Los que tendrán parte en la primera resurrección
Desde entonces se cumplirá la primera resurrección, la que constará de varias fases. Resucitarán, pues, las siguientes clases de personas:
- A la venida del Señor, los creyentes de la antigua época y los de la Iglesia que hayan pasado por la muerte, ya que los vivientes serán transmutados (1 Tesalonicenses 4:15-17).
- Los creyentes que, durante el período siguiente al arrebatamiento de la Iglesia, sellarán con su vida el testimonio dado, es decir, “las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían”. Éstos fueron vistos bajo el altar al abrirse el quinto sello.
- Los “dos testigos” (Apocalipsis 6:9-11), quienes representan al remanente fiel que permanecerá en Jerusalén, aun durante la apostasía. Muertos por la bestia, se levantarán después de “tres días y medio” y subirán al cielo en la nube (11:3-13).
- Los que no habrán adorado a la bestia ni su imagen (13:15-18).
- Los mártires de las naciones, muertos durante la última media semana profética, pero que habrán conseguido la victoria sobre la bestia y su imagen y sobre el número de su nombre (15:2-4).
Apocalipsis 20:4 nos presenta a todos los que tendrán parte en la primera resurrección, sea a la venida del Señor, sea en el período siguiente. Ellos son bienaventurados y santos. La segunda muerte no tendrá potestad sobre éstos, sino que reinarán con Cristo durante los mil años del reinado, entonces establecido con poder y gloria (20:6).
El reinado
Reino celestial y reino terrenal
Durante este período habrá dos esferas de bendición: el reino del Hijo del hombre y el reino del Padre (véase Mateo 13:41-43). El reino celestial, en el cual están Cristo y los santos celestes, está más relacionado con el Padre. El reino terrenal, en el que judíos y gentiles serán los súbditos del Rey, se refiere más al Hijo del hombre. La Iglesia será la sede de la administración del reino celestial, y Jerusalén será el centro gubernativo del reino del Hijo. “En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de Jehová en Jerusalén” (Jeremías 3:17). A ella están dirigidas las palabras de Isaías: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti... Entonces verás, y resplandecerás; se maravillará y ensanchará tu corazón... Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria” (Isaías 60:1, 5 y 19, léase todo el capítulo). Ezequiel termina su libro con estas palabras: “Y el nombre de la ciudad desde aquel día será Jehová-sama” (48:35). El templo será reedificado según las indicaciones dadas en los capítulos 40 y siguientes. La gloria de Dios que entra en la casa será la señal de que Dios tomó posesión de su morada (Ezequiel 43:4).
La Iglesia, santa ciudad
La Iglesia es vista como “santa ciudad”. Los materiales que la constituyen son personas, las “piedras vivas” que, en la presente época, forman la “casa espiritual” de Dios (1 Pedro 2:4-5). Es la Jerusalén celestial “que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios” (Apocalipsis 21:10-11). Los versículos 9 a 17 de Apocalipsis 21 describen su aspecto exterior; los versículos 18 a 23 cuentan su naturaleza y su carácter, mientras que desde el versículo 24 hasta el 5 del capítulo 22 se nos presentan las bendiciones que serán dispensadas por medio de la Iglesia, al mismo tiempo santa ciudad y desposada, esposa del Cordero. Ella prestará un precioso servicio de gracia para el mundo, y lo hará de tal manera que los instrumentos, en cierta forma, desaparecerán para que toda la gloria sea de Cristo. Ella mantendrá una santidad perfecta y será la perfecta expresión del amor (Apocalipsis 21:27; 22:2). El “río limpio de agua de vida” correrá en abundancia desde el trono de Dios y del Cordero. Sus aguas nunca serán agitadas: el río es “resplandeciente como cristal”. El árbol de la vida estará “en medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río”, con sus frutos y hojas (22:1-2).
En el paraíso terrenal había dos árboles: el árbol de la vida y el del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:9). Adán comió de este último a pesar de la prohibición de Dios —así la primera “creación fue sujetada a vanidad” (Romanos 8:20)— y fue echado del huerto del Edén, para que no alargase su mano, tomara también del árbol de la vida, comiera y viviera para siempre (Génesis 3:6, 11-12 y 22-24).
Pero en el paraíso de Dios sólo hay un árbol: el de la vida, el cual “produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22:2). El fruto del árbol de la vida, entonces, podrá comerse (2:7). ¿No será ése el único alimento?
Bendiciones dispensadas a la tierra
Glorias de Cristo en la tierra
“He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa” (Isaías 32:1-2).
Ese “rey” es Aquel cuya venida y reinado anunció David en sus últimas palabras: “Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios. Será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra” (2 Samuel 23:1-4).
El Salmo 72, compuesto por David —según lo permite pensar el versículo 20— acerca de Salomón y que proféticamente concierne a Aquel del cual Salomón era sólo una figura, describe ese reinado de justicia y paz. El comienzo del salmo pone de relieve esos dos caracteres, pues menciona la justicia en cada uno de los tres primeros versículos, la paz en el versículo 3 y la abundancia de paz en el versículo 7. El versículo 8 nos habla de la extensión del dominio del Rey de justicia y de paz (“Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra”) y los versículos 9 a 11 subrayan el hecho de que todos se someterán a su autoridad: “Ante él se postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán”. Pero la autoridad que Él ejercerá estará impregnada de bondad y misericordia: “Él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos” (v. 12-14). Un detalle, en el versículo 15, merece nuestra especial atención: “y se orará por él continuamente; todo el día se le bendecirá”. Él será objeto de oraciones continuas, de alabanzas incesantes de parte de un pueblo restaurado y abundantemente bendecido.
Los dos lados del Salmo 134 (v. 1-2 por un lado y v. 3 por el otro) entonces se verán plenamente concretados. Por otra parte, el versículo 16 del Salmo 72 nos señala la extraordinaria fertilidad de la tierra: “Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; su fruto hará ruido como el Líbano”. David lo anuncia también en el Salmo 65:9-13: “Visitas la tierra, y la riegas; en gran manera la enriqueces; con el río de Dios, lleno de aguas, preparas el grano de ellos, cuando así la dispones. Haces que se empapen sus surcos, haces descender sus canales; la ablandas con lluvias, bendices sus renuevos. Tú coronas el año con tus bienes, y tus nubes destilan grosura. Destilan sobre los pastizales del desierto, y los collados se ciñen de alegría. Se visten de manadas los llanos, y los valles se cubren de grano; dan voces de júbilo, y aun cantan”. Todo le pertenece. Qué gloria habrá para Cristo en su reinado: “Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado. Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre, y toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y amén” (Salmo 72:17-19).
Durante aquellos días bienaventurados jamás habrá guerras, “ni se adiestrarán más para la guerra”; jamás habrá ídolos (Isaías 2:4; Miqueas 4:3; Malaquías 1:11). Habría que citar aun muchos pasajes que ponen de relieve tal o cual rasgo de ese reinado glorioso. Isaías 11:1-10, especialmente, nos ofrece acerca de él una descripción hermosa que se lee con gozo.
Testimonio acerca del juicio pronunciado por Dios en Edén
Dentro de tan magnífico conjunto, subsistirá un triple testimonio acerca del juicio pronunciado por Dios en cuanto al hombre, al suelo y a la serpiente, a saber, Isaías 66:24; Ezequiel 47:11; e Isaías 65:25. Este triple testimonio hará resaltar aun más la riqueza de la bendición que será derramada por un Dios de gloria, quien es también un Dios de gracia. Verdaderamente, él dará la gracia y la gloria a un pueblo que finalmente llegará a su casa después de haber atravesado el valle de lágrimas; entonces verá a Dios en Sion (Salmo 84).
Después del reinado milenario
Juicio definitivo de Satanás
Digamos algunas palabras sobre lo que acontecerá una vez concluido el reinado milenario. “Satanás será suelto de su prisión” (Apocalipsis 20:7). Los hombres, pese a haber recibido abundante bendición durante el reinado, se dejarán arrastrar por el Adversario, manifestando así que el corazón humano es irremediablemente malo. ¡La dicha, la prosperidad, la justicia, la paz no pueden cambiarlo! El diablo, entonces, será definitivamente juzgado: “De Dios descendió fuego del cielo, y los consumió (a las naciones engañadas por Satanás). Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta”. Ellos estarán allí desde mil años antes, lo que basta para demostrar que la doctrina de la no eternidad de las penas es falsa, tanto más cuanto está escrito: “y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (20:8-10).
Juicio de los muertos, ante el gran trono blanco
Enseguida tendrá lugar ante el gran trono blanco el juicio de los que hayan muerto sin Cristo (Apocalipsis 20:11). Es la segunda resurrección, la resurrección de los muertos. Allí, toda boca será cerrada y todo hombre será hallado culpable ante Dios, sin que pueda prevalerse de excusa alguna. Los que comparezcan ante ese trono —en el cual el Señor se sentará como Juez— serán los que no creyeron en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Entonces, el juicio pronunciado sobre ellos (Juan 3:18) será ejecutado. Aun cuando hubiesen cumplido obras que ellos mismos estimaron buenas, serán juzgados, porque no quisieron aceptar el beneficio de la obra de Cristo. Por tanto sus nombres no estarán inscritos en el libro de la vida, éste será abierto para atestiguarlo. “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”. En él ya estarán la bestia, el falso profeta y Satanás mismo (Apocalipsis 20:11-15). Todos ellos permanecerán por la eternidad en el “fuego eterno preparado para el diablo y los ángeles” (Mateo 25:41). El fuego eterno no fue preparado para aquéllos, pero como, en lugar de escuchar la voz de Dios, prefirieron estar atentos al diablo y sus ángeles, por eso estarán con ellos por una eternidad de sufrimientos y de indecible desdicha.
Establecimiento del estado eterno
Después del juicio de los muertos, efectuado ante el gran trono blanco, se establecerá el estado eterno. Él es descrito en pocas palabras al comienzo del capítulo 21 del Apocalipsis. Qué paz llena nuestros corazones cuando leemos: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron” (v. 4). Ésa será nuestra parte eterna, la de todos los que confiaron en Jesús y su obra para salvación de sus almas.
Mientras esperamos ese día eterno, ¿no vibran nuestros corazones al pensar que, en el mundo en que vemos tantos sufrimientos, tantas manifestaciones de violencia y corrupción que son consecuencias del pecado, en el mundo en el cual Cristo fue despreciado, rechazado y crucificado, él será exaltado y glorificado? “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos; de la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo. Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar. ¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra” (Salmo 8).
¡Ojalá nos alegremos en la espera de la venida del Señor para arrebatarnos a su encuentro en el aire!