Temas importantes de las Sagradas Escrituras /5

La Palabra de Dios

La Palabra de Dios

La noción de un Dios supremo, Creador de todas las cosas, es admitida de buen grado, aun entre los pueblos no cristianos. Si este Dios supremo no se ocupara más de su criatura después de haberla formado, habría permanecido en esferas alejadas sin ninguna relación con el hombre formado a su imagen y semejanza. Pero Dios se reveló. Tan pronto como el pecado produjo la ruptura de las relaciones iniciales, Él prometió una simiente a la mujer, una simiente liberadora. Después continuó revelándose a aquellos que se le acercaron por la fe y la humildad. Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob fueron beneficiarios de unas revelaciones particulares, en forma oral, por medio de los ángeles o directamente en visión y en sueño. No obstante, tal revelación, transmitida de generación en generación, no guardó durante mucho tiempo su integridad. Fue preciso que fueran escritas las enseñanzas divinas, por lo cual Dios preparó a su siervo Moisés, instruido en la sabiduría más renombrada de aquella época.

a) El Pentateuco

Llamado de esta manera por los cinco libros que lo forman. Es la base de la revelación de Dios durante el período anterior a Jesucristo. Moisés fue el autor del mismo, a excepción del último capítulo de Deuteronomio que nos relata su muerte en el monte Nebo. Para Moisés, como también para el resto de los autores, el Espíritu Santo fue el instrumento que le capacitó para escribir estos textos tanto históricos como didácticos. “Santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).

Hasta el tiempo de Samuel y aun de David y Salomón, el Pentateuco era “la Palabra” por excelencia. Sólo se habían añadido algunos libros históricos. Esta Palabra hacía las delicias de aquellos que alimentaban su corazón con ella, como lo dice David en el Salmo 19: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos… Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón” (v. 7, 8, 10 y 11). Este largo período, desde Moisés a Cristo, está caracterizado por la revelación de Dios a Moisés, por el don de la ley, base de las relaciones del hombre para con Dios, hasta que Jesús viniera para cumplir las exigencias de ella. Él era el único que podía hacerlo, por su vida perfecta y por su muerte como víctima por el pecado.

b) Los Salmos

Están clasificados en esta categoría todos los libros poéticos que expresan los sentimientos de los fieles. En ellos encontramos toda la profundidad de los pensamientos que el Espíritu de Dios pone en los corazones y que a menudo sobrepasan las experiencias personales de aquellos que los han escrito. Su carácter profético es evidente, ya que a menudo se refieren al remanente judío del tiempo futuro, pero sobre todo al Mesías, sea en sus sufrimientos, sea en su gloria venidera.

Los creyentes de todas las épocas encuentran en ellos consuelo y un estímulo a la confianza. Las citas de los Salmos que encontramos en el Nuevo Testamento nos prueban la riqueza contenida en estas porciones de las Sagradas Escrituras. Su alcance directo no corresponde sin embargo a la era actual, época de gracia, ya que varios Salmos mencionan la venganza como el destino de los enemigos, lo que también vemos en todo el Antiguo Testamento. Prueba de ello está en las citas que hace el Señor cuando trunca el segundo versículo del capítulo 61 de Isaías al leer lo que concierne al “año de la buena voluntad de Jehová” y no lo que se aplica al día de la venganza (véase Lucas 4:19).

Los preceptos morales del libro de los Proverbios son provechosos en todo tiempo, y las consideraciones del libro del Eclesiastés tienen un alcance práctico que no hemos de olvidar. El lenguaje sublime del Cantar de los Cantares debe ser leído con respeto, no perdiendo nunca de vista la persona del Amado, o sea el mismo Cristo, el único, el incomparable. Las expresiones floridas y perfumadas de este libro deben ser tomadas en un sentido simbólico y entonces captaremos su sentido espiritual. Nuestros corazones serán alentados por el afecto de Aquel que nos ha amado primero y cuyo amor es fuerte como la muerte.

c) Los Profetas

Los libros históricos entran dentro de esta categoría, que es la más extensa de las Escrituras. Por el canal profético Dios mismo se dirige a su pueblo para advertirle, para consolarle, para censurarle a menudo, pero también para animarle. El testimonio dado en relación con el pasado en los libros históricos tiene como objeto también el advertir y alentar, tan verdadero es esto que la Historia es un perpetuo comenzar.

El anuncio de los acontecimientos futuros es el rasgo característico de los profetas del antiguo pacto, pero no para satisfacer la curiosidad de algunos. Cuando se trata de una amenaza de juicio, éste es anunciado de antemano para permitir que los corazones se humillen y se arrepientan. El llamamiento a la conciencia del pueblo suena muchas veces antes que se ejecute el juicio, el cual es aplazado si se escucha el llamamiento.

El cuadro de la profecía es Israel, pero los gentiles son también considerados, pues el carácter de su relación con el pueblo de Dios determina su bendición o su juicio. El objeto central de toda profecía y su propósito final es la gloria del Mesías, gloria conseguida por el sufrimiento y la muerte. Varios pasajes aluden a ello, pero, por encima de todos, el capítulo 53 de Isaías. Invitamos al lector a que lea atentamente este maravilloso capítulo.

d) Los Evangelios

Los evangelios son cuatro y describen la vida del Señor Jesús. La repetición de ciertos hechos no hace más que subrayar su importancia, mientras que las variantes de algunos relatos nos hacen descubrir aspectos desconocidos si no fuera por tales particularidades. De la misma manera que una grabación en estéreo puede hacer más completa la audición de una pieza musical, así los aspectos variados de la vida, la Persona y la obra de nuestro amado Salvador deben sernos referidos bajo un ángulo diferente para permitimos penetrar en el infinito de su Ser. Las aparentes contradicciones no lo son, y las lagunas de ciertas narraciones son queridas por el Espíritu de Dios para hacernos más visibles las glorias variadas del Señor Jesús.

Mencionemos, aunque sea brevemente, los caracteres particulares de los cuatro evangelios en relación con Jesús:

  • Mateo: Jesús como Rey, Mesías de Israel, pero rechazado por él.
  • Marcos: Jesús como Siervo, consagrándose hasta dejar su vida.
  • Lucas: Jesús como Hombre que toma nuestra naturaleza, excepto el pecado.
  • Juan: Jesús como Hijo de Dios, trayendo el amor y la verdad.

A estos cuatro caracteres se enlazan diversos títulos dados a Jesús, así como el significado profundo de diferentes ordenanzas de la ley.

e) Los Hechos de los Apóstoles

Unido estrechamente al evangelio de Lucas, el libro de los Hechos es la narración de los primeros acontecimientos de la historia de la Iglesia. El ministerio de los apóstoles es la continuación del ejercido por el Señor, según Él mismo dijo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12).

El acontecimiento principal de este libro es el don del Espíritu Santo. Este hecho esencial da un carácter particular a todos los relatos, ya que por su potencia, los apóstoles, que antes eran discípulos temerosos, pudieron predicar el Evangelio intrépidamente y llevar a cabo milagros. En los primeros doce capítulos se nos presenta principalmente el ministerio de Pedro, mientras que a partir del treceno, se trata del de Pablo. Según la orden dada por Jesús, la Palabra fue presentada primeramente a los judíos, después a los samaritanos y a continuación a los gentiles. El apóstol Pablo fue enviado por el Señor para anunciar a las naciones (gentiles) la Buena Nueva de la salvación, lo cual incitó la cólera de los judíos, provocando en todas partes violentas persecuciones contra él.

El carácter histórico del libro de los Hechos no es lo que le da su mayor valor. Además de los mensajes directos que contiene, el ejemplo de la fe de los primeros creyentes y su fidelidad son para nosotros una preciosa enseñanza. De la misma manera que en los evangelios, varias narraciones de los Hechos tienen un sentido simbólico que les confiere un valor instructivo y de advertencia. Dios mostrará al lector atento lo que ha querido enseñar por este libro cuyo interés práctico es evidente. Aunque ya no estamos en esa edad de oro, los recursos de entonces subsisten aún para nosotros; sólo necesitamos extraerlos.

f) Las Epístolas

“Como perito arquitecto puse el fundamento… nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:10-11). El Espíritu de Dios condujo a los apóstoles Pablo, Pedro, Santiago, Juan y Judas a escribir cartas dirigidas a iglesias locales o a particulares, o también de un carácter más general: a la atención de la familia de Dios. Estas cartas nos han sido conservadas y forman parte de las Santas Escrituras, tal como dice el apóstol Pedro: “Como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas… las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3:15-16).

Todas estas epístolas tienen como objeto establecer la fe cristiana poniendo el sólido fundamento sobre el que reposa, o sea Jesucristo, y hacer resaltar ante nosotros la Persona y la obra de nuestro Salvador. Las epístolas de Pablo desarrollan la doctrina referente a la Iglesia, su unión con Cristo, su vocación celestial, la función de sus miembros y sus relaciones entre ellos. Las epístolas de Pedro tienen rasgos sobre todo a las condiciones de nuestra vida en este bajo mundo y nos dan los ánimos en cuanto a este asunto. Las de Juan tienen por tema la familia de Dios e insisten en el amor que debe reinar en su seno. La epístola de Santiago nos exhorta a una manifestación visible de la fe, y la de Judas nos advierte del peligro del abandono de la fe y la verdad cristiana.

Cada una de estas cartas conserva su valor permanente, aun cuando las condiciones actuales no son las mismas que entonces. Es “la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). Dios permitió también una serie de circunstancias que dictaron tal directriz, para que estas instrucciones llegasen hasta nosotros. Por medio de las epístolas, la enseñanza doctrinal es completa y no necesita ninguna añadidura. “De la cual (la Iglesia) fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios” (Colosenses 1:25).

g) El Apocalipsis

Este libro, con un carácter particular, es enteramente profético. Esta “revelación” fue dada al apóstol Juan cuando estaba exiliado en la isla de Patmos. El punto de partida de este libro notable es la visión gloriosa descrita en el primer capítulo. Esta visión produce tal efecto sobre el apóstol que cae como muerto. Entonces el Señor se revela a su discípulo poniendo su mano derecha sobre él y diciéndole: “No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:17-18). Después de estas consoladoras palabras, el Señor le dice: “Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas” (v. 19). Esta declaración es la llave para comprender el libro del Apocalipsis: “las cosas que has visto”, es el primer capítulo; “las que son”, son los capítulos dos y tres que contienen las cartas dirigidas a las siete iglesias de Asia y son un cuadro notable de la historia de la Iglesia sobre la tierra; “las que han de ser después de éstas”, es el resto del libro, desde el capítulo 4; ya en el primer versículo, leemos: “Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas”.

Por no haber comprendido esta división capital del Apocalipsis, muchos comentadores han extraviado en sus interpretaciones, aplicando al período pasado y al actual los acontecimientos anunciados para el tiempo en que la Iglesia ya no estará sobre la tierra.

Los capítulos 4 y 5 describen simbólicamente las escenas celestiales que se desarrollarán al terminar la época de la gracia, después que el Señor haya cumplido su promesa introduciendo a sus rescatados en la morada gloriosa de la “Casa del Padre”. Los capítulos 6 a 18 nos muestran, por medio de diversos cuadros simbólicos, la ejecución de los diversos juicios divinos sobre el mundo, el cual será el teatro de un caos social, político y económico sin precedentes. Desde el capítulo 19 tenemos la descripción de la victoria final de Jesucristo con el establecimiento de un reino de justicia y paz. Con la mención del juicio final, desde el capítulo 20, tenemos la apertura del estado eterno, definitivo e inmutable. Para los salvados serán el nuevo cielo y la nueva tierra, pero para los perdidos, la segunda muerte representada por el lago de fuego. Al final de este libro encontramos aún un solemne llamamiento dirigido a cada uno de nosotros: “El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17). “Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Apocalipsis 21:6).