Así como el cuerpo debe tomar alimento para crecer, fortalecerse y mantenerse sano, así también el alma del creyente necesita alimento espiritual. Esto solo se puede encontrar en la Palabra de Dios.
Cuando el hijo pródigo de la parábola exclama: “¡Y yo aquí perezco de hambre!” (Lucas 15:17), esto describe el hambre interior del hombre lejos de Dios. Hay en su corazón un deseo secreto y profundo de algo mejor, más elevado. Y él trata de apaciguar esa hambre de todas las formas posibles, pero en vano.
En un sentido más elevado, el cristiano también aspira a cosas divinas y eternas, si se encuentra en un buen estado espiritual. Pero, ¡ay!, puede ser tan insensato que su corazón busque satisfacción en cosas perecederas, terrenales, antes que en la Palabra de Dios. Esto conduce entonces a deficiencias espirituales. El crecimiento cristiano se ve obstaculizado. Pero veremos que hay recursos divinos también para eso.
La leche
Los creyentes de Corinto son un ejemplo de cristianos que debían ser alimentados con “leche”. Debido a que estaban en un estado “carnal”, el apóstol Pablo no podía hablarles como a hombres “espirituales”. Tuvo que usar el lenguaje apropiado y la enseñanza para “niños pequeños en Cristo”. Se vio obligado a reprocharles: “Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales” (1 Corintios 3:1-3).
Debido a su bajo estado espiritual, el apóstol no podía conducirlos a las profundas verdades de la Palabra de Dios, no podía presentarles el misterio de la sabiduría de Dios en Cristo glorificado (1 Corintios 2:6-7). No habrían podido asimilar este alimento sólido, ya que todavía eran niños espiritualmente. E incluso esa comida podría haberlos perjudicado. Por lo tanto, Pablo solo podía hablarles acerca de las cosas elementales de la fe cristiana: les dio a beber leche.
A los corintios no se los llama niños por el hecho de ser nuevos en la fe —como los “hijitos” de 1 Juan 2:13— sino a causa de su mal estado.
Lo mismo ocurre entre los hebreos. Después de tanto tiempo, debían de haber sido maestros, capaces de enseñar a otros. Pero como ellos se estaban volviendo perezosos para escuchar, era necesario volver a enseñarles los “primeros rudimentos de los oráculos de Dios”. Habían llegado a ser tales que tenían “necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño” (Hebreos 5:12-13).
Por lo tanto, los corintios y los hebreos necesitaban leche debido a su bajo estado espiritual.
Sin embargo, es consolador saber que la Palabra de Dios también contiene “leche” para aquellos que necesitan esta comida. Algunas partes de la Biblia son tan simples que los niños pueden entenderlas. La Palabra de Dios también es un libro para los niños y para aquellos que son jóvenes en la fe. Tanto unos como otros no deben ser sobrecargados con un tema que sea demasiado difícil de entender para ellos. Y no tienen que preocuparse por pasajes que todavía les resultan oscuros, y que comprenderán mejor al crecer. Si nos mantenemos cerca del Señor, él nos abrirá progresivamente una puerta tras otra en la comprensión de las Escrituras.
¡Qué gracia de parte de Dios que haya “leche” para aquellos que todavía están al comienzo de su carrera cristiana, y para aquellos que ¡ay! han retrocedido debido a su propia negligencia! En cualquier caso, es la Palabra de Dios lo que el Espíritu Santo utiliza para edificar y restaurar.
En la primera epístola de Pedro, encontramos una comparación entre la leche y la Palabra de Dios, pero sin ningún reproche que hacer. “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (2:2-3). Como un niño pequeño desea con avidez la leche de su madre, el cristiano debería tener un deseo ardiente del alimento divino a fin de crecer para salvación. Esta comida es “no adulterada”, libre de aquello que es del hombre. Es la leche “espiritual” de la Palabra de Dios.
La comida sólida
Los corintios y los hebreos aún necesitaban “leche”; todavía no podían soportar ningún “alimento sólido”. La epístola a los Hebreos nos dice al respecto: “Pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5:14).
Además de la leche, la Palabra de Dios contiene alimento sólido, esto es para los que han alcanzado madurez. Son los creyentes que tienen el conocimiento de los pensamientos de Dios. Por el poder del Espíritu Santo, pueden entender y disfrutar la plena verdad de la fe cristiana. Mediante el uso regular de las Escrituras, sus sentidos espirituales adquieren experiencia y son ejercitados para discernir entre el bien y el mal.
Dios no desea que permanezcamos niños pequeños toda nuestra vida. No nos contentemos con conocer las verdades más simples. Dios quiere llevarnos a este alimento sólido de su Palabra, de lo que Juan habla en la primera epístola: “Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros” (2:14).
Timoteo conocía “las Sagradas Escrituras” desde la niñez (2 Timoteo 3:15). La Biblia contiene porciones simples que un niño puede entender. Pero también contiene alturas y profundidades que ninguna mente humana podrá jamás sondear completamente.
El pan
En algunos pasajes, la Palabra de Dios es comparada con el pan. Nuestra atención se dirige al hecho de que el hambre de nuestra alma solo puede ser satisfecha por esta Palabra. Recordemos un pasaje del Deuteronomio: el Señor “te hizo tener hambre... para hacerte saber que no solo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (8:3). Y leemos en Isaías: “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura” (Isaías 55:2).
La miel
Por su Palabra, Dios ofrece a los suyos una mesa ricamente provista. No solo encontramos lo esencial para la vida, sino también cosas deliciosas que dan un gozo particular. Cuando las descubre, el lector de la Biblia puede exclamar con el salmista: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca” (Salmo 119:103; véase Salmo 19:10).
Cada uno de nosotros conoce ciertamente estos pasajes. Suministrados por la gracia de Dios en el momento correcto, son particularmente preciosos para nosotros. Nos dieron consuelo, gozo profundo, nuevas fuerzas para continuar el camino.
Demos gracias a Dios por haber puesto a nuestra disposición estas diversas formas de alimento, que pueden satisfacer cada una de nuestras necesidades. Pero ¿miramos de cerca esta preciosa Palabra?