Ezequías (2 Crónicas 29-31)
Este capítulo 29 contiene el mismo principio que vimos en el precedente relato. “Mandó el rey hacer el holocausto y la expiación”; pero ¿por quién? ¿Por Judá y Benjamín? No. “Por todo Israel” (v. 24). Ezequías asume su posición sobre el mismo terreno elevado que Elías había ocupado en sus días. Las diez tribus estaban separadas de las dos, y las cosas iban de mal en peor. Pero Ezequías hace lo mismo que Elías y actúa con la misma fe. Aquí no se trata de la medida de inteligencia, se trata simplemente de la fe en la verdad de la perfecta unidad de Israel ante los ojos de Dios, lo cual es uno de los rasgos más preciosos del tema que tenemos ante nosotros. Es la fe simple contemplando esas palabras que brillan como piedras preciosas en Levítico 24: “estatuto perpetuo”, un “pacto perpetuo” (v. 3, 8). Aquí no se trata de la conducta de Israel frente a Dios —sin ninguna duda esto tiene su lugar y su importancia—, tampoco estamos hablando ahora de las deficiencias del hombre, sino de los tratos de Dios; no del fracaso de Israel, sino de la fidelidad de Dios. Es nuestro privilegio estar en el santuario de Dios y contemplar con los ojos de la fe esas doce tortas sobre la mesa de oro a la luz de las siete lámparas del candelero de oro, figura del testimonio del Espíritu Santo.
¿Y qué establece ese testimonio? A lo largo de las oscuras y lúgubres vigilias de la noche de la nación, Dios ve a las doce tribus en su perfecta unidad, sin ser perturbada por todas las convulsiones, sacudidas y agitaciones de las naciones… La fe tiene que ver con las realidades eternas. Se sostiene como viendo al Invisible. Mira las cosas hasta dentro del velo. Hace de Dios su figura significativa, y de ningún modo se conmueve por las apariencias externas. En una palabra, la fe conoce a Dios y puede confiar en Él para todo. La fe es el conocimiento de Dios, es la confianza en Él. Preciosa realidad; que podamos tener esta fe simple en Dios, la cual conducirá nuestra alma a través de todo tipo de circunstancias, la misma fe que sostuvo a Elías en el monte Carmelo, que permitió a Ezequías mandar que el holocausto y la expiación fueran hechas “por todo Israel”, es decir, el sacrificio que iba a ser el fundamento de todas las esperanzas de la nación, el sacrificio que debía abrazar a todo el Israel de Dios.
Ahora bien, en referencia a las acciones del buen rey Ezequías, veamos cómo fue considerada su fe; notemos cómo él procuró y buscó, según su medida, cumplir de forma práctica la verdad de Dios. Hacemos bien en recordarlo, ya que Ezequías no se contentó con ofrecer el sacrificio “por todo Israel”. No sólo restableció el terreno sobre el cual el pueblo de Dios podría congregarse, sino que procuró reunirlo allí. Además podemos observar cómo hizo esto: “Y determinaron hacer pasar pregón por todo Israel, desde Beerseba hasta Dan, para que viniesen a celebrar la pascua a Jehová Dios de Israel, en Jerusalén; porque en mucho tiempo no la habían celebrado al modo que está escrito. Fueron, pues, correos con cartas de mano del rey y de sus príncipes por todo Israel y Judá, como el rey lo había mandado, y decían: Hijos de Israel, volveos a Jehová el Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, y él se volverá al remanente que ha quedado de la mano de los reyes de Asiria. No seáis como vuestros padres y como vuestros hermanos, que se rebelaron contra Jehová el Dios de sus padres, y él los entregó a desolación, como vosotros veis. No endurezcáis, pues, ahora vuestra cerviz como vuestros padres; someteos a Jehová, y venid a su santuario, el cual él ha santificado para siempre; y servid a Jehová vuestro Dios, y el ardor de su ira se apartará de vosotros. Porque si os volviereis a Jehová, vuestros hermanos y vuestros hijos hallarán misericordia delante de los que los tienen cautivos, y volverán a esta tierra; porque Jehová vuestro Dios es clemente y misericordioso, y no apartará de vosotros su rostro, si vosotros os volviereis a él” (2 Crónicas 30:5-9).
Este fue un llamamiento muy conmovedor y poderoso. Ezequías se encontraba en el terreno más elevado y deseaba que los demás hicieran lo mismo. Él mismo estaba conscientemente en el fundamento de Dios y deseaba que otros lo ocupasen con él. Su ojo estaba puesto en el Dios de Abraham, en la tierra de Israel, en Jerusalén y en toda la nación, el pueblo de Dios. A juicio de muchos, podría parecer presuntuoso por parte de Ezequías presentar un lenguaje tan elevado, hablar como si él y los que con él estaban fueran los únicos en lo correcto y todos sus hermanos equivocados. Pero esto dependería enteramente del espíritu con el que se recibieran y fueran leídas las cartas. Para el orgullo y la autosuficiencia, tal llamamiento sería absolutamente intolerable; pero donde había verdadera contrición y humildad, se recibiría con una aprobación cordial. Así, de hecho, resultó, como leemos en la escritura que tenemos ante nosotros. “Pasaron, pues, los correos de ciudad en ciudad por la tierra de Efraín y Manasés, hasta Zabulón; mas se reían y burlaban de ellos. Con todo eso, algunos hombres de Aser, de Manasés y de Zabulón se humillaron, y vinieron a Jerusalén” (v. 10-11).
Esto será siempre así. La fe y sus acciones recibirán las burlas de los que están en un terreno falso, los que andan a la luz de su fuego, y de las teas que encendieron (Isaías 50:11). Pero el corazón contrito y humillado recibe la bendición que siempre fluye de creer a Dios y a su Palabra actuando sobre Su verdad eterna.
Aquellos que se inclinaron humildemente al llamamiento de Ezequías se reunieron en el fundamento de Dios. Ellos no dijeron: «Es en vano situarse en este fundamento tan elevado comparado con la condición actual de la nación. Es el colmo de la locura y la presunción que Ezequías intente llevar a cabo tales principios en medio de la desesperante ruina de esta dispensación». No; ellos “se humillaron” y vinieron a Jerusalén. Con verdadera humildad en su mente, se reunieron para llevar a cabo el propósito de Dios, es decir, celebrar la pascua.
Y, ¿cuál fue el resultado? ¿Fueron decepcionados? No; se les permitió probar de aquellas ricas bendiciones concedidas en los días más brillantes y prósperos de la nación. “Así los hijos de Israel que estaban en Jerusalén celebraron la fiesta solemne de los panes sin levadura por siete días con grande gozo; y glorificaban a Jehová todos los días los levitas y los sacerdotes, cantando con instrumentos resonantes a Jehová. Y habló Ezequías al corazón de todos los levitas que tenían buena inteligencia en el servicio de Jehová. Y comieron de lo sacrificado en la fiesta solemne por siete días, ofreciendo sacrificios de paz, y dando gracias a Jehová el Dios de sus padres. Y toda aquella asamblea determinó que celebrasen la fiesta por otros siete días; y la celebraron otros siete días con alegría… Se alegró, pues, toda la congregación de Judá, como también los sacerdotes y levitas, y toda la multitud que había venido de Israel; asimismo los forasteros que habían venido de la tierra de Israel, y los que habitaban en Judá. Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén. Después los sacerdotes y levitas, puestos en pie, bendijeron al pueblo; y la voz de ellos fue oída, y su oración llegó a la habitación de su santuario, al cielo” (2 Crónicas 30:21-27).
Esta es entonces la respuesta de Dios a la fe de Ezequías, porque el Señor Dios nuestro nunca ha defraudado a un corazón que cuenta con Él. Estos catorce días de gozo, recorridos por la congregación durante la fiesta pascual, nos presentan la prueba más amplia de la realidad cuando se cuenta con el Dios vivo, a pesar de todos los fracasos y la ruina que siempre han marcado la historia del hombre y sus caminos. “Porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén” (v. 26). Dios puede llenar los corazones de su pueblo con gozo, acciones de gracias y alabanza, aunque todo alrededor se caracterice por la confusión y la desolación.
Y, se debe recordar —sí, para que nunca sea olvidado— que todo este gozo y esta bendición puede muy bien existir aun con el sentido más profundo del fracaso y la infidelidad del hombre. De hecho, siempre se encontrarán juntos. Por lo tanto, en el caso de Ezequías, lo vemos reconociendo plenamente la verdadera condición práctica de la nación. Esto se ve por el hecho de que la pascua fue celebrada en el mes segundo en lugar del primero. “Entonces sacrificaron la pascua, a los catorce días del mes segundo; y los sacerdotes y los levitas llenos de vergüenza se santificaron, y trajeron los holocaustos a la casa de Jehová” (v. 15). Aquí observamos a la congregación valiéndose de la gracia como se describe en Números 9:10-12. Esto presenta un hermoso orden moral. La fe siempre reconoce el verdadero estado de las cosas, pero cuenta con las amplias provisiones de la gracia divina. Ezequías sintió que el pueblo no estaba a la altura de la norma divina, pero sabía que la gracia de Dios podría alcanzarlo donde estuviera, siempre que ocupara su verdadero lugar; por esta causa oró por él, diciendo: “Jehová, que es bueno, sea propicio a todo aquel que ha preparado su corazón para buscar a Dios, a Jehová el Dios de sus padres, aunque no esté purificado según los ritos de purificación del santuario. Y oyó Jehová a Ezequías, y sanó al pueblo” (2 Crónicas 30:18-20).
Así fue en los días de Ezequías, y así es ahora. Había una confesión del fracaso humano y, sin embargo, apego a la fidelidad divina. Si Israel no estaba en condiciones de celebrar la pascua en el primer mes, Dios podría bendecirlo en el segundo mes. Aunque la condición de Israel no estaba a la altura de los estándares de Dios, Su gracia podía descender sobre Israel en su condición. El segundo mes no era el que estaba indicado en la ordenanza de Dios, sin embargo, siempre que hubiera una verdadera preparación de corazón, Dios podría bendecir tanto en el uno como en el otro. No sirve de nada asumir lo que no somos. Debemos ocupar nuestro verdadero lugar, y Dios puede encontrarnos allí, según lo que Él es en sí mismo. Así es cómo la fe asciende a Dios y se aferra a aquellas cosas que están de acuerdo con Su fidelidad infalible.
Por lo tanto, para aplicar nuestra ilustración, leemos en Efesios 4 que hay “un cuerpo” (v. 4) y encontramos esa verdad al lado de todas las verdades cardinales de la fe cristiana, de tal manera que si debilitamos a una, debilitamos a todas. ¿Cómo podemos sostener real y solemnemente una verdad de Dios, si permitimos que otra verdad sea anulada? ¿Creemos en la doctrina de la justificación por la fe, del pecado original y de la ruina sin esperanza del hombre? Ciertamente. ¿Creemos que hay “un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos”? ¿Por qué creemos estas cosas? ¿Porque las sentimos, o las vemos? No. ¿Por qué las creemos? Las creemos porque la Palabra de Dios las revela. Esta es la única base de la fe sobre cualquier verdad de la profesión cristiana, y por lo tanto, si yo rechazara, por ejemplo, la doctrina de la unidad del cuerpo de Cristo debido a las innumerables divisiones de la cristiandad, estaría juzgando por la vista (de mis ojos) en lugar de edificar sobre la verdad de Dios. Estaría razonando sobre lo que veo, en lugar de creer lo que Dios me dice.
Entonces, si me preguntan por qué creo en la doctrina de la justificación por la fe, respondo: «Porque está expuesta en el Libro imperecedero de Dios». Sobre la misma base, creo en la unidad del Cuerpo, la deidad de Cristo, la perfecta humanidad de Cristo y la virtud de Su sangre. Creo en la eficacia de su sacerdocio. Creo en el hecho de su gloria venidera. Creo todas estas verdades porque están escritas en las Sagradas Escrituras. En el mismo fundamento, hay un Cuerpo y un Espíritu. Yo lo creo, pero no porque lo vea prácticamente cumplido, sino porque se declara en Efesios 4 que hay “un cuerpo”.
(Continuará)