2. El juicio de las naciones vivientes
Consideremos ahora el pasaje de Mateo 25:31-46, es decir, el episodio de las ovejas y los cabritos. Centenares de hijos de Dios leen este capítulo con la impresión de que se trata del juicio universal. Examinémoslo bajo la dirección del Espíritu de Dios. Generalmente se piensa que esta porción describe una escena que se verificará al final de la historia del mundo, cuando todos comparezcan ante Dios para ser juzgados por sus pecados; y se dice que las ovejas representan a los cristianos, mientras que los cabritos serían los inconversos.
Para que este pasaje sea mejor comprendido, deseamos llamar la atención del lector sobre el importante tema de la segunda venida de Cristo. Recordamos que el Nuevo Testamento nos presenta este grande y solemne acontecimiento bajo dos puntos de vista.
En primer lugar, Jesús vendrá en las nubes para buscar a sus santos, a fin de llevarlos consigo a la Casa del Padre (Juan 14:2-3; 1 Tesalonicenses 4:13-18); en segundo lugar, volverá con sus santos a la tierra para juzgar al mundo (Judas 14-15; Zacarías 14:1-6). Digamos, de paso, que en el Antiguo Testamento se habla a menudo de la venida del Señor, pero siempre para ejecutar juicio y con sus santos; nunca se menciona allí su venida para arrebatar a la Iglesia en el aire.
La venida para buscar a los creyentes puede tener lugar en cualquier momento. “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados...” (1 Corintios 15:51-55). “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis 22:20). Cuando el Señor venga así para arrebatar a los suyos, no lo hará como Juez, sino como Salvador (Filipenses 3:20-21). No vendrá para ejecutar venganza sobre ellos, sino para tenerlos cerca de sí, en la Casa del Padre (Juan 14:2-3). Los que hayan dormido en Jesús serán resucitados con gloria (1 Tesalonicenses 4:13-18; 1 Corintios 15:43, 52), y los santos o creyentes que estén vivos serán transformados en un instante, y serán semejantes a él, porque le verán tal como él es (Filipenses 3:21; 1 Juan 3:2). Además, cuando el Señor venga para arrebatar a los suyos, no lo hará sobre la tierra, sino “en el aire” (1 Tesalonicenses 4:17).
En cambio, “cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder” y con sus redimidos, será para ejecutar juicio sobre los impíos (2 Tesalonicenses 1:7-11; Judas 14-15). Entonces el Señor volverá a esta tierra: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos... y vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos” (Zacarías 14:1-5). Si bien no hay nada que impida que Cristo vuelva hoy mismo para buscar a los suyos, muchas profecías tienen que cumplirse y muchos acontecimientos tienen que tener lugar antes de que él venga para juzgar.
Consideremos una vez más Mateo 25:31 y veremos fácilmente que el Señor Jesucristo habla allí de la segunda fase de su venida. Una observación nos ayudará a comprender mejor este pasaje: los versículos que van desde el capítulo 24:32 hasta el 25:30 deben ser considerados como un paréntesis. La primera parte del capítulo 24 es una notable profecía de los acontecimientos que se verificarán en relación con los judíos.
Como ya lo vimos, el Señor puede venir en cualquier momento para arrebatar a los santos, y entonces, cuando estemos en la Casa del Padre, en la gloria, Dios reanudará sus relaciones con el pueblo judío en la tierra. Entonces se cumplirán muchas profecías del Antiguo Testamento. Ahora no podemos considerarlas detalladamente,1 a pesar de su gran interés; baste señalar que en aquel entonces se cumplirá el “tiempo de angustia para Jacob” (Jeremías 30; Daniel 12:1), la “gran tribulación” (Mateo 24:21); y, durante este período, la persecución será tan ardiente, tan cruel, que el remanente elegido de Israel escapará a duras penas. Sabemos que muchos serán martirizados; pero “el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (24:13; 10:17, 22-23).
Durante este período, el remanente creyente de los judíos predicará el Evangelio del reino por todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; esto es, a los paganos. Este Evangelio del reino que será predicado entonces es muy distinto del Evangelio de la gracia de Dios que se anuncia ahora.
Hoy día, por medio del Evangelio, Dios hace saber a los pobres pecadores que Cristo vino a esta tierra, y les ofrece compartir una gloria eterna con él, en el cielo, sobre el fundamento de la obra redentora cumplida en la cruz; pero el remanente judío anunciará la venida de Cristo para establecer su reinado en la tierra (Mateo 24:14). Cuando este Evangelio del reino haya sido predicado a todas las naciones y el tiempo de la tribulación haya alcanzado su punto culminante, “entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo 24:30). ¡Qué momento! Aquel a quien el mundo le coronó de espinas, le rechazó y le crucificó, en su venida será visto ceñido de todo su poder, revestido de una gloria resplandeciente y acompañado por todos sus santos glorificados.
Pasemos ahora a Mateo 25:31-32: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria... entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones”. Es evidente que en este pasaje Cristo viene con gloria a la tierra; y cuando vuelva así, estaremos con él, porque “cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:4).
Resulta también muy claro que aquí se trata de su venida para juzgar a las naciones. Si, pues, en aquel momento volveremos con él (Judas 14-15), es preciso entonces que el Señor haya venido previamente a buscarnos. Además, no vuelve para juzgarnos, sino que nosotros, los creyentes, le acompañaremos para juzgar a las naciones: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?” (1 Corintios 6:2).
Tal vez se pregunte: — ¿Y quiénes son estas naciones? Son los gentiles, o paganos, que vivan en la tierra cuando se produzca la venida de Cristo para ejecutar juicio; aquellas mismas naciones a las cuales el remanente judío predicará el Evangelio del reino después del arrebatamiento de la Iglesia.
Deseamos exhortar al lector a que lea cuidadosamente estos versículos; verá que las naciones son juzgadas según la manera en que hayan recibido a estos piadosos judíos, llamados en este pasaje: “mis hermanos” (Mateo 25:40). Serán divididas en dos grupos: las “ovejas”, que representan a los que hayan acogido a estos mensajeros del Rey, cuya venida estará cerca. A las ovejas van dirigidas estas dulces palabras: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (v. 34). Es decir que ellos entran en el milenio para gozar de todas las bendiciones del reinado terrenal de Cristo. Los “cabritos”, en cambio, simbolizan a aquellos que, por haber rechazado a esos mensajeros y rehusado la misericordia que les era ofrecida, tendrán que oír estas terribles palabras: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (v. 41).
Tras el juicio de estas naciones vivientes empezará el milenio. Durante estos mil años, nosotros —los santos glorificados— viviremos y reinaremos con Cristo (Apocalipsis 20:4). Notemos cuidadosamente que en el pasaje de Mateo 25 sólo se juzga a las naciones sobrevivientes; todos cuantos son mencionados aquí son seres vivientes; ninguno de ellos pasó por la muerte. Ello bastaría para demostrar que no puede tratarse de un juicio universal. Además, se habla de tres clases de personas, y no sólo de dos. Si, pues, las “ovejas” fueran los redimidos y los “cabritos” los réprobos, ¿quiénes son aquellos a quien el Señor llama “mis hermanos”? Nadie supondrá que son algunas de las ovejas, porque, si tal fuese el caso, leeríamos: «Por cuanto lo hicisteis el uno al otro...». El sentido de este pasaje permanecerá oscuro mientras no se admita la sencilla verdad de que las naciones mencionadas aquí son los gentiles que vivan en la tierra cuando se produzca la venida de Cristo para establecer su reinado. En estos versículos no se alude a los cristianos, o sea a la Iglesia; a ellos se refieren las parábolas de los siervos, de las diez vírgenes y de los talentos (Mateo 24:45 a 25:30).
3. El gran trono blanco
El asunto que vamos a tratar ahora es extremadamente solemne, por lo que le rogamos, querido lector, que tome su Biblia, como si estuviese en la misma presencia de Dios, y que estudie cuidadosamente el capítulo 20 del Apocalipsis.
Como lo hemos visto en las Escrituras, Cristo puede venir a buscar a los creyentes en cualquier momento. Sí, ¡quizás oigamos su voz esta misma noche! Él mismo lo asegura al final de la Palabra de Dios: “Ciertamente vengo en breve”. Ojalá la respuesta de nuestros corazones sea: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20). En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, podemos ser arrebatados para ir al encuentro de nuestro Salvador en el aire; entonces nos llevará a la Casa del Padre, donde estaremos en nuestro hogar, con él, en la gloria. En el intervalo que vendrá a continuación, los creyentes en el cielo comparecerán ante el tribunal de Cristo, mientras que, en la tierra, se desencadenarán todos los juicios descritos en el Apocalipsis, desde el capítulo 6 hasta el capítulo 19. Entonces el cielo se abrirá (19:11) y el Señor vendrá a la tierra acompañado por todos sus santos, y someterá a juicio a todos los hombres que vivan en aquel momento y que se le hayan opuesto. Al mismo tiempo, como ya lo vimos, las naciones existentes serán juzgadas según Mateo 25:31-46. Entonces, todo mal será quitado, todo enemigo destruido y todas las cosas serán sometidas a Cristo. Su reinado durará mil años (es el milenio) y, durante ese tiempo, los santos glorificados vivirán y reinarán con él (Apocalipsis 20:4).
Hasta ese momento, ninguno de los perdidos que hayan muerto habrá sido juzgado; ninguno de los que murieron en sus pecados habrá resucitado. Medite usted este solemne e importante capítulo 20 del Apocalipsis sin idea preconcebida y bajo la sencilla dependencia de la enseñanza del Espíritu de Dios.
El versículo 4 nos habla de quienes tendrán parte en la primera resurrección. ¡Cuán bendita y magnífica es su porción! Viven y reinan con Cristo durante mil años.
Durante ese tiempo, “los otros muertos”, es decir, los incrédulos que hayan muerto, permanecerán en sus sepulcros: “No volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (v. 5). ¡Cuán terrible es su suerte!: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras... Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:11, 15).
Deseamos llamar la atención sobre algunos puntos muy importantes de este juicio final.
En primer lugar, aquí Cristo no viene a la tierra; en cambio, leemos: “de delante del cual huyeron la tierra y el cielo”. ¡Cuán diferente es esto del pasaje de Mateo 25:31, donde el Señor viene a la tierra!
En segundo lugar, los juzgados son los muertos, lo cual difiere completamente de Mateo 25, donde sólo se juzga a los vivos. Pero, lamentablemente, ¡qué lúgubre compañía! Salen de sus sepulcros; el Juez está sentado; ellos se mantienen en pie delante de él con una conciencia culpable que les acusa; la tierra a la que tanto amaron, la escena de sus placeres y de sus pecados, en la cual rechazaron al Salvador que tantas veces les fue ofrecido, esta tierra huye para siempre; y ellos están allí, en una eternidad sin fin, pero perdidos por toda la eternidad. ¿Habría entre los lectores alguien que no haya aceptado al Salvador y cuyo porvenir sería éste? ¿No desea escapar del juicio y del castigo eterno? Entonces, crea en el Señor Jesucristo y será salvo (Hechos 16:31).
“Y los libros fueron abiertos”. ¡Qué recuerdo! Cada pensamiento, cada palabra, cada acto de una vida malgastada serán expuestos a la luz de esa gloria esplendorosa.
“Y fueron juzgados los muertos... según sus obras” (Apocalipsis 20:12). Cuánto difiere esto del tribunal de Cristo, donde los redimidos comparecerán para recibir una recompensa o sufrir pérdida, según hayan sido sus obras. Aquí, en cambio, los muertos son juzgados según sus obras; y, si usted tuviera que ser juzgado según sus obras, sobre la base de sus «méritos» o supuestas «buenas obras», ciertamente sería arrojado al lago de fuego.
Si la salvación del cristiano más devoto dependiera de sus obras, estaría inevitablemente perdido, porque ¿quién es el hombre cuya vida podría subsistir ante la mirada escrutadora de Aquel que todo lo ve? “No entres en juicio con tu siervo; porque no se justificará delante de ti ningún ser humano” (Salmo 143:2).
Es muy importante destacar que nunca se dice del creyente que él sea juzgado según sus obras; son éstas las juzgadas, pero no él mismo, y así recibe una recompensa según sus obras; en cambio, delante del gran trono blanco, los malos (cuantos hayan rehusado a Cristo) serán juzgados según sus obras. Y ¿cuál será el resultado? “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:15).
Si aún no es usted salvo, le suplicamos que huya de la ira venidera. Acuda al Señor Jesucristo tal como usted es, tal como es en este mismo momento. No tiene tiempo que perder. Hoy es el día de salvación. Jesús, el Hijo de Dios, quien fue rechazado y crucificado por el mundo, está ahora a la diestra de Dios. Está allí “sentado”, prueba de que su obra redentora está terminada y completa, y que Dios está satisfecho de la misma: “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12). Todo juicio le ha sido entregado en sus manos: “El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo... y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre” (Juan 5:22 y 27).
Toda rodilla debe doblarse ante él, toda lengua debe confesar que Jesucristo es Señor. ¿Usted lo ha hecho así? Si no, ¡hágalo ahora mismo, y será salvo!; porque si esperara hasta el día del juicio, estaría irremediablemente perdido.
Recomendamos encarecidamente a cada lector su detenida meditación de este tema, esperando que, a semejanza de los de Berea en tiempo de los apóstoles, reciba la Palabra de Dios con toda solicitud “escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas son así” (Hechos 17:11).
- 1N. del E.: Para estudiar detalladamente este tema, le recomendamos dos libros de Ediciones Bíblicas: «El porvenir» y «Ocho estudios sobre la profecía».