1. Alejamiento del corazón (Jeremías 2; 3; 4)
En el capítulo 14 del libro de los Proverbios leemos: “De sus caminos será hastiado el necio de corazón” (o el que se aleja de Dios; V. JND francés; v. 14). En el Nuevo Testamento no encontramos la palabra alejamiento, pero sí el hecho o la acción. Supongo que para cada uno de nosotros no es necesario buscar muy lejos y descubrir esto en nuestra propia historia.
Estos capítulos de Jeremías traducen la tristeza del Señor cuando su pueblo no está cerca de Él. Esta es siempre una gran realidad. ¡Nada puede satisfacer más el corazón de Jesús que tenernos cerca de Él. Y nada puede satisfacer el nuestro sino estar cerca del suyo!
¡Cuánta sabiduría hay en Dios cuando dice: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”! (Proverbios 4:23). “Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (23:7). No se trata de lo que hago o de lo que digo sino de lo que soy realmente, y de eso mis afectos están ocupados. Creo que vivimos en un tiempo en el que la inteligencia va mucho más allá que los sentimientos. Ciertamente la causa secreta de la falta de poder espiritual, es el orgullo del corazón. Por eso Dios quiere la sinceridad de nuestros afectos.
Ahora consideremos estos tres capítulos de Jeremías tan interesantes. Confirman que en otro tiempo Dios tenía un pueblo al que amaba con un amor profundo; amor que Él le demostraba continuamente (Deuteronomio 7:7-8). También muestran de qué manera suave y hábil Dios procura ganar a su pueblo para atraerlo nuevamente hacia Él después de que este se hubiese extraviado. ¡Cuán profundo es el afecto de Dios por su pueblo! Vemos también en este pueblo la imagen de lo que son nuestros propios corazones y la única manera de volver cuando nos hemos alejado de Dios.
La forma con la que Dios se ocupa de alguien que se aleja, seguramente no es la nuestra. Los caminos de Dios son hermosos y perfectos. En los días del rey Josías hubo, exteriormente, un gran despertar (2 Crónicas 34 y 35). Pero Dios miraba a lo profundo y veía que era superficial. “La rebelde Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente, dice Jehová” (Jeremías 3:10). Ese despertar no fue un despertar sincero. He aquí por qué Jeremías es elegido para traerles esta palabra.
“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos. Todos los que le devoraban eran culpables; mal venía sobre ellos, dice Jehová” (Jeremías 2:1-3). Habían pasado ochocientos cincuenta años desde que ese pueblo, por obediencia a Dios, había dado la espalda a Egipto y a sus ollas de carne, y había salido hacia Dios. Entonces era un pueblo separado para Dios, “santo… a Jehová”, nos dice el versículo 3.
Nos gusta ver el afecto, la energía y el fervor que caracterizan a un recién convertido. Veamos, usted que es cristiano desde hace mucho tiempo, ¿piensa que su corazón tiene la misma frescura como en los primeros días después de su conversión? ¡Oh, dirá usted, ahora sé mucho más! La cuestión no es esta. ¿Ama a Jesús sencillamente, encuentra en él sus delicias, posee la santidad práctica, tiene el deseo de ser solamente lo que él quiere, como al día siguiente de su conversión? Usted puede haber olvidado ese primer impulso de amor, Dios no. Él dice: «No olvidé tu primer amor». “Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí”. ¿Dónde? En un desierto. Cuando los hijos de Israel atravesaron el mar Rojo, se encontraron en un desierto. ¿Qué había en el desierto? Dos cosas solamente: Dios y el suelo árido; nada más. No había pasto, no había agua ni nada para comer.
Este capítulo 2 de Jeremías se asemeja mucho al segundo capítulo de Apocalipsis en el cual el Señor dice a la iglesia de Éfeso: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4). No le dice «perdido», sino “dejado” tu primer amor. Es como si Jesús nos dijera: Algo se introdujo entre tú y yo, y todo tu afecto e interés por mí han desaparecido. Ahora puedes pasarte sin mí, pero hubo un tiempo cuando esto no era posible. ¿Cuál es el estado de nuestras almas respecto a Cristo? Pues bien, si la conciencia acusa de alguna decadencia y el corazón es consciente, es extremadamente importante escuchar esa voz.
El gran pecado de Israel era de no tener conciencia de su ruina y de su decadencia. Años atrás, Dios ya había hablado por otro profeta, Oseas, diciendo: “Efraín se ha mezclado con los demás pueblos; Efraín fue torta no volteada. Devoraron extraños su fuerza, y él no lo supo; y aun canas le han cubierto, y él no lo supo” (Oseas 7:8-9). Cuando un hombre ve cabellos grises sobre su cabeza, tiene conciencia de la acumulación de los años. Israel, es decir las diez tribus (llamadas Efraín en los profetas), ya sufría de un grave declive, pero no se daba cuenta.
Tengamos cuidado del alejamiento. El primer paso hacia esa dirección es la atención prestada a un objeto que interrumpe el disfrute del amor de Cristo. Nuestro corazón pierde la apreciación que tenía de su amor y de su gracia. Nos olvidamos de Él, pero Él no nos olvida. Pablo nos presenta el mismo pensamiento cuando dice: “Os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:2-3). El amado apóstol teme que algo se introduzca entre el Señor y los suyos que haga a Cristo menos precioso para sus corazones. A los tesalonicenses les escribe: “Ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor” (1 Tesalonicenses 3:8). Es como si dijese: «Si se desvían, moriré de pena».
Estas líneas ¿están bajo los ojos de alguien que se está apartando? Que comience por reconocer: Me he alejado del Señor. Pues si nosotros no siempre lo sabemos, el Señor lo sabe y quiere atraernos. ¿Hace reproches? No. Es posible que deba reprender y castigar. Pero su Palabra restaura. Me acuerdo de tu dedicación, dice el Señor; puedes haberlo olvidado, pero me era agradable, y jamás olvidé la hora en la que viniste a mí, cuando yo era todo para ti. El Señor hablaba así y hoy ¡quizás dirige las mismas palabras a usted o a mí! ¡Él “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”! (Hebreos 13:8).
Cuando Israel salió de Egipto, era plenamente consciente de los cuidados y de la protección de Dios. “Así dijo Jehová: ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se hicieron vanos? Y no dijeron: ¿Dónde está Jehová, que nos hizo subir de la tierra de Egipto, que nos condujo por el desierto, por una tierra desierta y despoblada, por tierra seca y de sombra de muerte, por una tierra por la cual no pasó varón, ni allí habitó hombre?” (Jeremías 2:5-6). ¡Qué argumento conmovedor hace valer aquí Dios a su pueblo! ¿Había cambiado desde ese día? Ciertamente no, no hubo cambio de su parte. El pueblo había perdido Su presencia y esta pérdida los dejaba insensibles. “Y no dijeron: ¿Dónde está Jehová, que nos hizo subir de la tierra de Egipto…?”. Olvidaron la gracia de la cual fueron los objetos.
Veamos ahora el reproche de Dios. “Y os introduje en tierra de abundancia, para que comieseis su fruto y su bien; pero entrasteis y contaminasteis mi tierra, e hicisteis abominable mi heredad” (v. 7). Los había hecho salir de Egipto, e introducido en Canaán. Pero perdieron todo contacto con Él, y cayeron en una idolatría grosera. “Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová? y los que tenían la ley no me conocieron; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha” (v. 8). Tal era la deplorable condición de Israel. Sacerdotes, pastores, profetas y pueblo, todos ellos habían olvidado a Dios. ¡Es un triste cuadro de un alejamiento completo del corazón! Desgraciadamente, hoy muchos creyentes podrán reconocerse ahí.
“Por tanto, contenderé aún con vosotros, dijo Jehová, y con los hijos de vuestros hijos pleitearé. Porque pasad a las costas de Quitim y mirad; y enviad a Cedar, y considerad cuidadosamente, y ved si se ha hecho cosa semejante a esta. ¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, aunque ellos no son dioses? Sin embargo, mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha. Espantaos, cielos, sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran manera, dijo Jehová. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (v. 9-13). Las naciones —los paganos— ¿hicieron alguna vez lo que hizo mi pueblo? pregunta Dios. “Mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha”. Usted encontrará a lo largo de toda la Escritura que lo importante es lo que aprovecha. Si hubo abandono de Dios, ¿le aprovechó?
Si los negocios del tiempo presente, los placeres, los deberes y hasta las preocupaciones legítimas a los cuales debemos hacer frente, nos disimula a Cristo, ¿nos aprovecharán? Interrogue su propio corazón. Usted dirá no, enérgicamente. “Él les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos” (Salmo 106:15). ¡Qué palabra sorprendente! ¿Desea poseer el mundo? Lo tendrá. Dios no exige jamás la devoción. Los dos discípulos yendo a Emaús debieron forzar al Señor para que entrara. ¡Cristo no impone jamás su compañía! Lo obligaron a entrar. “Entró, pues, a quedarse con ellos” (véase Lucas 24:13-32). Cierto, Cristo nos amó primero, pero espera ser amado recíprocamente.
Sepa lector que no hay alimento para el alma, ni paz, ni reposo lejos de Cristo. Usted puede haber hecho su camino en el mundo, haber obtenido todo lo que deseó, pero ¿a qué precio? ¿Cuál es su posición respecto al Señor, a su amor, a la comunión con Él? ¿Es Él su razón de vivir? Si perdió este sentimiento, su presencia sobre la tierra no tiene ningún provecho. ¿No es extraordinario que Dios llama a los cielos como testigos para contemplar a un pueblo que se alejó? (Jeremías 2:12). “Me dejaron a mí, fuente de agua viva”. ¡Qué hermoso título: “fuente de agua viva”! ¡Cuán maravilloso es estar en contacto con tal fuente! Dios se presenta a nosotros con todo el frescor de su gracia y la energía viviente de su amor. ¡Y nos alejamos para cavar “para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”! (v. 13).
¡Cisternas rotas! poco importa si son grandes o pequeñas. El hecho es que, si mi cisterna no es Cristo, es una cisterna rota. ¡Cuántos creyentes prueban a beber hoy en cisternas rotas! Una cisterna rota no puede retener el agua. Todo lo que no es Cristo no podrá apagar mi sed.
Este reproche es seguido por una pregunta conmovedora. “¿Es Israel siervo? ¿es esclavo? ¿Por qué ha venido a ser presa?” (v. 14). ¿Cómo puede suceder esto? “De Egipto llamé a mi hijo”, dijo Dios mucho tiempo antes (Éxodo 4:22-23; Oseas 11:1). Había sido esclavo pero Dios lo liberó. “¿Por qué ha venido a ser presa?” Aquel que es libre y que siente el amor de Dios, ¿va a volver a la esclavitud?
Esa fue la condición de Israel, y como justa recompensa le tocó sufrir dolor y turbación. La causa eran ellos mismos. ¡Que Dios nos guarde de tal alejamiento! Quienquiera que usted sea, le suplicamos que tome una posición por Cristo, y que nada se interponga entre Él y usted.