¿Qué es el espiritismo? /1

Primera parte

Al terminar una reunión de evangelización en la cual la Palabra de Dios había sido presentada a un numeroso auditorio, un amigo creyente vino a decirme que tres jóvenes señoras estaban fuera y que deseaban hablar conmigo. Querían saber cuál era mi opinión sobre el espiritismo.

Esta petición me sorprendió vivamente, pues, cosa bastante rara, la noche anterior, estando en casa de ese mismo amigo, habíamos hablado hasta una hora muy avanzada acerca del espiritismo. Habíamos recordado algunos de los hechos más remarcables que se relacionan con ese tema y que prueban la realidad de muchas de sus creencias. Parecía como si el Señor me hubiese preparado para esta entrevista, cuyos resultados debían ser bendecidos. Respondí a mi amigo:

— No tengo mucho que decir sobre este asunto, pero estaré contento de poder hablar con ellas.

Las tres jóvenes señoras me fueron presentadas y me dijeron:

— Hemos venido a preguntarle qué piensa usted del espiritismo.

— Creo firmemente en él.

— ¿Piensa que es bueno o que es malo?

— Considero que es satánico.

Estas palabras les chocaron un poco y expresaron la dificultad que tenían para creer que los buenos consejos dados por los espíritus pudieran proceder de Satanás. Tenían la costumbre de reunirse cada semana y consultarles sobre diferentes temas. Sus relaciones con los espíritus eran de un carácter exclusivamente religioso. Les pedían, por ejemplo, la explicación de pasajes de la Escritura que les eran difíciles de comprender, y siempre, decían, obtenían alguna luz. Poseían páginas llenas de respuestas manuscritas a estas preguntas. Yo temblaba al oírles relatar tranquilamente sus relaciones habituales con las potestades de las tinieblas.

— No caigan ustedes en un error —les dije— “porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14). Pero, ¿qué es lo que les ha llevado a ustedes a pedir mi punto de vista sobre este asunto?

— Acudimos a la sala de reuniones hacia el final de la predicación. Habíamos estado ya en la iglesia, cuando de repente nos acordamos que esta noche tenía que haber un servicio aquí y nos decidimos a venir, si bien ya era demasiado tarde. En el momento que entramos, usted pronunciaba estas palabras: «Si vuestros pecados no han sido perdonados antes de morir, no lo serán nunca». Entonces nos dijimos la una a la otra: «O este hombre dice una mentira, o los espíritus nos han engañado».

— ¿Qué les dicen, pues, los espíritus?

— Que todos pasarán por una prueba purificadora después de la muerte, y que aunque se muera siendo malo, se llegará finalmente al «río de la luz». La prueba será más o menos larga, más o menos dolorosa, pero el resultado será la perfección de todos.

— En tal caso, los espíritus son espíritus de mentira —repliqué—, ya que las Escrituras declaran que Cristo ofreció “un solo sacrificio por los pecados” (Hebreos 10:12) y que “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (v. 14). Los espíritus con los que ustedes han estado en comunicación han intentado dar un golpe mortal a Cristo y a su sacrificio expiatorio. Son malos espíritus. La Palabra de Dios declara que solamente hay un camino para la salvación; los espíritus les han indicado otro. Son espíritus de mentira. Les han enseñado el error fatal de que todos finalmente serán salvos después de la muerte, aun aquellos que hayan rechazado a Cristo mientras vivían. La Palabra de Dios dice: “En ningún otro (o sea Cristo crucificado por los hombres, pero a quien Dios resucitó de entre los muertos) hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12); pero los espíritus dicen: «Todo irá bien para usted sin Él». ¿A quién creer? ¿A Dios y a su Palabra o a los espíritus de las tinieblas?

La vida del hombre aquí abajo es tan corta y llena de dolores, que la mayoría de los hombres desean atravesar el velo que cubre el porvenir oscuro y desconocido que sigue a nuestra existencia sobre la tierra. Se empieza con brillantes esperanzas, pero pronto surge el desencanto, cuando se descubre que todo es “vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 2:11). Pero, ¿no hay nada en el más allá? ¿El hombre es semejante a las bestias del campo? ¿No nos espera un destino más noble? ¿Quién puede decírnoslo con certeza? ¿La Biblia? ¡Ah! este libro habla a la conciencia del hombre. Le dice en términos exentos de adulación que es un pecador y que después de la muerte viene el juicio. Le revela que ­después de la muerte el destino de cada uno está ya fijado y no puede cambiarse. Es preciso que uno sea salvo antes de la muerte o no lo será en absoluto; el perdón de los pecados es ofrecido a todos sin excepción con la simple condición de creer en la persona y en la obra del Señor Jesucristo, pero si todo esto no se acepta de este lado de la tumba, no puede ser concedido del otro. «Si vuestros pecados no son perdonados antes de la muerte, no lo serán nunca», he aquí lo que había conducido a estas pobres víctimas de Satanás a indagar con ansiedad la verdad; pero esta doctrina de las Escrituras es desagradable a los hombres y lo será cada día más a medida que nos acercamos a la apostasía final.

Es esta terrible incertidumbre en cuanto al porvenir la que, en mi opinión, hace que el espiritismo sea tan atrayente para tantas personas. A medida que la fe en el testimonio de las Escrituras disminuye, los hombres se vuelven hacia estas potencias ocultas para obtener por medio de ellas, si es posible, algunos atisbos de ese largo «más allá».

El espiritismo moderno data del siglo pasado. En 1848 vivía en el estado de Nueva York un granjero llamado Fox. Tenía dos hijas, una de doce años y otra de nueve. Por circunstancias extraordinarias tuvieron ­conciencia de los esfuerzos hechos por una persona invisible para entrar en contacto con ellas. Estas comunicaciones tuvieron lugar por medio de golpeteos. Pronto inventaron un alfabeto y el espíritu declaró que era el de un vendedor de biblias que había sido asesinado y que estaba enterrado bajo el piso de esa casa. Se efectuaron las investigaciones pertinentes y en el lugar indicado fueron hallados huesos y cabellos.

Estas extrañas comunicaciones llamaron la atención y el movimiento se esparció tan rápidamente que en 1871 el número de simpatizantes era, según diversos cálculos, de ocho a once millones. Actualmente, el espiritismo posee una literatura muy extendida y con tendencia a crecer. En general, no se tiene una idea de la extensión que ha tomado la creencia en las relaciones imaginarias con los espíritus de aquellos que han muerto.

Las jóvenes señoras de las que he hablado al principio tenían la impresión de que aquellos espíritus que participaban en sus sesiones de espiritismo eran los de personas que en otro tiempo habían vivido en la tierra. Se equivocaban. El Señor Jesucristo es aquel que tiene “las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:18). Solamente él puede abrir la puerta del Hades para que los espíritus sean liberados; únicamente él puede arrancar un cuerpo de la tumba. Lo hará sólo en dos ocasiones: primeramente, cuando tenga lugar la primera resurrección, cuando a su venida los muertos en Cristo resucitarán en gloria (1 Tesalonicenses 4:16), y a continuación cuando los malos resucitarán para presentarse a juicio (Juan 5:29). Las relaciones imaginarias con los espíritus de aquellos que han muerto son, en realidad, relaciones con los malos espíritus o demonios que se presentan como personas que han vivido alguna vez en la tierra.

Después de haber hablado largo y tendido con aquellas señoras, tanto que no puedo reseñarlo aquí, insistí ante ellas acerca de lo peligroso que era tener esta intimidad con el diablo y les supliqué que rompieran con tal relación impura. En caso de que ­persistieran, puse sobre sus conciencias la piedra de toque que da la Palabra de Dios en 1 Corintios 12:3 y 1 Juan 4:1-4 y les rogué con insistencia que confesaran claramente y sin equívoco la deidad y el señorío de Jesús.

El martes siguiente, algunas personas se habían reunido para la oración y la lectura de la Palabra de Dios, en casa del amigo del cual he hablado. Las tres jóvenes señoras también estaban presentes, después de haber tenido la noche anterior su última entrevista con los espíritus. El relato que hicieron fue horrible de escuchar. Sería muy largo de contar aquí los detalles y poco provechoso excitar una curiosidad malsana en relación con las cosas que Dios ha prohibido tan positivamente. Basta decir que las respuestas dadas fueron tan poco satisfactorias y que la hostilidad hacia la persona de Cristo y la Palabra de Dios tan claramente manifiestas, que se sintieron profundamente alarmadas y juzgaron de una vez por todas que el sistema entero era del diablo. Desde aquel momento renunciaron a toda relación con los espíritus.

Si bien han transcurrido muchos años desde aquel día, su recuerdo no se me ha borrado, así como el de la advertencia hecha en el capítulo que leímos, el que habla del Anticristo, “cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos” (2 Tesalonicenses 2:9).

El espiritismo es una cosa real. Sin duda, en más de un caso, se trata de charlatanería; pero encierra también muchas cosas verdaderamente sobrenaturales. El Espíritu de Dios no es el autor de ellas, porque siempre glorifica a Cristo. No tengo ninguna duda en afirmar que es satánico, es como un anticipo de este “poder engañoso” (v 11) que caracterizará los días del Anticristo.

Las reflexiones que siguen a continuación fueron escritas en la época en que transcurrió el incidente mencionado. Tenían por objeto ayudar a las tres señoras, más directamente interesadas en este asunto, y a otras personas que pudieran caer en esta trampa del diablo. El mal, lejos de disminuir, aumenta, y todos aquellos que no se han convertido “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios” (Hechos 26:18) por el poder salvador del Evangelio, pronto serán arrastrados por el torrente irresistible de la incredulidad y por las mentiras de Satanás.

Aquel que es verdaderamente hijo de Dios no tiene por qué temerle al mal. “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido, porque mayor es el que está en vosotros (el Espíritu Santo), que el que está en el mundo (el diablo)” (1 Juan 4:4). Todo miembro de la familia de Dios debe tener la seguridad actual del perdón de sus pecados: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre” (1 Juan 2:12). Además, todo hijo de Dios posee ahora la vida eterna, una vida a la cual el poder de Satanás no puede tocar: “Yo les doy vida eterna”, dice Jesús de sus ovejas, “y no perecerán jamás” (Juan 10:28), y además: “Aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Juan 5:18). Aun los “hijitos” en la familia de Dios tienen la unción de parte del Santo (o sea que poseen el Espíritu de Dios) y conocen la verdad. Saben también que Cristo es la verdad y que toda doctrina, por más verosímil que parezca, pero que tienda a oscurecer su gloria, proviene de Satanás.

“Y ahora, hijitos, permaneced en él” (1 Juan 2:28).