Dios, en el Antiguo Testamento, dice a su pueblo: “No sea hallado en ti... quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas” (Deuteronomio 18:10-12, véase también Levítico 19:31; 20:27). Merced a estos versículos conocemos los pensamientos de Dios relativos a aquellos que se entregan a tales prácticas, y ello debe bastar a todo hijo de Dios para abstenerse de tener cualquier contacto con aquellos que profesan tener relación con los espíritus, al margen de la cuestión de si estos espíritus son buenos o malos. “Quien practique adivinación” o “quien consulte a los muertos” está escrito, y no se nos dice que los buenos espíritus estén exceptuados.
Según el mismo pasaje de Deuteronomio, vemos que consultar a los espíritus y a los muertos era algo común entre los paganos: “No aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones” (v. 9), dice la Escritura. Como habían perdido el verdadero conocimiento de Dios, buscaban suplir tal pérdida con un poder sobrenatural que en realidad era de Satanás, “el dios de este siglo” (2 Corintios 4:4). Pero el pueblo de Dios no puede actuar de esta manera. Por esta razón Saúl, al subir al trono, exterminó en Israel a todos o a casi todos los evocadores de espíritus y a los echadores de buenaventura. Dios había previsto que su pueblo pudiese conocer su pensamiento por mejores caminos.
En tiempos pasados, Dios hablaba por sueños, o directamente por medio de los profetas inspirados por su Espíritu, como así también por el sacerdocio mediante los Urim y Tumim. Debido a que todos estos medios habían fallado, a causa del pecado de Saúl, este desgraciado rey fue conducido a buscar una mujer que consultaba los espíritus (1 Samuel 28). Haber recurrido a esto, lo que estaba prohibido, fue una de las razones de su muerte como juicio de Dios. “Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó, y porque consultó a una adivina, y no consultó a Jehová” (1 Crónicas 10:13-14).
Es evidente que la adivina de Endor no estaba acostumbrada a hacer aparecer a los muertos, a juzgar por su sorpresa al ver a Samuel: el espíritu que ella y sus semejantes decían consultar era un demonio que se presentaba como la persona a la que se deseaba ver. Su espanto al ver a Samuel, a quien parece no reconocer, demuestra claramente que algo extraordinario había tenido lugar. En efecto, era Dios quien intervenía para traer realmente a Samuel de entre los muertos, el cual anuncia de parte de Jehová el juicio que había de caer sobre Saúl. Es digno de mencionar lo que Saúl dice en 1 Samuel 28:15: “Dios se ha apartado de mí”, expresión que no tiene el sentido de relación íntima, como lo vemos en la expresión “Jehová”, empleada por Samuel en el versículo siguiente.
En Isaías 8:19-20, se habla de un pueblo que piensa consultar a su Dios por intermedio de los encantadores y adivinos, y el profeta, como sorprendido de que alguien sea tan insensato, pregunta: “¿Consultará a los muertos por los vivos?” Que se consultase a Dios, estaba bien, pero consultar a los muertos por medio de vivos era una locura inexcusable, y entonces somos conducidos a la ley y al testimonio que encierran el pensamiento de Dios revelado, por el cual podemos juzgar cualquier comunicación que tenga la pretensión de venir de Él o de otra fuente.
En el Nuevo Testamento encontramos numerosos ejemplos de personas poseídas por espíritus inmundos, los que en diversos lugares son llamados demonios. Véase, por ejemplo, Marcos 5:1-20 y Mateo 8:16 y 28-34.
Pasajes tales como el de Marcos 3:22-30 muestran con evidencia que estos demonios eran satánicos. En efecto, cuando los escribas dicen del Señor: “que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios”, Jesús les dice: “¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás?”. Esta observación es importante, porque algunos afirman que los demonios o espíritus eran los espíritus de personas que habían muerto, mientras que el Señor nos dice que eran de Satanás. Podemos añadir que no está probado que la expresión “espíritus” se refiera a los de aquellos que han muerto. Efectivamente, la Escritura emplea este término al hablar de los ángeles (Hebreos 1:7) y de demonios (Marcos 3:11), así como de hombres, sean justos (Hebreos 12:23) o malos (1 Pedro 3:19). En esto reside la diferencia entre el hombre y la bestia. Ésta, además de un cuerpo material, es un ser viviente (Génesis 1:20), o sea que tiene una vida animal, sin ninguna relación inteligente con Dios, mientras que esta relación existe para todos aquellos que tienen un espíritu. Lo que se dice en Eclesiastés 3:21 no constituye una excepción, ya que la palabra traducida por “espíritu”, es una expresión general que significa “respiración” (v. 19). Pero incluso aquí, sin querer entrar más en el sentido del pasaje, existe una diferencia clara entre la respiración de la bestia que desciende a la tierra —que no es más que eso: “la respiración”— y la del hombre que sube al cielo. Exteriormente se trata de la misma respiración, pero en realidad la del hombre es mucho más: “vuelve a Dios que lo ha dio” (Eclesiastés 12:7), en lugar de descender a la tierra.
Estos demonios de los cuales hemos hablado tenían poder. Ello es evidente, ya que también se necesitaba poder para echarlos fuera, poder que naturalmente el Señor poseía y que podía transmitir a sus discípulos (Mateo 10:8; Marcos 3:15 y Lucas 9:1). Este poder era divino (Mateo 12:28). Sabemos muy poco acerca del poder de Satanás. Él es llamado el “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2). Los verdaderos cristianos son librados “de la potestad de las tinieblas” (Colosenses 1:13), expresión empleada por el Señor en Lucas 22:53, cuando todo el poder del Enemigo, príncipe de este mundo, se concentraba contra Él, sirviéndose de la enemistad de los hombres malvados para acosarle en las últimas horas de su vida aquí en la tierra.
Cuando los pecadores se convierten, se vuelven “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios” (Hechos 26:18). Nuestro deseo es que todo hijo de Dios pueda tener un sentimiento creciente de la potestad del gran adversario, entre cuyas manos se encontraba antaño cautivo, contra las astucias del cual es preciso estar siempre atento y despierto, hasta el fin de la carrera, lo que nos obliga a revestirnos de toda la armadura de Dios (Efesios 6:11). Ojalá pueda también ver siempre en aumenta su convicción acerca de la gracia y el poder que fue capaz —y aún lo es— de librarle de semejante adversario, convicción de la cual tenemos necesidad para introducirnos sanos y salvos en el escenario en el cual toda traza de la presencia del adversario habrá desaparecido para siempre.
No encontramos en ningún lugar de la Escritura un solo indicio de que el hombre, en su estado actual, pueda tener cualquier tipo de relación con los espíritus de los muertos. Al contrario, como lo hemos podido ver, el Señor tiene “las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:18) y solamente él tiene poder para hacer salir de allí a los espíritus, lo que hará en las dos únicas ocasiones ya mencionadas, o sea en la primera resurrección para los santos (1 Tesalonicenses 4:16) y en la resurrección de juicio para los malvados (Juan 5:29). Mientras le esperamos, el espíritu del creyente muerto está con el Señor, “ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Corintios 5:8); para nosotros, que vivimos en la tierra, él ha “partido” (Filipenses 1:23), pero los espíritus de los malos están “encarcelados” (1 Pedro 3:19), motivo por el cual no tienen la libertad de salir cuando se les llama.
En aquellos tiempos, como ahora, había personas que pretendían tener y procurar comunicaciones con los espíritus. Los hijos de Dios son alertados contra tales actividades. Deben probar los espíritus, no consultándoles, sino empleando con respecto a ellos esta piedra de toque: «¿Confiesan a Jesús venido en carne?» No basta confesar que Jesús ha venido en carne, sino que es imprescindible confesarle o reconocerle a Él como Dios venido así. En cada uno de los pasajes de 1 Juan 4:2-3 y 2 Juan 7 (según el texto original griego) se habla de confesar a Jesús venido en carne y no de confesar que Jesús vino en carne, porque ya existía antes, de siempre como Persona divina y eterna. Los demonios no reconocen voluntariamente que Jesús es el Señor, si bien al final, cuando tenga lugar el juicio, serán forzados a confesarle como tal (Filipenses 2:10). El rechazo a reconocer la deidad del Hombre Cristo Jesús es el espíritu del Anticristo. Satanás es el instigador de todo ataque contra la humanidad sin mancha o contra la verdadera deidad del Señor Jesucristo.
Había en el tiempo de los apóstoles falsos profetas que estaban bajo la influencia satánica, así como había verdaderos profetas que hablaban siendo inspirados por el Espíritu Santo de Dios (2 Pedro 1:21; 1 Corintios 12:1-11); pero nótese que cada vez que se trata de un profeta divinamente inspirado se habla del Espíritu de Dios y no de espíritus. Hay diversidad de dones, pero un solo Espíritu, o sea el Espíritu de Dios. Es de gran importancia para el hijo de Dios recordar todo esto, pues el Espíritu habita en él (1 Corintios 6:19), es guiado por el Espíritu (Romanos 8:14), es enseñado por el Espíritu (Juan 14:26; 16:13; 1 Corintios 2:9-16) y por todo ello es independiente de todas las revelaciones espirituales, pretendidas o reales. Este Espíritu de Dios siempre glorifica a Cristo (Juan 16:14) y siempre produce en el alma la sumisión a la Palabra de Dios. “Nosotros (los apóstoles) somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error” (1 Juan 4:6).
Estamos plenamente convencidos de que todo el sistema del espiritismo es antibíblico, que no es otra cosa que una trampa de Satanás y que todo creyente debe darle la espalda. Su reaparición en los últimos días de la cristiandad no debe sorprendernos; es el cumplimiento de las Escrituras, pues “el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1).
Muchos practicantes del espiritismo de nuestros días han dado a este sistema una apariencia piadosa y religiosa, ya que comienzan sus reuniones con una oración e interrogan a los espíritus sobre asuntos bíblicos y algunos dicen que las explicaciones dadas por los espíritus son demasiado buenas para venir de Satanás. Diremos a estas personas que no se dejen engañar, pues: “el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14). Se acercó al Señor, en el momento de la tentación en el desierto, con estas palabras: “Escrito está” (Lucas 4:10), pero fue para ser desenmascarado por esta misma Palabra a la que él había citado con engaño.
Otros han sido atraídos a esta trampa de Satanás por puro juego, por pasatiempo. Al principio no creían que en ello hubiera algo de realidad; más tarde, convencidos por pruebas que no admiten réplica, se abandonaron a su poder. No sólo estamos muy lejos de pensar que estas cosas sean de Dios, sino que tenemos la convicción de que son precursoras de los señales y prodigios de mentira que acompañarán la presencia del Anticristo, un período que quizás esté muy cerca de nosotros (véase 2 Tesalonicenses 2:9-10). Tienen por objeto seducir y decepcionar; el fin terrible de todos aquellos que se abandonan a ellas será el juicio y la perdición.
No se debe suponer que en el espiritismo solamente hay charlatanería y engañifa. Sin duda que algunos casos pretendidamente reales pueden ser explicados; pero, por otra parte, hemos tenido contactos con bastantes personas que durante algún tiempo habían estado bajo el poder de este sistema, pero que, por la bondad divina, fueron libradas de él. Su testimonio no nos deja ninguna duda sobre su realidad satánica.
Unas palabras más sobre uno de los puntos más importantes. Los espíritus pretenden que hay esperanza de salvación después de la muerte para aquellos que han rechazado a Jesucristo. De hecho, enseñan la salvación universal, lo que, de la misma manera que todas las otras formas de errores corrientes en estos últimos tiempos, atenta contra la obra expiatoria de nuestro Señor Jesucristo en la cruz. La Escritura nos dice: “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14); los espíritus, por el contrario, afirman que después de la muerte los malos pasarán por diversos grados de pruebas y de esta manera se irán convirtiendo en perfectos. Mantengámonos firmes en la Palabra de Dios y fieles a su testimonio.
No se puede negar la verdadera naturaleza del espiritismo. Sus manifestaciones sobrenaturales son testificadas por tan grande número de testigos favorables o contrarios que es imposible que todos se equivoquen en la observación de los hechos, o que se pongan de acuerdo para engañar deliberadamente a los demás. Una cosa es cierta: todos aquellos que están dados a estas prácticas se colocan en las filas de aquel a quien la Palabra de Dios nombra como el “príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2).
Nadie que crea en la Biblia debe mezclarse con este movimiento verdaderamente satánico, ya que la Biblia no nos permite que dudemos de ello. Hemos conocido a varias personas que durante un tiempo estuvieron mezcladas en ello, pero que, reconociendo su verdadero carácter, lo abandonaron; y, no obstante, aun después, siguieron siendo perseguidas y atormentadas por influencias sobrenaturales. Otros habían abandonado sus relaciones personales con los espíritus, no porque habían llegado a la conclusión de que su procedencia era satánica, sino a causa del agotamiento físico que había resultado de esos contactos. Esto nos es mostrado, entre otros, por el caso de una señorita, cuya madre escribió lo siguiente: «Las manifestaciones de los espíritus que empezaron cuando mi hija tenía solamente dieciséis años, casi le cuestan la vida, y seguramente nunca más se restablecerá completamente de sus efectos. Durante más de seis meses perdió el uso de sus miembros, yacía en un estado de catalepsia parcial y de completa impotencia, pero siempre con la terrible e inefable realidad del espiritismo delante de ella».
Las enseñanzas del espiritismo niegan la inspiración de las Santas Escrituras, la deidad de Cristo, el eterno castigo de los malos después de la muerte y, por último, la salvación por medio del sacrificio expiatorio del Señor Jesús en la cruz.
“Pero el Espíritu (el Espíritu Santo) dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe (o sea de la fe que es en Cristo Jesús), escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1).
“Mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:13-15).