Un lugar para Dios
A primera vista puede parecer sorprendente que Dios habla de David como “un varón conforme a su corazón”, porque hubo en su vida un grave pecado que fue una ocasión para que los enemigos de Dios blasfemaran (1 Samuel 13:14; 2 Samuel 12:14). Pero las Escrituras muestran que era un hombre que tenía cualidades morales notables, de las cuales una es revelada al principio del Salmo 132, en el cual nos es permitido entrever algo referente a él durante su juventud.
Muchos jóvenes de carácter fuerte se prometen hacer tal o cual cosa una vez que estén bien establecidos en la vida, para asegurarse riquezas o fama, o para obtener un buen lugar en la sociedad. Mientras que David siendo joven, hizo un voto, el de encontrar un “lugar para Jehová” (Salmo 132:5) y no algo para sí mismo. En esto hacía gran contraste con su predecesor, Saúl, al cual se le dio “lugar a la cabecera de los convidados” (1 Samuel 9:22), cuando Dios envió a Samuel a ungirlo como rey. A ese lugar Saúl se aferró y luchó por él de manera encarnizada. Su propósito era: un lugar para mí. El de David: un lugar para Dios.
“He aquí en Efrata lo oímos” (Salmo 132:6). Efrata era el antiguo nombre de Belén (Génesis 35:19), lugar de nacimiento de David (1 Samuel 16:1). Pero ¿de quién habla al decir “lo oímos”? Del arca que es mencionada en el versículo 8; porque en el versículo 6 agrega: “lo hallamos en los campos del bosque”. Los campos del bosque designan Quiriat-jearim, y fue de allí que más tarde David hizo venir el arca para llevarla luego a Jerusalén (véase 1 Samuel 7:1 y 2 Samuel 6:12-17).
El arca, el trono de Dios en Israel, había sido capturada por los filisteos, y aunque después fue devuelta a la tierra de Israel, nunca había sido puesta en un lugar digno de ella (la casa de Silo, donde se encontraba al principio del libro de Samuel, había sido destruida, véase Jeremías 7:12).
Sabiendo esto, David prometió que no se daría reposo hasta que hallara un lugar para Dios, donde el arca, símbolo de Su presencia, pudiera morar. Este fue “un varón conforme al corazón de Dios” en contraste con el hombre que busca un buen lugar para sí mismo.
¿Qué lugar damos nosotros al Señor?
Examinemos nuestro propio corazón bajo este aspecto. Tendrá un efecto benéfico para nuestra vida espiritual. La tierra está llena de personas que buscan solamente su propio interés. Naciones, clases sociales, individuos, se lanzan en esta competencia desenfrenada.
En cuanto al mundo actual, es un hecho que nada está en su lugar. Cristo todavía no ocupa el lugar que le corresponde, reinando sobre Israel y sobre el mundo entero como Hijo del Hombre. La Iglesia no está en el lugar que le es destinado —los lugares celestiales— pero está aún en los lugares de su peregrinaje. Israel todavía no está restablecido pacíficamente en sus fronteras antiguas. Las naciones tampoco están en los lugares que Dios les reservó, posición de sumisión respecto a Israel. Nada estará en su lugar antes que el Señor tome el lugar que le es debido. Esperamos ese momento y decimos de todo corazón “Sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:17, 20).
Pero recordemos que ya hoy hay una manera de darle su lugar esperando su retorno. Él dijo: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Cuando el Señor venga, habrá “nuestra reunión con él” (2 Tesalonicenses 2:1). Mientras tanto, podemos congregarnos en su nombre, excluyendo cualquier otro nombre, aceptando su autoridad y reconociendo su presencia en medio de nosotros. Haciendo así, tendremos, de manera espiritual, el gozo de encontrar el lugar que David deseaba ardientemente. También debemos velar con diligencia para que Él tenga su lugar justo en nuestras vidas personales, en todos nuestros pensamientos, en nuestros afectos y en nuestro servicio. Esto le será agradable, así como a Dios el Padre, que lo envió.
Las personas del mundo tal vez nos traten de locos. Nos dirán que si no empleamos toda nuestra energía en establecernos un lugar en el mundo, nadie lo hará por nosotros y que quedaremos estancados. Podemos comprender sus razonamientos. Los discípulos podían parecer insensatos cuando el Señor llegó al final de su vida aquí abajo. Ellos lo habían dejado todo, sus barcas, oficinas y muchas otras cosas más, para seguirle. Habían perdido sus lugares en sus regiones, y ahora ¿qué les quedaba? Su Mesías iba a morir.
Antes de dejarlos el Señor les dijo: “No se turbe vuestro corazón... voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:1-2). Ese lugar que nos prepara y nos asegura es infinitamente más glorioso que cualquier otro lugar que pudiéramos perder.
Entonces, continuemos con ánimo. El lugar que nos preparó es seguro y ninguna palabra puede describir su excelencia. ¡Que nos sea dado tener el espíritu de David! Mientras esperamos la venida del Señor, no busquemos instalarnos cómodamente y no nos durmamos. Busquemos más bien los intereses de nuestro Señor y apreciemos justamente el valor del lugar donde prometió su presencia.