Lo que hizo Dios de nosotros (capítulo 8)
El capítulo 8 nos muestra en qué libertad y qué gozo se encuentra ahora el alma liberada. Ella tenía la vida, pero le faltaba la fuerza (capítulo 7), y esta fuerza, este poder, le es dado por el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo mora en esa vasija humana que es el corazón del creyente, pero es necesario que esa vasija se encuentre en un estado conveniente y, en primer lugar, vacía de uno mismo para poder ser llenada, ya que nada podemos meter en una vasija que no esté vacía (véase 2 Reyes 4:3).
Con el Espíritu vienen también la inteligencia y el amor. En este capítulo 8 encontramos, pues, al creyente que ha sido enseñado a poner de lado todas las pretensiones del hombre y cuyo espíritu ahora está abierto: Cristo ha sustituido al «yo»; él está “en Cristo Jesús” (8:1). Su fe se apodera de ese hecho y la experiencia prosigue. Su inteligencia se va a abrir y descubrirá un conjunto de verdades de un alcance extraordinario:
- No solamente va a descubrir lo que Dios ha hecho por él, sino también lo que Dios ha hecho de él: su propio hijo, poseedor de la facultad de emplear esa palabra tan llena de dulzura y cariño: “Abba” (v. 15), la que el mismo Señor empleó en Getsemaní (Marcos 14:36). Y, como consecuencia, tiene una herencia con todos los hijos, quienes son “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17).
El propósito de Dios es hacernos conformes a la imagen de su Hijo, expresión que es la clave de este capítulo. En efecto, parecerse a su Hijo es la perfección del hombre, hoy tan sólo moral, pero pronto total, en gloria, es decir, también corporal cuando seamos desembarazados de nuestra vieja naturaleza. La obediencia, la paciencia, la sabiduría, la devoción, todas esas glorias morales del Primogénito, infinitamente preciosas para el corazón del Padre, él desea verlas reproducidas en sus hijos, en todos los miembros de su familia. - Dios también quiere hacernos comprender dónde estamos: en una creación que suspira, que sufre (8:22). Y nosotros no podemos ser indiferentes a ello. Un hijo de Dios no puede sino sufrir comprobando el ultraje que el pecado constituye a los ojos de Dios, la indiferencia de los hombres ante el ofrecimiento de la gracia, el espectáculo de esta pobre humanidad que se precipita con los ojos cerrados hacia el juicio. Cuando el Señor estuvo aquí abajo, merced a su extrema sensibilidad sintió más que nadie el insulto hecho a Dios por el pecado y por todas las miserias que resultaban de éste para la criatura misma (véase Marcos 7:34; 8:12). La tentación es, para el hijo de Dios, un motivo de sufrimiento. Ya no está en la carne (Romanos 8:9), pero todavía tiene la carne en él, caracterizada en los versículos 6-7.
- Los suspiros del capítulo 8:23 no deben ser confundidos con los murmullos que expresan un estado de insatisfacción, el deseo de algo que Dios no nos ha dado. Tampoco son los suspiros de desaliento del capítulo 7, sino ciertamente los suspiros de una alma que siente hondamente el estado moral de este mundo y las servidumbres de su condición actual.
Pero también aprendemos con qué recursos somos dejados en tal mundo: esencialmente la presencia del Espíritu Santo en nosotros, intercesor en la tierra (8:26) y la presencia del Señor en lo alto, nuestro intercesor en el cielo (v. 34). - Igualmente somos hechos capaces de discernir, por la fe, la mano de Dios detrás de los motivos ocultos e interpretar todas las circunstancias de nuestra vida a la luz del precioso versículo 28. El trabajo de Dios,1 tema de nuestra epístola, no son solamente las grandes cosas ejecutadas a nuestro favor: justificación, redención, reconciliación, liberación... Utilizadas por Él, todas las cosas, aun las más pequeñas, las menos agradables, son las herramientas de las cuales Dios se sirve para el bien de aquellos que lo aman, bien que consiste en hacerlos conformes al Primogénito. Dios se interesa en todos los detalles de nuestra vida, la que está enteramente bajo su control.
- También aprendemos por qué estamos en la tierra. Por cierto tenemos las lecciones de los capítulos 5, 6 y 7, pero éstas son sobre todo lecciones negativas, y no somos dejados aquí abajo únicamente para aprender eso. Hay, afortunadamente, un preciado lado positivo del conocimiento que nos da el Espíritu Santo: es conocer el amor de Dios y el amor de Cristo (8:35, 39). En primer lugar, el amor de Dios, quien nos dio a Jesús y quien con Él nos da todas las cosas (v. 32). Seguidamente el amor de Dios que está en Cristo Jesús, Señor nuestro, de cuyo amor haremos la experiencia práctica y personal justamente en las dificultades (v. 39). El Señor jamás le prometió al creyente darle después de su conversión una vida más fácil que la que tenía antes. Lo que cambia, con la vida divina, es la manera de atravesar las circunstancias, y cada una de éstas es, para Dios, un medio de enseñarnos a conocer el amor del Señor de una manera nueva. Tenemos, entre otras cosas, la palabra “tribulación” —con frecuencia utilizada en la Escritura (2 Corintios 1:4; Romanos 5:3)— la que proviene del latín «tribulum» (instrumento para trillar el trigo). De modo que esta palabra nos hablan de golpes dolorosos, pero necesarios, para despojarnos de la cascarilla inútil y, al mismo tiempo, recoger fruto. Cada una de nuestras pruebas o dificultades es una ocasión para conocer el amor del Señor bajo un aspecto del que jamás habríamos hecho la experiencia de otra manera. Porque este amor se manifiesta y acompaña todas las formas de pruebas o dificultades que enfrentamos.
En todas estas cosas, pues, puede haber una victoria: “somos más que vencedores” (8:37) porque tiene como resultado una experiencia, un fruto producido para gloria de Dios. La prueba o dificultad no solamente ha sido soportada con resignación, sino que también ha sido atravesada haciendo una nueva experiencia de la gracia.
Y este capítulo 8, que comenzaba por “ninguna condenación hay”, termina por “ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios”.
Lo que hace Dios para Israel y las naciones
(capítulos 9 a 11)
En los capítulos 9 a 11, la inteligencia espiritual continúa desarrollándose y el Espíritu nos enseña que el Señor es no solamente aquel que nos ama, sino también aquel que es perfectamente sabio y soberano.
¿Por qué, por ejemplo, Israel fue puesto momentáneamente de lado para provecho de las naciones? No tenemos por qué discutir esto; Dios es soberano y cumplirá enteramente su propósito. Ni una de sus palabras, ni una de sus promesas dejará de cumplirse e Israel será finalmente salvado. Pero nosotros somos el pueblo celestial, es decir, una categoría de personas extraordinariamente privilegiadas y tenemos una vocación única en medio de todas las categorías de criaturas.
El capítulo 11 termina, pues, con una alabanza que exalta la sabiduría de Dios; el creyente adora. Observemos, de paso, que si el reconocimiento y la acción de gracias se refieren más bien al don, la adoración se relaciona con el dador; ella es lo que se produce en el corazón a causa de la contemplación de una Persona.
Podríamos comprender sin dificultad que la epístola terminase con estos acentos de alabanza del capítulo 11, pero continúa ahora con otra forma del trabajo de Dios, no ya por nosotros y en nosotros, sino por medio de nosotros.
Lo que hace Dios por medio de nosotros
(capítulos 12 a 15)
Lo que enlaza los capítulos 11 y 12 es el “así que” del capítulo 12:1: “Así que, hermanos, os ruego...”. Si Dios ha hecho por nosotros cosas tan grandes, debe obtener de nuestra parte, como respuesta, una consagración práctica, como ejecución de los derechos que el amor del Señor tiene sobre nosotros. Observemos que el Señor jamás pidió a alguien al que había curado que le siguiera o le sirviera. Pero vemos, por ejemplo, a Bartimeo, quien, habiendo arrojado su capa, siguió espontáneamente al Señor (Marcos 10:46-52), y al llamado “Legión”, quien, una vez curado, rogaba al Señor que le permitiese acompañarlo (5:2-20).
Para hacer un trabajo con una herramienta hay que empezar por prepararla para ese trabajo. Eso es lo que Dios hace: forma el instrumento antes de utilizarlo. Lo que Dios hace para nosotros y en nosotros precede, normalmente, a lo que él hace por medio de nosotros. En la Palabra tenemos el ejemplo de muchos siervos que pasaron largo tiempo puestos aparte antes de ser empleados en el servicio, con el fin de que éste fuera útil y eficaz.
En el capítulo 12 encontramos entonces una lista no limitativa de los servicios preparados para que los ejecuten los instrumentos que acaban de ser formados con ese fin. Esta porción comienza por “las compasiones de Dios”, recuerdo del amor del Señor y de los derechos de este amor sobre nosotros. No encontramos ahí una enumeración de obras legales que hacer —o no hacer—, sino de actividades (el cristiano es exhortado a ser activo) puestas ante un corazón que ha discernido la grandeza del amor de Cristo y que responde a él, comprendiendo, sin embargo, que todo lo que pueda ser hecho no será más que insignificante, teniendo en cuenta lo que él hizo por nosotros. Cualquiera sea la índole de lo que nos haya confiado, siempre seremos siervos inútiles (Lucas 17:10). Pero Dios quiere hacernos probar el gozo de su servicio, este gozo de un corazón decidido y devoto hacia él, gozo que fue el del Señor mismo cuando estuvo aquí abajo.
En el primer párrafo del capítulo 12 tenemos, pues, una lista de servicios que esperan, por así decirlo, que los obreros sean impulsados a participar de la mies. Pero, para eso, hace falta ser transformado (v. 2). La palabra empleada en el original es «metamorfosis», de manera que se refiere a una transformación total de nuestro espíritu, la que nos hace atribuir gran valor a lo que antes no lo tenía y, por el contrario, poner de lado lo que antes era importante a nuestros ojos, empezando por el «yo». Se ha producido un cambio completo en nuestra escala de valores: ahora vemos las cosas como Dios las ve. Él nos ha conducido a esta nueva manera de pensar —que es la suya— a través de las experiencias de los capítulos precedentes y por el don del Espíritu Santo. En efecto, únicamente éste tiene la facultad de renovar nuestro entendimiento y nuestros pensamientos para hacernos encontrar “buena... agradable y perfecta” (v. 2) la voluntad de Dios, la que antes habría podido parecernos penosa y apremiante. Al hombre natural no le agrada ser sometido a la voluntad de un amo. Pero, si comparte con ese amo los mismos sentimientos y deseos, entonces aquella sumisión ya no cuesta: éste es el cambio que produce el amor.
También nos hace falta discernir este pensamiento de Dios, y para ello pedirlo, buscarlo y esperarlo; no debemos actuar sin esta dirección. ¿Cómo emprender un servicio cualquiera sin las instrucciones del Señor? Pero se trata de un sacrificio vivo y de un servicio racional (o inteligente). El Espíritu Santo en nosotros sustituye las largas y detalladas instrucciones del Antiguo Testamento, especialmente en cuanto a las funciones de los sacerdotes y levitas.
Es muy notable que antes de indicar cualquier servicio se haga mención de la humildad (12:3): no olvidemos que es siempre la gracia de Dios la que trabaja. Esto también nos es presentado en Efesios 2, donde el orden es el siguiente: por lo que concierne la salvación, las obras del hombre son dejadas de lado; la obra de Dios es el creyente mismo: “somos hechura suya” (v. 10); sólo después se habla de buenas obras en las que debemos andar, pero es Dios quien las preparó para nosotros. Estas obras son las de Dios y no tenemos que glorificarnos por ellas (1 Corintios 15:10).
Además de la enumeración de los servicios se nos señalan en este capítulo 12 las ocasiones para cumplirlos: relaciones del hombre con Dios (v. 1-8), de los creyentes entre sí (v. 9-16) y relaciones con los demás hombres (v. 17-21).
En los capítulos 13 a 15 encontramos detalles de la vida cristiana que son aplicaciones prácticas de lo que hemos visto en los capítulos precedentes. Pablo, el autor de la epístola, nos habla de su propio ejemplo de siervo activo.
Frutos del trabajo de Dios (capítulo 16)
Conclusión
Como culminación de este trabajo de Dios, nos es agradable ver el resultado de él en el capítulo 16. Hay allí un conjunto de personas que son nombradas y señaladas como el fruto del trabajo de Dios: para ellas, en ellas y por medio de ellas. El Señor, a través del apóstol, tiene algo que decir de cada una de ellas. Vemos allí como una muestra de la visión que tendremos en la eternidad: lo que el Señor habrá hecho para, en y a través de cada uno de los suyos durante toda la historia del hombre en la tierra.
Para terminar, deseamos dejar sobre la conciencia de cada uno la cuestión de saber a qué etapa hemos llegado en lo que es el plan general de Dios para cada uno de nosotros.
- ¿Estamos todavía en los tres primeros capítulos? Entonces nuestros pecados están todavía sobre nosotros y el juicio está aún ante nosotros.
- ¿Hemos llegado al capítulo 5? Si es así, henos aquí rescatados, salvados, habiendo hecho la experiencia de que somos justificados por la fe. Pero Dios quiere hacer más.
- ¿Hemos atravesado los capítulos 6 y 7 que nos muestran el trabajo de Dios en nosotros? La prueba del hombre en Adán ¿es cosa definitivamente archivada para nosotros, como lo es para Dios?
- ¿Hemos llegado —como lo esperamos— al capítulo 8, que es un capítulo triunfante, ante el cual los ojos y el corazón se abren para comprender la grandeza de lo que el Señor ha hecho de nosotros?
- Entonces tengamos conciencia de que su gracia ha puesto ante cada uno de nosotros tal o cual servicio, como lo vemos en el capítulo 12. Uno o varios servicios confiados a estos instrumentos formados por Él con tanta paciencia y sabiduría. ¡Que sepamos discernirlos a fin de poder hacer algo para su gloria!
Y así con reconocimiento podremos vernos en ese cortejo de creyentes como aquellos presentados en el capítulo 16 (en oposición a aquellos de 1 Corintios 3:15), cómo el Señor los ve, amándolos, teniendo algo que decir de cada uno y consignándolo en el Libro de la Eternidad, como Él lo hizo aquí en su Palabra (véase 2 Corintios 5:9-10; Filipense 4:3).
Frente a todas las maravillas así desplegadas ante nosotros, bien podemos exclamar con el apóstol: “Al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén” (Romanos 16:27).
- 1En el Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español (Lacueva), podemos apreciar que el verbo empleado en el versículo 28 (en griego: sunergei) significa literalmente «obrar juntamente». Otra versión utiliza «trabajar». En esta epístola, que nos describe la obra de Dios, este último verbo ocupa un lugar particular.