el pecado es presentado bajo los dos aspectos de la culpa y de la contaminación. Aquel que ha pecado es culpable ante Dios, y su pecado lo hace inmundo, contaminado a los ojos de Dios.
En la obra de Dios para llevar al hombre hacia él —o para hacer volver a él al creyente que cometió una falta— encontramos lo que corresponde a estos dos aspectos del pecado. Por un lado, Dios perdona al pecador que se arrepiente, justifica a aquel que cree en el Señor Jesús. Por otro lado, lava al pecador de su contaminación, lo limpia de sus pecados y lo hace apto para presentarse ante él.
En algunos pasajes, estos dos pensamientos aparecen simultáneamente. Citemos en particular: “…mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados” (1 Corintios 6:11). (La palabra “santificados” expresa no solamente la idea general de santidad y pureza, sino también la idea de separación para Dios). “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado… Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:7, 9).
En las líneas que siguen vamos a considerar algunos pasajes que hablan de la limpieza —o lavamiento— de nuestros pecados, ya sea en relación con nuestra salvación o en relación con el hecho de mantener nuestra comunión con el Señor. Hemos de recordar que Dios no solo es el Dios justo, sino también el Dios santo y puro cuyos ojos no pueden ver el mal: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (Habacuc 1:13). A los ojos de los hombres, ciertos pecados pueden tener un aspecto más inmundo que otros, pero a los ojos de Dios, cualquier pecado es una mancha, una contaminación que nos aleja de él.
El lavamiento de la regeneración
Un lavamiento inicial
“Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). La palabra “regeneración” expresa un cambio de posición, un estado de cosas nuevo. Aquí se aplica al creyente individualmente.1
En lo que se refiere a la recepción de la salvación, la Palabra nos presenta dos aspectos complementarios: el de Dios, que trabaja en el corazón y produce una vida nueva, y el del hombre que cree en Jesús y se arrepiente. El pasaje de Tito 3:5 no menciona lo que depende de la responsabilidad del hombre, sino que describe la obra de Dios. Dios obró en nuestros corazones e hizo de nosotros seres nuevos. Nuestra salvación viene enteramente de Dios; nuestras obras no tienen nada que ver con ella. Por las obras de la ley, el hombre solo podía estar bajo maldición. Entonces, a su tiempo, Dios nuestro Salvador dio a su Hijo unigénito, y este murió en la cruz. Una vez puesto el fundamento de nuestra salvación, Dios obró en nuestros corazones para llevarnos a él. Nos limpió de todos nuestros pecados y nos colocó en una posición enteramente nueva ante él. “Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).
El nuevo nacimiento, del cual el Señor habla a Nicodemo en Juan 3:5, corresponde a lo que tenemos aquí en Tito. El Señor dice: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (v. 5). Las acciones del agua y del Espíritu se describen en Tito mediante las expresiones “el lavamiento de la regeneración” y “la renovación en el Espíritu Santo”.
El agua de la cual el Señor habla es, sin la menor duda, una figura de la Palabra de Dios. Esta Palabra es la que efectuó en nosotros el lavamiento que necesitaba nuestro estado de contaminación. Fue la simiente por la cual se produjo nuestra vida nueva. Santiago escribió: “Os hizo nacer por la palabra de verdad” (1:18). Y Pedro: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). En el original, las palabras “renacer” y “regeneración” comparten la misma raíz.
Conforme a las palabras del Señor a Nicodemo, la vida nueva es, pues, producida por la acción de la Palabra de Dios y la del Espíritu Santo, como en Tito 3:5. El Espíritu produjo una “renovación” del ser. Aquel que ha pasado por el nuevo nacimiento es “nacido del Espíritu” (Juan 3:6, 8), “nacido de Dios” (1 Juan 3:9; 4:7; 5:1, 4, 18).
En resumen, el lavamiento de la regeneración es este cambio esencial, esta renovación completa producida por la Palabra de Dios en un alma que cree en Jesús y que la purifica enteramente de la contaminación de sus pecados. Es una operación que se realiza una vez por todas en aquel que pasa de muerte a vida.
Lavados y purificados
Otros pasajes aún nos presentan este lavamiento o purificación inicial que tiene lugar en el momento de nuestra conversión. Citemos algunos.
Después que el Señor detuvo a Saulo de Tarso en el camino a Damasco, este recibió de parte de Ananías el siguiente mensaje: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16). El bautismo era una señal del lavamiento producido en su corazón.
Dios “ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos (los judíos y las naciones), purificando por la fe sus corazones” (Hechos 15:9).
Jesucristo “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).
“¿Cuánto más la sangre de Cristo… limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:14), “purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (10:22).
“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre… a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 1:5-6).
El nuevo nacimiento, del cual el Señor habla a Nicodemo en Juan 3:5, corresponde a lo que tenemos aquí en Tito. El Señor dice: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (v. 5). Las acciones del agua y del Espíritu se describen en Tito mediante las expresiones “el lavamiento de la regeneración” y “la renovación en el Espíritu Santo”.
El agua de la cual el Señor habla es, sin la menor duda, una figura de la Palabra de Dios. Esta Palabra es la que efectuó en nosotros el lavamiento que necesitaba nuestro estado de contaminación. Fue la simiente por la cual se produjo nuestra vida nueva. Santiago escribió: “Os hizo nacer por la palabra de verdad” (1:18). Y Pedro: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). En el original, las palabras “renacer” y “regeneración” comparten la misma raíz.
Conforme a las palabras del Señor a Nicodemo, la vida nueva es, pues, producida por la acción de la Palabra de Dios y la del Espíritu Santo, como en Tito 3:5. El Espíritu produjo una “renovación” del ser. Aquel que ha pasado por el nuevo nacimiento es “nacido del Espíritu” (Juan 3:6, 8), “nacido de Dios” (1 Juan 3:9; 4:7; 5:1, 4, 18).
En resumen, el lavamiento de la regeneración es este cambio esencial, esta renovación completa producida por la Palabra de Dios en un alma que cree en Jesús y que la purifica enteramente de la contaminación de sus pecados. Es una operación que se realiza una vez por todas en aquel que pasa de muerte a vida.
Lavados y purificados
Otros pasajes aún nos presentan este lavamiento o purificación inicial que tiene lugar en el momento de nuestra conversión. Citemos algunos.
Después que el Señor detuvo a Saulo de Tarso en el camino a Damasco, este recibió de parte de Ananías el siguiente mensaje: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16). El bautismo era una señal del lavamiento producido en su corazón.
Dios “ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos (los judíos y las naciones), purificando por la fe sus corazones” (Hechos 15:9).
Jesucristo “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).
“¿Cuánto más la sangre de Cristo… limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:14), “purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (10:22).
“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre… a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 1:5-6).
- 1Esta palabra aparece solo dos veces en la Biblia. En Mateo 19:28 designa el Milenio. Se refiere al estado en el que se hallará Israel colectivamente, en una posición enteramente nueva, como cumplimiento de todas las promesas de Dios en el Antiguo Testamento, y como resultado de la obra de Cristo.