El pueblo de Israel
Si bien el pensamiento de Dios fue el de revelarse a toda criatura, Él escogió un pueblo para que recibiera esta revelación. Fue escogido según la soberanía de Dios y no por causa de una calificación particular. Su historia demuestra claramente que el privilegio de ser depositario de los oráculos de Dios no requiere, de entrada, un carácter de nobleza moral.
a) Su origen
Entre la familia humana surgida de Noé después del diluvio, Abraham fue el primero en ser interpelado por Dios. El conocimiento del verdadero Dios se había difuminado mezclándose con la idolatría naciente. Durante aquella época, el testimonio de Dios era transmitido oralmente de una generación a otra. A pesar de la longevidad de la vida que permitía que seis generaciones pudieran convivir, esta transmisión oral de la Palabra no estaba exenta de profundas falsificaciones. Por lo tanto, era preciso una revelación particular de parte de Dios así como la acción del Espíritu para hacer posible el mantenimiento de la relación entre el hombre y Dios.
El llamamiento de Abraham nos da a conocer dos hechos de una importancia fundamental: la separación, “sal de tu tierra y de tu parentela”, y la obediencia de la fe, “y ven a la tierra que yo te mostraré” (Hechos 7:3). Le son hechas promesas sin condición alguna en relación con su descendencia. Estas promesas son renovadas a Isaac y a Jacob, quienes deben esperar aún su cumplimiento en un país en el que son extranjeros. La historia de estos tres patriarcas está llena de enseñanzas, y el lector las conocerá no sin provecho en el capítulo 12 y siguientes del libro de Génesis.
Así pues, con Abraham, Isaac y Jacob tenemos el origen del pueblo de Israel. El nombre de Israel fue dado a Jacob después de dos encuentros memorables con Dios, a la vuelta de su exilio (Génesis 32:28; 35:10). Los doce hijos de Jacob se convierten en los padres de las doce tribus de Israel, cuya historia llena el Antiguo Testamento.
b) Su organización
Como Dios ya lo había anunciado a Abraham, los descendientes del patriarca habitarían durante mucho tiempo en un país extranjero en el cual serían sometidos a la esclavitud. Ello ocurrió en Egipto, donde José fue vendido por sus hermanos y donde llegó a ser el gobernador del país. Después de hacer habitar allí a su familia para librarla del hambre, José muere y se produce un cambio de dinastía en el país. La opresión y la esclavitud vinieron a ser la parte de este pueblo que se había hecho muy numeroso durante esos años. Entonces Dios suscitó a Moisés, a quien la providencia divina introdujo en la corte del Faraón para que allí recibiera todos los conocimientos que ese pueblo poseía. Así son los caminos de Dios, quien quería dotar a Israel de un libertador para conducirle y enseñarle y no sólo esto, sino también formar un legislador que escribiera las ordenanzas que Él le dictaría para comunicarlas al pueblo.
El advenimiento de Moisés y la revelación que Dios le hace en el monte Horeb delante de la zarza ardiente son el punto de partida de la relación de Dios con Israel. Su salida de Egipto con el sacrificio de la Pascua y la travesía del mar Rojo forman parte también de este punto de partida, visto desde el lado del hombre. Desde que la sangre del cordero pascual fue esparcida a la entrada de las casas israelitas, el pueblo fue puesto aparte para ser liberado. Una vez salido de Egipto a través del mar Rojo es conducido por Dios mismo para ser introducido seguidamente en el país prometido a Abraham.
Un pueblo de más de dos millones de personas necesitaba tener una legislación. Pero ¿cómo proveerla? Es Dios, una vez más, que por la disposición de los ángeles, da a su pueblo una ley que ha quedado como un modelo en su género hasta nuestras generaciones. Nada fue dejado a merced de la fantasía del hombre. Todo reposa sobre lo que Dios ordenó a Moisés, sea en el monte Sinaí, sea en medio del tabernáculo del testimonio. Sean para el culto o para la vida corriente, las enseñanzas son siempre comunicadas por Dios.
c) Su destino
El pensamiento de Dios en relación con su pueblo fue comunicado a Abraham, fue mencionado a Moisés y fue confirmado infinidad de veces por los profetas. Fue objeto de la alabanza de Israel ya en la orilla del mar Rojo: “Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado” (Éxodo 15:17). Tal pensamiento consistía en morar en medio de su pueblo y en que éste fuera totalmente feliz en torno a Él. Para hacer posible el cumplimiento de este designio de amor, Dios utilizó todos los medios, hasta el de enviar a su propio Hijo, pero todo fue en vano. La ley fue violada, los profetas no fueron escuchados y el Hijo fue llevado a la muerte. ¿Qué queda pues? ¿Cumplirá Dios sus promesas? La constante rebelión de su pueblo, ¿no hará que cambien sus pensamientos en relación con él? La única respuesta a estas preguntas reside en la misericordia divina, tal como leemos en Romanos 11: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos (Israel), así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (v. 29-32).
El profeta Miqueas ya lo declaró al final de su mensaje: “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos” (Miqueas 7:18-20).
Sí, Dios bendecirá a su pueblo cuando éste se vuelva hacia el Señor, a quien que crucificaron, y cuando con profunda humillación, confiesen su crimen (véase Zacarías 12:10-14). El Señor Jesús aparecerá en gloria delante de las miradas sorprendidas del residuo futuro que le dirá: “¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos” (Zacarías 13:6). Entonces será establecido el reino de justicia y paz, por el cual el mundo entero suspira, el que conducirá a Israel a disfrutar finalmente de las promesas dadas a Abraham cuatro mil años antes.
d) El privilegio de este pueblo
Actualmente Israel está en estado de desgracia. El profeta Oseas ya lo anunció al decir: “Ponle por nombre Lo-ruhama, porque no me compadeceré más de la casa de Israel… Ponle por nombre Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios” (Oseas 1:6, 9). Este estado no impide, sin embargo, que la bondad de Dios se manifieste siempre hacia aquel que se vuelve a Él, sea judío o gentil. La reanudación de las relaciones privilegiadas de Dios con Israel no tendrá lugar hasta más tarde, cuando se haya completado la Iglesia y todos sus miembros estén reunidos, judíos y gentiles: “Ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo… Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:25-29). Este pueblo, colocado bajo el gobierno de Dios a causa de su desobediencia, sigue siendo, no obstante, un pueblo privilegiado: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios” (Romanos 3:1-2). También se dice de Israel: “De los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Romanos 9:4-5).
Las profecías relativas a Israel llenan la Palabra de Dios. Fueron pronunciadas desde los tiempos antiguos, sea por Dios mismo cuando se dirigió a los patriarcas, sea por Jacob en el magnífico capítulo 49 de Génesis, sea por Balaam en los capítulos 23 y 24 de Números, donde leemos entre otras cosas: “He aquí un pueblo que habitará confiado (solo), y no será contado entre las naciones” (Números 23:9). El hecho de que este pueblo haya guardado su propia identidad a pesar de su dispersión por todo el mundo y las innumerables persecuciones que ha sufrido, sigue siendo un misterio y demuestra la verdad de la Palabra de Dios. Esta “nación tirada y despojada… un pueblo terrible desde su principio y en adelante, una nación medida y hollada” (Isaías 18:2, V.M.), ¿no es Israel durante el tiempo actual? ¿No es maravilloso leer numerosas veces en la Biblia descripciones proféticas escritas hace más de 2000 años referentes a Israel y que corresponden exactamente a lo que le ha ocurrido, lo que le sucede y lo que le tiene que acontecer?
La característica de este pueblo judío que ha atraído sobre sí el odio y que ha suscitado la envidia entre sus vecinos, corresponde exactamente a su historia tal como nos es revelada en la Palabra de Dios. Ciego como es en cuanto a Cristo, bajo el imperio del potente seductor que ha oscurecido su corazón, utiliza su ingenio para acrecentar su orgullo y su deseo de dominio. Cuando se vuelva hacia el Señor y, con humillación, reconozca a Aquel que fue crucificado, entonces tendrá lugar su plena restauración. El potencial de los recursos acumulados servirá para la prosperidad del período bendito que habrá sido instaurado. Este pueblo industrioso sacará provecho de todo lo que habrá adquirido en el tiempo de su dispersión y, elevado entonces a la cabeza de las naciones, hará beneficiar al mundo de los potentes medios que dispondrá. (Véase Números 24:5-7; Deuteronomio 28:1-14; Isaías 60:1 a 61:9).
e) Las tribulaciones de Israel
Ya en Egipto, los hijos de Israel conocieron la tribulación. Cuando se levantó sobre el país un nuevo Faraón que no había conocido a José, sometió a la esclavitud a los israelitas que a sus ojos se habían convertido en un pueblo numeroso. Al decretar que se asesinase a todos los recién nacidos del sexo masculino, creyó que destruiría a esta raza que le importunaba. Más allá del Faraón, discernimos a Satanás mismo haciendo todos los esfuerzos posibles para invalidar la promesa que Dios había hecho a Eva en relación con su simiente, la cual heriría la cabeza de la serpiente. Satanás repitió sus esfuerzos muchas veces hasta la masacre de los niños de Belén, pero Dios no permitió el cumplimiento de estos designios diabólicos.
Otra de las astucias de Satanás fue la de seducir al pueblo de Dios y conducirle a la rebelión contra Jehová. Al atraer sobre él el justo gobierno divino, quizá pensaba que Dios abandonaría a este pueblo rebelde. A menudo, en efecto, desde la travesía del desierto hasta la deportación a Babilonia, sobre Israel cayeron severos castigos. Siempre, no obstante, Dios da curso a su misericordia, obrando a causa de su nombre, “para que no se infamase ante los ojos de las naciones” (Ezequiel 20:9, 14, 22).
El rechazo del Mesías por parte de Israel y la muerte de Jesús atrajeron sobre ese pueblo un terrible juicio. Jerusalén fue saqueada y sus habitantes fueron dispersados entre todas las naciones como consecuencias directas del crimen del Calvario. Desde hace casi 2000 años, el pueblo judío sufre tribulaciones que ninguna otra nación ha conocido. Los «ghettos» (barrios donde eran confinados los judíos), los campos de exterminio y las cámaras de gas están en la memoria de todos. Satanás está detrás de la escena, no lo dudemos, ya que su propósito es siempre perjudicar el cumplimiento de los propósitos divinos, los cuales se realizarán para la gloria del Señor y Salvador Jesucristo, para la plena restauración de Israel y para la bendición universal. Hasta que esto ocurra, habrá aún un terrible tiempo de prueba para los judíos: “Tiempo de angustia para Jacob; pero de ella será librado” (Jeremías 30:7). Esta tribulación sin precedente, limitada a tres años y medio, es anunciada por los profetas, por el Señor Jesús y por los apóstoles, y acabará con el advenimiento glorioso del Señor y la destrucción del Anticristo. Este siniestro personaje, que se presentará como Dios y actuará en su propio nombre, será recibido por la nación apóstata y muchos le seguirán en su error. Sin embargo, un remanente fiel permanecerá unido a su Dios, esperando vigilante la venida del Señor. Este grupo, preservado en medio de este terrible período, es representado por los 144.000 sellados del capítulo 7 de Apocalipsis, quienes formarán el núcleo del Israel futuro y la raíz de este nuevo pueblo que será una bendición en medio de la tierra, bajo la égida del Rey de Gloria.