¿Buena o mala influencia?

El comportamiento de una persona a menudo tiene grandes repercusiones sobre su entorno. Es evidente que ejercemos sobre los demás una influencia y que ellos también tienen una sobre nosotros. Esto es tanto más cierto cuanto más cerca vivimos los unos de los otros. Las Escrituras dan muchos ejemplos respecto a esto y muestran que la influencia ejercida sobre otras personas puede ser buena y feliz, pero ¡desgraciadamente! también nefasta.

Adán y Eva

Al principio de la historia humana, Eva sucumbe a las seducciones del Tentador. No cae sola; arrastra a su marido, Adán, al pecado. Incitada por Satanás a desobedecer abiertamente, toma de ese fruto del cual Dios había dicho: “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Sin embargo, come de él; “y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (3:6). En este momento, la raza humana aún estaba limitada a dos personas. Pero el pecado de uno se convierte en el pecado del otro, y toda su descendencia será pecadora (véase Romanos 5:12).

Lot y su familia (Génesis 19)

Dos ángeles, enviados por Dios para una misión solemne, llegan una noche a Sodoma y son recibidos de manera muy hospitalaria en casa de Lot (v. 1-3). Rápidamente, la casa es rodeada por todos los hombres perversos de Sodoma; de hecho ¡toda la ciudad está allí! Los dos visitantes parecen gravemente amenazados, pero meten a Lot en casa y cierran la puerta. Luego hieren con ceguera a todos estos hombres perversos que en vano se fatigan buscando la puerta (v. 10-11).

Entonces le preguntan a Lot: “¿Tienes aquí alguno más? Yernos, y tus hijos y tus hijas, y todo lo que tienes en la ciudad, sácalo de este lugar; porque vamos a destruir este lugar” (v. 12-13). Esta pregunta debió despertar la conciencia de Lot. Si hubiera ido solo a Sodoma, habría podido tratar de soportar estoicamente las consecuencias de su tropiezo. Pero no fue allí solo; su mujer y sus hijos lo habían acompañado. Y puede ser que otros más hayan nacido allí.

Ahora bien, nadie puede vivir totalmente aislado en medio del mundo —este mundo corrompido. Se puede tratar de ejercer sobre él una buena influencia, como Lot lo hacía tímidamente. Pero uno también es afectado, de manera más o menos acentuada, por su entorno, por aquellos con quienes trabaja y por aquellos con los que se frecuenta habitualmente. Y si el corazón es atraído por las cosas que hay en el mundo (1 Juan 2:15-17), abandonaremos gradualmente el camino de la separación del mal.

La mujer de Lot parece haber estado más marcada por la atmósfera de Sodoma que su marido. Visiblemente, siente mucho tener que salir de la ciudad. Y el mismo Lot tiene que ser literalmente arrancado de ella. Recibe la orden de salvar su vida sobre el monte sin mirar atrás (v. 17). Su mujer mira hacia atrás y se vuelve estatua de sal (v. 26).

Dos hijas de Lot escapan con él de la destrucción. Pasaron su adolescencia en Sodoma, o tal vez su niñez. Su conducta ulterior muestra hasta qué punto la inmoralidad de esta ciudad las ha corrompido (v. 30-38). Su manera de pensar y actuar lo reflejará.

Lot seguramente no había medido todas las consecuencias de su decisión cuando dejó de caminar en compañía de Abraham (13:10-11). Había escogido para sí la llanura, muy atractiva a sus ojos, sin tratar de buscar el pensamiento de Dios. Su elección tuvo una influencia desastrosa en su vida personal y en la de toda su familia. Su mujer, sus hijos y algunas de sus hijas perecieron en la destrucción de Sodoma.

Notemos aún un punto muy instructivo. Cuando los ángeles lo invitan a salir de la ciudad y él trata de convencer a sus yernos de que se vayan con él, ellos piensan que su suegro bromea (v. 14). Esto demuestra lo débil que era su testimonio. Al encontrarse donde no debía estar, Lot no podía ejercer una influencia favorable sobre quienes lo rodeaban, aun cuando afligía cada día “su alma justa” (2 Pedro 2:7-8). No pensemos, pues, que al vivir en compañía de aquellos que siguen un mal camino, podremos tener un efecto saludable sobre ellos. Al contrario, es grande el riesgo de que seamos arrastrados a adoptar, insensiblemente, sus pensamientos erróneos y sus malas maneras de actuar.

Jonatán y su criado que le traía las armas (1 Samuel 14)

Durante una guerra contra los filisteos, durante un período de tibieza y de miseria generales, se manifiesta la fe intrépida de Jonatán. Él está listo para superar obstáculos aparentemente infranqueables. Por su actitud, su criado que trae las armas también es animado a mostrar la energía de la fe. Acepta seguir a Jonatán en algo que, a los ojos de los hombres, parece una loca aventura. “Haz todo lo que tienes en tu corazón; ve, pues aquí estoy contigo a tu voluntad” le dice (v. 7). Son “mutuamente confortados por la fe que les es común” a los dos (Romanos 1:12).

El éxito inicial de estos dos valientes combatientes llevará a todo el ejército a seguirles y a vencer a los enemigos, a pesar de que una orden desafortunada del rey Saúl por poco lo echa todo a perder (v. 24).

Jezabel y Acab, Joram, Ocozías

Terrible fue la influencia malvada de Jezabel, una idólatra, sobre su marido Acab, rey de Israel, y sobre su descendencia. “A la verdad ninguno fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba” (1 Reyes 21:25). Recordemos en particular las amenazas que hundirán a Elías en el desaliento, y el crimen contra Nabot, un israelita piadoso (cap. 19 y 21). Las consecuencias de esta mala influencia se harán sentir aún en las siguientes generaciones.

En los tiempos de Acab, Josafat reinaba sobre Judá. Es uno de los reyes de quien las Escrituras dan un testimonio particularmente bueno (2 Crónicas 17:3-4). Desgraciadamente, Josafat y Acab se aliaron por el matrimonio de sus hijos (véase 18:1). El resultado de esto fue desastroso. Joram, el hijo de Josafat, “anduvo en el camino de los reyes de Israel, como hizo la casa de Acab; porque tenía por mujer a la hija de Acab, e hizo lo malo ante los ojos de Jehová” (21:6). Esta mala influencia también se ejerció sobre el pueblo: “Además de esto, hizo lugares altos en los montes de Judá, e hizo que los moradores de Jerusalén fornicasen tras ellos, y a ello impelió a Judá” (v. 11).

¿Y qué pasó con Ocozías, el hijo de este Joram? Su madre Atalía lo había llevado desde la infancia por un camino de impiedad. “También él anduvo en los caminos de la casa de Acab, pues su madre le aconsejaba a que actuase impíamente. Hizo, pues, lo malo ante los ojos de Jehová, como la casa de Acab; porque después de la muerte de su padre, ellos le aconsejaron para su perdición” (22:3-4). “Y él anduvo en los consejos de ellos” y se alió con el hijo de Acab, otro Joram, para ir a la guerra contra Hazael, rey de Siria, y este pacto lo llevó a su destrucción completa, y a la muerte (v. 5, 7).

El resultado de todo esto fue el reino de Atalía, —esa mujer impía (24:7)— que quiso exterminar todo el linaje real de David. Pero Dios preservó a Joás, un niño muy pequeño, para el cumplimiento de sus propósitos (22:10-12).

Joiada y su sobrino Joás (2 Crónicas 24)

El joven Joás, pues, salvó su vida gracias a la determinación de su tía Josabet, esposa del sumo sacerdote Joiada. Los planes de Dios descansan en este débil niño, único sobreviviente de la familia de David en esa época. Después de la masacre de todos los demás miembros de esta familia por Atalía, está escondido durante seis años en el templo.

Entonces Joiada interviene (cap. 23). Reúne a los levitas y a los jefes de Judá en Jerusalén y hace pacto con el muy joven Joás, apoyándose en las promesas inalterables de Dios (Salmo 89:34-37). Joás es hecho rey y Atalía es ejecutada.

Durante los primeros años de su reino, Joás tiene como consejero a este fiel sumo sacerdote. Así, “hizo Joás lo recto ante los ojos de Jehová todos los días de Joiada el sacerdote” (24:2). Su comportamiento es la consecuencia de tan preciosa compañía, concedida por la gracia divina. Inicia la reparación de la casa de Dios. El pueblo trae generosamente el tributo fijado por la ley de Moisés. El culto y los holocaustos son restablecidos.

La vida de Joiada es excepcionalmente larga: 130 años (v. 15). Y su muerte marca un cambio completo en la actitud de Joás. Este, ¿tenía una fe personal o anduvo en un buen camino solo porque estaba bajo la buena influencia de su tío? Pero ¡ay! otra “influencia”, esta vez mala, se manifiesta entonces: Los jefes del pueblo vienen a lisonjear a Joás (véase Proverbios 29:5). Les hace caso y sigue sus malos consejos (v. 17). El final de su vida está marcado por hechos escalofriantes.

¡Qué advertencia para cada uno de nosotros! La educación, las buenas costumbres, las mejores disposiciones… no son la fe. Tampoco es nuestra la fe de nuestros padres. Cuando se hayan ido, ¿seguiremos al Señor?

Los levitas en el tiempo de Malaquías (Malaquías 2)

El profeta debe dirigirles serios reproches a los sacerdotes. Constituían la parte más privilegiada de la tribu de Leví. Y Dios había hecho un “pacto con Leví”, encargándole un servicio particular (v. 4, 8). Al principio de la historia de Israel, durante el asunto del becerro de oro, cuando Moisés hizo el llamado: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo”, todos los hijos de Leví se juntaron con él (Éxodo 32:26). Habían desplegado un celo que Dios había aprobado y que había traído una bendición sobre ellos. Si tenían que estar esparcidos en Israel, conforme a la profecía de Jacob (véase Génesis 49:7), era finalmente para ejercer allí unos servicios de gran valor: “Ellos enseñarán tus juicios a Jacob, y tu ley a Israel; pondrán el incienso delante de ti, y el holocausto sobre tu altar” (Deuteronomio 33:10). Así, conforme al pensamiento de Dios, “los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos” (Malaquías 2:7).

Sin embargo, en la época de Malaquías, Dios comprueba que el estado de la tribu de Leví es tan malo como el del resto de Israel. Recuerda lo que Leví había sido antes: “La ley de verdad estuvo en su boca, e iniquidad no fue hallada en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo, y a muchos hizo apartar de la iniquidad” (v. 6). Estos levitas fieles entonces habían seguido a Dios y su influencia sobre los demás había sido buena. Los sacerdotes tenían acceso a los documentos sagrados de las Escrituras, que el pueblo no tenía a su disposición. Pero en principio, el pueblo podía beneficiarse constantemente de la instrucción dada por los sacerdotes.

¡Desgraciadamente, el versículo 8 da testimonio de una realidad muy distinta!: “Mas vosotros os habéis apartado del camino; habéis hecho tropezar a muchos en la ley; habéis corrompido el pacto de Leví, dice Jehová de los ejércitos”. En vez de una influencia benéfica sobre el pueblo de Dios, estos levitas habían ejercido una mala influencia sobre él. Se habían apartado del camino recto y habían arrastrado a otros al mal.

¡Cuidado! Recordemos la exhortación de Pablo a su hijo Timoteo: “Sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12).

Pedro (Juan 21)

Algunas personas tienen un carácter tal que ejercen, incluso involuntariamente, una fuerte influencia sobre quienes los rodean. Esto lo vemos en Pedro. Cuando el Señor hace una pregunta a los discípulos, a menudo es él quien contesta y parece hacerlo en nombre de todos. En ciertos casos, la respuesta es buena y puede haber sido útil a sus condiscípulos. Tal es el caso, por ejemplo, cuando Jesús pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15) o “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67).

Sin embargo, en otros casos, la influencia sobre los demás no es buena. Cuando, muy seguro de sí mismo, Pedro afirma: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”, “todos los discípulos dijeron lo mismo” (Mateo 26:35).

Después de su caída y su negación, este hombre enérgico fue ciertamente muy abatido. En Juan 21, lo vemos en Galilea con algunos discípulos, esperando que el Señor venga para volverlos a encontrar allí (véase Mateo 28:10). “Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo” (v. 3). Su decisión era personal; pero su influencia habitual sobre el grupo basta para llevar a los demás a imitarle. Esta pesca según la iniciativa del hombre no produjo nada. Después, cuando la acción fue llevada a cabo conforme a las instrucciones precisas del Señor, el resultado fue magnífico (v. 6).

Después de escudriñar profundamente el corazón de Pedro, Jesús le dirige unas palabras llenas de gracia que lo tranquilizarán por completo: “Apacienta mis corderos… Pastorea mis ovejas… Apacienta mis ovejas” (v. 15-17). Y el discípulo retomará su servicio, valientemente. El día de Pentecostés, se levantará con los once y echará una red muy distinta, ¡cuán maravillosa y eficaz! Por su medio, un gran número de personas serán llevadas a Cristo (Hechos 2:14, 41; compárese con Marcos 1:17).

Los que “presiden” (Romanos 12:8), deben prestar especial atención a su comportamiento. Ejercen, a menudo sin darse cuenta, una influencia en quienes los rodean, quienes se sienten fácilmente tentados a seguirlos, a copiar su actitud. A veces, las ovejas del Señor se muestran inseguras respecto del camino que han de escoger. Muchos creyentes están dispuestos a seguir a la persona en quien sienten cierta autoridad. Pero cuidémonos de cualquier autoridad que pueda sustituir a la del Señor. Aunque podamos aprovechar los consejos sabios y útiles de nuestros hermanos y hermanas, es al Señor a quien hemos de pedir la dirección. Está dispuesto a indicárnosla: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo 32:8).

Pablo

El apóstol, conducido por el Espíritu Santo, pudo escribir: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). Por su conducta fiel y su piedad, Pablo pudo tener una buena influencia espiritual dondequiera que estuviera. Incluso cuando estaba preso, muchos continuaron siguiendo su ejemplo y también servían al Señor como él. Escribe a los filipenses: “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros” (3:17).

Pidámosle al Señor que nos ayude a parecernos a Él. Si las personas con quienes estamos en contacto pueden discernir que hemos estado con Cristo, ellas también se sentirán atraídas hacia él.

Para concluir, recordemos este versículo de los Proverbios, el libro de la sabiduría: “El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado” (13:20).