La resurrección
“Dios, nuestro Dios ha de salvarnos, y de Jehová el Señor es el librar de la muerte” (Salmo 68:20).
Si bien la doctrina de la resurrección no forma parte de la revelación dada bajo el antiguo pacto, esta verdad ya se menciona en él. Su sentido se deja entrever en varios pasajes y era comprendido por la fe por el corazón del fiel. Job mismo lo percibe cuando dice: “Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro” (Job 19:26-27).
a) Las primicias, Cristo
En la Escritura se mencionan varios casos de resurrección, y todos conciernen a personas a las que se ha devuelto la vida por un tiempo. Estos casos no han sido más que una demostración de la potencia de vida que hay en Dios. Pero salir de la muerte para no volver más a ella y no estar sujeto a las contingencias de la existencia terrestre, esto es la verdadera resurrección. Nadie participó de ella antes que nuestro querido Salvador. Fue preciso “que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18). Por su muerte triunfó sobre el príncipe de la muerte, y por ella ha sitiado esta fortaleza inexpugnable, apoderándose de sus llaves. “Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:17-18). La resurrección de nuestro Salvador es la demostración clara de su victoria sobre Satanás y sobre el poder del pecado. No es de extrañar, pues, que el diablo haga todos los esfuerzos posibles para negar esta verdad. Pero ella es la llave principal del Evangelio, así como el fundamento del mismo.
Nos han sido dadas numerosas e irrefutables pruebas testificando la resurrección de Jesús: la tumba vacía, el testimonio de las mujeres que acudieron allí, el de los apóstoles que vieron a su Maestro en varias ocasiones, el mismo testimonio de los guardas que fueron comprados a gran precio para que divulgasen una mentira grosera. Todos concuerdan en afirmar con la Palabra: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Corintios 15:20).
b) Dos resurrecciones
“Ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hechos 24:15). “Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29). Ya Daniel en el capítulo 12 de su libro, declara: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (v. 2). El Apocalipsis precisa más el asunto diciendo: “Vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Ésta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos” (Apocalipsis 20:4-6).
El pensamiento de una resurrección general seguida de una selección que ponga a los justos a un lado y a los condenados a otro es originado por la falsa interpretación de Mateo 25:31-46. En este pasaje se trata del juicio separador que inaugurará el establecimiento del reino de Cristo. Las naciones del mundo serán juzgadas según que los mensajeros del rey hayan sido recibidos o no. Mientras que, en el juicio final, únicamente los muertos vueltos a la existencia después de una estancia tenebrosa permanecerán delante del trono para ser juzgados según hayan sido sus obras. Observemos la expresión “muertos”, aunque hayan tomado parte en la resurrección del juicio. Fuera de Cristo, todo es muerte.
c) La resurrección de vida
“Los que son de Cristo, en su venida” (1 Corintios 15:23), designa a todos los que se habrán beneficiado con la obra que Jesús hizo en la cruz, la cual incluye también a los creyentes del antiguo pacto, ya que son salvos en virtud de la sangre del Calvario, cuyo valor les ha sido imputado por anticipado. Su resurrección les conducirá a la perfección, según la expresión del último versículo de Hebreos 11. Durante toda su vida alimentaron esta esperanza, pues tenían la certeza de ella (véase Job 19, ya citado, y David en el Salmo 17:15).
La fe en la resurrección iba acompañada de mucha ignorancia, ya que la revelación no había sido dada aún. Marta, después de la muerte de su hermano Lázaro, cuando el Señor le dice: “Tu hermano resucitará”, le responde: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero”, expresando de esta manera la idea general que era admitida por los judíos creyentes. Entonces Jesús le revela algo que aún en el día de hoy reconforta a los que están de luto: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:23-26).
En el día en que el Señor Jesús venga a recoger a los suyos, llamará a los que duermen en la tumba, como antaño llamó a Lázaro: “Clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió” (Juan 11:43). Este acontecimiento extraordinario tendrá lugar juntamente con la transmutación de los vivos que, a imagen de Enoc, serán arrebatados sin pasar por la muerte: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos… y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:51-52). Los cristianos de Tesalónica esperaban al Señor (1 Tesalonicenses 1:10). Temían por sus hermanos en la fe que estaban muertos, pues creían que éstos faltarían a la cita. El apóstol les asegura por medio de estas magníficas palabras: “Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:15-18).
El período que seguirá al arrebatamiento de la Iglesia y que precederá al reino universal de Cristo, será un período terrible. En el transcurso del mismo, cuya duración será de siete años, los juicios se abatirán sobre un mundo en el que la impiedad irá en aumento. El poder oculto del Anticristo caerá atrozmente sobre todos aquellos que no se sometan a su autoridad diabólica. Los mártires de esta época serán numerosos, como lo dice Apocalipsis 20:4-6 ya citado. Después de este momento, en el milenio ningún creyente pasará por la muerte, pues, a partir de entonces, únicamente el malvado será tocado por el juicio que se ejercerá cada día bajo el gobierno del Rey de reyes.
d) La resurrección de condenación
Es mencionada por el Señor Jesús en Juan 5:29 y por el apóstol Pablo en Hechos 24:15. La resurrección de condenación tendrá lugar después de la disolución de todas las cosas creadas, antes de la introducción de los nuevos cielos y la nueva tierra. El texto de Apocalipsis 20:11-15 describe esta escena solemne. Dondequiera que un cuerpo de incrédulo haya sido puesto, aun si sus cenizas hubieren sido esparcidas, resurgirá de la muerte para comparecer delante de Aquel “que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos” (Hechos 10:42). Entonces toda boca será acallada, cuando la vida de cada uno sea puesta en evidencia y todos sean juzgados según hayan sido sus obras. El juez de entonces será Aquel que hoy es presentado como Salvador; Aquel cuyo amor para con el pecador le condujo hasta la muerte de cruz. Él es el único que puede salvamos de la muerte eterna, porque sólo Él pudo sufrir el juicio en lugar del culpable. ¡Qué nadie dude de confiarse en Él y de creer en su Palabra! “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
e) Jesús es la resurrección y la vida
Cuando hablamos de vida, nuestro pensamiento se dirige hacia Aquel que es el Autor de ella: el Dios Creador. Toda forma de vida sobre la tierra salió de manos del Creador, y el evangelio de Juan dice, de Aquel que es llamado “el Verbo”, que fue el autor de todas las cosas creadas. Es el Hijo, es Jesús, el Amado del Padre. La confirmación de esta verdad se encuentra en Juan 1:3, en Colosenses 1:16 y en Hebreos 1:2 y 10. La preeminencia del Hijo sobre la creación es establecida por la expresión “primogénito de toda creación” de Colosenses 1:15.
En este mismo capítulo 1 de Colosenses leemos acerca de Cristo en el versículo 18, que Él es “el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia”. Por su propia resurrección, Jesús inaugura el dominio de la nueva creación en la cual el creyente es introducido por la fe: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17). Esta nueva creación, de orden espiritual, no está sometida a las contingencias de la materia. La vida que le caracteriza tiene su fuente de potencia en Jesús resucitado y no termina con la muerte del cuerpo. Unido al Cristo viviente, el creyente espera a su Salvador, pero debe pasar por la muerte del cuerpo. Sabe que estará ausente del cuerpo, pero presente con el Señor, pero si Jesús cumple su promesa antes que esto ocurra no verá la muerte. La confianza que tenemos a este respecto está fundada sobre el mismo Jesús, según lo que dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:25-26).
Cuando Jesús resucitó, la muerte fue vencida, pero esta victoria no tendrá un efecto pleno hasta que los cuerpos de los rescatados por el Señor resuciten, tal como leemos: “Entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:54-55). Cuando nuestro Salvador Jesucristo vino a la tierra, por su obra “quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10). Los efectos de la muerte sobre el creyente no son más que parciales y provisionales. Solamente el cuerpo es sometido, pero resurgirá a la venida del Señor.
Sí, Jesús es la resurrección y la vida. Todo está en Él, todo reposa sobre Él, sobre su obra hecha en el Gólgota, sobre su muerte y su resurrección. De la misma manera que no hubiera habido vida sin el Creador, sólo habría muerte sin la obra del Redentor.
“Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:19-20).
En la gloria celestial, el coro de rescatados, de ángeles y de la creación entera dará gloria y honor al Cordero que fue inmolado, el cual estará sentado en medio del trono, concentrando sobre Él todas las miradas y todos los corazones (véase Apocalipsis 5:6-14).