6) Jacob vuelve a la tierra de Canaán
a) Sucot y Siquem; el altar de El-Elohe-Israel y la deshonra de Dina
De regreso a la tierra de Canaán, Jacob viene a Sucot para establecerse allí, él y su ganado. Luego, en Siquem, compra una parte del campo (Génesis 33:17-20). Pierde de vista el carácter forastero de sus padres Abraham e Isaac, que habitaban “...como extranjeros en la tierra prometida, como en tierra ajena... ” (Hebreos 11:9), teniendo solo una tienda y un sepulcro. Se cree que aquí es el lugar en el que cavó el pozo donde más tarde el Hijo de Dios se encontrará con la mujer samaritana (Juan 4:12).
En Siquem, Jacob erige un altar para Dios (Génesis 33:20). No lo había construido cuando estaba fuera de la tierra prometida. El nombre que le da a este altar (El-Elohe-Israel, es decir, el altar de Dios, el Dios de Israel) debe compararse con el que pronto le pondrá a otro altar.
Pero la infidelidad de los padres a menudo expone a sus hijos a los peligros del mundo. Así, Dina, hija de Jacob y Lea, se encuentra con Siquem, el hijo del príncipe del país, y se deja seducir; la familia de la fe no debe tener ninguna relación con estos extraños. Simeón y Leví (ambos también hijos de Lea) deciden vengar el deshonor de su hermana. El engaño y la violencia de su conducta son abominables. Jacob fue puro en este asunto; en el ocaso de su vida, condenará a sus dos hijos sin apelación (Génesis 49:5-7). Sin embargo, la enseñanza moral de esta triste escena permanece para los padres cristianos. El profeta lo confirma: “porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Oseas 4:6). Después de este paréntesis humillante (Génesis 34:1-31), Jacob es levantado por la gracia divina. A través de nuevas pruebas, Dios lo elevará a una altura moral que el patriarca aún no había conocido.
b) Jacob purifica su casa de la idolatría y es invitado a subir a Bet-el para morar allí y hacer un nuevo altar (Génesis 35:1)
Este simple mandamiento de Dios produce en él un ejercicio saludable: toda su familia debe ser purificada del mal y rechazar los ídolos de Harán, especialmente aquellos que Raquel le había robado a su padre. Jacob los esconde debajo de una encina en Siquem. Sin embargo, no parece que hayan sido definitivamente rechazados y destruidos; al final de su vida, Josué hablará de ellos como “los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río (el Éufrates), y en Egipto” e invitará a Israel a purificarse (Josué 24:14-15, 23). El profeta Amós (citado por Esteban en su discurso ante al Sanedrín) revela además que estos dioses falsos también fueron adorados por Israel en el desierto (Amós 5:25-27; Hechos 7:42-43). Nosotros también estamos invitados a guardarnos de los ídolos (1 Juan 5:21); al estar en la presencia de Dios tendremos la inteligencia espiritual para discernir cuales son, y la fuerza para abandonarlos. ¡Que el Señor nos conceda la gracia de eliminar de nuestros corazones todo lo que ocupa el lugar que le corresponde a él, sin conservar raíces de concupiscencias que luego producirán frutos amargos en nuestras vidas individuales o en la vida colectiva con los creyentes! La Palabra señala la obstinación, el orgullo y la avaricia (y especialmente el amor al dinero: Mammón o el dios de las riquezas) como graves peligros de idolatría (1 Samuel 15:22-23; Habacuc 1:11; Mateo 6:24; Efesios 5:3, 5). La santidad siempre conviene a la casa de Dios (Salmos 93:5).
c) Segundo pasaje a Bet-el
Al llegar a Luz (esto es Bet-el), Jacob edifica un altar (Génesis 35:7); ya no es El-Elohe-Israel (Dios, el Dios de Israel) sino El-Bet-el (Dios de la casa de Dios). Jacob ahora toma la posición de adorador en la casa de Dios. Él está menos ocupado en sí mismo y de los cuidados de Dios hacia él, ahora su interés está en la gloria de Dios. Una lección importante para nosotros, en relación con el tema de nuestras reuniones de adoración. No está fuera de lugar recordar lo que éramos y lo que Dios hizo con nosotros (Deuteronomio 26:5-9). ¡Pero que Dios nos guíe a adorarlo por lo que él es!
Entonces Débora, ama de Rebeca, muere (Génesis 35:8). Ella había acompañado a Rebeca desde su partida de Mesopotamia hasta su primer encuentro con Isaac (24:59); su muerte rompe para Jacob los últimos lazos de la naturaleza.
Pero Dios tenía en vista algo más precioso para el patriarca. En Bet-el, confirma lo que le dijo en Peniel (32:28), que su nombre ha sido cambiado de Jacob a Israel (35:10).
El nombre de Jacob recuerda la profundidad a la que Dios descendió para buscarnos, mientras que el de Israel revela la altura a la que quiere elevarnos. En Peniel, Dios no había declarado su nombre a Jacob; puede hacerlo ahora, haciéndole probar su comunión.
El Dios de Bet-el (31:13) toma aquí para Israel el nombre de El-Shaddai, el Dios omnipotente (35:11), título de Dios Todopoderoso con el que ya se había revelado a Abraham (17:1); es al mismo Dios omnipotente al cual Isaac le había confiado a Jacob, cuando éste partió para Harán (28:3). En memoria de este momento solemne, Jacob erige de nuevo una señal, sobre la que vierte aceite, repitiendo lo que había hecho en su primera visita a Bet-el (28:18). Ahora además, añade una libación, símbolo de alegría. ¡Qué preciosa es la gracia de Dios, esta gracia que nos eleva y se complace en alegrarnos!
d) Nacimiento de Benjamín y muerte de Raquel
Cerca de Belén, la cual es Efrata (Salmo 132:6), Raquel da a luz a su segundo hijo, el duodécimo y último hijo de Jacob (Génesis 35:16). La amada esposa del patriarca muere como resultado de este nacimiento. Aunque para su madre fue Benoni (hijo de mi tristeza), este niño se convierte en Benjamín (hijo de la mano derecha) para su padre. Diecisiete siglos después, el Mesías de Israel nació en Belén, del cual Benjamín es una figura. El nombre de Benoni debe relacionarse con la palabra que se le habló a María, la madre del Salvador: “Una espada traspasará tu misma alma” (Lucas 2:35), mientras que el nombre de Benjamín evoca la declaración del Salmo 80:17, que prefigura la gloria del Hijo eterno del Padre: “Sea tu mano sobre el varón de tu diestra, sobre el hijo de hombre que para ti afirmaste”. Frente a la muerte de Raquel, Israel puede ver en Benjamín en figura algo del Cristo glorioso. ¡Qué nobleza en la posición moral del patriarca!
e) Migdal-edar y Hebrón
El siguiente paso del patriarca, llamado por primera vez por su nuevo nombre de Israel, es Migdal-edar (la torre del rebaño) (Génesis 35:21). Es un refugio para él en su dolor: “Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado” (Proverbios 18:10). Al mismo tiempo, la “...torre del rebaño, fortaleza de la hija de Sion” (Miqueas 4:8), se convertirá en el símbolo de la gloria futura de la nación de Israel, colocada bajo el cetro de Cristo. El pecado de Rubén se reporta aquí sin más comentarios (Génesis 35:22).
La imagen de este momento extraordinario en la vida de Jacob se completa con su llegada a Hebrón y la muerte de su padre Isaac (v. 27-29). En el pasado su abuelo Abram se había quedado en Hebrón, donde había edificado un altar a Dios (13:18). Hebrón, generalmente el lugar de la muerte, fue también para el patriarca el lugar de la renunciación a los bienes de este mundo, de la comunión con Dios y de la revelación de sus pensamientos (14:13, 22-23; 18:1, 19).
f) En resumen, así son las etapas de este memorable viaje de Jacob
Salido de Siquem (donde esconde a los dioses ajenos de su familia debajo de una encina), sube a Bet-el. En el camino, pierde a Débora, ama de su madre, sepultada debajo de la encina llamada Alón-bacut (la encina del llanto). Luego, en Bet-el, Jacob edifica un altar para el Dios de Bet-el: adorador en la casa de Dios, allí prueba la comunión con el Omnipotente, quien le confirma su nuevo nombre de Israel. Luego, en Belén, cuando nace Benjamín, pierde a Raquel, su amada esposa. Después Israel sube a Migdal-edar, más tarde a Hebrón, para ver allí de nuevo a su padre Isaac. Lo sepultan en la cueva de Macpela, cerca de Abraham, Sara, Rebeca y Lea (Génesis 49:30-31). No se dan detalles sobre el final de estas dos mujeres, y no parece que Jacob haya visto a su madre alguna vez más después de su partida hacia Harán.
g) La larga ausencia de José
“Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos” (Salmo 112:4). Antes de que la luz divina brille en la noche de su vida, Jacob aún tiene que pasar por una última y dolorosa prueba: la ausencia de José, el hijo de su vejez, a quien creerá muerto por mucho tiempo. Pero Dios, de acuerdo con su propio plan, usará a José para salvar a la familia de Jacob del hambre (Génesis 45:5, 7; Salmo 105:17-18). El final de la historia de Jacob está ahora íntimamente entrelazado con el de su hijo José.
Hace treinta y tres años, Jacob había engañado a su padre Isaac para robar la bendición de Esaú. Ahora, los propios hijos de Jacob engañan a su padre acerca de José a quien aborrecían y venden como esclavo para deshacerse de él (Génesis 37:4, 28). Inventan entonces un engaño repugnante para hacerle creer que su hermano había sido despedazado por alguna mala bestia. Incluso se atreven a consolar hipócritamente a su padre, que acepta su testimonio, pero rechaza su consuelo: “Y lo lloró su padre” (v. 35).
Durante veinte años, Jacob no tendrá noticias de este hijo amado a quien cree perdido. Al final de esta larga espera, el hambre que asola a toda la tierra obliga a Jacob a enviar a sus hijos a Egipto para buscar trigo (41:57; 42:1-2). Las circunstancias providenciales están en la mano de Dios para llevar a la conclusión esta conmovedora historia; sin embargo, antes de la liberación, Jacob todavía ve su dolor aumentar. Mientras Simeón se mantiene prisionero en Egipto, José (que aún no es reconocido por sus hermanos) exige la venida de Benjamín, el único recuerdo vivo para Jacob de su amada esposa Raquel. Comprendemos el dolor del patriarca que exclama: “Contra mí son todas estas cosas” (42:36). Nunca olvidemos que “si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”, y que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:31, 28). En este momento difícil, la sumisión de Jacob a la voluntad del Dios Omnipotente es notable (Génesis 43:14).
7) El descenso a Egipto
“Al caer la tarde habrá luz” (Zacarías 14:7). José, en el apogeo de su gloria en Egipto, es reconocido por sus hermanos y los envía a buscar a su padre. Dios había dirigido todo para su gloria y para el bien de Jacob y toda su familia (Génesis 45:7, 21-26; Salmo 105:17).
Solo cuando él ve los carros que José había enviado para llevarlo, el espíritu de Jacob revive. Entonces es Israel quien dice, en el impulso de su corazón: “Basta; José mi hijo vive todavía; iré, y le veré antes que yo muera” (Génesis 45:28). Es la satisfacción del corazón que se confía a Dios, confirmada cuando su querido hijo José llorará sobre su cuello (46:29-30).
En Beerseba, Israel ofrece sacrificios a Dios, y nuevamente toma el lugar de adorador. Cuando Dios se le revela en visiones de noche (como la primera vez en Bet-el), Jacob le responde con prontitud. Así, la obediencia y la sumisión a la voluntad de Dios fluyen naturalmente de su dependencia a él. Pero la fe nunca es un acto de imitación: Dios le ordenó a Isaac que no bajara a Egipto, mientras que invita a su hijo Jacob a hacerlo (26:2; 46:3). Al obedecer, a Israel se le asegura la bendición, pero también la comunión con Dios en su caminar.
Satisfacción del corazón, adoración a Dios, dependencia de él, obediencia a su voluntad y comunión con él: estas virtudes morales forman el fruto apacible de justicia dado por la disciplina (Hebreos 12:11). ¿No es nuestro Dios un Dios siempre de verdad? (Deuteronomio 32:4).
8) Jacob en Egipto
Jacob se establece en Egipto con toda su familia (en total 70 personas), en la tierra de Gosén y Ramesés, lo mejor de la tierra (Génesis 45:10; 47:11). Las pruebas ya terminaron e Israel disfruta personalmente de 17 años de descanso y seguridad, mientras que su familia se multiplica en gran manera (47:27). La repulsión de los egipcios por los pastores —la profesión de Jacob y los suyos— hizo más simple para el patriarca la separación para Dios de este mundo idólatra en el que vivió.
José presenta a su padre delante de Faraón (47:7-10). Jacob le declara: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida”. De hecho, su vida había sido agitada por muchas dificultades y tristezas. Pero tiene Jacob, el humilde pastor, el honor de bendecir a Faraón, el rey más poderoso de la tierra, y no al revés. “Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor” (Hebreos 7:7). Esta asombrosa escena nos recuerda la aparición de Pablo, prisionero de las naciones, ante Agripa y toda su pompa real. Con la dignidad de un hombre que está delante de Dios, el apóstol puede decirle: “¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!” (Hechos 26:29).
9) El fin de la vida de Jacob
a) Las instrucciones para su entierro
Dios le había prometido a Jacob que la mano de su hijo José cerraría sus ojos, en su muerte (Génesis 46:4). Al sentir que se aproxima el final, Jacob se abre naturalmente a José y le da una instrucción, la cual será confirmada con el juramento de enterrarlo en el sepulcro de sus padres en Hebrón. José respetará cuidadosamente la voluntad de su padre (47:29-30; 49:29-33; 50:13); y por fe le dará a sus hermanos instrucciones idénticas con respecto a sus propios huesos (Génesis 50:24-25; Hebreos 11:22).
b) Jacob adorador
El último acto de fe de Jacob es la adoración: “Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama”, expresión que el Nuevo Testamento transcribe por: “Adoró apoyado sobre el extremo de su bordón” (Génesis 47:31; Hebreos 11:21). Este es el servicio más alto que Dios confía a su familia celestial, en el tiempo presente y en la eternidad.
c) La bendición de José y sus dos hijos
Primero, Jacob bendice especialmente a su hijo José y, por fe, también bendice a “cada uno de los hijos de José” (Génesis 48:1-22; Hebreos 11:21). Nacidos de una madre egipcia, Manasés y Efraín podrían haber sido considerados como extraños y, como tales, no heredar bendiciones. Pero Jacob los adopta como a sus propios hijos, bendiciéndolos al igual que a los demás (Génesis 48:5). Al hacerlo, establece a José como el heredero de la primogenitura. Tal era la voluntad de Dios: José tuvo que tomar el lugar de su hermano Rubén para recibir una doble porción (48:22; 1 Crónicas 5:1-2; Ezequiel 47:13).
Al bendecir a los dos hijos de José, Jacob cruza deliberadamente sus manos para otorgar a Efraín, el más joven, la posición de primogénito, a pesar de las objeciones de José (Génesis 48:17-20). En ese momento, es Jacob quien tiene la mente de Dios, en lugar de su hijo José. Mientras la vista del patriarca estaba nublada por la vejez (v. 10), los ojos de su corazón son iluminados por la luz divina. ¡Qué camino moral recorrió Israel desde los años oscuros cuando compró la primogenitura a su hermano Esaú y se apoderaba de la bendición paterna con un engaño!
d) Una última mirada atrás
Abriendo su corazón a José, Jacob pronuncia las palabras más conmovedoras de su vida. Rememora dos etapas de su larga carrera: Luz (que es Bet-el), para recordar todos los cuidados de Dios por él (v. 3-4), y Efrata (que es Belén), donde había perdido a Raquel, su esposa amada, la madre de José, unos 50 años antes (v. 7). ¡Hay ciertas heridas en nuestros corazones que serán sanadas solo cuando Dios haya enjugado toda lágrima de nuestros ojos! (Apocalipsis 21:4).
Jacob alcanza la cumbre moral de su vida cuando expresa estas maravillosas palabras de confianza y gratitud: “El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día, el Ángel que me liberta de todo mal...” (Génesis 48:15-16). Los días “pocos y malos” mencionados ante el Faraón ahora son olvidados, para dar lugar al disfrute de la pura gracia de Dios.
e) Jacob profeta
Antes de su muerte, Jacob llama a sus hijos para revelarles el futuro a cada uno (Génesis 49:1-27). Sus palabras deben acercarse a las de Moisés al final de su vida (Deuteronomio 33). Jacob da una profecía que enfatiza la responsabilidad del pueblo terrenal y el propósito de Dios a través de Cristo, mientras que Moisés pronuncia una bendición que encuentra su fuente en el amor de Dios por el pueblo a quien dio la ley y el sacerdocio, al que él salvará al final. Las doce tribus de Israel se presentan, no en su orden genealógico, sino en relación con el orden moral de la profecía. Los caracteres de Cristo se pueden ver en cada una de las tres tribus de José, Judá y Benjamín; también se pueden reconocer algunos rasgos generales de Israel y su historia en las otras.
Rubén, Simeón y Leví: Los tres hijos mayores de Lea presentan el estado natural de Israel en sus pecados: corrupción (incesto de Rubén; Génesis 35:22) y violencia (asesinato de los hijos de Hamor por Simeón y Leví; Génesis 34:25).
Judá es el instrumento del decreto de Dios para establecer el poder real en Israel con miras a la venida del Mesías (Siloh) a quien todos los pueblos deberán obedecer.
Zabulón, Isacar y Dan: Después de que el Mesías haya venido a Judá y sea rechazado, el pueblo disperso entre las naciones buscara sus intereses materiales, pero sufrirá la esclavitud. Se caracteriza al final por la apostasía, hasta que un remanente angustiado se vuelva a Dios con este grito: “Tu salvación esperé, oh Jehová” (49:18).
Gad, Aser y Neftalí: El Señor enviará liberación con bendición y libertad.
José es el sujeto de la profecía más larga y conmovedora. El que fue odiado y rechazado por sus hermanos, prefigura a Cristo, Pastor y Roca de Israel. Todas las bendiciones en el cielo y en la tierra fluirán de él.
Benjamín, el “hijo de la mano derecha” de su padre, presenta a Cristo en el ejercicio del juicio justo en el día de su triunfo. Él sigue siendo el amado de Dios (Deuteronomio 33:12).
Luego Jacob expira, para ser “reunido con sus padres” (Génesis 49:33). José llora a su padre, antes de que los egipcios embalsamen su cuerpo para llorarlo 70 días. Después del duelo en la era de Atad, al otro lado del Jordán, José y sus hermanos sepultan a su padre en Hebrón, en la cueva del campo de Macpela, según su expresa petición. Aquí descansa el cuerpo del patriarca, junto con sus padres, a la espera del glorioso día de la primera resurrección y del regreso de nuestro Salvador para llevarnos a todos juntos a él.