¿Quién es el Espíritu Santo?
Si bien la palabra «Trinidad» no se encuentra en la Biblia, la realidad de lo que ella expresa está ampliamente afirmada en la misma. Desde los primeros versículos de la Palabra encontramos la expresión “Dios” en plural. Cuando se trata de la creación del hombre, la frase que la refiere está en plural: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). En el versículo 2 de este mismo capítulo, encontramos mencionado al Espíritu de Dios cuando dice: “El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Las actividades del Espíritu son referidas muchas veces en el Antiguo Testamento. Era él quien obraba en los jueces y los profetas, fuera para el cumplimiento de obras particulares, fuera para el testimonio oral de aquellos hombres de Dios. Es bajo la conducción del Espíritu Santo que la Biblia fue escrita, tanto la parte histórica como la profética o poética. “Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:2 l).
Al abrir el Nuevo Testamento, aprendemos más acerca de esta Persona divina, la tercera de la gloriosa divinidad.
Su origen y su naturaleza
Procede del Padre (Juan 15:26) y el Padre le envió en nombre del Hijo (Juan 14:26). Después de la glorificación de Jesús, la promesa relativa al Espíritu Santo se cumplió el día de Pentecostés sobre los discípulos reunidos (véase Hechos 2:14). Mientras que, hasta entonces, el Espíritu Santo ejercía su poder en ocasiones particulares; desde el día antes referido, vino a la tierra para habitar en la Iglesia del Señor.
Se le conoce como “Espíritu de Dios”, “Espíritu de Cristo”, “Espíritu de Jesús” y, más frecuentemente, como “Espíritu Santo” o simplemente “Espíritu”. La abundancia de las referencias o nombres que le conciernen nos impide citarlas, pues llenan los escritos del Nuevo Testamento.
En cuanto a la naturaleza divina del Espíritu y a su carácter de persona distinta a la del Padre y a la del Hijo, proponemos al lector que considere los siguientes pasajes: Mateo 28:19; 1 Corintios 12:4-6; 2 Corintios 13:14, así como las tres parábolas de Lucas 15, donde vemos al Hijo en la primera, al Espíritu en la segunda y al Padre en la tercera.
Sus funciones esenciales
En los capítulos 14, 15 y 16 del evangelio de Juan, el Señor enseña a sus discípulos en vista del tiempo en que estarían solos en la tierra después de la partida de su Maestro.
En el curso de estos encuentros de una intimidad deliciosa, el Señor alude a menudo al Espíritu Santo, llamándole “el Consolador”. Esta palabra (en griego «Paracleto») tiene también el sentido de abogado, intercesor o defensor. Sustituye al Señor sobre la tierra en el papel que Él desempeñaba mientras estaba con sus discípulos; y es por lo que no podía ser enviado antes de que Jesús fuera glorificado (Juan 7:39, 14:16 y 16:7). Las funciones de este Consolador son señaladas en los versículos siguientes: “Él os enseñará todas la cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). “Él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15:26). “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). “Él os guiará a toda la verdad… y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16:13). “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:14).
Es el Espíritu Santo que nos hace comprender la Palabra de Dios y, por su testimonio en nosotros, conocemos y comprendemos la relación en la cual somos introducidos con Dios (1 Juan 2:27, Romanos 8:15-16, 1 Juan 3:24 y 4:13). La acción del Espíritu Santo no es sólo una acción individual en el corazón del creyente, sino también una acción colectiva. Obra en la Iglesia del Señor por medio de diversos dones de gracia, todos los cuales tienden a la edificación (1 Corintios 12 y 14; Efesios 4:11-13). Por encima de todo, el Espíritu Santo obra en el corazón de los rescatados del Señor para desarrollar en ellos el amor hacia su Salvador y llevarles a desear aun más ardientemente su retorno. “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven” (Apocalipsis 22:17).
Sus acciones ocasionales
“¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos maestros? ¿hacen todos milagros? ¿tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos?” (1 Corintios 12:29-30). Tales preguntas nos demuestran que estos dones no han sido otorgados a la Iglesia de una manera permanente y que únicamente los poseían algunos. Cuando las necesidades terminaban, estos dones no eran renovados. Nada impide que el Espíritu obre aún de esta manera en los tiempos actuales, cuando las circunstancias le inducen, pero las condiciones que hacían necesarias tales manifestaciones cuando la Palabra de Dios no había terminado de escribirse, ya no existen en el día de hoy, al menos en nuestros países cristianizados.
Los últimos versículos del evangelio de Marcos y el versículo 4 del capítulo 2 de la epístola a los Hebreos nos expresan que estos milagros acompañaban la Palabra de Dios y la confirmaban. Tanto en el ambiente idólatra de los países paganos como en el formalismo del culto levítico, lo mismo que en la filosofía de los griegos y el tradicionalismo de los judíos, todo era diametralmente opuesto a la verdad del Evangelio. El Espíritu Santo debía demostrar la potencia de éste para reducir a la nada a aquéllos. En los tiempos futuros descritos en el Apocalipsis, esta potencia del Espíritu de Dios obrará de una manera aun más espectacular por medio de los dos testigos que serán suscitados entonces.
El templo del Espíritu Santo
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad… mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16-17). “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3:16). “¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19). “Sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:22).
Estas citas nos demuestran claramente cuál es el templo del Espíritu Santo sobre la tierra. No se trata de una construcción humana ni de un edificio particular. El creyente, rescatado por la sangre de Cristo, nacido de nuevo por la fe en la obra de Jesús, él mismo es el templo del Espíritu Santo, del cual está sellado y ungido según la Palabra de Dios (2 Corintios 1:21-22 y Efesios 1:13). Aun los pequeñitos en Cristo poseen este privilegio, tal como lo leemos: “Vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas… pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros” (1 Juan 2:20, 27).
El pasaje de Efesios 2:22 presenta el aspecto colectivo de esta verdad. Es, pues, el conjunto de los creyentes, la Iglesia de Dios sobre la tierra que es el templo del Espíritu Santo. Este aspecto colectivo es considerado también por lo que evoca el pensamiento de la unión mencionada en el versículo 21 de 2 Corintios 1, así como en Efesios 4:3.
¿Qué limita la acción del Espíritu?
“No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30). “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). “No apaguéis al Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19). Según estos versículos, vemos que nuestro comportamiento puede impedir que el Espíritu actúe libremente, sea en nuestra vida individual, sea en la Iglesia de Dios o en lo que es su representación local. ¿Por qué hay tanto decaimiento en la colectividad?
¿Por qué tanta desidia en nuestro testimonio individual? ¿No será porque hay algo que perjudica la libre acción del Espíritu Santo? ¡Hay tantas cosas que ocupan aún nuestros corazones, que el Espíritu no puede llenarlos! No busquemos en otra parte las causas de la flaqueza del testimonio cristiano. El Espíritu de Dios está aún ahí, pero su acción es estorbada por la de la carne. Lo mismo ocurre con el testimonio colectivo si la organización humana sustituye a la libre acción del Espíritu.