La esperanza cristiana es la venida del Señor para realizar la primera resurrección: la resurrección de entre los muertos y la transmutación de los creyentes que aún vivan en la tierra en ese momento. Tenemos tendencia a estar pendientes de ese primer acto de su venida —porque nos atañe directamente y constituirá para nosotros el fin de los padecimientos— y a dejar más o menos de lado el segundo acto, es decir, la manifestación gloriosa del Señor para ejecutar los juicios: el guerrero y el judicial (Apocalipsis 19:11-21; 2 Tesalonicenses 1:6-10; Mateo 25:31-46). Los juicios deben preceder y llevar al establecimiento del reinado milenario. A ese mismo respecto pensamos a menudo en nosotros en lugar de pensar en el Señor y en su gloria. Sin duda que, antes de que comience el reinado, habremos sido levantados o sea “arrebatados... para recibir al Señor en el aire”, “transformados” e incluso hechos “semejantes a él” (1 Tesalonicenses 4:17; 1 Corintios 15:51; Filipenses 3:21; 1 Juan 3:2). Pero ¿podrá sernos indiferente que un día el Señor sea exaltado en la tierra en la cual fue despreciado, rechazado y crucificado? Debemos regocijarnos al pensar que entonces se cumplirá lo que Cristo dijo por medio de la palabra profética: “Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra” (Salmo 46:10). Por lo tanto, la consideración de los distintos pasajes de la Escritura que nos hablan del reinado de mil años debe despertar en nosotros un profundo interés. Esta lectura evoca en nuestras almas las glorias de Cristo y la bendición que él traerá a una tierra hoy “sujetada a vanidad”, sumida en la “esclavitud de corrupción”, pero que entonces gozará de “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:20-21). La meditación de este tema es apropiada para regocijar nuestros corazones, pues nos lleva a considerar a Aquel que, mediante su muerte en la cruz, obtuvo el derecho a ejercer el dominio universal del que nos habla el Salmo 8.
No nos proponemos considerar todos los pasajes de la Escritura que hablan del reinado y de las bendiciones de las cuales entonces gozarán Israel y las naciones. Sólo examinaremos algunos que nos parecen suficientes para dar una idea del tema sin entrar en demasiados detalles.
“Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Pero el pecado entró en el mundo por la desobediencia del primer hombre (Romanos 5:12) y “la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó” (es decir, de Adán, el hombre pecador). Por eso “toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Romanos 8:20-22). Los esfuerzos del hombre en el pasado, los que aún despliega hoy y los que se propone hacer en el futuro sólo manifiestan su total impotencia para restablecer lo que él arruinó, para sacar a la creación del estado en que se encuentra y para librarla de la “esclavitud de corrupción”. Solamente la venida de Cristo para reinar la llevará a gozar de la “libertad gloriosa de los hijos de Dios”. El establecimiento del reinado de mil años traerá liberación para la creación, sanidad y prosperidad para el Israel de Dios (Malaquías 4:2). Cristo revestirá la gloria terrenal que le corresponde: “He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto”; “así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído” (Isaías 52:13, 15).
Sucesos que siguen al arrebatamiento de la Iglesia
Apostasía y anarquía
Muchos acontecimientos, anunciados en los libros proféticos, seguirán al arrebatamiento de la Iglesia y precederán el comienzo del reinado. Después de que el Espíritu Santo, junto con la Iglesia, haya dejado este mundo, aquí abajo no habrá “lo que” ahora detiene ni “quien” al presente detiene (2 Tesalonicenses 2:6-7). En consecuencia, desde el punto de vista religioso, esa ausencia dará lugar al pleno desarrollo de la apostasía, junto con la revelación del “hombre de pecado” (2:3), la segunda bestia de Apocalipsis 13, es decir, el anticristo. Desde el punto de vista político, la alteración del orden establecido desembocará rápidamente en un estado de anarquía tal que, cuando aparezca la primera bestia de Apocalipsis 13 —el jefe del Imperio romano, entonces reconstituido en una confederación de diez reinos (véase Daniel 7:7-8, 23-25; Apocalipsis 13:1; 17:3, 12-14)— los hombres le rendirán honores diciendo: “¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” (13:4).
Regreso de los judíos a Palestina
Por otra parte, el regreso de los judíos a Palestina, ya comenzado después de la segunda guerra mundial, continuará rápidamente (véase Isaías 18:1-2 y 7). La masa del pueblo volverá a la incredulidad y apostasía —serán las “dos terceras partes” a que alude Zacarías 13:8—, en tanto que se formará en medio de ella un remanente piadoso —la tercera parte de la que habla el mismo versículo—, el cual deberá pasar por la gran tribulación (13:9) y será reconocido como pueblo de Dios. Los judíos reedificarán entonces el templo en Jerusalén y recibirán en él al anticristo, tal como el Señor Jesús lo declaró a ese pueblo, cuando estaba en la tierra: “Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis” (Juan 5:43).
El anticristo es la segunda “bestia” de Apocalipsis 13; también es el “rey” descrito en Daniel 11:36; ese rey, quien será un judío, “del Dios de sus padres no hará caso” (Daniel 11:37). “Se ensoberbecerá, y se engrandecerá sobre todo dios: y contra el Dios de los dioses hablará cosas espantosas” (11:36, V.M.). Este pasaje nos dice algo sobre la actividad del anticristo en esos días. A la mitad de la última semana profética (9:27) él se sentará en el templo, “haciéndose pasar por Dios” y adorar (2 Tesalonicenses 2:3-4).
Predicación del Evangelio del reino
Poder engañoso enviado a los que hoy se rehúsan a creer a la verdad
En medio de este estado de cosas, y aun antes de que comience la última semana profética, Dios manifestará algo de su gracia al hacer predicar el Evangelio del reino. Durante ese período se salvarán dos clases de personas: por una parte, los “ciento cuarenta y cuatro mil sellados” de los que habla Apocalipsis 7:1-8 y, por otro lado, los gentiles (7:9-17). No obstante, de los que hoy en día se rehúsan a aceptar el Evangelio de la gracia o que están indiferentes, ninguno se salvará: “Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:11-12). Como no quisieron creer a la verdad durante el día de la gracia, creerán la mentira. ¡Terrible suerte correrán todos los que se encuentren en la tierra cuando venga el Señor, porque no aceptaron a Jesús como Salvador!
La gran tribulación
Cuando, en medio de la última semana profética, el anticristo se siente “en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”, los judíos piadosos abandonarán Jerusalén, según las indicaciones dadas por el Señor mismo (Mateo 24:15-16). Sólo quedará en la ciudad el pequeño remanente, “un pueblo humilde y pobre”, del que habla el profeta Sofonías (3:12). Vendrá entonces la “gran tribulación”. Llevará a los fieles de Israel a confesar el pecado de la nación, culpable de haber infringido la ley de Dios, de haber rechazado y crucificado a su Mesías y de haber despreciado luego el testimonio del Espíritu Santo.
Esa “gran tribulación” es llamada “tiempo de angustia para Jacob” en Jeremías 30:7 y “tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces” en Daniel 12:1. Todos estos pasajes dicen lo que será esa tribulación, “cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios creó, hasta este tiempo, ni la habrá” (Marcos 13:19). Ella abarcará particularmente a los judíos, pero también a otros pueblos, porque la “gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas”, multitud que ve Juan en la escena descrita en Apocalipsis 7, está constituida por “los que han salido de la gran tribulación” (v. 9 y 13-17).
Actuación de Satanás por medio de las dos bestias de Apocalipsis 13
El anticristo desplegará su actividad, por lo menos durante un período, en concierto con la del jefe del Imperio romano y, constantemente, bajo la instigación de Satanás, el “dragón” mencionado en Apocalipsis 13:4. Satanás es el “dios de este siglo” (2 Corintios 4:4), el “príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30; 16:11). Bajo su primer carácter, se manifestará por medio del anticristo. Bajo el segundo lo hará por medio del jefe de los diez reinos. Estos dos hombres son las dos “bestias”. La una ejercerá el poder religioso (el anticristo) y la otra el poder político. Así responderá a las dos grandes aspiraciones del corazón del hombre.
Manifestación gloriosa del Señor
Cristo viene para juzgar y para reivindicar sus derechos
No deseamos entrar en los detalles de todos los acontecimientos que entonces tendrán lugar y que son anunciados en las profecías. Dejamos de lado lo que concierne a los otros dos actores importantes de esas escenas finales: el rey del norte (el asirio de Isaías 10) y el rey del sur (Egipto; Daniel 11:40-43). Cuando venga el momento de poner límite a la actividad de las dos “bestias”, el cielo se abrirá y Cristo aparecerá, montado en un “caballo blanco” —emblema de guerra y de poder victorioso—, para juzgar y para reivindicar sus derechos. “Sus ojos eran como llama de fuego” (juzgará con discernimiento perfecto) “y había en su cabeza muchas diademas” (la dominación le pertenece y ninguna gloria le faltará). Su nombre es “el Verbo de Dios” (Apocalipsis 19:11-21) Cuando viene para juzgar, tiene el nombre que llevó cuando vino por gracia (Juan 1:1). En ambos casos, él es la plena y perfecta expresión de Dios: Amor y Luz. En su locura, la bestia y los reyes de la tierra, y sus ejércitos osarán reunirse “para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército”, es decir, contra Cristo y los santos glorificados. Estos últimos son vistos en aquel momento como “ejército” y no como “esposa” o como “amigos del esposo”. Pero “la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre” (Apocalipsis 19:19-21). La “bestia” —el jefe del Imperio romano— y el “falso profeta” —el anticristo—, los dos instrumentos de Satanás, no conocerán la muerte del cuerpo. Serán “lanzados vivos” al lago de fuego que arde con azufre. Satanás mismo será lanzado más tarde; en ese momento estará atado por mil años —la duración del reinado— y será arrojado al abismo (Apocalipsis 20:1-3).