Viaje de dos misioneros (Hechos 13 y 14)
Hasta ahora, Jerusalén ha sido el centro de la obra del Señor. Pero la Iglesia tiene un carácter celestial, es independiente de todo el sistema judío y, además, Jerusalén pronto será destruida. Por eso el Señor llamó a Pablo desde Antioquía, una ciudad fuera de Israel, para cumplir un ministerio especial entre los gentiles. Había allí profetas y maestros de origen muy diverso: entre los nombres dados, encontramos a Bernabé, el primer nombre, y a Saulo, el último. “Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2).
Estos dos siervos no argumentaron que eran útiles en ese lugar. Sin demora, sujetos al llamamiento del Espíritu Santo, se fueron acompañados por las oraciones de la iglesia local para un viaje misionero sembrado de dificultades y sufrimientos que duraría aproximadamente tres años. Al principio, Juan (llamado también Marcos) los acompañó y los ayudó, pero desde Panfilia se apartó y volvió a Jerusalén (v. 5, 13). Su fe no estaba a la altura del servicio en el que se había comprometido, y no pudo hacer frente a las dificultades que venían.
Bernabé y Saulo evangelizaron al principio en la isla de Chipre, de la cual el primero era originario. Llegaron a Salamina, luego a Pafos, la capital. Allí se encontraron con un personaje inquietante, Barjesús (Elimas). Este mago judío aprovechó las necesidades espirituales del procónsul romano para ejercer una influencia nociva sobre él. Este cómplice de Satanás resistía a los siervos de Cristo, “procurando apartar de la fe al procónsul” (v. 8). Lleno del Espíritu Santo, Saulo —aquí nombrado Pablo (Pablo significa «pequeño») por primera vez— llamó sobre este hombre el juicio de Dios: “Serás ciego... por algún tiempo”; e inmediatamente las tinieblas cayeron sobre él. Entonces el procónsul Sergio Paulo “creyó, maravillado de la doctrina del Señor” (v. 9-12).
Bernabé y Pablo luego llegaron a Antioquía de Pisidia y, conforme a su costumbre, entraron en la sinagoga un sábado. A medida que leemos estas historias, nos damos cuenta de que el apóstol Pablo pasa poco a poco a primer plano. En el curso práctico de este servicio en común, estos dos siervos discernían el lugar asignado a ellos, y cada uno tomaba el suyo con humildad. Incluso en un trabajo común, cada uno tenía su propia responsabilidad y solo podían caminar con su fe personal. En la sinagoga de Antioquía, primero simples oyentes, los visitantes fueron invitados a entregar alguna palabra (v. 15). Pablo se levantó y, teniendo a Bernabé a su lado, fue él quien recordó a la audiencia cómo Dios cumplió en Jesús las promesas hechas a David (Salmo 132:11). Mostró cómo todo estaba de acuerdo en confirmar que Jesús era el Mesías: el testimonio de Juan después del de todos los profetas, el cumplimiento de las Escrituras en su muerte, cuando no se había hallado en él causa digna de muerte. Finalmente, sobre todo, Pablo proclamó su resurrección triunfante, la verdad capital del cristianismo (1 Corintios 15:14).
Cuando salieron de la sinagoga, muchos de los judíos y prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes los exhortaron a perseverar en la gracia de Dios (Hechos 13:43). Los gentiles les rogaron que se les dirigiera nuevamente el mensaje del Evangelio el siguiente sábado, lo cual procedieron en hacer. Y, de hecho, casi toda la ciudad se juntó para oír la Palabra de Dios. Pero viendo la muchedumbre, los judíos, llenos de celos, contradijeron y blasfemaron (v. 45). Esta dolorosa escena marca un punto de inflexión crucial en la proclamación del mensaje que estos siervos entregaron conjuntamente de parte de Dios.
“Entonces Pablo y Bernabé, hablando con denuedo, dijeron: A vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la Palabra de Dios; más puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles”. Y en apoyo de su declaración, citaron las Escrituras (Isaías 49:6). Oyendo esto, los gentiles se regocijaron y glorificaron la Palabra del Señor; “y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hechos 13:46-49).
Los judíos iniciaron inmediatamente una persecución contra los mensajeros de Cristo. Pablo y Bernabé fueron expulsados de su territorio y continuaron su ministerio en otras ciudades. A lo largo de su peligroso viaje, el Señor preservó a sus fieles siervos, ya sea en Iconio o en Listra, donde Pablo, que acababa de sanar a un cojo, fue apedreado y dado por muerto (Hechos 14:9-10, 19). Sin embargo, no estaban asustados ni desanimados, y con calma prosiguieron su ministerio. Luego regresaron a las ciudades donde ya habían anunciado el Evangelio. Habían calculado los gastos (Lucas 14:28) y se apoyaron resueltamente en el Señor. No se dejaron vencer por las penas, necesidades ni tribulaciones vinculadas a su servicio. Sufrir juntos por Cristo solo podía unirlos aún más. Su ejemplo dio mucha fuerza a sus palabras para animar a los discípulos. Pablo y Bernabé los exhortaron a “que permaneciesen en la fe”, y les dijeron: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22).
Su viaje se terminaba. Regresaron a Antioquía, y habiendo reunido a la iglesia, “refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles” (v. 27). Atribuyeron todo a Dios (compárese con Lucas 17:10).
Los creyentes enfrentando una dificultad doctrinal (Hechos 15:1-35)
Algunos que venían de Judea a Antioquía, donde la iglesia estaba compuesta principalmente de creyentes de entre los gentiles, afirmaron categóricamente: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (v. 1). Esta afirmación significaba que la obra de Jesús no era suficiente y que era necesario agregarle obras. Pablo y Bernabé fueron llamados una vez más a contender para establecer la verdad. Primero hubo una contienda no pequeña con estos hermanos visitantes de Judea. Luego, con la confianza de la iglesia local, Pablo y Bernabé fueron encaminados, acompañados por algunos hermanos, a los apóstoles y los ancianos en Jerusalén.
Se reunieron para examinar este grave asunto. Y el testimonio de estos “amados Bernabé y Pablo... que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo” fue de gran peso (v. 25-26). Bernabé, como Pablo, entendía que todos nosotros, judíos o griegos, hemos “muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo” (Romanos 7:4) y que somos salvos de una sola y misma manera: por la gracia del Señor Jesús (Hechos 15:11). Desde entonces, tenían que guardarse de esclavizar e inquietar a los creyentes por lo que la epístola a los Gálatas llama “los débiles y pobres rudimentos” (Gálatas 4:9).
Esta misma epístola, después de haber aludido a los eventos de Hechos 15, también nos dice que el apóstol Pedro, en un momento en que se encontraba en Antioquía, tuvo una actitud equívoca. Tenía la libertad de comer con los gentiles. Pero cuando los judíos firmemente apegados a los principios judaicos vinieron a Antioquía, Pedro se apartó de estos creyentes. En su simulación participaron otros, “de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos” (Gálatas 2:13). La reprensión delante de todos de Pablo fue, en la mano del Señor, el medio para volver a poner todo en su lugar.
Una dificultad personal (Hechos 15:36-41)
Al fallar los esfuerzos del enemigo para causar problemas y dividir, parecía que el trabajo podía reanudarse para la gloria de Dios. La preocupación por todas las iglesias formadas durante su primer viaje instó a Pablo a proponerle a Bernabé, su compañero en la obra, que volvieran a todas las ciudades donde habían anunciado la Palabra de Dios, para ver cómo estaban los hermanos espiritualmente.
¡Ay! Aparecío un desacuerdo entre los dos siervos de Dios acerca de Marcos. Bernabé quería que su sobrino los acompañara, pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde Panfilia (v. 38). En la mente de Bernabé, la presencia de Marcos tenía prioridad sobre la feliz perspectiva de un viaje con Pablo, para seguir juntos la lucha del Evangelio, rica en frutos para la eternidad. La Escritura especifica: “Hubo tal desacuerdo entre ellos, que se separaron el uno del otro; Bernabé, tomando a Marcos, navegó a Chipre, y Pablo, escogiendo a Silas, salió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor”. Luego pasó por Siria y Cilicia, confirmando a las iglesias (v. 39-41).
¿Y más tarde?
Algunos años después, el apóstol Pablo cambió su opinión sobre Marcos. De hecho, se había convertido en un fiel siervo, en el corazón del cual Dios había trabajado (Colosenses 4:10; 2 Timoteo 4:11). Pablo, encarcelado por segunda vez en Roma, testificó claramente: “Me es útil para el ministerio”. Todo parecía indicar que fue Marcos quien recibió el invaluable servicio de escribir el evangelio que lleva su nombre.
Cabe constatar que, en Bernabé, los lazos naturales prevalecieron, en el momento de una elección decisiva, sobre importantes consideraciones espirituales. ¡Qué advertencia para nosotros! Si alguien como Bernabé, que trabajó tantos años entre los creyentes y en medio de los gentiles con una bendición particular en su ministerio, no ha estado por un momento a la altura de su fe y su devoción, ¡cuánto debemos velar para no dar media vuelta cuando es preciso seguir un camino trazado por el Señor, porque implica un renunciamiento de nuestra parte!
Desde entonces, Bernabé ya no se menciona en Hechos, pero sí en las epístolas de Pablo. Podemos esperar que la irritación entre estos dos hermanos fue de corta duración. El pasaje de 1 Corintios 9:6 sugiere que a partir de entonces Bernabé todavía era un siervo del Señor conocido y estimado.
No nos detengamos más de lo necesario en las sombras que han oscurecido por un tiempo el camino de este “varón bueno”, excepto para aprender una lección personal de él. Cuando hablamos de Bernabé, debemos temer que nuestra mente se concentre demasiado en la disputa que tuvo con el apóstol Pablo. Es humillante ver cuán fácilmente nuestros pensamientos registran las deficiencias de nuestros hermanos en lugar de tratar de ver en primer lugar todo lo que Cristo ha producido para su gloria por medio de ellos. Mejor, tomémonos un tiempo para juzgar seriamente nuestras propias fallas.
¡Que el modelo de este fiel hermano, completamente dedicado al bien de los creyentes y a la salvación de las almas perdidas, sea un ejemplo para nosotros!