Bajo este título, encontrarán ustedes algunos fragmentos de la correspondencia de un joven creyente, de 25 años de edad, muerto en la guerra. Es nuestro deseo que estas cartas puedan alentar a cada uno en la búsqueda de una vivencia más íntima con el Señor Jesús (N. d. E.).
Introducción
“La memoria del justo será bendita...
muerto, aún habla por ella.”
(Proverbios 10:7; Hebreos 11:4)
Joël Delarbre partía para la guerra, como soldado, desde el inicio de las hostilidades, a principios de agosto de 1914. La partida tuvo lugar en la noche del domingo al lunes. El domingo, nuestro hermano se levantó y edificó a la iglesia. Al salir del culto, una hermana, en tono festivo, dijo a la madre de Joël:
— Entonces ¿Joël ya no se va?
— Claro que sí, sale esta noche.
— ¿Cómo es que se va, y está tan calmo, tan apacible?
Ya en el frente y en el curso de un ataque, su cuerpo y el pulmón fueron atravesados por una bala. Postrado en el campo de batalla, exclamó: — ¡Señor! ¿qué quieres de mí? La respuesta fue inmediata, por medio de estas palabras del profeta Isaías que le vinieron a su mente: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare” (Isaías 42:3).
Se le recogió tras un día de estar tirado en el campo de batalla. Solícitamente cuidado por los médicos, Joël regresó a su cuartel en enero de 1915, para salir de nuevo hacia el frente en los primeros días de febrero. Fue allí donde cayó como fulminado por un obús, el 9 de junio de 1915, a las 11 de la mañana, en las trincheras cercanas de Ville-sur-Tourbe en Francia...
En una carta escrita a los queridos padres del joven Delarbre respecto a la muerte de su hijo, un hermano se expresó así:
«...El Señor había formado notablemente a Joël para atravesar las penosas circunstancias de la guerra actual. Por medio de ellas, Él le preparó admirablemente para el cielo. Sus cartas muestran que él consideraba las cosas bajo su verdadero día, y ello por la gracia de Dios que obraba en su corazón. Para cuantos tengan conocimiento de ellas, les serán reconfortantes, pues están llenas de frescura espiritual, de conmovedora sencillez, de un consuelo sacado de su misma fuente, realmente edificante. Al leerlas, parece como si se le oyera a él mismo en persona.
El amor de Dios hacia cada uno de los suyos es perfecto. Él, quien desde el principio conoce ya el fin, había dado a nuestro amigo un notable conocimiento de las cosas según Dios. Este conocimiento se desarrolló rápidamente en profundidad y plenitud durante la sorprendente comunión con el Señor en la que fue guardado a través de los espantosos sucesos de la guerra. Nuestro joven hermano había llegado a una madurez espiritual que nos humilla profundamente, tanto más cuando pensamos que no tenía más que 25 años cuando murió...»
Su primera carta
...Parto para las trincheras, con pleno paz, feliz, sí, feliz: cuando el Señor Jesús ha sacado fuera a sus ovejas, va delante de ellas (Juan 10:4). Ahí está mi buen Pastor: va delante de mí y me dice: “No temas”.
A veces el camino es rudo, pero todo está bien; la angustia humana da ocasión para que Dios obre, porque es para Él el tiempo conveniente. En otros tiempos, todo marchaba a nuestra voluntad, y no supimos glorificarle. Ahora nos disciplina Dios para nuestro provecho y no para que perdamos el ánimo: éstos son propósitos de amor, a fin de que le busquemos con mayor afán...
Los cuidados del Señor
...Bajo todo punto de vista, estoy bien, por gracia de Dios. Pues sí, como usted lo dice, querido hermano, el Señor cuida de todas sus queridas ovejas. Él las cuida de una manera individual y práctica. Cuántas veces he experimentado sus tiernos y constantes cuidados. «Él va delante de ellas sin cansarse jamás». ¡Qué precioso es esto!
A cada una de ellas les dispensa sus cuidados plenos de inteligencia y de tierna bondad. ¡Qué corazón amante el suyo! ¡Qué lugar bendecido es su pecho para recostar sobre él nuestra cabeza! Sepamos permanecer allí. Es Él quien apacienta su rebaño. Ezequiel 34 (sobre todo los versículos 15 y 16) es de gran consolación. El Señor da la energía a quien carece de vigor. Vale la pena verse afligido para ser consolado por el Señor mismo, lo que es mejor que serlo por la más tierna de las madres.
Los jóvenes hebreos estaban en el horno a causa de su fidelidad a Jehová, mientras que nosotros... el corazón está quebrantado (hablo sobre todo por mí) cuando pienso ¡cuán poco necesitaba del Señor, cuán poco le buscaba mi corazón! Sin embargo, aquel que se encontraba en el horno con los tres jóvenes hebreos, está ahora allí con nosotros, con cada uno de los que están allí. En medio de la tempestad, los discípulos le tenían consigo en la barca, un Cristo rechazado, despreciado, pero que era el hijo de Dios. ¡Qué calma en medio de la tempestad! Él, Cristo, “estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal” (Marcos 4:38). En otra ocasión, andaba él sobre las aguas, y el huracán desataba su furia; pero él dijo a los suyos, llenos de espanto: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Mateo 14:27). Qué bien hace por la noche, estando fatigado, bajo la lluvia, escuchar su dulce voz que dice: “No temas”. Después, como la sulamita, que subía del desierto apoyada en su amado, yo me apoyo en Él, en mi muy amado, ¡y esto me hace tanto bien! Gozar de sus cuidados tiernos, compasivos, fieles es un exquisito favor, pero gozar de él mismo es aun más precioso todavía. Pues “tu nombre es como ungüento derramado” (Cantar de los Cantares 1:3), y “su bandera sobre mí fue amor” (2:4); sí, toda su persona es deseable (5:16).
Si tal es su voluntad, nada me pasará; pero, si no obstante, Él considera más conveniente tomarme consigo, seré feliz, porque “partir y estar con Cristo... es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23). Si él me dejara, valdrá la pena quedarse, y yo seré feliz de hacerlo así para servir a mi Señor, con el socorro de su gracia, mejor que antes. ¡Ánimo! ¡El Señor viene! ¡Entonces, tengamos paciencia!
...¡Acordaos siempre de mí en vuestras oraciones, y también de todos los hermanos sumidos en esta espantosa tormenta! Quiera el Señor concedernos la gracia de esperar con paciencia la liberación que viene de él. Él tiene su tiempo y su hora. Frecuentemente, la liberación llega en la hora más sombría.
Carta a su querida tía
...«Yo siembro en cualquier terreno», me escribes tú. Esto me hace pensar en Eclesiastés 11:4-6 y también en el versículo 1: “Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás”. Quizá incluso no veas el fruto de tu trabajo antes de la venida del Señor. No hay que mirar las circunstancias, como tan bien lo asegura el versículo 6: “Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano”. Es necesario ejercitarse en sembrar con sabiduría y oración y bajo la mirada del Señor. Es una gran gracia reconocer “la obra de Dios, el cual hace todas las cosas” (v. 5). La obra, pues, es toda de él. Nos acontece frecuentemente que no vemos el fruto de nuestro trabajo, y esperamos que el Señor nos muestre lo suficiente para que no nos desalentemos. ¿No corramos el peligro de sentir más placer en la obra a la cual su gracia nos llama que en el Señor mismo?...
Tengamos siempre al Señor ante nosotros. Es bueno ir sembrando la semilla “con lágrimas”; pero también “volver a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmo 126:5-6). Todo esto lleva su tiempo. El mismo Señor Jesús tuvo que pasar por semejante experiencia: “Y mi bebida mezclo con lágrimas” (102:9); pero un día, él “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11).
...Querrías ver tus esfuerzos coronados por un éxito inmediato. Ten paciencia, porque los frutos de lo que hacemos aparecerán más tarde; nuestra mayor ocupación actual es trabajar y sembrar; y dice la Palabra: “Después de muchos días lo hallarás” (Eclesiastés 11:1). En cuanto a mí, puedo asegurarte que me regocijo por ti, pues por tu intermedio el Evangelio es anunciado a varios heridos, junto con el cuidado que pones en aliviar sus males.
Así que, en cuanto a los resultados, esperemos. El Señor Jesús, nuestro divino Modelo ¿no espera todavía para la manifestación de los frutos obtenidos por su obediencia hasta la muerte y muerte de cruz? Y aun si no debieras ver aquí ningún fruto de tu trabajo ¿sabes que tu gozo será más grande todavía cuando el Señor los manifieste a los ojos de sus santos y de las miríadas de los ángeles? Una cosa que se produjera ahora, no tendría lugar entonces, cuando nos enorgulleciéramos de ver nuestros esfuerzos, nuestras luchas, nuestras penas y nuestras oraciones coronados por el éxito.
Carta a sus padres
...Mi preocupación consiste en gozar de Cristo, de él solo. Ezequiel 11:16 me es de gran consuelo: “Aunque les he arrojado lejos entre las naciones, y les he esparcido por las tierras, con todo eso les seré por un pequeño santuario en las tierras adonde lleguen”. Quiera Él permitirme saber permanecer allí.
Mis queridos padres, les suplico, después de haberme confiado al Señor, como ustedes lo han hecho y lo hacen, que se queden en paz. El Señor cuida de mí. “¿Y quién de vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo?” (Lucas 12:25). ¡No conseguirán nada; al contrario, esto les impediría gozar de su bendita presencia, de él, quien me cuida tan bien!...
Sí, queridos padres, es tan dulce encontrar a toda hora un tierno amigo, presto a aliviarnos. Por otra parte, ¿qué son nuestros sufrimientos al lado de los de nuestro Señor y Salvador Jesucristo? Él conoció el hambre, la sed, la fatiga, el sufrimiento en sus formas más rigurosas para su corazón. También es capaz de simpatizar con los suyos en todas sus penas. Es lamentable que no permanezcamos más tiempo al abrigo del Altísimo (Salmo 91:1), pues él es nuestro Padre. ¿Cuándo pierdo coraje, vencido por la aflicción? ¿No es acaso cuando miro abajo? mientras que cubierto de sus plumas y bajo sus alas, hay un refugio. ¡Qué suave cubierta, qué refugio seguro y tierno debajo de sus alas! (Salmo 91:4). En los versículos 14 a 16 se trata del Señor, pero, en los Salmos, su parte es la nuestra. ¡Qué privilegio poder dedicarle todo nuestro amor! (v. 14). Y luego ¡qué promesas! ¡Ojalá podamos conocer este nombre, lo que es una inmensa gracia...!
“Con él estaré yo en la angustia” (v. 15). ¡Qué felicidad, que el Altísimo esté con nosotros! ¡Y, por si fuera poco, este Dios todopoderoso es nuestro Padre!
Carta a su querida tía
...Sé que buscas la aprobación de Dios y no la de los hombres y que tu deseo es entregarte por entero al servicio del Maestro. ¡Qué privilegio que él quiera emplearnos en su obra! El guarda de Isaías 21:11-12 ocupa un puesto de confianza y honor. Su respuesta a la pregunta burlona de los que le interrogan es, a la vez, consoladora para unos, horrorosa para otros: “La mañana viene, y después la noche”. La mañana viene, “una mañana sin nubes” (2 Samuel 23:4) para el guarda vigilante y fiel; y la noche viene, lejos de Dios, en las tinieblas de afuera, en el lugar del lloro y del crujir de dientes. Esta espantosa noche viene para los burladores. Quiera el Señor darnos la gracia de cumplir ese santo servicio fielmente. Porque si perdemos el carácter de guardas, no podríamos advertir a aquellos que están cerca de nosotros: “teniendo buena conciencia” (1 Pedro 3:15-16).
Cuanto más avanzo en el camino, más experimento el amor fraternal de los queridos hijos de Dios, y cada día el Señor me concede alguna nueva gracia...
Trabajar por Él
...Bien vale la pena, por cierto, trabajar por Cristo que tanto nos ha amado y nos ama. Ya viene el día en que el Señor tendrá el gozo de decir a su siervo fiel: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21-23). Nadie se arrepentirá de haberse fatigado al servicio del Señor.
Basta a cada día su propio mal
...De mi parte no me preocupo, sino de que hoy todavía puedo gozar de Jesús. Por lo demás, el día de mañana no nos pertenece y el de pasado mañana tendrá cuidado de lo que le concierne: Cristo se ocupa de ello; ¿no basta ampliamente para todo? Mi concurso no le aportaría nada de bueno. Es su socorro lo que necesitamos para salir de la angustia. No vivamos dos días a la vez. Vuelvo siempre al Salmo 91. Las alas del Omnipotente son un precioso refugio y sus plumas son una cubierta tanto suave como segura. Ojalá el Señor nos dé la oportunidad de honrarle con nuestra plena confianza, a fin de que adquiramos un más íntimo conocimiento de todo lo que se encuentra en el secreto de su tabernáculo, habitando “al abrigo del Altísimo”.
...Frente a tales elementos alterados, toda sabiduría humana se trueca en nada y el creyente vuelve su mirada hacia Cristo, el Señor, quien camina sobre las encrespadas olas, como sobre la roca, y descansa apacible en medio de la tempestad enfurecida. Qué reposo considerarle en su maravilloso poder, su serenidad a la que nada puede turbar, cuando no se trata más que de los esfuerzos del enemigo; mientras que le vemos emocionado y compasivo en presencia de las aflicciones de los suyos y aun de sus criaturas. ¡Cuando toda sabiduría es reducida a nada y la tempestad y los peligros se acrecientan, agotados los recursos, nos volvemos hacia Él! Así somos nosotros. El Señor, sin reproche, interviene y libera.
El apóstol dijo: “He aprendido... y sé” (Filipenses 4:11-12); esto es mucho. El salmista también, en el Salmo 27, asegura que él tendrá confianza. ¿Por qué? Porque Jehová es su luz y su salvación, la fortaleza de su vida, quien en el día del mal le ocultará en lo reservado de su morada, y quien le pondrá sobre la roca. ¿Y cuál es el resultado? Los enemigos permanecen, pero levantará su cabeza sobre los que le rodean. Así, nada puede impedirle, ni la prueba ni todo lo que la acompaña, que sacrifique en su tabernáculo sacrificios de júbilo, cantando y entonando alabanzas a su Dios. Pero ¿cuál es la causa primera de semejante estado de alma tan feliz y glorioso para el Señor?
El salmista había pedido una cosa, ésta buscaré, decía él: ser “en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”. Y María, como David, había escogido la buena parte, la cual no le sería quitada. Pues bien, querida hermana, todos nosotros, que miramos a cara descubierta la gloria del Señor, crezcamos en su gracia y en su conocimiento; que no nos sea necesario nada más que Jesús; que pongamos los ojos en él. Quiera Dios preservarnos que las numerosas bendiciones cuyas gozamos tomen Su lugar, pero que esté en Cristo que nos gocemos y no fuera de Él...
La oscuridad era tan negra que más de una vez nos perdimos. Esta profunda noche, perdido y solo en terreno enemigo, me ha proporcionado grandes temas de meditación. Es horroroso perderse en país enemigo, en una noche en que las tinieblas no permiten ni siquiera distinguir los objetos a dos pasos de sí mismo, sin tener algún punto para orientarse. ¡Y yo he pensado en ese momento en que nuestro Salvador, clavado en la cruz entre dos malhechores, se encontró solo, desamparado por su Dios, ese Dios del que sólo había hecho su voluntad y que estaba contra Él! “Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío” (Zacarías 13:7). Comprendo, aunque muy poco, que en ese momento, mi querido Salvador haya exclamado: “Y mi corazón me falla” (Salmo 40:12). ¡Su Dios le había desamparado! Jesús hizo todo esto por nosotros.
...El Señor sostiene a los suyos y les da las fuerzas necesarias para hacer la obra que les ha sido confiada. Es una dicha fatigarse al servicio del Maestro; nosotros estamos a su servicio allí donde nos ha colocado, y me agrada pensar en este pasaje: “Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?” (Salmo 56:8).