Algunas cartas de Joël Delarbre /3

Tercera parte

Carta a sus padres

...Vosotros me dais a entender que los próximos días estarán llenos de dolor: “No se turbe vuestro corazón”, dijo el Señor, y añadió: “ni tenga miedo” (Juan 14:1, 27). Sí, el temor inherente a la naturaleza humana ahora está desterrado y el corazón se encuentra lleno de la paz que Jesús da. Me decís vosotros que vuestros corazones están destrozados de pensar en mí... Vamos, queridos padres, a os que amo tiernamente, estad muy tranquilos; vosotros veis cómo hasta aquí el Señor me ha protegido; por lo que resta ¿qué he de temer? y luego, si yo tuviera que ir hacia él, ¿debo de temer? por mi parte, mucho me regocijo de ello, pues entonces veré al Señor, aquel que me amó tanto. Conoceré su amor, como fui conocido. Al considerar cuán débil soy para vivir por él, lento para comprender la lección que quiere darme por medio de estos sombríos días, todo esto, si miro adelante, me llena de temor, porque uno de los frutos del Espíritu es la fe (Gálatas 5:22), y yo... Pero tened plena paz; si yo parto, todo está bien, si debo quedarme, asimismo todo está bien. Tengo confianza en el Señor, quien puede guardarme si debo permanecer aquí...

Carta a una hermana enferma

...Muchas gracias por recordar de mí; por mi parte, estoy feliz de poder presentarla a Jesús, a usted, hermana tan amada por mi Señor, pero que es probada desde hace tanto tiempo por la enfermedad y el sufrimiento.

Al pensar en usted, como otrora Marta y María, hoy yo Le digo también: “Señor, he aquí la que amas está enferma” (véase Juan 11:3). Yo se lo digo a Él, porque Jesús, el hombre de dolores que iba de lugar en lugar haciendo el bien, es el mismo Jesús que está glorificado sobre el trono de Dios. Usted es, querida hermana, la enferma que él ama...

Carta a sus padres

...¡La Estrella de la mañana! Este astro tan apacible, solitario, precede la llegada del día; aparece a la última hora de la noche. Brillante en la azulada bóveda, ilumina también nuestro corazón, lleno de esperanza, anunciando el nuevo día. Y, sin embargo, antes de que éste llegue, nosotros iremos hacia él, como las palomas hacia sus palomares, según la conmovedora expresión de Isaías 60:8: “¿Quiénes son éstos que vuelan como nubes, y como palomas a sus ventanas?”. ¡Ni una sola faltará!

Cuando los jefes del pueblo debían congregarse, sonaba una sola trompeta; cuando toda la congregación debía reunirse, sonaban las trompetas; pero, cuando la congregación debía partir, entonces tocaban alarma (Números 10). Pronto, todas tocarán, amados padres, con alarma, porque la Iglesia de Dios partirá de la tierra para encontrarse con Cristo, en las nubes. Cuando a veces el cielo se presenta claro de mañana, yo me digo: ¿Y si fuera hoy el arrebatamiento? Ciñamos nuestros lomos, tengamos las lámparas arregladas, la mano en el picaporte de la puerta y nuestros oídos atentos para escuchar el clamor: “¡Aquí viene el esposo...!” (Mateo 25:6) y así abrirle rápidamente. Entonces conoceremos como fuimos conocidos. Y siendo semejantes a él, le veremos tal como él es. “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:2-3). Sí, velemos como el centinela.

Delante de nuestras trincheras hay varias filas de alambradas de púas y, ante ellas, los puestos de centinelas, los que no se relevan más que dos veces por noche. Por eso, creed que aquellos que comienzan su turno a medianoche esperan con ansiedad la mañana; tener al enemigo a unos metros, un enemigo que procura por todos los medios imaginables hacer prisioneros a los centinelas, es terrible, y a veces lo consiguen. Además hace frío, hiela o llueve, y uno está en el barro. Hay que estar allí, inmóvil como una estatua. Se comprende con qué ardor el centinela espera la mañana para salir de esta posición tan crítica, llena de peligros y sufrimientos. Sin embargo, el salmista dice: “Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana” (Salmo 130:6). ¡Velar así, es una actitud bendita! (Lucas 12:37). ¡Estar con él, poseerle, verle, en fin, tal como él es, a aquel a quien, sin haberle visto, amamos, y en el cual, aunque no le veamos, nos alegramos con gozo inefable y glorioso! ¡Sí, es la fiesta eterna que se va a inaugurar en los cielos, fiesta siempre nueva, reposo delicioso! ¡Qué favor! ¡Qué gracia en la cual estamos, la verdadera gracia de Dios; si bien el momento actual es sombrío, tenemos una puerta abierta a la esperanza, una consolación eterna, y todo por gracia.

Carta a su tía

...Ayer distribuí cerca de doscientos evangelios, tratados y poesías. Todos los aceptaron, aunque no faltan ni los incrédulos, ni los burlones. Dios, quien ha dicho que su palabra no volverá vacía, es poderoso para quebrantar estos corazones, aun los más endurecidos. “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?” (Jeremías 23:29).

Comprendo tu dolor, querida tía, a la vista de tantos heridos. Tú siembras y esto es bueno. Cada vez que yo puedo hacerlo, yo mismo me regocijo por ello; el resto, lo dejo al Señor. Lo que yo pido es poder sembrar, porque entonces mi corazón arde; anunciar el Evangelio por cualquier medio, pero siempre bajo la mirada del Señor y bajo su dependencia... ¡no obstante, reconozco que mi debilidad es grande! Un pasaje que me hace bien es Jueces 6:14, relativo a Gedeón: “Y mirándole Jehová, le dijo: Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas”. ¿Dónde estaba su fuerza, puesto que él no tenía ninguna (v. 15)? Pero ¿el ángel de Jehová no le había dicho: “Jehová está contigo, varón esforzado y valiente” (v. 12)? Es así cómo el apóstol lo expresa igualmente en 2 Corintios 12:9, cuando el Señor responde a sus súplicas: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Y es por esto que dice a aquellos que podían comprenderle y deseaban acabar la carrera: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Efesios 6:10); y a su amado Timoteo: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1).

Aun teniendo un buen estado espiritual, nos es necesaria su fuerza para glorificarle. ¡Cuán oportuno al respecto es 2 Timoteo 4:17-18: “El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación...”. No tiene, pues, nada de sorprendente que seamos tan débiles, ya que el Señor Jesús tiene tan poco valor para nuestros corazones, tenemos mucha confianza en nosotros mismos y poca en el Señor, en su Palabra. Y, sin embargo, sólo él es nuestra fortaleza, nuestra esperanza y nuestra luz (Salmo 22:19; 71:5; 27:1). ¿No dijo el Señor: “El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5)? En casi todas sus oraciones, un anciano hermano quien ha encanecido al servicio del Maestro, suele decir: «Señor, concédenos la gracia de tener menos confianza en nosotros mismos, pero siempre más confianza en ti, para perseverar en tu Palabra»...

Otra cosa que me ha impresionado, es la manera de obrar del piadoso Ezequías en medio de grandes dificultades. El enemigo está furioso contra él y, en su insolencia, ultrajaba incluso a Jehová, el Dios de Ezequías. Entonces Ezequías viene a la casa de Dios, y despliega la carta de Senaquerib delante de Jehová (Isaías 37:8-20). ¡Qué espectáculo! Ezequías realiza lo que había sido dicho al pueblo: “En quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (30:15). ¡Y también, qué liberación!

Vengamos también nosotros, digámosle todo, echemos sobre él todas nuestras preocupaciones, “porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). ¡La exhortación del apóstol a sus queridos filipenses está llena de solicitud! “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). Ocurre a veces que el dolor llena de tal manera el corazón que nada podemos decir, y ni siquiera llorar; pero un inexpresable suspiro, de indecible dulzura, se escapa de nuestro corazón oprimido, y aquel que sondea los corazones comprende el pensamiento del Espíritu; porque Él intercede por nosotros según Dios. Nuestro Dios nos socorre con la ternura de una madre. El Salmo 40:1 dice: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor”. ¡Se inclina hacia nosotros y escucha nuestro llanto! ¡Qué gracia!

Muchas veces me encuentro desanimado e impotente; entonces acudo a Dios y, como Ezequías, le digo: “Oye... mira...”. Y puedo decir que siempre ha respondido, aun a mis necesidades materiales, de una manera digna de él, y aun más allá de lo que yo había pedido o incluso pensado. También atiende a los pequeños detalles, insignificantes, y que, sin embargo, hacen sufrir. Ciertamente, nuestro camino no le está escondido, y nuestro juicio no pasa de él (Isaías 40:27). Jamás desampara a los suyos y nada de lo que les atañe le es insignificante, ni siquiera uno de sus cabellos. “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (v. 29).

Con conmovedora gracia, dice: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia... Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo” (41:10 y 13).

¡Qué Dios es el nuestro! Le hemos costado demasiado caro para que nos abandone; conoce a los suyos y los suyos le conocen; sólo su voz puede dar reposo; es una voz conocida, la voz del buen Pastor, quien da su vida por sus ovejas. Él no tiene necesidad de decir su nombre para restablecer la calma en el corazón. Basta con que diga: «¡Soy yo! Aquel que te ama tú conoces mi voz»...

Jesús, una persona conocida

En el capítulo 40 de Isaías, Israel dice que su camino está escondido de Jehová, y que de su Dios pasó su juicio (v. 27).

Por la gracia de Dios, no sostendremos semejante lenguaje. Nuestro Señor, “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Romanos 9:5), “cuenta el número de las estrellas; a todas ellas llama por sus nombres. Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito” (Salmo 147:4-5). “Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio” (Isaías 40:26).

Es él, este todopoderoso Creador y conservador de todo este vasto universo, quien “sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Salmo 147:3). “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40:29). Sí, alabarle es una buena cosa. ¡Cantemos las alabanzas de nuestro Dios! porque es una cosa agradable. “Suave y hermosa es la alabanza” (Salmo 147:1).

Es una persona conocida, su voz nos es familiar, para que en la tempestad misma la calma invada nuestro corazón. No es necesario que él diga: “Yo soy Jesús” (Hechos 9:5) o “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). No. “¡Tened ánimo; yo soy...!”. ¡Y esta persona conocida y amada es Jesús! Después, añade: “¡no temáis!” (Mateo 14:27). Querido Salvador, si ésta no fuera tu voz, tu voz conocida, ¿acaso podría tranquilizarnos? Pero, Señor, tú has dicho que tus ovejas conocen tu voz (véase Juan 10:4). ¡Qué felicidad! Estemos, pues, cerca de él, para que cada una de sus palabras nos sostenga.

En las Escrituras apreciamos frecuentemente contrastes al respecto. Quiero decir que, hablando a un creyente, no es necesario que mencione su nombre para que su corazón se tranquilice. Adán tuvo miedo al oír la voz de Dios, lo que implica que había tenido una relación de intimidad con él; pero, tras la caída, esta voz no le tranquilizaba, puesto que había pecado; no obstante, la conocía. Daniel es fortalecido por esta voz tan compasiva: “Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate” (Daniel 10:19). Es también el caso de los discípulos (Juan 20:19, 26), de María (v. 15-16), de Juan (Apocalipsis 1:17-18), del Espíritu y la esposa en Apocalipsis 22:16, 17, 20.

Era diferente para aquel o aquellos que no vivían en su intimidad. Por ejemplo, Israel en Egipto; Moisés, tuvo que decir: “Yo soy me envió a vosotros” (Éxodo 3:14) y hacer las señales (4:30). Más tarde, Jehová se dará a conocer a Faraón como el Dios de Jacob o Israel (4:5). A continuación, cuando el pueblo pecó, Jehová les invitó a convertirse. Y entonces no les dijo: “Yo soy”, sino “Así ha dicho Dios” (2 Crónicas 24:20). Como estamos en tales benditas relaciones, y a la vez íntimas, expresadas por Juan (Juan 13:25) y también por María (Lucas 10:39), sepamos reposar nuestras fatigadas cabezas cerca de su pecho y sentarnos a sus pies para oír su palabra, Su dulce voz...

Conoce él a los suyos y es conocido por ellos, así como dice él: “El Padre me conoce, y yo conozco al Padre” (Juan 10:14-15). Cuanto más le conocemos, más tranquilo estará nuestro corazón, porque entonces comprenderemos mejor la insondable extensión de su amor, de su gracia, de sus compasiones, de su misericordia, de su ternura, de su solicitud, de su santidad y de su bondad. Por lo demás, en este momento, es él y sólo él quien nos da el reposo. Cada uno de sus rescatados tiene para él más precio que muchas naciones (Isaías 43:3-4). Y si esto es cierto para Israel, mucho más lo es para nosotros. Para hacernos suyos no tuvo que dar naciones, sino todo lo que tenía (Mateo 13:45-46), y aun más, pues “se entregó a sí mismo” por nosotros (Efesios 5:25). ¡No hay otro amor como el suyo! ¿De qué temeremos? ¡Se me hace largo el llegar a él para conocerle mejor!...

He sido demasiado extenso sobre el particular; pero ahora nada hay tan precioso para nosotros como “conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Efesios 3:19). Plena paz ¿no es cierto? ¡Paciencia! El Señor dice: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Marcos 6:50).

Condiciones para que la oración sea respondida

  1. Ante todo, es preciso el acuerdo en la oración: “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:19).
  2. La fe, la confianza: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22) y también Santiago 1:6: “Pero pida con fe, no dudando nada”.
  3. La precisión en la oración: “Préstame tres panes” (Lucas 11:5).
  4. La perseverancia hasta ser importunos (Lucas 18:1-8).

...La actitud del rey Josafat y de su pueblo, en 2 Crónicas 20, es muy bella y consoladora, en un tiempo de gran angustia, como aquella en la que se encuentran actualmente los hijos de Dios. Este pasaje nos fue presentado, sin que entonces yo lo encontrara tan adecuado como hoy. Se dice que Josafat “tuvo temor... humilló su rostro para consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá” (v. 3). A continuación, tras reconocer y exaltar los derechos, la grandiosidad, la indiscutible autoridad de su Dios, expuso ante él la causa del pueblo, Su pueblo: ¿Este pueblo no era la descendencia de Abraham, Su amigo? (v. 7). Y de Judá se dice: “Y todo Judá estaba en pie delante de Jehová, con sus niños y sus mujeres y sus hijos” (v. 13). ¡Conmovedor espectáculo, lleno de belleza! ¡Qué sentimiento de las necesidades del momento y qué corazón para buscar a Jehová! ¡Qué confesión de la propia nulidad y de Su grandeza! “¡Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (v. 12). ¡Qué abundante gracia derramó Dios sobre todos ellos!

¿Por qué no será posible, en nuestros días, una humillación semejante y una reunión así entre los hijos de Dios? Primeramente humillarnos a causa de decaimiento moral al que hemos descendido, confesarle nuestras innumerables infidelidades, y luego implorar su socorro y su liberación para nosotros y para todos aquellos que, con nosotros, están en el horno de la prueba.

Quizás seamos llevados a pedirle, no que retire la prueba, sino que nos guarde del mal y que la santifique de manera tal que produzca frutos para su gloria y para el bien eterno de los suyos, sobre los cuales él la permite.

Quiera Dios que podamos ser capaces de glorificarle como los jóvenes hebreos, en el seno mismo del horno calentado “siete veces más de lo acostumbrado” (Daniel 3:19-30). Después, es Dios quien “cambia la tempestad en sosiego” (Salmo 107:29).

¡Sí, Señor, concédenos la gracia de glorificarte, sea que pasemos por las aguas o que caminemos por el fuego, y de esperar tu glorioso retorno, adorable Señor y Salvador, para ser introducidos en la casa del Padre! Amén...