La disciplina del Padre
Pero seguiremos considerando los resultados de la regeneración en el asunto de la disciplina en la casa del Padre. Como hijos de Dios, participamos de todos los privilegios de su casa; y, en realidad, la disciplina de la casa constituye también un privilegio. Dios ejerce su disciplina hacia nosotros sobre la base de las relaciones en las cuales nos ha introducido. Si un padre corrige a sus hijos, es porque son suyos. Si veo, por ejemplo, a un niño desconocido cometer una mala acción, no me incumbe castigarlo. Para hacerlo, debería estar unido a él por los vínculos paternales y conocer los afectos y responsabilidades que entraña tal parentesco. Asimismo, nuestro Padre Dios, en su abundante gracia y fidelidad, no toleraría nada en nosotros que fuese indigno de él y que afectara a nuestra paz e impidiese bendiciones: “Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provecho, para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:9-10). Por lo tanto, la disciplina constituye un privilegio positivo, por cuanto es una prueba de los cuidados de nuestro Padre, y tiene por objeto nuestra participación en la santidad divina.
La disciplina es una prueba de los cuidados de nuestro Padre
Tengamos siempre en cuenta que la disciplina de la mano de nuestro Padre debe siempre interpretarse a la luz del rostro de nuestro Padre, y que los profundos misterios de su gobierno moral han de contemplarse a través de su tierno amor. Si perdemos estas cosas de vista, caeremos en un espíritu de servidumbre en cuanto a nosotros mismos, y en un espíritu de juicio en cuanto a los demás, ambas cosas en oposición directa con el espíritu de Cristo. Todo en nuestro Padre es perfecto amor; si nos alimenta con pan, lo hace con amor, y si deja caer su vara sobre nosotros, también lo hace con amor, porque “Dios es amor”. Puede ocurrir a menudo que no sepamos averiguar el porqué, la causa de alguna dispensación o trato especial de la mano de nuestro Padre; nos parece esto oscuro e inexplicable. La niebla que rodea nuestros espíritus es tan densa que impide ver con claridad su actitud hacia nosotros. Atravesamos entonces unos momentos penosos; una solemne crisis en la historia del alma. Y corremos el peligro de perder el sentido del amor divino por nuestra inhabilidad en comprender los profundos secretos del gobierno divino. Mientras tanto, Satanás desarrollará una actividad febril para arrojar sus dardos de fuego de dudas y sugestiones diabólicas de las cuales tiene la aljaba llena. Así pues, expuesta entre los razonamientos impuros que surgen de dentro y las horribles sugestiones que vienen de fuera, el alma corre el peligro de perder el equilibrio y dejar su preciosa actitud de descansar sencillamente sobre el amor divino, cualquiera que sea la forma en que se manifieste el gobierno de Dios.
Respecto a los demás, puede ocurrir también que juzguemos erróneamente a nuestros hermanos cuando se hallen visitados de modo especial por la mano de Dios en mente, cuerpo o circunstancias. Hemos de guardarnos de este espíritu y no pensar que la prueba se debe siempre a una causa pecaminosa; lo cual es un principio enteramente falso. Las experiencias a las que Dios nos somete pueden ser tanto preventivas como correctivas.
Citaré un ejemplo: Mi niño está en la habitación en dulce intimidad conmigo, cuando llega una persona que quizás diga algunas cosas que no deseo que oiga mi hijo, a quien, sin más explicaciones, ordeno salir de la habitación. Bien; si él no confiase en mí, podría interpretar mal mi actitud y poner en duda mi amor; pero apenas el visitante ha salido, llamo a mi hijo y le explico detalladamente el asunto; de tal manera que él entra en una renovada experiencia del amor de su padre, olvidándose en seguida del mal rato que ha pasado.
Pues bien, así sucede frecuentemente con nuestros pobres corazones. Razonamos cuando deberíamos confiarnos, reposar; dudamos en vez de depender; la confianza en el inmutable amor de nuestro Padre es el mejor correctivo.
¡Eterno e infinito amor que nos ha levantado de nuestro miserable estado a la condición de “hijos de Dios”! ¡Oh, vivamos continuamente en la atmósfera de tal amor, hasta que entremos en la eterna e inquebrantable comunión de la casa de nuestro Padre!
¡Dios nos ayude, por su Espíritu Santo, a comprender más y más el significado y poder de la regeneración, y a compenetrarnos de esto, para que, sabiendo qué es y cómo se produce, sus resultados se traduzcan, se manifiesten en nuestras vidas!